San Juan de Capistrano, religioso presbítero
fecha: 23 de octubre
fecha en el calendario anterior: 28 de marzo
n.: 1386 - †: 1456 - país: Eslovaquia
canonización: B: Gregorio XV 1622 - C: Benedicto XIII 1724, Alejandro VIII en 1690 lo llamó santo, pero el proceso como tal finalizó en 1724.
hagiografía: «Franciscanos para cada día» Fr. G. Ferrini O.F.M.
fecha en el calendario anterior: 28 de marzo
n.: 1386 - †: 1456 - país: Eslovaquia
canonización: B: Gregorio XV 1622 - C: Benedicto XIII 1724, Alejandro VIII en 1690 lo llamó santo, pero el proceso como tal finalizó en 1724.
hagiografía: «Franciscanos para cada día» Fr. G. Ferrini O.F.M.
Elogio: San Juan de Capistrano, presbítero de la Orden de Hermanos Menores,
que luchó en favor de la disciplina regular, estuvo al servicio de la fe y
costumbres católicas en casi toda Europa, y con sus exhortaciones y plegarias
mantuvo el fervor del pueblo fiel, defendiendo también la libertad de los
cristianos. En la localidad de Ujlak, junto al Danubio, en el reino de Hungría,
descansó en el Señor.
Patronazgos: patrono de los capellanes militares.
refieren a este santo: Beato Antonio
Bonfadini, San Jacobo de la
Marca, Beato Tomás de
Florencia Bellaci
Oración: Oh Dios, que suscitaste a san Juan
de Capistrano para confortar a tu pueblo en las adversidades, te rogamos
humildemente que reafirmes nuestra confianza en tu protección y conserves en
paz a tu Iglesia. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina
contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos.
Amén (oración litúrgica).
Capistrano es un pueblecito en los
Abruzos, que, en otro tiempo, formó parte del reino de Nápoles. Allí, en el
siglo XIV, cierto soldado -se discute si de origen francés o alemán-, se había
establecido, después de cumplir con su servicio militar a las órdenes de Luis
I. Se casó con una mujer italiana y de esta unión nació, en 1386, un hijo,
llamado Juan, que estaba destinado a adquirir fama como una de las grandes
luminarias de la orden franciscana. Desde su infancia, el niño fue notable por
su adelanto. Estudió leyes en Perugia con tal éxito, que en 1412, con 26 años,
fue nombrado gobernador de la ciudad y contrajo matrimonio con la hija de uno
de los principales ciudadanos. Durante las hostilidades entre Perugia y los
Malatesta, fue hecho prisionero y en esta ocasión tomó la decisión de cambiar
su manera de vivir y hacerse religioso. Cómo consiguió solucionar el problema
de su matrimonio, no está del todo claro. Pero se dice que atravesó Perugia
montado al revés en un asno y con un enorme sombrero de papel, en el que
estaban escritos claramente sus peores pecados. Fue apedreado por los muchachos
y cubierto de inmundicias y en estas condiciones, se presentó al noviciado de
los frailes menores, pidiendo su admisión. En aquella época (1416), tenía
treinta años y parece que su maestro de novicios pensó que para un hombre de
tal fuerza de voluntad, que había estado acostumbrado a hacer todo a su manera,
era necesario una dura disciplina para probar la sinceridad de su vocación
(Juan no había hecho aún la primera comunión). Las pruebas a las que se le
sometió fueron de lo más humillantes y, en algunas ocasiones, fueron seguidas
de manifestaciones sobrenaturales. Pero el hermano Juan perseveró y, años más
tarde, a menudo expresaba su gratitud al implacable instructor que le hizo
comprender que el vencimiento propio era el único camino seguro hacia la
perfección.
En 1420, Juan fue elevado a la dignidad
sacerdotal. Mientras tanto, hizo extraordinarios progresos en los estudios,
llevando al mismo tiempo una vida de extrema austeridad; recorrió los caminos
descalzo; dedicaba solamente tres o cuatro horas al sueño y llevaba puesta
continuamente una áspera camisa de cerdas. En sus estudios tuvo por compañero
a san Jacobo de la
Marca y por maestro a san Bernardino
de Siena, a quien le tomó el más profundo afecto y veneración.
