Una religión sin Templo
Día a día y mes a mes
estamos ya en marzo y en pleno proceso de vacunación y desescalada. Es posible
que en nada tengamos 'el virus' controlado.
Estamos en la tercera
etapa de las cinco de la experiencia de la Cuaresma de los católicos. A veces
me gustaría saber las razones por las que se ha elegido este relato del
Evangelio para un domingo como éste o para cualquier otro domingo. Da igual.
Siempre me vuelve a sobrecoger la claridad con la que el Evangelista Juan nos
presenta a su Jesús de Nazaret denunciando la presencia del único Templo de su
Religión en Jerusalén. Es cierto que esta denuncia nos la han contado los
cuatro Evangelistas. Cada uno a su modo, pero con la misma transparencia y
rotundidad los cuatro. Quizá el Evangelio de Juan es más 'violento' que los
tres anteriores. Este Jesús de Juan nos permite imaginar un Templo de Jerusalén
como el mayor de los mercados imaginables donde parece que sólo impera la
religión del dinero y del poder en nombre de un Dios insaciable ante la
tentación de la ostentación. A veces, siento en mis oídos que
aquel YavéDios del Templo donde está Jesús grita sin descanso
"¡Lo quiero todo! Aquí y ahora".
Jesús de Nazaret denunció
aquella realidad, la que él conoció. No quiero ni pensar qué hubiera dicho y
hecho este mismo Jesús si hubiera pasado a sus veinte años por aquel país de
Egipto y hubiera contemplado los Templos faraónicos de sus dioses. Y tampoco
quiero dejar de imaginarme a este mismo Jesús contemplando los Templos de las
religiones que se consideran institucionalizadas por el propio Jesús. ¡Cuánta
ostentación de poderío, lujo y riqueza!
Creo que este hombre de la
Galilea del norte, laico y preocupado siempre por aquello de 'ser humano y
persona' se había aprendido muy bien las palabras y hechos de gentes como el
profeta Miqueas que no se calló ni se asustó para decir todo cuanto dice en su
breve texto de 3,9-12. Seguramente que este mismo Miqueas era un seguidor
incondicional de aquel otro profeta llamado Natán que se atrevió a parar los
pies a todo un rey David que soñaba con construirle un templo a Dios (2
Samuel 7).
Ya es bastante y creo que no
merece la pena alargarse en la contemplación de los datos de la historia. Una
vez más aprovecharé este domingo para preguntarme si vale o no la pena vivir
del espíritu de una religión que ha puesto su centro en la visibilidad de un
Templo.
Y recordaré que este
Evangelio de Juan nos viene a afirmar sin ningún género de dudas que la
religión de su Jesús de Nazaret no necesita ningún templo. Se lo dijo así a la
mujer samaritana (Juan 4) y a todos cuantos cenaron con él aquella noche de las
despedidas (Juan 13, especialmente 13,35). Por cierto, este versículo de Juan
13,35 nunca se nos cita en el Catecismo de la Iglesia Católica editado en Roma
en 1992.
A continuación se encuentran
los comentarios del texto de Juan 2,13-25 y la página de los Cinco Minutos
bíblicos.
También están recogidos estos
comentarios en el archivo adjunto.
Domingo 3º de Cuaresma
Ciclo B (07.03.2021): Juan 2,13-25.
El virus de la corona, ¿religiosa? Me lo digo y lo escribo CONTIGO,
Después de ser tentado en el desierto y de haberse
transfigurado en la cumbre alta de un monte, el Jesús de quien nos hablaba el
Evangelio de Marcos en los dos domingos anteriores se nos vuelve mudo, o quizá
le han enmudecido los responsables de las liturgias vaticanas. A estas gentes
les parece -verdadero, justo y necesario- dar voz al cuarto Evangelista, el
único que nos ha dejado el sorprendente dato de habernos contado las tres
últimas Pascuas de su Jesús de Nazaret.
El relato que oiremos en este día del siete de marzo y del
tercer domingo de Cuaresma comienza con estas palabras: “Se acercaba la
Pascua de los judíos” (Juan 2,13). Un poco más adelante, en Juan 6,4,
volvemos a leer esto otro: “Estaba próxima la Pascua, la fiesta de los
judíos”. Y por tercera vez, en Juan 13,1, se nos escribe también: “Antes
de la fiesta de la Pascua”. Está muy claro que para este Evangelista
sucedieron tres acontecimientos muy significativos en la primaveral fiesta
judía del paso de la esclavitud a la liberación. El primero de estos sucesos lo
recordaremos en este primer domingo del mes de marzo de este 2021, justamente
un año después del primer confinamiento por la pandemia del virus de la
corona.
He escrito muy conscientemente la expresión ‘el virus de
la corona’ y no es la primera vez que lo hago. El tal virus será un virus
tan peculiar que viaja como casi todos ellos en la distancia corta del aire que
a ti y a mí nos envuelve para que lo respiremos y se nos adentre en las
entretelas de la vida. Pero sabemos también los humanos que existe ese otro
virus que se aloja en los adentros de las neuronas adosado a las ansias
insaciables del poder.
