San Juan de Dios, religioso y fundador
fecha: 8 de marzo
n.: 1495 - †: 1550 - país: España
canonización: B: Urbano VIII 21 sep 1630 - C: Alejandro VIII 16 oct 1690
hagiografía: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI
n.: 1495 - †: 1550 - país: España
canonización: B: Urbano VIII 21 sep 1630 - C: Alejandro VIII 16 oct 1690
hagiografía: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI
Elogio: San Juan de Dios, religioso, nacido en Portugal, que, después de una
vida llena de peligros en la milicia humana, prestó ayuda con constante caridad
a los necesitados y enfermos en un hospital fundado por él, y se asoció a
compañeros con los que constituyó después la Orden Hospitalaria San Juan de
Dios. En este día, en la ciudad de Granada, en España, pasó al eterno descanso.
Patronazgos: patrono de Granada, de los hospitales, las enfermeras, fabricantes de
papel, imprentas y libreros; protector de los enfermos, alcohólicos y
desvalidos.
refieren a este santo: San Juan Grande
Oración: ¡Glorioso San Juan de Dios,
caritativo protector de los enfermos y desvalidos! Mientras viviste en la
tierra no hubo quien se apartase de ti desconsolado: el pobre halló amparo y
refugio; los afligidos consuelo y alegría; confianza los desesperados y alivio
en sus penas y dolores todos los enfermos. Si tan copiosos fueron los frutos de
tu caridad estando aún en el mundo, ¿qué no podremos esperar de ti ahora que
vives íntimamente unido a Dios en el cielo? Animado con este pensamiento,
espero me alcances del Señor la gracia de ... si es para mayor gloria de Dios y
bien de mi alma. Amén.
Señor, tú que infundiste en san Juan de Dios espíritu de misericordia, haz que nosotros, practicando las obras de caridad, merezcamos encontrarnos un día entre los elegidos de tu reino. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos. Amén (oración litúrgica).
Señor, tú que infundiste en san Juan de Dios espíritu de misericordia, haz que nosotros, practicando las obras de caridad, merezcamos encontrarnos un día entre los elegidos de tu reino. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos. Amén (oración litúrgica).
San Juan nació en Portugal. Pasó su
primera juventud en Castilla, al servicio de un alto empleado del conde de
Oropesa. En 1522, formó parte del ejército del conde y luchó al lado de los
españoles contra los franceses y después, en Hungría, contra los turcos. Su
amistad con sus licenciosos compañeros del ejército le llevó, poco a poco, al
abandono de la práctica de la religión y cayó en pecados muy graves. Cuando el
ejército se desbandó, Juan fue a dar a Andalucía, donde entró a servir como
pastor en la casa de una noble sevillana. Hacia los cuarenta años de edad,
acosado por los remordimientos de su vida pasada, decidió cambiar y empezó a
pensar cuál sería la mejor manera de consagrarse a Dios. Compadecido de los
afligidos, decidió ir al África para socorrer a los esclavos cristianos, con la
esperanza de alcanzar la corona del martirio. En Gibraltar conoció a un
caballero portugués que había sido desterrado a Ceuta y se dirigía allá con su
esposa y sus hijos. Juan se compadeció de ellos y entró gratuitamente a su
servicio. El caballero enfermó en Ceuta, y Juan tuvo que trabajar como obrero
para ganar algún dinero con qué ayudar a la familia. La apostasía de uno de sus
compañeros de trabajo impresionó mucho a Juan. Por otra parte, su confesor le
dio a entender que buscar el martirio era una ilusión del demonio. Esto movió
al santo a volver a la península.
