San Gerardo de Brogne, abad.
De caballero a religioso, de religioso al cielo.
San Gerardo de Brogne, abad. 3 de octubre.
Noble y caballero.
Fue hijo de Stancio, pariente de Haganon, duque de la Austrasia, y de la princesa Plectrudis. Nació sobre 895 y desde niño fue piadoso, inteligente y obediente. Aunque era muy dado a las cosas de Dios, sus padres le hicieron seguir la carrera de las armas y le enviaron a la corte de Berenguer, conde de Flandes para que se formase como caballero. Por estar lejos de casa y en medio de una corte poco pía, no cambió el carácter ni la piedad del joven, siendo ejemplo de corrección, de mansedumbre y recato. No participaba en festejos, acudía siempre que sus deberes se lo permitían a la capilla del palacio donde oraba como un monje más. El conde le tenía gran afecto y le consultaba con confianza algunos asuntos del gobierno de su casa y tierras.
Un sueño y un mandato.
Un día que volvía de una montería, descubrió en un sitio apartado llamado Brogne, a tres leguas de Namur, una capillita en la espesura que había sido consagrada por San Lamberto (17 de noviembre), en tiempos de Pipino de Herstal. Se detuvo a hacer oración y como estaba tan cansado, pronto se quedó dormido. Se le apareció el apóstol San Pedro (29 de junio; 1 de agosto, “ad Víncula”; 18 de enero, cátedra en Antioquía; 22 de febrero, cátedra en Roma; y 18 de noviembre, la Dedicación) que le mandaba erigiese en aquel mismo sitio una iglesia, en la cual debían venerarse las reliquias de su discípulo San Eugenio, mártir. Despertó Gerardo sorprendido, pues no conocía de San Eugenio discípulo de San Pedro alguno, ni mucho menos sabía donde paraban sus reliquias. Pero a pesar de su desconcierto, supo que aquel terreno le pertenecería por herencia, así que lo pidió a sus padres y cuando lo obtuvo, construyó una nueva y bella iglesia, que fue consagrada en 914, y a la que Gerardo dotó de capellanes pagados por él.
En 922 Berenguer le envió a Francia a unos asuntos y Gerardo visitó el monasterio de San Dionisio de París. Estaba cantando el oficio litúrgico con los monjes cuando advirtió que entre los santos a los que daban culto estaba la conmemoración de San Eugenio, mártir. Preguntó que santo era y los monjes le respondieron que había sido discípulo de San Pedro, que había sido mártir de Cristo y que sus reliquias se veneraban allí. Contó su sueño al abad y pidió llevarse el cuerpo, a lo que, por supuesto, la comunidad se negó. Volvió a Namur con el dolor de no poder cumplir el deseo del Príncipe de los Apóstoles. Pero si bien no se había llevado a San Eugenio, se traía un tesoro: su vocación religiosa. Contó al conde lo ocurrido, y su amor por aquella vida de oración y penitencia que llevaban los monjes, y que quería ser uno de ellos. El conde le despidió con lágrimas, pidiéndole rezara por él. Así que Gerardo volvió a París y tomó el hábito benedictino en San Dionisio.
Monje santo. La reliquia de San Eugenio.
Desde el inicio fue el santo un monje ejemplar, puntual, obediente y amante del silencio y la oración. Al poco tiempo, recibiendo formación suficiente, el abad le concedió las órdenes menores, y a los cinco años de profesión, le ordenaron presbítero. Cada día celebraba misa como si fuera la primera y la última, llegando a derramar lágrimas en ocasiones. Pasaron los años, pero Gerardo no se olvidaba de su visión, así que lo propuso al capítulo conventual, y lo hizo con tanto ardor, que los monjes accedieron a darle las reliquias de San Eugenio. La traslación ocurrió el 18 de agosto de 930 y si por una parte atrajo la devoción de los fieles, provocó las quejas de los capellanes de la iglesia de Brogne, desbordados de trabajo. Se quejaron al obispo de aquella nueva devoción que les daba más trabajo, por lo que el obispo de Lieja anunció que la prohibiría, pero enfermó de muerte, así que invocó a San Eugenio y sanó. Y está claro que no solo autorizó el culto, sino que lo enriqueció con beneficios espirituales. Pero siguieron los capellanes erre que erre, así que Gerardo, que era quien les proveía, los echó y llevó a su iglesia a los benedictinos para que se hicieran cargo del culto a San Eugenio.
