Santa María Magdalena de Pazzi, virgen
fecha: 25 de mayo
fecha en el calendario anterior: 29 de mayo
n.: 1566 - †: 1607 - país: Italia
canonización: B: Urbano VIII 8 may 1626 - C: Clemente IX 28 april 1669
hagiografía: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI
fecha en el calendario anterior: 29 de mayo
n.: 1566 - †: 1607 - país: Italia
canonización: B: Urbano VIII 8 may 1626 - C: Clemente IX 28 april 1669
hagiografía: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI
Elogio: Santa María Magdalena de Pazzi, virgen de la
Orden de Carmelitas, que en la ciudad de Florencia, en la Toscana, llevó una
vida de oración abnegadamente escondida en Cristo, rezando con empeño por la
reforma de la Iglesia. Distinguida por Dios con muchos dones, dirigió de un
modo excelente a sus hermanas hacia la perfección.
Patronazgos: patrona de Florencia y Nápoles.
Oración: Señor Dios, tú que amas la virginidad, has
enriquecido con dones celestiales a tu virgen santa María Magdalena de Pazzi,
cuyo corazón se abrasaba en tu amor; concede a cuantos celebramos hoy su fiesta
imitar los ejemplos de su caridad y su pureza. Por nuestro Señor Jesucristo, tu
Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por
los siglos de los siglos. Amén (oración litúrgica).
La familia de Pazzi,
emparentada con la familia Médicis que gobernaba Florencia, era una de las más
ilustres de la ciudad. Dio al Estado una brillante serie de políticos,
gobernantes, militares, y a la Iglesia, una mujer cuya fama supera a la de toda
su parentela. El padre de la santa, Camilo Geri, estaba casado con María
Buondelmonte, que pertenecía a una familia tan distinguida como la de su esposo.
María Magdalena nació en Florencia, en 1556. Su nombre de bautismo era
Catalina, en honor de santa Catalina de Siena. Fue extraordinariamente piadosa
desde niña, e hizo la primera comunión a los diez años, con gran fervor. Como
su padre había sido nombrado gobernador de Cortona, Magdalena se quedó como
pensionaría en el convento de San Juan, en Florencia. Ahí pudo entregarse, a su
gusto, a las prácticas de devoción, y empezó a familiarizarse con la atmósfera
de la vida conventual.
Quince meses después, su
padre la llamó a Cortona, con la intención de casarla. Entre los pretendientes
había varios personajes destacados; pero la inclinación a la vida religiosa que
mostraba la joven era tan fuerte, que sus padres acabaron por darle el permiso
de ingresar en el convento. Catalina eligió el de las carmelitas, en Florencia,
porque las religiosas comulgaban casi todos los días. La víspera de la fiesta
de la Asunción de 1582 ingresó en el convento de Santa María de los Angeles. La
única condición que le impuso su padre fue que no hiciese profesión antes de
haber experimentado a fondo las dificultades de la vida religiosa. Dos semanas
más tarde, su padre la obligó a volver a casa, con la esperanza de hacerla
cambiar de parecer. Catalina permaneció firme en su resolución y, tres meses
después, volvió al convento con la bendición de sus padres.
El 30 de enero de 1583,
tomó el hábito y el nombre de María Magdalena. El sacerdote que se lo impuso,
depositó el crucifijo en sus manos con estas palabras: «Líbreme Dios de gloriarme
en otra cosa que en la cruz de Jesucristo». El rostro de Magdalena se
transfiguró, y su corazón se inflamó en el deseo de sufrir toda su vida con
Cristo. Ese deseo no haría más que crecer con los años. Al cabo de un fervoroso
noviciado, Magdalena hizo los votos antes que sus compañeras, pues una
enfermedad la puso a las puertas de la muerte. Como la santa sufría
terriblemente, una religiosa le preguntó cómo podía soportar sus dolores sin
una palabra de impaciencia. Magdalena señaló el crucifijo y respondió: «Mirad
con qué amor infinito sufrió Cristo para salvarme. Ese amor fortalece mi
debilidad y me da valor. Quien piensa en la Pasión de Cristo y ofrece sus
dolores a Dios, encuentra dulce el sufrimiento». Cuando la transportaban de
nuevo a la enfermería después de haber hecho los votos, Magdalena fue
arrebatada en éxtasis durante más de una hora. En los siguientes cuarenta días,
tuvo intensas consolaciones espirituales y fue objeto de gracias
extraordinarias. Los especialistas en la vida espiritual hacen notar que Dios
suele consolar a las almas escogidas después del primer momento en que se
entregan completamente a Él, a fin de prepararlas para las pruebas que les
esperan, y las somete a la cruz de las tribulaciones interiores para acabar con
todo rastro de egoísmo, darles un perfecto conocimiento de sí mismas y
convertirlas plenamente al amor. Esto se comprueba una vez más en el caso de
Magdalena de Pazzi, a cuyos transportes de gozo espiritual siguió un período de
amarga desolación. Dios colmó así el deseo de la santa de sufrir por
Jesucristo.
