Buena noticia: habrá sacerdotes casados
2019-06-24
El 17 de julio de 2019 el
Vaticano emitió un documento en el que recomendaba al Sínodo Pan-amazónico, que
se celebrará en Roma el próximo mes de octubre, que se considere la ordenación
sacerdotal de hombres casados, ancianos y respetados, especialmente indígenas,
para las regiones alejadas de la Amazonia. El Papa no quiere una Iglesia que visita
sino una Iglesia que permanece. Esta reivindicación es antigua, y ya fue
propuesta por la Conferencia Nacional de Obispos de Brasil (CNBB) al Papa Juan
Pablo II en los años 80 del siglo pasado. Él la interpretó como una especie de
provocación, y por eso mantuvo siempre relativa distancia con la CNBB.
Fuentes
eclesiásticas serias proporcionan los siguientes datos: en la Iglesia desde
1964 a 2004 dejaron el ministerio 70 mil sacerdotes. En Brasil, con 18 mil sacerdotes,
7 mil hicieron lo mismo. Las CEBs y los ministerios laicales apuntan a suplir
la carencia de sacerdotes. ¿Por qué no acoger a los sacerdotes ya casados y
permitirles re-asumir su ministerio, u ordenar a casados?
En
el Sínodo Pan-amazónico seguramente será acatada esta sugerencia. Dice también
que habrá un “ministerio oficial para las mujeres”, que no sabemos cuál será.
En fin, tendremos sacerdotes casados, antiguo desiderátum de muchas Iglesias.
Desde
el principio del cristianismo la cuestión del celibato ha sido polémica. Se
dibujaron dos tendencias: una que permitía sacerdotes casados, y otra que
prefería sacerdotes célibes. Para todos estaba claro que el celibato no es
ningún dogma de fe sino una «disciplina» eclesiástica, particular de la Iglesia
occidental. Todas las demás Iglesias católicas (ortodoxa, siríaca, melquita,
etíope, etc.), y el resto de Iglesias cristianas, no conocen esa disciplina. Y
en cuanto disciplina, puede ser abolida, dependiendo en último término
simplemente de la decisión del Papa.
Jesús
se refiere a tres tipos de célibes, tres tipos llamados eunucos o castrados (eunoûxoi
en griego). De ellos dice: “hay castrados que así se hicieron a sí mismos por
amor del Reino de los cielos; quien pueda entender que entienda” (Evangelio de
Mateo 19,12). Reconoce que “no todos son capaces de entender esto, sino
solamente aquellos a quienes les ha sido dado” (Mt 19,11). Curiosamente en la
Primera Epístola a Timoteo, se dice que “el epíscopo (obispo) sea marido
de una sola mujer... debe saber gobernar bien su propia casa y educar a sus
hijos en la obediencia y la castidad (1Timoteo 3,2-4).
Resumiendo
la larga y sinuosa historia del celibato, se constata que inicialmente no
existía como ley y si existía era poco observado. El Papa Adriano II (867-872)
así como Sergio III (904-911) estaban casados. Entre el siglo X y el XIII dicen
los historiadores que era común que el sacerdote conviviera con una compañera.
En el Brasil de la colonia era también muy frecuente. En el pasado, los
párrocos del campo tenían sus hijos y los preparaban para ser subdiáconos,
diáconos y sacerdotes, pues no había instituciones que los preparasen.
Mención
aparte merece la no observancia del celibato por parte de algunos Papas. Hubo
una época de gran decadencia moral, llamada “la era pornocrática”, entre
900-1110. Benedicto IX (1033-1045), fue consagrado Papa a los 12 años, ya
“lleno de vicios”. El Papa Juan XII (955-964), consagrado con 18 años, vivía en
orgías y en adulterios. Fueron famosos los Papas del Renacimiento como Pablo
III, Alejandro VI, con varios hijos, y León X, que casaba con pompa a sus hijos
dentro del Vaticano (ver Daniel Rops, La historia de la Iglesia de Cristo,
II, Porto 1960, p. 617ss). Finalmente se celebró el Concilio de Trento (1545 y
1563) que impuso como obligatoria la ley del celibato para todos los que
ascendieran al orden presbiteral. Y así ha permanecido hasta el día de hoy. Se
crearon seminarios donde los candidatos eran preparados desde pequeños para el
sacerdocio, con una perspectiva apologética de enfrentamiento a la Reforma
Protestante, y más tarde, a las herejías y a los “errores modernos”.
Estamos
a favor que haya, como en todas las demás Iglesias, sacerdotes casados y
sacerdotes célibes. No como una ley impuesta ni una condición previa para el
ministerio, sino como una opción. El celibato es un carisma, un don del
Espíritu para quien pueda vivirlo sin demasiados sacrificios. Jesús bien lo
entendió: es una “castración”, con el vacío que representa en afectividad e
intimidad hombre y mujer. Pero esa renuncia es asumida por amor al Reino de
Dios, al servicio de los demás, especialmente de los más pobres. Por lo tanto,
esa carencia es compensada por una sobreabundancia de amor. Para ello se
necesita un encuentro íntimo con Cristo, cultivo de la espiritualidad, de la
oración y del autocontrol. Realistamente observa el Maestro: “no todos son
capaces de entender eso” (Mt 19,11). Hay quienes lo entienden. Viven
jovialmente su celibato opcional, sin endurecerse, guardando la jovialidad y la
ternura esencial, tan solicitada por el Papa Francisco. Qué bueno sería si a su
lado hubiera sacerdotes casados.
Ahora
podremos finalmente alegrarnos de tener también hombres casados, bien
integrados familiarmente, que podrán ser sacerdotes y acompañar la vida
religiosa de los fieles. Será una ganancia para ellos y para las comunidades
católicas.
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