Semana del medio ambiente:
garantizar
el futuro de la vida y de la Tierra
2019-06-09
En el mundo entero y también
entre nosotros se celebra con eventos y discusiones ecológicas la Semana del
Medio-Ambiente. Lógicamente, el «medio»-ambiente no nos satisface, pues
queremos el ambiente «entero».
El
Papa en su encíclica «Sobre el cuidado de la Casa Común» (2015) superó
este reduccionismo y propuso una ecología integral que abarca lo ambiental, lo
social, lo político, lo mental, lo cotidiano y lo espiritual. Como han dicho
grandes exponentes del discurso ecológico: con este documento, dirigido a la
humanidad y no sólo a los cristianos, el Papa Francisco se coloca a la cabeza
de la discusión ecológica mundial. En su detallada exposición sigue el guión
metodológico de la Iglesia de la Liberación y de su teología: ver, juzgar,
actuar y celebrar.
Fundamenta
sus afirmaciones (el «ver») con los datos más seguros de las ciencias de la
Tierra y de la Vida; somete a un riguroso análisis crítico («juzgar») lo que él
llama «paradigma tecnocrático» (nº 101), productivista, mecanicista,
racionalista, consumista e individualista, cuyo «estilo de vida sólo puede
desembocar en catástrofes» (nº 161). El juzgar implica una lectura teológica en
la que el ser humano emerge como cuidador y guardador de la Casa Común (todo el
capítulo II). Coloca como hilo conductor la tesis básica de la cosmología, de
la física cuántica y de la ecología: el hecho de que “todo está relacionado, y
todos nosotros, seres humanos, caminamos juntos como hermanos y hermanas en una
peregrinación maravillosa… que nos une también con tierno afecto al hermano
Sol, a la hermana Luna, al hermano río y a la Madre Tierra” (nº 92). Propone
prácticas alternativas («actuar») pidiendo con urgencia una “radical conversión
ecológica” (nº 5) en nuestro modo de producir y de consumir, «alegrándonos con
poco» (nº 222) «con sobriedad consciente» (nº 223), «en la convicción de que
cuanto menos, tanto más» (nº 222). Destaca la importancia de «una pasión por el
cuidado del mundo», «una verdadera mística que nos anima» (el «celebrar») para
asumir nuestras responsabilidades ante el futuro de la Vida.
Actualmente
se libra una batalla feroz entre dos visiones con respecto a la Tierra y a la
naturaleza que afectan nuestra comprensión y nuestras prácticas. Esas visiones
están presentes en casi todos los debates.
La
visión predominante, que constituye el núcleo del paradigma de la modernidad,
ve la naturaleza como algo que ha sido destinado para nosotros, cuyos bienes y
servicios (el sistema prefiere llamarlos «recursos», los andinos «bondades de
la naturaleza») están disponibles para nuestro uso y bienestar. El ser humano
está en la posición adánica de quien se considera «maestro y señor» (Descartes)
de la naturaleza, fuera y por encima de ella. Considera a la Tierra una
realidad sin propósito (res extensa), una especie de baúl, lleno de
bienes y servicios infinitos, que sostienen un proyecto de
desarrollo/crecimiento también infinito. De esta actitud de dominus
(dueño) surgió el mundo científico-técnico que tantos beneficios nos ha traído,
pero que al mismo tiempo ha creado una máquina de muerte que, con armas
químicas, biológicas y nucleares, nos puede destruir a todos y poner en peligro
la biosfera.
La
otra visión, contemporánea, que tiene más de un siglo de vigencia pero que
nunca logró hacerse hegemónica, entiende que somos parte de la naturaleza y que
la Tierra está viva y se comporta como un superorganismo vivo, auto-regulado,
combinando los factores físico-químicos y ecológicos de forma tan sutil y
articulada que siempre mantiene y reproduce la vida. El ser humano es parte de
la naturaleza y aquella porción de la Tierra que en un proceso de altísima
complejidad comenzó a sentir, a pensar, a amar y a venerar. Nuestra misión es
cuidar de este gran Ethos (en griego significa casa) que es la Casa
Común. Somos el frater (hermano) de todos. Debemos producir para atender
las demandas humanas pero en consonancia con los ritmos de cada ecosistema,
cuidando siempre de que los bienes y servicios puedan ser usados con una
sobriedad compartida, con vistas a las futuras generaciones.
En
una mesa redonda con representantes de varios saberes, se discutían formas de
protección de la naturaleza. Había un cacique pataxó, del sur de Bahia,
que habló por último y dijo: «no entiendo el discurso de ustedes; todos quieren
proteger a la naturaleza; yo soy la naturaleza y me protejo». Aquí está la
diferencia: todos hablaban sobre la naturaleza como quien está fuera de ella,
nadie sintiéndose parte de ella. El indígena se sentía naturaleza. Protegerla
es protegerse a sí mismo que es naturaleza.
Este
debate todavía está en curso. El futuro apunta a la segunda visión, la de mirar
a la Tierra como Gaia, Pachamama, Gran Madre y Casa Común. Lentamente vamos
tomando conciencia de que somos naturaleza y que defenderla significa
defendernos a nosotros mismos y a nuestra propia vida. De lo contrario, la
primera visión, la de la Tierra y la naturaleza como un baúl de «recursos
infinitos», nos puede llevar a un camino sin retorno.
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