Es domingo, por la mañana, y
te escribo esta presentación de los comentarios de dos textos de los
Evangelios.
Tú que lees y yo que escribo
ya estamos habituados a esta adicción.
Nos estamos convirtiendo en
pequeños consumidores. En consumidores soportables, como si se tratará de un
cáncer no sólo soportable sino saludable.
Acostumbrado, como escrito
queda, a esta adicción dominical me he levantado con el alba, que se decía por
estas literaturas.
Y al abrir la privilegiada
ventana de mi habitación me ha sonreído sin inmutarse lo más mínimo una
preciosísima luna llena completa, e iluminada delicada y levemente por un sol
levemente rojito, lejano y alto.
Verla y quedarme sólo con el
aire ha sido todo uno.
Un larguísimo cuarto de hora
de meditación, es decir, de diálogo intranscribible entre uno mismo y uno
mismo, porque la luna llena del amanecer del día está, pero nunca habla mi
lengua.
Creo que lo ve todo, pero
ella no me cuenta nada. Está y se mueve sin casi percibirlo. Ni tan siguiera
permanece. Está en movimiento, suavemente previsible. Está ella y... estoy aquí
con ella. Estamos.
Ayer estuvo ahí y casi igual
y casi a la misma hora. Puntal en sus desplazamientos y en sus formas. Mañana
volverá a estar ahí, frente a mi ventana. No me espera. No permanece, se
desliza y se sonríe.
Digo que mañana volverá a
estar ahí, casi llena y casi completa, porque ya comienza a deshacerse sin
prisas.
En su luna llena empieza
también su menguante. Muy imperceptiblemente. Así es la luna. Está y en mirarla
a ella, me siento mirado, despertado, iluminado, enriquecido...
Me siento un poco más humano,
un poco más pequeño, un poco más consciente.
A esta luna llena de mi
ventana no le he pedido nada, porque he alcanzado a saber que ella no da lo que
no tiene. La luna llena no lo tiene todo. Se tiene ella misma y completa, pero
no lo tiene todo.
Ella es la luna y esta mañana
la he visto en su luna llena, redonda, dulcemente amarilla rojita, sin nubes
alrededor, sola, espléndida. Casi una mujer.
Así, en este rincón de nada,
ella y yo nos hemos sonreído un cuarto de hora y nos hemos marchado despacio y
de espaldas a nuestras tareas.
Te he contado y compartido
esta buena noticia, porque buena noticia lo ha sido para mí en esta
mañana.
La otra buena noticia, la del
evangelio con sus relatos y sus comentarios, la puedes saborear aquí y a
continuación.
También la encuentras en el
archivo adjunto.
No te he adelantado nada como
lo hago en otras ocasiones. Lo comentado está escrito. Y sé que lo leerás con
despacio y con cariño sereno. Sólo te destaco el título de mi comentario del
relato de Lucas, que dicen que habla de la oración: '¿Orar es sacar a Dios de
sus casillas?
Leyente de mis líneas, hoy te
he contado, escrito y compartido que 'Orar es abrir la ventana de tu habitación
y encontrarte de manos a boca con la luna, llena, redonda, completa, magnífica,
muda'.
Esto sucede así más o menos
de mes en mes. Los demás días se ora de otra manera, pero también es oración.
¿Comprendes, verdad?
Un beso y un abrazo, que
también es oración.
Domingo
29º del T.O. Ciclo C (20.10.2019): Lucas 18,1-8.
¿Orar
es sacar a Dios de sus casillas? Medito
y escribo CONTIGO:
El
domingo pasado se nos propuso la lectura de Lucas 17,11-19: el relato de la
curación de los diez leprosos. Y este domingo, día veinte de octubre, se nos
propone la lectura de Lucas 18,1-8: la parábola del juez y la viuda. ¿Por qué
motivos no se nos leerá nunca en este año dedicado a este Evangelio el relato
de Lc 17,20-37? ¿Por qué? Nunca lo sabré ni se sabrá. ¡Qué pena!
El
brevísimo texto de Lucas 17,20-21 merecería, al menos, leerse un domingo
y meditarse a lo largo de toda una semana. Propongo realizar esta experiencia
para llegar a convencerse de la centralidad de este mensaje dentro de todo el
relato de este Evangelio. Este relato, él solito, viene a ser una síntesis -es
decir, una semilla- no sólo de este Evangelio de Lucas, sino de la propia persona
y misión de Jesús de Nazaret: “El Reino de Dios no vendrá de forma
espectacular, ni se podrá decir que está aquí o allá, porque el Reino de Dios
está DENTRO de ti, de ti, de ti... De ti”. Este Reino o Reinado,
como el propio Jesús de Nazaret, es como... ¡la sal!
He
destacado la palabra ‘DENTRO’ porque esa es la traducción más directa y natural
del término griego que usó el Evangelista. Muchos traducen ese ‘dentro’ por
‘entre’. Suena muy semejante, pero es tan distinto y tan distante que confunde
y hasta engaña. Según este Jesús del Evangelista Lucas, cada ser humano lleva
dentro de él el Reino de Dios. Su semilla. Siento haber dedicado estos tres
párrafos del comentario para hacer que el silencio grite ¡un poquito!
Lucas
18,1-8 es un relato tan breve como sorprendente. Voy
deduciendo que este Jesús del Evangelista Lucas, que va de Camino desde Galilea
a Jerusalén, es un Jesús muy sorprendente. Copio el arranque de este relato: “Para
inculcar la necesidad de orar siempre sin desanimarse, Jesús contó esta
parábola” (Lc 18,1). El final de la parábola es un interrogante
estremecedor: “Cuando venga el hijo del hombre ¿encontrará fe en la tierra?”
