MM: El Monte y la
Montaña
En la presentación de los
comentarios de este segundo domingo de la Cuaresma escribo sobre
elyla monte-montaña porque se habla de la Transfiguración que sucede,
según los tres Evangelios Sinópticos en un monte alto o en una montaña alta.
Sin nombre. Anónimos. ¿Por qué se le llama siempre en la tradición TABOR? Lo
ignoro. Y no deseo investigarlo más. Tengo mi propia interpretación.
El monte-montaña de
la transfiguración, ¿no se llamaba Sinaí? Algún día se lo preguntaré a
Moisés si es que logramos encontrarnos. A nadie se le ha ocurrido llamarlo
Nebo. ¿Monte Nebo? Claro, el lugar desde donde ese mismo Moisés contempló el
regalo de la tierra que iba a recibir de parte de Yavé-Dios, pero que por
desconfiado lo vio, pero no llegó a saborearla por no haberla pisado. El monte
Nebo es el monte para una meditación muy seria sobre las utopías.
Aún recuerdo que un librito
muy famoso comienza con una reflexión muy atinada sobre la montaña. El librito
lo escribió un tal Leonardo Boff, franciscano. Que aún vive. El librito fue una
revelación o revolución o transfiguración. Sacramentos de la vida. Y en él, en
el frontis, escribió 'El sacramento de la montaña'. Para este
estudiante de teólogo que siempre fue Leonardo, el primer
sacramento comprensible y evidente es la montaña, el monte. Recomiendo
ahora que se lea esa página y se olvide de esta u otra presentación.
Creo que todo monte que en
el mundo existe es el monte de la transfiguración. Todo monte es la montaña alta de la transfiguración.
De niño, recuerdo bien haber subido al monte, el Pico, que forma parte de las
montañas de Mamblas. La vista desde allá arriba nunca se olvida. Estoy seguro
de que si en su infancia o vida existe una montaña no es necesario explicar
nada sobre la transfiguración.
Aprender a subir la montaña y
aprender a sentirla es aprender a transfigurarse. Tan sencillo y, aunque
suene a imposible por lo de ser monte, tan profundo.
Los comentarios están
escritos a continuación. También se encuentran en el archivo adjunto.
Domingo
2º de Cuaresma A (08.03.2020): Mateo 17,1-9
La
transfiguración sucede en las neuronas. Así lo escribo CONTIGO,
Segundo
domingo de Cuaresma, ‘la transfiguración’ contada según el Evangelista Mateo.
¿Sabe alguien que este relato comienza de esta manera: “Seis días después” (Mateo
17,1)? Me he atrevido a consultar el texto en los Leccionarios y puedo asegurar
que en ninguna eucaristía de este domingo se leerán las palabras del texto de
Mateo que acabo de citar. Cuando a un texto se le priva de su contexto suele
ser por algún pretexto. Pretexto interesado, sin duda.
Se
recordará que el domingo primero de la Cuaresma se nos leyó el relato de las
tentaciones de Jesús, según Mateo, por ser el Evangelista del Ciclo A. Desde el
capítulo cuarto pasaremos al capítulo decimoséptimo. Las gentes de nuestras
celebraciones jamás llegarán a comprender de qué nos habla y cómo lo hace este
Evangelista. Así jamás se sabrá quién es el Jesús de Mateo.
Precisamente
este asunto del conocimiento de Jesús es el contexto en el que se cuenta el relato
de la transfiguración. Por mi cuenta me leeré varias veces Mateo 16,13-28,
porque esto es lo que sucede en los seis días anteriores al acontecimiento tan
sorprendente que parecen vivir Jesús de Nazaret y tres de sus seguidores que
son Pedro, Santiago y su hermano Juan. Por cierto, los hechos parecen suceder,
según Mateo, en la cima de una montaña muy alta de la que este narrador, y los
demás, nunca nos dice su nombre. Ningún autor habla de ‘El Tabor’.
Me
quiero detener en estas líneas en la presencia de los dos personajes de la
historia de Israel que todos debían de conocer al dedillo: Moisés y Elías. Me
los estoy imaginando vestidos cada uno de ellos con la banda que los
identificaba. En la banda de Moisés leo, medio entre sueños, ‘La Ley de Dios’ y
en la banda de Elías, ‘El Profeta de los profetas de Israel’.
Mientras
contemplo las bandas de ambos personajes no dejo de recordar las palabras que
este Evangelista se atrevió a colocar en boca de su Jesús de Nazaret y que
ahora escucho entre los acordes de una melodía serenamente empapadora: Todo
cuanto queráis que os hagan los demás, hacédselo a ellos; esta es toda la Ley y
los Profetas (Mt 7,12). No hay otra tienda, ni otro templo, ni otra
religión, ni otra ley, ni otra denuncia, ni otro anuncio, ni otro camino...
¿Dónde,
cuándo y cómo sucede la ‘transfiguración’? En las
neuronas de cada ser humano.
