domingo, 20 de octubre de 2019

¿Orar es sacar a Dios de sus casillas? (Domingo 29º del T.O. Ciclo C (20.10.2019): Lucas 18,1-8.) y “Todo cuanto deseas que te hagan, házselo a los demás” (Mateo 7,12) (Domingo 47º de Mateo (20.10.2019): Mateo 26,36-56.)


Es domingo, por la mañana, y te escribo esta presentación de los comentarios de dos textos de los Evangelios. 
Tú que lees y yo que escribo ya estamos habituados a esta adicción. 
Nos estamos convirtiendo en pequeños consumidores. En consumidores soportables, como si se tratará de un cáncer no sólo soportable sino saludable.

Acostumbrado, como escrito queda, a esta adicción dominical me he levantado con el alba, que se decía por estas literaturas. 

Y al abrir la privilegiada ventana de mi habitación me ha sonreído sin inmutarse lo más mínimo una preciosísima luna llena completa, e iluminada delicada y levemente por un sol levemente rojito, lejano y alto. 
Verla y quedarme sólo con el aire ha sido todo uno. 
Un larguísimo cuarto de hora de meditación, es decir, de diálogo intranscribible entre uno mismo y uno mismo, porque la luna llena del amanecer del día está, pero nunca habla mi lengua. 
Creo que lo ve todo, pero ella no me cuenta nada. Está y se mueve sin casi percibirlo. Ni tan siguiera permanece. Está en movimiento, suavemente previsible. Está ella y... estoy aquí con ella. Estamos.

Ayer estuvo ahí y casi igual y casi a la misma hora. Puntal en sus desplazamientos y en sus formas. Mañana volverá a estar ahí, frente a mi ventana. No me espera. No permanece, se desliza y se sonríe. 
Digo que mañana volverá a estar ahí, casi llena y casi completa, porque ya comienza a deshacerse sin prisas. 
En su luna llena empieza también su menguante. Muy imperceptiblemente. Así es la luna. Está y en mirarla a ella, me siento mirado, despertado, iluminado, enriquecido... 
Me siento un poco más humano, un poco más pequeño, un poco más consciente. 

A esta luna llena de mi ventana no le he pedido nada, porque he alcanzado a saber que ella no da lo que no tiene. La luna llena no lo tiene todo. Se tiene ella misma y completa, pero no lo tiene todo. 
Ella es la luna y esta mañana la he visto en su luna llena, redonda, dulcemente amarilla rojita, sin nubes alrededor, sola, espléndida. Casi una mujer.
Así, en este rincón de nada, ella y yo nos hemos sonreído un cuarto de hora y nos hemos marchado despacio y de espaldas a nuestras tareas.

Te he contado y compartido esta buena noticia, porque buena noticia lo ha sido para mí en esta mañana. 
La otra buena noticia, la del evangelio con sus relatos y sus comentarios, la puedes saborear aquí y a continuación. 
También la encuentras en el archivo adjunto.

No te he adelantado nada como lo hago en otras ocasiones. Lo comentado está escrito. Y sé que lo leerás con despacio y con cariño sereno. Sólo te destaco el título de mi comentario del relato de Lucas, que dicen que habla de la oración: '¿Orar es sacar a Dios de sus casillas?

Leyente de mis líneas, hoy te he contado, escrito y compartido que 'Orar es abrir la ventana de tu habitación y encontrarte de manos a boca con la luna, llena, redonda, completa, magnífica, muda'. 
Esto sucede así más o menos de mes en mes. Los demás días se ora de otra manera, pero también es oración. ¿Comprendes, verdad? 
Un beso y un abrazo, que también es oración.
     
Domingo 29º del T.O. Ciclo C (20.10.2019): Lucas 18,1-8.
¿Orar es sacar a Dios de sus casillas? Medito y escribo CONTIGO: 

El domingo pasado se nos propuso la lectura de Lucas 17,11-19: el relato de la curación de los diez leprosos. Y este domingo, día veinte de octubre, se nos propone la lectura de Lucas 18,1-8: la parábola del juez y la viuda. ¿Por qué motivos no se nos leerá nunca en este año dedicado a este Evangelio el relato de Lc 17,20-37? ¿Por qué? Nunca lo sabré ni se sabrá. ¡Qué pena!

El brevísimo texto de Lucas 17,20-21 merecería, al menos, leerse un domingo y meditarse a lo largo de toda una semana. Propongo realizar esta experiencia para llegar a convencerse de la centralidad de este mensaje dentro de todo el relato de este Evangelio. Este relato, él solito, viene a ser una síntesis -es decir, una semilla- no sólo de este Evangelio de Lucas, sino de la propia persona y misión de Jesús de Nazaret: “El Reino de Dios no vendrá de forma espectacular, ni se podrá decir que está aquí o allá, porque el Reino de Dios está DENTRO de ti, de ti, de ti... De ti”. Este Reino o Reinado, como el propio Jesús de Nazaret, es como... ¡la sal!

He destacado la palabra ‘DENTRO’ porque esa es la traducción más directa y natural del término griego que usó el Evangelista. Muchos traducen ese ‘dentro’ por ‘entre’. Suena muy semejante, pero es tan distinto y tan distante que confunde y hasta engaña. Según este Jesús del Evangelista Lucas, cada ser humano lleva dentro de él el Reino de Dios. Su semilla. Siento haber dedicado estos tres párrafos del comentario para hacer que el silencio grite ¡un poquito!