En Gibraltar se le ocurrió que, como
vendedor ambulante de imágenes y libros piadosos, podría hacer el bien a sus
clientes. El negocio prosperó y en 1538, a los cuarenta y tres años de edad,
Juan pudo abrir una tienda en Granada. Ahora bien, el día de San Sebastián, que
era una de las grandes fiestas de la ciudad, el famoso Juan de Ávila llegó
a predicar y entre la multitud que acudió a escucharle se hallaba Juan. El
sermón le llegó tanto al alma, que empezó a implorar en voz alta la
misericordia divina, golpeándose el pecho; echó a correr por las calles como un
loco, mesándose los cabellos; las gentes le apedrearon y se burlaron de él;
Juan llegó a su casa en un estado lamentable. Tras de regalar toda su
mercancía, empezó a errar por las calles, absorto en sus pensamientos, hasta
que las gentes le condujeron a san Juan de Avila. El santo predicador conversó
con él en privado, le dio algunos consejos y le prometió su ayuda. Esto
pacificó durante algún tiempo a Juan; pero pronto empezó nuevamente a
conducirse en forma extravagante y hubo que encerrarle en un manicomio. Como es
bien sabido, en aquella época se empleaban los más brutales métodos para curar
a los enfermos mentales. Cuando llegó a oídos de san Juan de Ávila la noticia
de lo sucedido, fue a ver a su penitente y le dijo que ya había practicado
suficientemente esa penitencia singular y que haría bien en ocuparse en algo
que redundase en mayor provecho espiritual suyo y mayor bien de sus prójimos.
La exhortación calmó instantáneamente a Juan, con gran sorpresa de sus
guardianes; pero permaneció en el hospital hasta el día de Santa Úrsula de
1539, cuidando a los enfermos.
Al salir del hospital, estaba decidido a
hacer algo por los pobres. Así pues, empezó a vender leña en el mercado para
dar de comer a los hambrientos. Poco después, alquiló una casa para albergar a
los enfermos pobres, a los que servía y alimentaba con tal celo, prudencia y
economía, que era la admiración de toda la ciudad. Esos fueron los primeros
pasos en la fundación de la Orden de los Hermanos de San Juan de Dios, que
actualmente ejercen su ministerio en toda la cristiandad. Juan pasaba el día
entero cuidando a los enfermos; por la noche salía a buscar nuevos pacientes.
Como las gentes empezaran a llevarle espontáneamente cuanto le hacía falta para
sostener su pequeño hospital, Juan no tuvo ya que salir a pedir limosna de
puerta en puerta. El arzobispo de Granada, que veía con buenos ojos la obra, la
favoreció con grandes sumas de dinero. Su ejemplo animó a otros, y la modestia
y paciencia del santo, así como su extraordinaria habilidad, contribuyeron
mucho a hacer popular el hospital. El obispo de Tuy invitó a comer a san Juan;
las respuestas de éste a sus preguntas impresionaron favorablemente al prelado,
por su sabiduría y sentido común. El obispo le dio el nombre de «Juan de Dios»
y le impuso una especie de hábito, aunque el santo no había pensado hasta
entonces en fundar una orden religiosa. Las reglas que llevan su nombre fueron
redactadas seis años después de su muerte. Los votos religiosos no fueron
introducidos sino hasta 1570, es decir, veinte años después de la desaparición
del fundador.
Para probar el desinterés del santo, el
marqués de Tarifa se disfrazó de mendigo y fue a pedirle limosna; San Juan le
dio veintiún ducados, que era todo lo que poseía. El marqués no sólo le
devolvió esa suma, sino que le regaló 150 coronas de oro y, durante su estancia
en Granada, envió diariamente al hospital pan, corderos y pollos. San Juan era
muy generoso, no sólo por lo que se refiere al dinero, sino de todas las
maneras posibles. Durante un incendio del hospital, el santo sacó en brazos a
los enfermos. Aunque tuvo que meterse muchas veces entre las llamas, salió
completamente ileso. Su corazón no tenía preferencias, de suerte que su caridad
no se limitaba a su hospital; por el contrario, el santo se sentía obligado a
socorrer a todos los afligidos. Para ello, se informaba cuidadosamente sobre
todos los necesitados de la provincia; a unos les asistía en su propia casa, a
otros les conseguía trabajo. Así, con singular tacto y prudencia, pudo remediar
las necesidades de innumerables miembros de Cristo. Se interesaba
particularmente por las jóvenes abandonadas para protegerlas de las tentaciones
a las que se veían forzosamente expuestas. Pero esto no era todo: con el
crucifijo en la mano, san Juan iba en busca de los más endurecidos pecadores y
los exhortaba con muchas lágrimas a arrepentirse. Esta vida de perpetua
actividad iba acompañada de constante oración y penitencias corporales. Los
éxtasis frecuentes y el espíritu de contemplación coronaban las virtudes del
santo; pero la mayor de sus cualidades era indudablemente su extraordinaria
humildad en la acción, que se manifestó sobre todo en medio de los honores que
le prodigaba la corte de Valladolid, cuando los negocios obligaban al santo a
ir allí.
