sábado, 1 de junio de 2019

Santos Marcelino y Pedro, mártires (2 de junio)


Santos Marcelino y Pedro, mártires

fecha: 2 de junio
†: c. 304 - país: Italia
canonización: pre-congregación
hagiografía: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI
Elogio: San Marcelino, presbítero, y san Pedro, exorcista, mártires, acerca de los cuales el papa san Dámaso cuenta que, durante la persecución bajo Diocleciano, condenados a muerte y conducidos al lugar del suplicio, fueron obligados a cavar su propia tumba y después degollados y enterrados ocultamente, para que no quedase rastro suyo, pero más tarde, una piadosa mujer llamada Lucila trasladó sus santos restos a Roma, en la vía Labicana, dándoles digna sepultura en el cementerio «ad Duas Lauros».
Oración: Señor, tú has hecho del glorioso testimonio de tus mártires san Marcelino y san Pedro nuestra protección y defensa; concédenos la gracia de seguir sus ejemplo y de vernos continuamente sostenidos por su intercesión. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos. Amén (oración litúrgica).
Marcelino y Pedro se encuentran entre los santos romanos que se conmemoran en el canon I de la misa. Marcelino era un prominente sacerdote en Roma durante el reinado de Diocleciano, mientras que Pedro, según se afirma, era un exorcista. Debido a un error de lectura del Hieronymianum, se había llegado a la conclusión de que otros mártires perecieron con ellos, en número de cuarenta y cuatro, y así lo consignaba el anterior Martirologio Romano, lo que fue enmendado en el actual. Un relato muy poco digno de confianza sobre su pasión, declara que ambos cristianos fueron aprehendidos y arrojados en la prisión, donde tanto Marcelino como Pedro mostraron un celo extraordinario en alentar a los fieles cautivos y catequizar a los paganos, para obtener nuevas conversiones, como la del carcelero Artemio, con su mujer y su hija. De acuerdo con la misma fuente de información, todos fueron codenados a muerte por el magistrado Sereno o Severo, como también se le llama. Marcelino y Pedro fueron conducidos en secreto a un bosquecillo que llevaba el nombre de Selva Negra, para que nadie supiera el lugar de su sepultura y se les cortó la cabeza. Sin embargo, el secreto se divulgó, tal vez por medio del mismo verdugo que posteriormente se convirtió al cristianismo.
Dos piadosas mujeres, Lucila y Fermina, exhumaron los cadáveres y les dieron conveniente sepultura en la catacumba de San Tiburcio, sobre la Vía Labicana, no sin recoger antes algunas reliquias. El papa Dámaso, autor del epitafio para la tumba de los dos mártires, declaró que siendo niño, se enteró de los pormenores de su ejecución por boca del propio verdugo. El emperador Constantino mandó edificar una iglesia sobre la tumba de los mártires y quiso que ahí fuera sepultada su madre, Santa Elena. En el año de 827, el Papa Gregorio IV hizo donación de los restos de estos santos a Eginhard, antiguo hombre de confianza de Carlomagno, para que las reliquias fueran veneradas en los monasterios que había construido o restaurado; por fin, los cuerpos de los mártires descansaron en el monasterio de Seligenstadt, a unos veintidós kilómetros y medio de Francfort. Todavía se conservan los relatos donde se registraron minuciosamente todos los detalles de los milagros que tuvieron lugar durante aquella famosa traslación. La prueba de que en la Roma antigua se rendía mucho culto a estos dos santos, está en que abundan inscripciones para conmemorarlos, como ésta: «Sáncte Petr (e) Marcelline, suscipite vestrum alumnum» (Sanos Pedro y Marcelino, recibid a vuestro alumno).
La legendaria pasión y otros datos, fueron impresos en Acta Sanctorum, junio, vol. I. Consúltese especialmente a J. P. Kirsch, Die Mdrtyrer der Katakombe ad duas lauros (1920), pp. 2-5.
En la imagen: Pasión de los santos Marcelino y Pedro, de Vincentius Bellovacensis, en «Speculum historiale», del siglo XV, que se conserva actualmente en París; nótese que la pasión está contada "cinematográficamente", en pequeños cuadros dentro de la escena.
fuente: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI
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