Muy buenas, Leyente constante o
inconstante.
Ahora estamos en el mes de mayo,
pero recibes ya unos comentarios de textos del Evangelio para el mes de
junio.
Este Junio es el mes sexto del año
2019. 'Qué rápido ha pasado todo', dirá más de uno. El tiempo no pasa rápido ni
lento. Pasa. Y no olvidaré nunca que hoy es siempre.
Hoy es siempre.
Mañana volverá a ser hoy.
Cuando comiences a leer el
comentario correspondiente al Evangelio que se anunciará en las celebraciones
constatarás que estaremos celebrando la fiesta de la Ascensión. No la fiesta de
la Asunción, que ésta se celebra el 15 de agosto y está dedicada a María.
Jesús asciende porque puede hacerlo.
Su madre es ascendida, llevada, porque ella sola no puede... Son las cosas
del Catecismo, me digo.
Existe un Evangelista, que se llama
Mateo, que no dice ni una palabra de esta Ascensión de Jesús. Es más,
habla de que este Jesús se queda para siempre aquí, contigo, conmigo, con
todos.
Medito despacio estas cosas y me
digo...
¿Por qué nos gusta tanto hablar de
cuanto ignoramos?
¿Por qué nos gusta tanto escribir de
cuanto ignoramos?
¿Por qué nos gusta tanto cree en
cuanto ignoramos?
¿Por qué? Por una razón
sencilla. Porque la ignorancia es atrevida.
No sé de qué manera habla de la
Ascensión el relato de Lucas 24,46-53.
Pero en todo caso, el relato
de Lucas sucede a los tres días del sepultamiento de Jesús. Este va
a ser el relato oficial que se nos anunciará en las celebraciones del
domingo primero de junio en las eucaristías.
El otro relato del Evangelio que
comento corresponde al Evangelista Mateo. Después de veintiséis semanas,
volvemos a constatar que Jesús por un lado y los fariseos y letrados o
escribas por otro ven las cosas de la Ley de Moisés y de la práctica
religiosa de maneras muy contrapuestas... Y eso que parece que hablan sólo
de las cosas del comer... Aunque creo que hay más.
Te dejo, mi Leyente, con los
comentarios que encuentras a continuación.
Gracias por acompañarme mientras
escribo. Te imaginaré mientras me lees...
Domingo de la ASCENSIÓN en el Ciclo C (02.06.2019): Lucas 24,46-53
“Estoy con vosotros siempre. ¿No se
fue?” Lo medito
y escribo CONTIGO:
Llegó ya el primer domingo de este mes de junio del año 2019. Y con él
se inician los cuatro domingos que ponen el punto final a las celebraciones de
la Cuaresma, de la Semana llamada Santa y de la Pascua: domingo de la
Ascensión, domingo de Pentecostés, domingo de la Trinidad y domingo del Corpus.
Todas estas fiestas pertenecen a la ilustrada imaginación espiritual de ‘la
religión’ que fue llegando después de Jesús de Nazaret.
En estos cuatro domingos del dogma cristiano se leen relatos de los
Evangelios de Lucas y de Juan desprovistos de sus correspondientes contextos
literarios y teológicos. De esta manera se puede interpretar cada relato como
cada oyente de la palabra desee o mejor se le acomode a sus intereses
religiosos, teológicos y hasta económicos y políticos.
El ejemplo primero de esto que estoy afirmando lo podemos constatar en
el relato de Lucas 24,46-53, que se
nos propone para la lectura y meditación en la festividad de la Ascensión o
subida de Jesús de Nazaret desde esta tierra donde vivió hasta las moradas de
los cielos que en aquellos tiempos del siglo primero se pensaba que estaban en
el más allá de lo alto de los cielos. Desde que se confirmó por la ciencia que
no hay tal ‘arriba en los cielos’ debería de
haberse olvidado hablar de ‘ascender a los cielos’. Sin embargo, nuestra
iglesia no cambia.
Con el relato de Lucas 24,46-53, el Evangelista da por concluida la
primera parte de su obra sobre la persona, vida y mensaje de su Jesús de
Nazaret. Y este informadísimo narrador nos cuenta aquí que ‘la ascensión al
cielo’ de su Jesús de Nazaret sepultado y resucitado sucede en el primer día de
la semana y en la misma jornada que la experiencia de ‘los dos de Emaús’ que
ningún otro Evangelista nos ha contado. Por todo esto, debe leerse siempre este
capítulo final de Lucas completo.
Este Jesús del escritor Lucas es un hombre judío y laico de la tierra
de Galilea que nació, vivió y murió relacionado en todo momento con la realidad
existencial del Templo de Jerusalén. En este Templo estuvo el Sumo Sacerdote
Zacarías en los inicios de la narración (Lc 1,5 y siguientes) y en este Templo
acaba Lucas su narración de ‘la ascensión’ de Jesús y la continuación de la
vida de sus seguidores (Lc 24,52-53): “Ellos...
estaban siempre en el Templo bendiciendo a Dios”.