Sobre estas reliquias, la leyenda yerra, puesto que el supuesto discípulo de San Pedro llamado Eugenio, la tradición española le hace primer obispo de Toledo, siendo su memoria a 15 de noviembre y que, ciertamente padeció martirio cerca de París y cuyas reliquias aparecen veneradas aún en el siglo XII en dicho monasterio parisino, según el testimonio de Raimundo, arzobispo de Toledo en 1152. Aún en el siglo XVI consta el mandato real de que los monjes entreguen a Francisco Manrique de Lara el cuerpo de San Eugenio (y le llama obispo de Toledo) para que sea trasladado a Toledo, como ciertamente se hizo. Aunque no el cuerpo completo, sino solamente el brazo derecho dieron los monjes. Así que, o lo que Gerardo se llevó a Brogne fue una reliquia insigne del santo, o simplemente fue otro cuerpo de otro mártir Eugenio, al que la leyenda posterior identificó con el Eugenio "apostólico", sabiendo que se veneraba en París.
Fundador y reformador.
Fue este el origen del monasterio de Brogne del que Gerardo fue elegido abad, aunque no era esa su voluntad, sino que quiso que el obispo le dispensara de su cargo. Como no lo logró, se hizo construir una celdita donde vivía recluido siempre que podía, y donde hallaba sus delicias. Pero poco podía, pues la Iglesia le necesitaba: el obispo de Cambrai le solicitó parta que reformarse a los canónigos regulares de Hainaut, que habían caído en la inobservancia. El santo les introdujo la regla de San Benito, pasándoles a monjes de su Orden. Y no fue el único, pues en todo el territorio de los actuales Países Bajos (Gante, Arras, Turhoult, Tornay, etc.) trabajó reformando casas religiosas, y en algunas fue abad. Y lo mismo en algunas zonas de Francia (de Mauson, Thin, Reims, etc.). En una de estas instancias, sanó del mal de piedras en los riñones al conde Arnol de Flandes, y además, le convirtió de su vida disoluta, llamándole a hacer penitencia toda su vida.
Entrada en el cielo. Culto.
Ya anciano se dirigió a Roma, donde el papa Juan XII bendijo toda su labor de fundador y reformador. A su regreso visitó todos los monasterios y llegando a su amado Brogne, se retiró a su celdilla para dedicarse a orar y meditar en la eternidad. Allí falleció el 3 de octubre de 959, siendo sepultado en la iglesia abacial. En 1131 se elevaron las reliquias, lo que equivale a su canonización. Se le invoca contra las fiebres, ictericia e hinchazones glandulares. Incluso hay un remedio natural contra la ictericia que se llama "Saint-Gerard".
Fuentes:
-"Vidas de los Santos". Tomo XI. Alban Butler. REV. S. BARING-GOULD. 1916.
-"Año cristiano o Ejercicios devotos para todos los días del año". Octubre. R.P. JUAN CROISSET. S.J. Barcelona, 1863.
A 3 de octubre además se celebra a Santa Romana de Beauvais, virgen y mártir.
Noble y caballero.
Fue hijo de Stancio, pariente de Haganon, duque de la Austrasia, y de la princesa Plectrudis. Nació sobre 895 y desde niño fue piadoso, inteligente y obediente. Aunque era muy dado a las cosas de Dios, sus padres le hicieron seguir la carrera de las armas y le enviaron a la corte de Berenguer, conde de Flandes para que se formase como caballero. Por estar lejos de casa y en medio de una corte poco pía, no cambió el carácter ni la piedad del joven, siendo ejemplo de corrección, de mansedumbre y recato. No participaba en festejos, acudía siempre que sus deberes se lo permitían a la capilla del palacio donde oraba como un monje más. El conde le tenía gran afecto y le consultaba con confianza algunos asuntos del gobierno de su casa y tierras.
Un sueño y un mandato.
Un día que volvía de una montería, descubrió en un sitio apartado llamado Brogne, a tres leguas de Namur, una capillita en la espesura que había sido consagrada por San Lamberto (17 de noviembre), en tiempos de Pipino de Herstal. Se detuvo a hacer oración y como estaba tan cansado, pronto se quedó dormido. Se le apareció el apóstol San Pedro (29 de junio; 1 de agosto, “ad Víncula”; 18 de enero, cátedra en Antioquía; 22 de febrero, cátedra en Roma; y 18 de noviembre, la Dedicación) que le mandaba erigiese en aquel mismo sitio una iglesia, en la cual debían venerarse las reliquias de su discípulo San Eugenio, mártir. Despertó Gerardo sorprendido, pues no conocía de San Eugenio discípulo de San Pedro alguno, ni mucho menos sabía donde paraban sus reliquias. Pero a pesar de su desconcierto, supo que aquel terreno le pertenecería por herencia, así que lo pidió a sus padres y cuando lo obtuvo, construyó una nueva y bella iglesia, que fue consagrada en 914, y a la que Gerardo dotó de capellanes pagados por él.