Temiendo ofender a Dios
con el deseo de compartir la vida de las profesas, Magdalena pidió a sus
superioras que le permitiesen continuar en el noviciado otros dos años, después
de haber hecho los votos. Al cabo de ese período, fue nombrada subdirectora del
pensionado y, tres años más tarde, instructora de las religiosas jóvenes. Por
aquella época sufría intensas pruebas interiores. Constantemente se veía
asaltada por tentaciones de gula y de impureza, a pesar de que ayunaba a pan y
agua toda la semana, excepto los domingos. Para vencer esas tentaciones,
castigaba su cuerpo con crueles disciplinas e imploraba constantemente el
auxilio del Salvador y de la Virgen Santísima. Vivía en un estado de oscuridad
interior en el que sólo percibía sus propias debilidades y los defectos de las
personas y objetos que la rodeaban. Al cabo de cinco años de desolación y
sequedad espiritual, Dios le devolvió la paz y le hizo sentir intensamente su
presencia. En 1590, durante el canto del Te Deum en maitines, Magdalena fue
arrebatada en éxtasis; cuando se rehizo, dio un apretón de manos a la superiora
y a la maestra de novicias, diciéndoles: «Alegraos conmigo, pues el invierno ha
pasado. Ayudadme a dar gracias a Dios». Desde entonces, Dios manifestó su
gracia en la santa religiosa.
Magdalena poseía el don
de leer el pensamiento y prever el futuro. Así, por ejemplo, predijo a
Alejandro de Médicis que un día sería Papa. En otra ocasión, le advirtió que su
pontificado sería muy breve; en efecto, sólo duró veintiséis días. La santa se
apareció, en vida, a muchas personas ausentes y curó a numerosos enfermos. Con
el tiempo, los éxtasis se hicieron más y más frecuentes; en algunos casos,
Magdalena podía continuar su tarea, pero en otros entraba en un estado de
rigidez próximo a la catalepsia. Por las palabras que pronunciaba, los
circunstantes comprendían que participaba de un modo especial en la Pasión de
Cristo, o que conversaba con Dios y los espíritus celestiales. Tan edificantes
eran esos coloquios, que sus hermanas solían apuntarlos y los reunieron en un
libro, después de la muerte de la santa. Magdalena parecía gozar de una unión
con Dios sin interrupción; acostumbraba exhortar a todas las criaturas a
glorificar al Creador y ansiaba que todos los hombres le amasen como ella. Con
frecuencia exclamaba: «El Amor no es amado. Las criaturas no conocen a su
Creador. ¡Oh, Jesús! Si tuviese yo una voz suficientemente poderosa para
hacerme oír en todo el mundo, gritaría para dar a conocer tu amor, para lograr
que todos los hombres amasen y honrasen ese bien inmenso».
En 1604, santa Magdalena
tuvo que guardar cama: sufría de violentos dolores de cabeza, había perdido el
uso de los miembros y el más leve contacto constituía una verdadera tortura. A
esto se añadía una aguda desolación espiritual. Pero, cuanto mayores eran los
sufrimientos, mayor el deseo de la santa de participar en la Pasión de Cristo.
«¡Señor -repetía-, quiero sufrir sin morir! ¡Déjame que viva para que sufra
más!» Cuando sus oraciones no eran escuchadas, se regocijaba de que se hiciese
la voluntad de Dios y no la suya. Cuando sintió acercarse su última hora, se
despidió de sus hermanas con estas palabras: «Reverenda madre y queridas
hermanas: pronto voy a dejaros. Lo último que os pido, en el nombre de
Jesucristo, es que le améis a Él solo, que confiéis plenamente en Él y que os
alentéis mutuamente a cada instante a sufrir por Él y amarle». La santa fue a
recibir el premio celestial el 25 de mayo de 1607, a los cuarenta y un años de
edad. Su cuerpo se conserva todavía incorrupto en el santuario contiguo al
convento de Florencia en el que pasó su vida. Fue canonizada en 1669.
En Acta Sanctorum, mayo,
vol. VI, hay una traducción latina de las dos primeras biografías de santa
María Magdalena de Pazzi. La primera fue publicada en 1611 por Vicente Puccini,
que fue su confesor en sus últimos años. La parte narrativa es relativamente
corta; pero hay unas 700 páginas de extractos de los escritos y cartas de santa
Magdalena. El P. Cepari, que había sido también confesor suyo, escribió una
biografía; pero no la publicó para no ofender al P. Puccini. Dicha biografía
vio la luz en 1669, con algunas adiciones, tomadas del proceso de canonización.
Esas dos biografías, las cartas de la santa y los relatos, cinco volúmenes de
notas tomadas por las religiosas durante los éxtasis de Magdalena, constituyen
las principales fuentes. Maurice Vaussard editó, en 1945, una nueva selección
de pensamientos de la santa, con el título de Extases et Lettres; al mismo
autor se debe la biografía de la colección Les Saints. La biografía francesa
escrita por la vizcondesa de Beausire-Seyssel (1913) es muy completa. Véase el
estudio del P. E. E. Larkin sobre Los éxtasis de los cuarenta días de Santa
María M. de Pazzi, en Carmelus, vol. I (1954), pp. 29-71.
fuente: «Vidas de los santos de A. Butler»,
Herbert Thurston, SI
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