Pronto, las excepcionales dotes oratorias de Juan se dieron a conocer. Toda la
Italia de aquella época atravesaba una terrible crisis de inquietud política y
relajación de costumbres. Estas dificultades eran causadas o, por lo menos
acentuadas, por el hecho de que existían tres rivales que reclamaban el Papado
y por el acerbo antagonismo entre güelfos y gibelinos, que aún persistía. A
pesar de todo esto, en sus predicaciones en toda la extensión de la península,
Juan encontró maravillosas respuestas. Hay, sin lugar a duda, una nota de
exageración en los términos en que los padres Cristóbal de Varese y Nicolás de
Fara describen el efecto producido por sus discursos. Hablan de 100.000 y hasta
de 150.000 oyentes que escuchaban cada sermón. Eso ciertamente no era posible
en un país diezmado por guerras, hambre y pestes, y con los escasos medios de
comunicación de aquel entonces. Pero había bastante razón para justificar el
entusiasmo de los citados escritores, cuando nos dicen: «No había nadie tan
ansioso como Juan Capistrano por la conversión de los herejes, cismáticos y
judíos. Nadie que anhelara tanto que su religión floreciera, o que tuviera
mayor poder para obrar maravillas. No había nadie que deseara tan ardientemente
el martirio, ni tan famoso por su santidad. Y así, era recibido con honor en
todas las provincias de Italia. La afluencia de gente a sus sermones era tan
grande, que hacía pensar que los tiempos apostólicos habían vuelto. Al llegar a
la provincia, los pueblos y aldeas se conmovían y grandes multitudes acudían a
oírlo. Los pueblos lo invitaban a visitarlos, ya por medio de cartas
apremiantes, o por medio de mensajeros, o apelando al Soberano Pontífice
mediante personas influyentes». Pero lo que principalmente absorbía toda la
atención del santo era el trabajo de la predicación y la conversión de las
almas.
No hay ocasión para referir aquí al
detalle las dificultades domésticas que agobiaron a la Orden de San Francisco,
a partir de la muerte de su seráfico fundador. Baste decir que el grupo
conocido como «los Espirituales» no tenía, de ninguna manera, los mismos puntos
de vista respecto de la observancia religiosa que los que fueron llamados
«relajados». La reforma de los observantes, que había sido iniciada en la mitad
del siglo XIV, se encontraba todavía obstruida en muchas formas por la
administración de superiores generales que sostenían un diferente tipo de
perfección y, por otro lado, hubo también exageraciones en la dirección de una
austeridad más severa, que culminó eventualmente con las enseñanzas heréticas
de los «Fraticelli». Todas estas dificultades requerían un arreglo y
Capistrano, trabajando en armonía con san Bernardino de Siena, fue llamado a
soportar gran parte de esta pesada carga. Después del capítulo general,
celebrado en Asís en 1430, se nombró a san Juan para que sacara las
conclusiones a que había llegado la asamblea y, estos «Estatutos Martinianos»,
como fueron llamados (en virtud de su confirmación por el papa Martín VI), se
cuentan entre los más importantes en la historia de la Orden. De nuevo, en
otras varias ocasiones, le confió la Santa Sede a Juan poderes inquisitoriales,
como por ejemplo, para proceder en contra de los «Fraticelli» y para investigar
la grave acusación que se hizo contra la Orden de los Jesuatos, fundada por
el beato Juan
Colombini. Más tarde, estuvo profundamente interesado en la
reforma de las monjas franciscanas, que debían su principal inspiración a santa Coleta,
así como a los terciarios de la orden. En el Concilio de Ferrara, trasladado
después a Florencia, se le escuchó con atención, pero entre las primeras y las
últimas sesiones, se vio obligado a visitar Jerusalén como comisario
apostólico. Incidentalmente, había contribuido mucho a la inclusión de los
armenios en el arreglo con los griegos, por desgracia de corta duración, que
iba a tener efecto en Florencia.