Consumido por diez años de incansable
trabajo, san Juan cayó enfermo. La causa inmediata de la enfermedad fue el
esfuerzo sobrehumano que hizo el siervo de Dios para salvar los muebles y
objetos domésticos de los pobres y rescatar a un hombre que se estaba ahogando,
durante una inundación. El santo trató de ocultar los primeros síntomas de su
mal para no verse obligado a interrumpir el trabajo. Al mismo tiempo, revisó
cuidadosamente el inventario de los bienes y las cuentas del hospital, así como
las reglas, los horarios y las prescripciones sobre los ejercicios de devoción.
Por aquella época le mandó llamar el arzobispo, pues había recibido quejas de
que el santo albergaba a los vagos y a las mujeres de mal vivir. Al oír estas
acusaciones, san Juan cayó de rodillas a los pies del prelado, y le dijo: «El
Hijo del hombre vino a salvar a los pecadores y nosotros estamos obligados a
seguir su ejemplo. Yo no soy fiel a mi vocación, pues no sigo suficientemente
su ejemplo; pero confieso a Vuestra Excelencia que en el hospital no hay nadie
más malo que yo, que soy indigno de comer el pan de los pobres». El santo dijo
esto con tal acento de sinceridad, que el arzobispo le despidió
respetuosamente, dejando el asunto a su discreción.
Cuando los síntomas de la enfermedad se
agravaron, el santo no pudo ya ocultarlos por más tiempo. La noticia se propagó
rápidamente. Doña Ana Osorio fue en su carruaje a visitarle; le encontró
acostado en su estrecha celda, revestido con su hábito; un viejo abrigo le
servía de cobertor y, en la cabecera había una cesta. La buena dama, cuyo
espíritu práctico igualaba a su bondad, despachó a un mensajero a ver al
arzobispo, quien inmediatamente envió a san Juan la orden de obedecer a Doña
Ana como a él mismo. Valiéndose de su autoridad, la dama consiguió que
abandonase el hospital. El santo nombró superior a Antonio Martín y fue a hacer
una visita al Santísimo Sacramento antes de salir; la visita se prolongó hasta
que Doña Ana ordenó a sus criados que cargaran en brazos al santo hasta el coche
y le condujesen a su casa. Allí se encargó ella de cuidarle con gran
delicadeza. San Juan se quejaba de que el Salvador en la cruz sólo había bebido
hiel, en tanto que un miserable pecador como él tenía todos los manjares
deseables. Los magistrados le pidieron que bendijese a la ciudad. El santo se
negaba a hacerlo, diciendo que sus pecados eran el escándalo de la ciudad, pero
que pediría por sus hermanos los pobres y por todos los que le habían prestado
algún servicio. Finalmente, a instancias del arzobispo, bendijo a la ciudad.
San Juan de Dios murió arrodillado ante el altar, el 8 de marzo de 1550, cuando
tenía exactamente cincuenta y cinco años de edad. El arzobispo presidió su
entierro y todo el pueblo de Granada acudió en procesión.
La canonización tuvo lugar en 1690. En
1886, el Papa León XIII le declaró patrón de todos los hospitales y enfermos,
junto con san Camilo de Lelis. En 1930, el Papa Pío XI nombró también patronos
a otros santos enfermeros y enfermeras. Los libreros e impresores honran también
especialmente a san Juan de Dios, por los años en que ejerció dicho oficio. Las
imágenes representan generalmente al santo con un fruto y una pequeña cruz; el
fruto es una granada y simboliza la ciudad del mismo nombre. Se trata de una
alusión a la aparición en que el Niño Jesús dijo a San Juan: «En Granada
encontrarás tu cruz».
Los hechos están tomados de la biografía
escrita por Francisco de Castro, rector del hospital de San Juan, en Granada,
unos veinte años después de la muerte del fundador. Dicha biografía,
sustancialmente fidedigna, escrita originalmente en castellano, se halla en
latín en Acta Sanctoram (marzo, vol. I). En la actualidad existen numerosas
adaptaciones de esa vida. Las más conocidas son las de A. de Govea (1624) y L.
del Pozo (1908), en español, y las de Sagnier (1877) y R. Meyer (1897), en
francés.
fuente: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI
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