Y este virus del poder, se cuenta ya en las primeras páginas
de ‘El Génesis’ de la Biblia y de la Historia, ¿no existe desde que los humanos
se irguieron sobre sus dos pies, levantaron sus cabezas y comenzaron a caminar
en el progreso a costa de unos y de otros tratando de sobrevivir hasta lograr
inmortalizarse los más fuertes en el tener, saber, creer y aparentar?
A más de uno de los lectores de estas líneas le puede
sorprender esto del progresar en el poder como si se tratara de ‘el virus’.
Pues sigo creyendo que sí. Y más cuando me estoy volviendo a leer en estos días
de la pandemia esta sugerencia de la autoridad de la liturgia que me propone el
mensaje de Juan 2,13-25, que no es otra cosa que el choque de dos
poderes. Por un lado, el poder del único Templo del judaísmo, arraigado y
crecido en Jerusalén y, por otro lado, el poder de la debilidad de un
judío, galileo y laico, crítico con el sistema de la Ley de Moisés divinizada
por el Sacerdocio y sus Liturgias ante el Tesoro áureo ¿de su Yavé Dios?
Aquel Templo, ¿todopoderoso como su dios?, apresó, enmudeció,
ejecutó y sepultó a Jesús de Nazaret. Y aquel Templo acabó también por
derrumbarse ante el poder de otro Templo como el del poder del romano Júpiter
(juntamente con su esposa Juno y su hija Minerva).
Y ahí y en estas opciones seguimos. Y como entonces, cuando
algunos creyeron en el galileo, también cien años después y mil años después y
también hoy... algunos tratamos de comprender la luz y sentido de la debilidad
del siempre viviente Jesús de Nazaret. C. B. H.
CINCO MINUTOS
con la Biblia entre las manos.
Domingo 15º: 07.03.2021. Después de
comentar los cuatro Evangelios y Hechos ¡completos!...
EN TIEMPO DE PRIMAVERA, HABLEMOS DE HIGUERAS
Según el evangelio de Juan (Jn 1,45-50), Jesús
reconoce al judío Natanael porque antes le ha visto «debajo de la higuera». No
«en la higuera», como vulgarmente se dice,
que no tiene nada que ver lo uno con lo otro.
Según el
evangelio de Marcos (Mc 11,12-14.20-21), Jesús maldice a una higuera (¡qué
pecado habrá cometido la pobre!) florida y hermosa. Tal maldición provoca en
veinticuatro horas la esterilidad más radical del citado árbol: hasta la raíz
de dicha higuera quedó seca, y eso que era plena primavera...
Si se lee
el correspondiente texto paralelo en el evangelio de Mateo (Mt 21,18-19), la
maldición de Jesús produce en la higuera un efecto tan trágico como inmediato:
al instante, la higuera quedó seca. Los videntes del «acontecimiento» debieron
quedar sorprendidísimos...
¿Quién es esta higuera tan «singular» que, de la noche a la
mañana, viene a quedar reducida a nada? En la
simple lectura literal da la impresión de que Jesús es un auténtico
anti-ecologista. Uno se pregunta muchas cosas: ¿De verdad Jesús se encaró tan
agresivamente con una inocente higuera? ¿Quería Jesús, tal vez, decir a todo el
mundo, y más a los doce, que tenía una fuerza poderosa en su persona capaz de
hacer milagros tan maravillosos y sorprendentes?
¿Quería decir Jesús a todos que ese poder le venía por ser el hijo del
Todopoderoso? ¿Qué había hecho de malo esta higuera?... ¿Quién es esta higuera?
Higueras y viñas son frecuentes en los climas y tierras del
ámbito mediterráneo. También eran frecuentes en la Palestina de los tiempos de
Jesús. ¿Cuántas veces se compara en la Biblia el pueblo de Israel con una viña?
¿Acaso se nos puede olvidar el salmo 80? ¿Y cuántas veces hemos visto higueras
bien hermosas en medio de los viñedos? Por ello, me pregunto: Si la viña es
Israel, ¿quién es esa higuera que está en medio de la viña-Israel? Y con esta
pregunta en la cabeza uno relee los textos bíblicos anteriores y escucha la
palabra de los comentaristas. Y sorprende comprobar que la tal higuera
florida-primaveral-hermosa no es otra que la institución “Templo de Jerusalén”.
La higuera es el templo. Un templo florido y hermoso,
pero estéril, sin frutos. Y por no dar frutos
se secará hasta la raíz. ¿Qué frutos debía dar el templo (la Casa de Dios, para
el judío)? Pues, sencillamente, los frutos que Dios desea: la justicia, la
solidaridad, la tolerancia, la paz, el compartir, el servir, la misericordia,
el perdón, la fraternidad... Al parecer, todos estos valores no eran los frutos
que pudieran encontrarse en el magnífico
templo de Jerusalén de los tiempos de Jesús. Por lo tanto, debe desaparecer.
Allí donde maduren los frutos que Dios desea: justicia,
solidaridad, perdón, fraternidad..., allí
está el templo de Dios, la auténtica higuera,
no la higuera que aparenta lozanía y frondosidad... Lector que lees tómate un
minuto de esta reflexión para pensar y orar: ¿No hay a nuestro alrededor
también demasiados templos-higueras estériles? ¿Dónde están los templos que
Dios quiere?... Pues, si «ahora escucháis su voz, no endurezcáis vuestro
corazón». Carmelo Bueno Heras Educar hoy 27 (febrero-marzo.1991).
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