Cuando el emperador Federico III,
encontrando que la fe religiosa de los países bajo su soberanía sufría
penosamente por las actividades de los husitas y otros sectarios heréticos,
pidió ayuda al papa Nicolás V, y san Juan Capistrano fue enviado como comisario
e inquisidor general, y partió para Viena en 1451, con doce de sus hermanos
franciscanos para que le ayudaran. Está fuera de duda que su arribo produjo
gran sensación. Silvio Eneas, el futuro Papa Pío II, nos relata cómo, al entrar
al territorio austríaco, «los sacerdotes y el pueblo salieron a recibirlo,
llevando las sagradas reliquias. Lo saludaron como legado de la Sede
Apostólica, como predicador de la verdad y como a un gran profeta enviado por
Dios. Bajaban de las montañas para saludar a Juan, como si Pedro o Pablo o
alguno de los otros apóstoles fuera el que llegara. Gustosamente besaban la
orla de su vestidura, le presentaban sus enfermos y afligidos y se dice que
muchos fueron curados. La gente importante de la ciudad salió a recibirlo y lo
condujo a Viena. No había plaza que pudiera contener a las multitudes. Todos lo
miraban como a un ángel de Dios». El trabajo de Juan como inquisidor y sus
tratos con los husitas y otros herejes bohemios ha sido severamente criticado,
pero éste no es el lugar para intentar ninguna justificación. Su celo era
cauterizante y consumidor, aunque era misericordioso con los humildes y los
arrepentidos. Se adelantaba a su tiempo en su actitud con respecto a la
brujería y al uso de la tortura. Los milagros que lo acompañaban dondequiera que
iba y que él atribuía a las reliquias de san Bernardino de Siena, fueron
asiduamente observados por sus compañeros. Más tarde, se levantó un prejuicio
en contra del santo, a causa de los relatos que fueron publicados sobre estas
maravillas. Viajó de un lugar a otro, predicando en Baviera, Sajonia y Polonia,
y sus esfuerzos eran, en todas partes, acompañados por un gran renacimiento de
la fe y la devoción. Cocleo de Nüremberg nos relata que «los que lo vieron allí
lo describen como un hombre pequeño de cuerpo, enjuto, extenuado y con la piel
pegada al hueso, pero entusiasta, fuerte y asiduo en el trabajo. Dormía con su
hábito y se levantaba antes de la aurora, recitaba su oficio y celebraba luego
la misa. Después de eso, predicaba en latín, que en seguida era traducido al
pueblo por un intérprete». También visitaba a los enfermos que esperaban su
llegada, poniéndoles las manos sobre la cabeza, rezando y tocándolos con una de
las reliquias de san Bernardino.
La caída de Constantinopla a manos de los
turcos, puso fin a esta campaña espiritual. Capistrano fue llamado para alentar
a los defensores de Occidente y para predicar una cruzada contra los infieles.
Sus primeros esfuerzos en Baviera y aún en Austria encontraron poca respuesta
y, a principios de 1456, la situación se hizo desesperada. Los turcos avanzaban
para sitiar Belgrado y el santo, que por este tiempo había viajado a Hungría,
reunido en consejo con el gran general Huniyades, vio con claridad que tendrían
que depender principalmente del esfuerzo local. San Juan, personalmente, se
extenuó predicando y exhortando al pueblo húngaro para levantar un ejército que
pudiera enfrentarse al peligro amenazante y él mismo condujo a Belgrado más
tropas que había podido reclutar. Muy pronto, los turcos estuvieron parapetados
y el sitio empezó. Animados por las oraciones de Capistrano y su heroico
ejemplo en el campo de batalla, y adecuadamente guiados por la experiencia
militar de Huniyades, los soldados de la guarnición consiguieron al fin una
abrumadora victoria. El sitio fue abandonado y la Europa occidental quedó a
salvo, temporalmente, pero la putrefacción de miles de cadáveres que quedaron
insepultos alrededor de la ciudad, provocó una epidemia que costó la vida,
primero que a nadie, a Huniyades y después, un mes o dos más tarde, al mismo
Capistrano, agotado por años de trabajo y austeridades y por las penalidades
del sitio. Murió pacíficamente en Villach, el 23 de octubre de 1456 y fue
canonizado en 1724. Su fiesta fue general en 1890 para toda la Iglesia occidental.
El material biográfico más importante para
la historia de san Juan Capistrano esté publicado en el Acta Sanctorum,
octubre, vol. x. Ver Bolandistas, Biblioteca Hagiográfica Latina, nn.
4360-4368, pero además de esto, existe considerable cantidad de nueva
información referente a los escritos de san Juan, sus cartas, reformas y otras
actividades, que ha sido publicada durante el siglo actual en el Archivum
Franciscanum Historicum editado en Quaracchi; préstese particular atención a
los escritos referentes a san Juan y los husitas en los volúmenes XV y XVI de
la misma publicación. Este y otros materiales han sido usados por J. Hofer en
el St. John Capistran, Reformer (1943), obra de gran valor y erudición.
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ingreso o última modificación relevante: ant 2012
Estas biografías de santo son propiedad de
El Testigo Fiel. Incluso cuando figura una fuente, esta ha sido tratada sólo
como fuente, es decir que el sitio no copia completa y servilmente nada, sino
que siempre se corrige y adapta. Por favor, al citar esta hagiografía,
referirla con el nombre del sitio (El Testigo Fiel) y el siguiente
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