La flecha de la evolución no es el ser humano,
sino la Vida
2018-05-18
En la comprensión de los
grandes cosmólogos que estudian el proceso de la cosmogénesis y de la
biogénesis, la culminación de este proceso no se realiza en el ser humano. La
gran emergencia es la vida en su inmensa diversidad y aquello que le pertenece
esencialmente que es el cuidado. Sin el cuidado necesario ninguna forma
de vida subsistirá (cf. Boff, L., El cuidado necesario, 2012).
Es
imperioso enfatizar que la culminación del proceso cosmogénico no se concreta
en el antropocentrismo, como si el ser humano fuese el centro de todo, y los
demás seres sólo tuvieran significado cuando se ordenan a él y a su uso y
disfrute. El mayor evento de la evolución es la irrupción de la Vida en todas
sus formas, también en la forma humana.
Los
biólogos describen las condiciones dentro de las cuales surgió la Vida, a
partir de un alto grado de complejidad, y cómo cuando esta complejidad se
encuentra fuera de su equilibrio, impera el caos. Pero el caos no es sólo
caótico; es también generativo. Genera nuevos órdenes y otras varias
complejidades.
Los
científicos no saben definir lo que es la Vida. Ella es la emergencia más
sorprendente y misteriosa de todo el proceso cosmogénico. La vida humana es un
subcapítulo del capítulo de la Vida. Es necesario enfatizar: la centralidad le
corresponde a la Vida. A ella se ordena la infraestructura físico-química y
ecológica de la evolución, que permite la inmensa biodiversidad, y dentro de
ella, la vida humana, consciente, hablante y cuidante.
La
vida es entendida aquí como autoorganización de la materia en altísimo grado de
interacción con el universo y con todo lo que la rodea. Cosmólogos y biólogos
sostienen la vida como la suprema expresión de la “Fuente Originaria de todo
ser”, que para nosotros es otro nombre, el más adecuado, para Dios. La Vida no
viene de afuera, sino que emerge del núcleo del proceso cosmogónico mismo, al
alcanzar un altísimo grado de complejidad.
El
premio Nobel de biología, Christian de Duve, llega a afirmar que cuando ocurre
tal nivel de complejidad en cualquier lugar del universo, la vida emerge como imperativo
cósmico (Polvo vital, 1997). En ese sentido el universo está repleto
de vida.
La
vida muestra una unidad sagrada en la diversidad de sus manifestaciones, pues
todos los seres vivos portan el mismo código genético de base, que son los 20
aminoácidos y las cuatro bases fosfatadas, lo que nos hace a todos los seres
vivos parientes unos de otros. Cuidar de la Vida, hacer que se expanda, entrar
en comunión y sinergia con toda la cadena de vida y celebrar la Vida: es el
sentido de vivir de los seres humanos sobre la Tierra, entendida también como
Gaia, superorganismo vivo, y nosotros, los humanos, como la porción de Gaia que
siente, piensa, ama, habla y venera.
La
centralidad de la Vida implica en concreto asegurar los medios de vida como:
alimentación, salud, trabajo, vivienda, seguridad, educación y ocio. Si
extendiésemos a toda la humanidad los avances de la tecnociencia ya alcanzados,
tendríamos los medios para que todos gozasen de los servicios de calidad a los
que solamente sectores privilegiados y opulentos tienen acceso hoy.
Hasta
ahora el saber ha sido entendido como poder al servicio de la acumulación de
individuos o de grupos que crean desigualdades, por lo tanto, al servicio del
sistema imperante, injusto e inhumano. Postulamos un poder al servicio de la
Vida y de los cambios necesarios exigidos por ella. ¿Por qué no hacer una
moratoria de la investigación y de la invención, a favor de la democratización
del saber y de las invenciones ya acumuladas por la civilización, para
beneficiar a los millones y millones desposeídos de la humanidad?
Este
es el gran desafío para el siglo XXI. O nos autodestruimos, pues hemos
construido ya los medios para ello, o empezamos finalmente a crear una sociedad
verdaderamente justa y fraternal, junto con toda la Comunidad de la Vida.
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