En Cesarea de Palestina, santos Marino, soldado, y Asterio, senador, mártires en tiempo del emperador Galieno. El primero, delatado por su condición de cristiano por un compañero envidioso, profesó su fe ante el juez con palabras muy claras y, decapitado, alcanzó la corona del martirio. Asterio, por haber honrado el cuerpo del mártir al ajustarle la propia veste con que se cubría, mereció a su vez el mismo honor que él había prestado al mártir.
En Calahorra, en la Hispania Tarraconense, santos Emeterio y Celedonio, quienes, durante el desempeño de la milicia en los campamentos junto a León, en la provincia romana de Gallaecia, por confesar el nombre de Cristo en los comienzos de la persecución, fueron conducidos a Calahorra, y allí coronados con el martirio.
En Amasea, en el Ponto, santos Cleónico y Eutropio, mártires en la persecución desencadenada bajo el emperador Maximiano, siendo procurador Asclepiódato.
En Brescia, en la región de Venecia, san Ticiano, obispo.
En la península de Armórica, en Bretaña, san Winwaleo, primer abad de Landevenec, el cual, según la tradición, fue discípulo de san Budoco en la isla de Lavret, y con su vida ilustró la regla monástica.
En Benevento, en la Campania, santa Artelaides, virgen
En Nonántola, en la Emilia, san Anselmo, fundador y primer abad de este monasterio, en el que durante cincuenta años promovió la disciplina monástica, tanto con sus normas como con el ejercicio de las virtudes.
En el monasterio de Oberkaufungen, en Hesse, santa Cunegunda, que aportó muchos beneficios a la Iglesia junto con su cónyuge, el emperador san Enrique, y que, tras la muerte de éste, abrazó la vida cenobítica en el monasterio donde se había retirado. Al morir, hizo a Cristo heredero de todos sus bienes, y su cuerpo fue colocado junto a los restos de su esposo, en Bamberg.
En Frisia, beato Federico, presbítero, que primero fue párroco en la ciudad de Hallum y después llegó a ser abad del monasterio de Mariengaarde, de la Orden Premonstratense.
En Palermo, en Sicilia, beato Pedro Geremia, presbítero de la Orden de Predicadores, que, confirmado por san Vicente Ferrer en el ministerio de la palabra de Dios, se entregó por entero a la salvación de las almas.
En Vercelli, en el Piamonte, beato Jacobino de' Canepacci, religioso de la Orden de los Carmelitas, preclaro por su dedicación a la oración y a la penitencia.
En Gondar, en Etiopía, beatos Liberato Weisss, Samuel Marzorati y Miguel Pío Fasoli de Zerbo, presbíteros de la Orden de los Hermanos Menores y mártires, que murieron lapidados a causa de su fe católica.
En Vannes, localidad de Bretaña Menor, en Francia, beato Pedro Renato Rogue, presbítero de la Congregación de la Misión y mártir, que en tiempo de la Revolución Francesa, rechazando el inicuo juramento impuesto al clero, permaneció secretamente en la ciudad para atender con su ministerio a los fieles, y finalmente, condenado a la pena capital, descansó en la misericordia del Señor en la misma iglesia donde celebraba los sagrados misterios.
En Brescia, en Lombardía, santa Teresa Eustoquio (Ignacia) Verzeri, virgen, fundadora del Instituto de Hijas del Sacratísimo Corazón de Jesús.
En Bérgamo, también de Lombardía, beato Inocencio de Berzo (Juan) Scalvinoni, presbítero de la Orden de los Hermanos Menores Capuchinos, que brilló por su eximia caridad difundiendo la palabra de Dios y escuchando las confesiones.
En México D.F., México, beata María Concepción Cabrera Arias de Armida, laica, madre de familia y fundadora de las Obras de la Cruz, conjunto de instituciones de espiritualidad misionera.
En Filadelfia, ciudad del estado de Pensilvania, en los Estados Unidos de Norteamérica, santa Catalina Drexel, virgen, que fundó la Congregación de Hermanas del Santísimo Sacramento y utilizó con largueza y de buen grado los bienes de su herencia en educar y ayudar a indios y negros.
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