(Lc 18,8).
Después
de leer la parábola en este contexto del asunto sobre la oración y sobre la
venida definitiva de ese personaje llamado ‘hijo del hombre’, reconozco que me
siento estremecido, incompetente y muy profundamente confundido y sorprendido.
La oración de la que aquí se habla, ¿es la oración de la insistente petición a
Dios hasta sacarlo de sus casillas para que actúe contra la injusticia de los
humanos que son mis enemigos? Y mis enemigos, ¿no rezan y oran a su Dios para
que acabe conmigo? Esta literalidad de la palabra de la parábola me inquieta y
me provoca rechazo y no adhesión. Ésta, creo, no es la oración practicada por
este Jesús de Lucas.
El
Dios en quien Jesús de Nazaret creía, me digo para mis adentros, no puede ser
como ese ‘juez injusto de la parábola’. Tal vez, un Dios como ese juez injusto
lo era Yavé, el Dios de Israel, el Dios del Salmo primero, el Dios del Templo
judío y de su Ley e, incluso, el Dios con el que recibí aquella mi primera
comunión del catecismo de Trento y de san Pío X que aseguraba que Dios
‘premiaba a los buenos y castigaba a los malos’. ¿Buenos y malos, amigos-enemigos?
Volveré
a releer este mensaje de Lucas 18,1-8, pero no dejaré de releer una vez más y
con renovado convencimiento aquella primera buena noticia, ¡Evangelio de
Jesús!, anunciada en alto en la primera y única venida del hijo del hombre
Jesús de Nazaret contada en Lc 4,14-30.
Carmelo
Bueno Heras
Domingo
47º de Mateo (20.10.2019): Mateo 26,36-56.
“Todo cuanto deseas que te hagan, házselo a los demás” (Mateo 7,12)
El
Evangelista Mateo sigue la narración del Evangelista Marcos para elaborar su relato
sobre los acontecimientos finales de la vida del laico de Galilea, Jesús, en la
capital de Jerusalén. Constatamos los hechos, reales o no, de la crónica de su
muerte anunciada. En el texto que he acotado (Mateo 26,36-56) podemos imaginar
cuanto pudo suceder en Getsemaní. Los cuatro Evangelios nos hablan de ello en
sus correspondientes relatos de la Pasión y cada uno de ellos nos lo cuenta a
su manera. Podría decir que se trata de cuatro visiones de la misma realidad.
El
texto del Evangelista nos indica con claridad narrativa el comienzo, que dice
así: “Entonces fue Jesús con sus discípulos a un huerto llamado Getsemaní”
(Mt 26,36). Y el final del relato es tan claro como sorprendente: “Entonces
todos los discípulos lo abandonaron [a Jesús] y huyeron” (Mt 26,56).
¿Qué ha sucedido en este lugar para que los discípulos abandonaran a Jesús de
Nazaret? ¿Quedó solo Jesús en este huerto y ninguna persona, al margen de sus
apresadores, quedó a su lado? ¿No le acompañaban mujeres que permanecieron a su
lado?
Los
hechos, vuelvo a recordar, reales o no tan reales, que tienen lugar en este
huerto, que parece conocerse también por el nombre de ‘huerto de los olivos’,
nos los cuenta Mateo agrupados en dos apartado o espacios de tiempo.
Lo
que sucede en un principio está contado en Mateo 26,36-46 y
se suele recordarlo con la expresión ‘la oración de Jesús en el huerto de los
olivos’ o tal vez, con terminología muy apropiada para las prácticas de ‘la
evangelización o de la espiritualidad’, ‘la experiencia de Getsemaní’. ¿Cómo se
llegó a saber qué pensó, qué sucedió por los adentros de Jesús e, incluso, qué
dijo este hombre si en el relato se nos cuenta que sus acompañantes quedaron
todos dormidos?
Estamos,
con seguridad, ante una narración que trata de interpretar lo que pudo suceder
en aquel tiempo de la noche y en aquel lugar. Jesús de Nazaret estuvo solo
consigo mismo. Analizando con rigor crítico la narración del Evangelista
pudiera arriesgarme a pensar que aquel Jesús estuvo acompañado por la presencia
despierta, callada y dolorida de un buen puñado de mujeres y, en especial, de
María Magdalena (como se apunta después en el texto de Mt 27,50-61).
Me
agrada constatar que el narrador Mateo nos está presentando a su Jesús como una
persona conscientemente lúcida en unos momentos de máxima conflictividad tanto
externa como interna: “Ha llegado la hora... los pecadores...” (Mt
26,45). Sobre este asunto de ‘la hora’ nos hablará muy especialmente el cuarto
Evangelio, el de Juan, desde el capítulo segundo de su Evangelio. Y Mateo se
atreve a llama ‘pecadores’ a las supremas autoridades del Templo.
Lo
que sucede después está contado en Mateo 26,47-56 y
se recordará como el cumplimiento de la traición de Judas consumada con el
apresamiento de Jesús en este lugar. La lectura de este hecho en las cuatro
narraciones del Evangelio nos deja tantas dudas que resulta imposible saber
ciertamente qué sucedió. Pero quedó claro que la voz y la vida de Jesús
enmudecieron.
Carmelo
Bueno Heras
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