Tanto
la transfiguración que ahora leemos, como el suceso del bautismo con Juan en el
Jordán debemos de leerlos en paralelo o sinópticamente. Las semejanzas son
tantas y tan significativas que nos invitan a constatar que todo sucede por la
acción de las decisiones humanas tanto de Juan el Bautizador como de Jesús de
Nazaret, el evangelizador.
Las
decisiones nacen de dentro, como las semillas que se despiertan y arraigan en
la tierra y afloran al exterior en busca de aire y de luz. Las
transfiguraciones son decisiones de cada persona y, como las semillas, se
despiertan y arraigan dentro hasta asomarse por los ventanales de la piel y
partirse, repartirse y compartirse: Hago a los demás todo cuanto deseo que los
demás me hagan a mí. Esta transfiguración que se inicia en las neuronas de uno
me suena a pan horneado, sacramento de mesa y mantel y a eso que se lee como
‘Reino de Dios’.
Carmelo
Bueno Heras
Domingo 15º de ‘Los Hechos de los
Apóstoles’ (08.03.2020): Hch 10,1-18
“Ellos sí escucharán” (Hechos 28,28-29)
El
relato de Hechos 10,1-18 sucede en dos localidades de ‘La ruta del Mar’
llamadas Cesarea y Jafa. Estamos en tierras conquistadas por Roma. Y Lucas nos
había informado que su seguidor de Jesús llamado Pedro residía en Jafa, en casa
de un curtidor y en las cercanías del mar, el Mediterráneo. Creo que estos
pequeños apuntes tienen más significado de lo que aparentan.
Todo
curtidor dedica su tiempo y sus afanes a manipular animales muertos. Para todo
‘buen judío’ se trata de una profesión no recomendable por la Ley de Moisés,
que la considera impura, como existen alimentos puros e impuros, de los que se
hablará también en este relato. Y el mar, también para todo buen judío, es el
símbolo más acertado del ser y del poder del mal. Por estas razones, Simón
Pedro vive en permanente estado de impureza. ¿Por qué no decidió alojarse en
casa de Felipe, el evangelizador del grupo de los SIETE, en Cesarea? ¿Competencia?
Precisamente
desde esta tierra de Cesarea del Mar le va a llegar a Pedro la hora de las
decisiones ‘transfigurativas’ de sus creencias. Y va a ser ‘el ángel del
Señor’, divino enredador de los deseos y sueños de los humanos. Le gusta al
narrador Lucas la presencia y el hacer de ‘sus ángeles de Dios’. Todos
recordaremos a Gabriel, aquel ángel del Evangelio de la Infancia de Jesús de
Nazaret del que se habla en Lucas 1-2. ¡Todo está en sus manos! O en sus alas.
Este
(o estos) ángel y divino enredador maneja a sus antojos tanto al centurión
romano Cornelio (Hch 10,1-8) como a Pedro, cabeza del grupo judeocristiano de
los DOCE (Hch 10,9-18). La lectura crítica de este relato suscita múltiples
preguntas nada inocentes y la más radical de todas es saber si estos hechos
fueron reales en la historia de los orígenes del cristianismo o tan solo
se trata de sucesos imaginados por la experiencia creyente de su narrador
Lucas, experto creador de símbolos y mitos sembrados en la tierra de las palabras
de sus relatos.
El
romano Cornelio es un extranjero y conquistador para todo buen judío. Pero se
trata de una persona buena en todas las dimensiones de la palabra y, por ello,
muy preocupada por la vida real de las personas que están a su alrededor como
gentes a quienes debe servir y no servirse de ellas. Piensa Lucas, creo, que a
este Cornelio le falta ‘la guinda de su pastel de religiosidad humanizadora’:
conocer al judío Jesús de Nazaret y nadie mejor que Pedro para tal misión.
Nos
permite el narrador conocer a Pedro, a Simón a quien se le llama Pedro (Hch
10,18), en sus opciones de vida bien contrapuestas. Ya nos ha dicho que es un
judío, pero vive alojado en casa de un hombre impuro y junto al mar del mal. Y
nos añade que desea orar, pero siente hambre. ¿Acaso es lo mismo lo uno y lo
otro? Tiene hambre, tiene comida, ¿y decide ayunar?
Puede
escoger qué comer y todo le parece impuro y prohibido. Parece ser que Pedro
conocía al dedillo las prescripciones gastronómicas del Levítico. Sin embargo
se había olvidado de cómo Jesús había compartido mesa, comida y bebida con toda
suerte de personas ya fueran justos o pecadores. ¿Se sentía un judío
practicante o un evangelizador como evangelizaba Jesús, Esteban, Felipe y los
del grupo de los SIETE? ¿No era él la cabeza visible de los DOCE? Sin duda,
Pedro subió a orar y se descubrió confuso ante esa su voz que le gritaba: ‘mata
y come’.
Carmelo
Bueno Heras
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