Santos Protomártires de la Iglesia Romana, mártires
fecha: 30 de junio
fecha en el calendario anterior: 24 de junio
†: c. 64 - país: Italia
canonización: pre-congregación
hagiografía: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI
fecha en el calendario anterior: 24 de junio
†: c. 64 - país: Italia
canonización: pre-congregación
hagiografía: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI
Elogio: Santos Protomártires de la santa Iglesia Romana, que, acusados de
haber incendiado la Urbe, por orden del emperador Nerón unos fueron asesinados
después de crueles tormentos, otros, cubiertos con pieles de fieras, entregados
a perros rabiosos, y los demás, tras clavarlos en cruces, quemados para que, al
caer el día, alumbrasen la oscuridad. Eran todos discípulos de los Apóstoles y
fueron las primicias del martirio que la iglesia de Roma presentó al Señor.
Oración: Señor, Dios nuestro, que
santificaste los comienzos de la Iglesia romana con la sangre abundante de los
mártires, concédenos que su valentía en el combate nos infunda el espíritu de
fortaleza y la santa alegría de la victoria. Por nuestro Señor Jesucristo, tu
Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por
los siglos de los siglos. Amén (oración litúrgica).
Aquellos confesores de los que sólo Dios
sabe el número y los nombres, se mencionan en el Martirologio Romano como
«primicias del martirio que la iglesia de Roma presentó al Señor». Es
interesante hacer notar que el primero de los césares que persiguió a los
cristianos fue Nerón, el más vil, despiadado y falto de principios entre los
emperadores romanos. En el mes de julio del 64, cuando habían transcurrido diez
años desde que ascendió al trono, un terrible incendio destruyó a Roma. El
fuego nació junto al Gran Circo, en un sector de cobertizos y almacenes
atestados de productos inflamables, y de ahí se propagó rápidamente en todas
direcciones. Las llamas lo devoraron todo durante seis días y siete noches,
cuando pareció que habían sido sofocadas por la demolición de numerosos
edificios; pero volvieron a surgir de entre los escombros y continuaron su obra
devastadora durante tres días más. Cuando por fin fueron ahogadas
definitivamente, las dos terceras partes de Roma eran una masa informe de
ruinas humeantes.
En el tercer día del incendio, Nerón llegó
a Roma, procedente de Ancio, para contemplar la escena. Se afirma que se recreó
en aquella contemplación y que, ataviado con la vestimenta que usaba para
aparecer en los teatros, subió a lo más alto de la torre de Mecenas y ahí, con
el acompañamiento de la lira que él mismo pulsaba, recitó el lamento de Príamo
por el incendio de Troya. El bárbaro deleite del emperador que cantaba al
contemplar el fuego destructor, hizo nacer la creencia de que él había sido el autor
de la catástrofe y que, no sólo había mandado quemar a Roma, sino que había
dado órdenes para que no se combatiese el fuego. El rumor corrió de boca en
boca hasta convertirse en una abierta acusación. Las gentes afirmaban haber
visto a numerosos individuos misteriosos arrojar antorchas encendidas dentro de
las casas, por mandato expreso del emperador. Hasta hoy se ignora si Nerón fue
responsable o no de aquel incendio. En vista de los numerosos incendios que se
han declarado en Roma desde entonces, puede decirse que también aquél, quizá el
más devastador entre todos, se debió a un simple accidente. Sin embargo,
quedaba el hecho de la complacencia de Nerón y, tanto se divulgaron las
sospechas contra él, que se alarmó y, para desviar las acusaciones que se
hacían en su contra, señaló a los cristianos como autores directos del
incendio.
«Puesto que circulaban rumores de que el
incendio de Roma había sido doloso, Nerón presentó como culpables,
castigándolos con penas gravísimas, a aquellos que, odiados por sus
abominaciones, el pueblo llamaba 'cristianos'» (Tácito, Anales, XV). No
obstante que nadie creyó que fuesen culpables del crimen, los cristianos fueron
perseguidos, detenidos, expuestos al escarnio y la cólera del pueblo,
encarcelados y entregados a las torturas y a la muerte con increíble cruelad.
Algunos fueron envueltos en pieles frescas de animales salvajes y dejados a
merced de los perros hambrientos para que los despedazaran; muchos fueron
crucificados; otros quedaron cubiertos de cera, aceite y pez, atados a estacas
y encendidos para que ardiesen como teas. Muchas de estas atrocidades tuvieron
lugar durante una fiesta nocturna que ofreció Nerón en los jardines de su
palacio. El martirio de los cristianos fue un espectáculo extra en las carreras
de carros, donde el propio Nerón, vestido con las plebeyas ropas de un auriga,
divertía a sus invitados al mezclarse con ellos y al manejar a los caballos que
tiraban de un carro. Entre muchos de los romanos que presenciaron la salvaje
crueldad de aquellas torturas, surgió el sentimiento de horror y el de piedad
por las víctimas, no obstante que la población entera tenía encallecidos sus
sentimientos, acostumbrada, como estaba, a los sangrientos combates de los
gladiadores.
Tácito, Suetonio, Dion Casio, Plinio el
Viejo y el satírico Juvenal, hacen mención del incendio; pero solamente Tácito
se refiere al intento de Nerón para que la culpa recayera sobre una secta
determinada. Tácito especifica a los cristianos por su nombre, pero Gibbon y
otros investigadores sostienen que el historiador incluye a los judíos en la
denominación, puesto que, por aquella época, los que habían abrazado la
religión de Cristo no eran tan numerosos como para causar alarma entre las
autoridades de Roma. Sin embargo, este punto de vista, que parece destinado a
disminuir la influencia del cristianismo, no tiene muchos adeptos. Debe
apuntarse que los cristianos, aunque eran una minoría en Roma, no estaban bien
distinguidos de los judíos en ese momento -es conocida la frase que trae
Suetonio: «en el barrio judío se pelean por un tal Cresto»...-, y se les
atribuían monstruosidades, como las de realizar sacrificios humanos, comer
carne de niños, etc, los cristianos, como decía Tácito, eran «odiados por sus
abominaciones», así que aunque no estuvieran dispuestos a creer que habían
provocado el incendio, seguramente era creencia popular que el castigo era
igualmente merecido.
Artículo ligeramente enmendado para dar
cabida a nuevos datos. La Historia de la Iglesia de H. Jedin, ed. Herder
(1966), tomo I, cap. VIII, pág 203ss., ofrece un panorama ecuánime de la
cuestión de la primera persecución romana, en el contexto de las ideas
religiosas del momento. Imagen: «Vista de la basílica y la plaza de San Pedro,
a la izquierda la sala de audiencias papales construida en 1971. La silueta
verde marca la posición y trazado del antiguo Circo de Nerón, el punto rojo
marca el lugar donde se encontraba el obelisco del circo, ahora señalado por
una losa de piedra en el suelo. Directamente debajo de la cúpula de San Pedro,
en el borde del antiguo circo, el tradicionalmente considerado sepulcro de
Pedro.» Foto y explicación tomados del Ökumenisches Heiligenlexikon.
fuente: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI
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