Lucas 18,1-8 es un relato tan breve como sorprendente. Voy deduciendo que este Jesús del Evangelista Lucas, que va de Camino desde Galilea a Jerusalén, es un Jesús muy sorprendente. Copio el arranque de este relato: “Para inculcar la necesidad de orar siempre sin desanimarse, Jesús contó esta parábola” (Lc 18,1). El final de la parábola es un interrogante estremecedor: “Cuando venga el hijo del hombre ¿encontrará fe en la tierra?” (Lc 18,8).

Después de leer la parábola en este contexto del asunto sobre la oración y sobre la venida definitiva de ese personaje llamado ‘hijo del hombre’, reconozco que me siento estremecido, incompetente y muy profundamente confundido y sorprendido. La oración de la que aquí se habla, ¿es la oración de la insistente petición a Dios hasta sacarlo de sus casillas para que actúe contra la injusticia de los humanos que son mis enemigos? Y mis enemigos, ¿no rezan y oran a su Dios para que acabe conmigo? Esta literalidad de la palabra de la parábola me inquieta y me provoca rechazo y no adhesión. Ésta, creo, no es la oración practicada por este Jesús de Lucas.

El Dios en quien Jesús de Nazaret creía, me digo para mis adentros, no puede ser como ese ‘juez injusto de la parábola’. Tal vez, un Dios como ese juez injusto lo era Yavé, el Dios de Israel, el Dios del Salmo primero, el Dios del Templo judío y de su Ley e, incluso, el Dios con el que recibí aquella mi primera comunión del catecismo de Trento y de san Pío X que aseguraba que Dios ‘premiaba a los buenos y castigaba a los malos’. ¿Buenos y malos, amigos-enemigos?

Volveré a releer este mensaje de Lucas 18,1-8, pero no dejaré de releer una vez más y con renovado convencimiento aquella primera buena noticia, ¡Evangelio de Jesús!, anunciada en alto en la primera y única venida del hijo del hombre Jesús de Nazaret contada en Lc 4,14-30. 
Carmelo Bueno Heras

Domingo 47º de Mateo (20.10.2019): Mateo 26,36-56.
“Todo cuanto deseas que te hagan, házselo a los demás” (Mateo 7,12)

El Evangelista Mateo sigue la narración del Evangelista Marcos para elaborar su relato sobre los acontecimientos finales de la vida del laico de Galilea, Jesús, en la capital de Jerusalén. Constatamos los hechos, reales o no, de la crónica de su muerte anunciada. En el texto que he acotado (Mateo 26,36-56) podemos imaginar cuanto pudo suceder en Getsemaní. Los cuatro Evangelios nos hablan de ello en sus correspondientes relatos de la Pasión y cada uno de ellos nos lo cuenta a su manera. Podría decir que se trata de cuatro visiones de la misma realidad.

El texto del Evangelista nos indica con claridad narrativa el comienzo, que dice así: “Entonces fue Jesús con sus discípulos a un huerto llamado Getsemaní” (Mt 26,36). Y el final del relato es tan claro como sorprendente: “Entonces todos los discípulos lo abandonaron [a Jesús] y huyeron” (Mt 26,56). ¿Qué ha sucedido en este lugar para que los discípulos abandonaran a Jesús de Nazaret? ¿Quedó solo Jesús en este huerto y ninguna persona, al margen de sus apresadores, quedó a su lado? ¿No le acompañaban mujeres que permanecieron a su lado?

Los hechos, vuelvo a recordar, reales o no tan reales, que tienen lugar en este huerto, que parece conocerse también por el nombre de ‘huerto de los olivos’, nos los cuenta Mateo agrupados en dos apartado o espacios de tiempo.

Lo que sucede en un principio está contado en Mateo 26,36-46 y se suele recordarlo con la expresión ‘la oración de Jesús en el huerto de los olivos’ o tal vez, con terminología muy apropiada para las prácticas de ‘la evangelización o de la espiritualidad’, ‘la experiencia de Getsemaní’. ¿Cómo se llegó a saber qué pensó, qué sucedió por los adentros de Jesús e, incluso, qué dijo este hombre si en el relato se nos cuenta que sus acompañantes quedaron todos dormidos?

Estamos, con seguridad, ante una narración que trata de interpretar lo que pudo suceder en aquel tiempo de la noche y en aquel lugar. Jesús de Nazaret estuvo solo consigo mismo. Analizando con rigor crítico la narración del Evangelista pudiera arriesgarme a pensar que aquel Jesús estuvo acompañado por la presencia despierta, callada y dolorida de un buen puñado de mujeres y, en especial, de María Magdalena (como se apunta después en el texto de Mt 27,50-61).

Me agrada constatar que el narrador Mateo nos está presentando a su Jesús como una persona conscientemente lúcida en unos momentos de máxima conflictividad tanto externa como interna: “Ha llegado la hora... los pecadores...” (Mt 26,45). Sobre este asunto de ‘la hora’ nos hablará muy especialmente el cuarto Evangelio, el de Juan, desde el capítulo segundo de su Evangelio. Y Mateo se atreve a llama ‘pecadores’ a las supremas autoridades del Templo.  

Lo que sucede después está contado en Mateo 26,47-56 y se recordará como el cumplimiento de la traición de Judas consumada con el apresamiento de Jesús en este lugar. La lectura de este hecho en las cuatro narraciones del Evangelio nos deja tantas dudas que resulta imposible saber ciertamente qué sucedió. Pero quedó claro que la voz y la vida de Jesús enmudecieron.
Carmelo Bueno Heras

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