En 922 Berenguer le envió a Francia a unos asuntos y Gerardo visitó el monasterio de San Dionisio de París. Estaba cantando el oficio litúrgico con los monjes cuando advirtió que entre los santos a los que daban culto estaba la conmemoración de San Eugenio, mártir. Preguntó que santo era y los monjes le respondieron que había sido discípulo de San Pedro, que había sido mártir de Cristo y que sus reliquias se veneraban allí. Contó su sueño al abad y pidió llevarse el cuerpo, a lo que, por supuesto, la comunidad se negó. Volvió a Namur con el dolor de no poder cumplir el deseo del Príncipe de los Apóstoles. Pero si bien no se había llevado a San Eugenio, se traía un tesoro: su vocación religiosa. Contó al conde lo ocurrido, y su amor por aquella vida de oración y penitencia que llevaban los monjes, y que quería ser uno de ellos. El conde le despidió con lágrimas, pidiéndole rezara por él. Así que Gerardo volvió a París y tomó el hábito benedictino en San Dionisio.
Monje santo. La reliquia de San Eugenio.
Desde el inicio fue el santo un monje ejemplar, puntual, obediente y amante del silencio y la oración. Al poco tiempo, recibiendo formación suficiente, el abad le concedió las órdenes menores, y a los cinco años de profesión, le ordenaron presbítero. Cada día celebraba misa como si fuera la primera y la última, llegando a derramar lágrimas en ocasiones. Pasaron los años, pero Gerardo no se olvidaba de su visión, así que lo propuso al capítulo conventual, y lo hizo con tanto ardor, que los monjes accedieron a darle las reliquias de San Eugenio. La traslación ocurrió el 18 de agosto de 930 y si por una parte atrajo la devoción de los fieles, provocó las quejas de los capellanes de la iglesia de Brogne, desbordados de trabajo. Se quejaron al obispo de aquella nueva devoción que les daba más trabajo, por lo que el obispo de Lieja anunció que la prohibiría, pero enfermó de muerte, así que invocó a San Eugenio y sanó. Y está claro que no solo autorizó el culto, sino que lo enriqueció con beneficios espirituales. Pero siguieron los capellanes erre que erre, así que Gerardo, que era quien les proveía, los echó y llevó a su iglesia a los benedictinos para que se hicieran cargo del culto a San Eugenio.
Sobre estas reliquias, la leyenda yerra, puesto que el supuesto discípulo de San Pedro llamado Eugenio, la tradición española le hace primer obispo de Toledo, siendo su memoria a 15 de noviembre y que, ciertamente padeció martirio cerca de París y cuyas reliquias aparecen veneradas aún en el siglo XII en dicho monasterio parisino, según el testimonio de Raimundo, arzobispo de Toledo en 1152. Aún en el siglo XVI consta el mandato real de que los monjes entreguen a Francisco Manrique de Lara el cuerpo de San Eugenio (y le llama obispo de Toledo) para que sea trasladado a Toledo, como ciertamente se hizo. Aunque no el cuerpo completo, sino solamente el brazo derecho dieron los monjes. Así que, o lo que Gerardo se llevó a Brogne fue una reliquia insigne del santo, o simplemente fue otro cuerpo de otro mártir Eugenio, al que la leyenda posterior identificó con el Eugenio "apostólico", sabiendo que se veneraba en París.
Fundador y reformador.
Fue este el origen del monasterio de Brogne del que Gerardo fue elegido abad, aunque no era esa su voluntad, sino que quiso que el obispo le dispensara de su cargo. Como no lo logró, se hizo construir una celdita donde vivía recluido siempre que podía, y donde hallaba sus delicias. Pero poco podía, pues la Iglesia le necesitaba: el obispo de Cambrai le solicitó parta que reformarse a los canónigos regulares de Hainaut, que habían caído en la inobservancia. El santo les introdujo la regla de San Benito, pasándoles a monjes de su Orden. Y no fue el único, pues en todo el territorio de los actuales Países Bajos (Gante, Arras, Turhoult, Tornay, etc.) trabajó reformando casas religiosas, y en algunas fue abad. Y lo mismo en algunas zonas de Francia (de Mauson, Thin, Reims, etc.). En una de estas instancias, sanó del mal de piedras en los riñones al conde Arnol de Flandes, y además, le convirtió de su vida disoluta, llamándole a hacer penitencia toda su vida.
Entrada en el cielo. Culto.
Ya anciano se dirigió a Roma, donde el papa Juan XII bendijo toda su labor de fundador y reformador. A su regreso visitó todos los monasterios y llegando a su amado Brogne, se retiró a su celdilla para dedicarse a orar y meditar en la eternidad. Allí falleció el 3 de octubre de 959, siendo sepultado en la iglesia abacial. En 1131 se elevaron las reliquias, lo que equivale a su canonización. Se le invoca contra las fiebres, ictericia e hinchazones glandulares. Incluso hay un remedio natural contra la ictericia que se llama "Saint-Gerard".
Fuentes:
-"Vidas de los Santos". Tomo XI. Alban Butler. REV. S. BARING-GOULD. 1916.
-"Año cristiano o Ejercicios devotos para todos los días del año". Octubre. R.P. JUAN CROISSET. S.J. Barcelona, 1863.
A 3 de octubre además se celebra a Santa Romana de Beauvais, virgen y mártir.
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