Jesús se fue a... ¿su cielo del más allá que se solía llamar ‘paraíso
de Dios’? ¿Llegó y se asentó para siempre en el séptimo círculo de las esferas
celestes imaginadas por personas como Platón el griego o Dante el romano o ‘el
inmortal seguro’ de Fray Luis de León el agustino?
El informadísimo narrador Lucas se atrevió a poner en boca de su Jesús
resucitado unas palabras que seguramente más de un lector atentamente crítico
no podrá digerir y asimilar sin notables sobresaltos: “Jesús abrió las inteligencias de ellas y de ellos, presentes en la
aparición del resucitado..., y les dijo
que... se predicara en su nombre la conversión para el perdón de los
pecados a todas las naciones, empezando desde Jerusalén...” (Lc 24,45-47).
Acepto el reto y perdonaré pecados al modo de Juan (Lc 3) o, mejor aún, al modo
de este Jesús de Lc 7,36-50.
Domingo 27º de Mateo (02.06.2019): Mateo 15,1-20.
“Todo cuanto deseas que te hagan,
házselo a los demás” (Mateo 7,12)
El narrador Mateo está contando a sus lectores las últimas tareas de
su evangelizador Jesús de Nazaret por las tierras de la región de Galilea, la
región del gran Lago de Genesaret. Una de estas últimas tareas es un encuentro de este Jesús con fariseos y letrados
llegados explícitamente desde Jerusalén, por un lado (Mt 15,1-9); con la gente que le acompaña, por otro
(Mt 15,10-11) y con sus propios
seguidores, en tercer lugar (Mt 15,12-20).
El relato está tan clarito que no sería necesario ningún comentario.
Cuantas más veces se lea el texto del Evangelista mejor se caerá en la cuenta
de la fuerza revolucionadora que le ha imprimido el autor a su Jesús de
Nazaret. Una vez más, en este encuentro se denuncia el vacío de la Religión de
Israel. Una Religión que se ha quedado en el rito de prácticas sin sentido.
El asunto, pues, que nos propone el Evangelista es contemplar a su
Jesús de Nazaret, el judío galileo y laico, comprometido con la tarea de quitar
las máscaras y engaños con las que la autoridad de una Religión pretende
servirse interesadamente de los practicantes de la misma. Esta realidad de una
Religión de ‘postureo’, diríamos hoy, siempre estuvo y estará presente en las
pretensiones y proyectos de todo movimiento religioso.
Nuestro narrador Mateo reconoce, por boca de su Jesús, que las
denuncias del vacío y sin sentido de toda práctica externa de una Religión, en
este caso la Religión judía de Moisés y del Templo, vienen de muy lejos. Vienen
desde el tiempo de las personas con el sentido común despierto que fueron los
profetas. Estos profetas siguen escandalizando a los fariseos (15,12).
La cita de la denuncia que Mateo nos selecciona pertenece al gran
Isaías, el primero, el del siglo octavo antes de aquel tiempo del siglo primero
(Is 29,13 que se lee en Mt 15,8-9). Y al releerlo ahora y constatar la vigencia
de su mensaje, uno se pregunta ¿por qué nos falta a los seres humanos tanta
sensibilidad, ternura, acogida, humanización y libertad?
Creo no estar demasiado despistado si afirmo que las palabras que este
Jesús de Nazaret le dice a la gente son el centro de su mensaje evangelizador.
Estas palabras son, en síntesis, la semilla de su buena noticia: “Escuchad
y entended: No mancha a la persona
lo que entra por su boca. Lo que sale de su boca es lo puede manchar a la
persona” (Mt 15,11). En imperativo.
Y cómo no me voy a recordar ahora, lector despierto, de aquella otra
semilla sembrada por el Evangelista en el corazón del primer discurso de su
Evangelizador Jesús: “Cuanto deseas que
te hagan los demás, házselo a ellos. Esta es toda la Ley y todos los Profetas”
(Mt 7,12). Estos deseos nacen desde dentro, nadie los impone desde fuera a no
ser que sea una falsa Religión.
Reconozco sentir un cierto alivio consolador al constatar cuánta ignorancia
o incapacidad habita en Pedro, y en los demás, para comprender esta buena
noticia de la evangelización de Jesús. “Explícanos
la parábola”, pide Pedro, en plural, a Jesús (Mt 15,15). Obedecer normas
externas es la fuerza esclavizadora de toda Religión. En cambio, decidir desde
dentro de uno mismo libera, compromete y humaniza. La Religión es cumplimiento.
Sólo quien decide cree.
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