Santo Toribio de Mogrovejo, obispo
fecha: 23 de marzo
n.: 1538 - †: 1606 - país: Perú
otras formas del nombre: Toribio Alfonso
canonización: B: Inocencio XI 1679 - C: Benedicto XIII 1726
hagiografía: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI
n.: 1538 - †: 1606 - país: Perú
otras formas del nombre: Toribio Alfonso
canonización: B: Inocencio XI 1679 - C: Benedicto XIII 1726
hagiografía: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI
Elogio: Santo Toribio de Mogrovejo, obispo de Lima, en Perú. Laico de origen
español y licenciado en leyes, fue elegido para esta sede y se dirigió a
América, donde, inflamado en celo apostólico, visitó a pie varias veces la
extensa diócesis, proveyó a la grey a él encomendada, fustigó en sínodos los
abusos y los escándalos en el clero, defendió con valentía a la Iglesia y
catequizó y convirtió a los pueblos nativos, hasta que finalmente, en la
población de Saña, descansó en el Señor.
Patronazgos: patrono de Perú, de Lima y del episcopado latinoamericano.
refieren a este santo: San Francisco
Solano, Santa Rosa de
Lima
Oración: Señor, tú que has querido acrecentar
la Iglesia mediante los trabajos apostólicos y el celo por la verdad de tu
obispo santo Toribio, concede al pueblo a ti consagrado crecer constantemente
en fe y en santidad. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina
contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos.
Amén (oración litúrgica).
Toribio Alfonso de Mogrovejo nació el 18
de noviembre de 1538 en Mayorga, provincia de León, España. Desde la infancia
se sintió inclinado a la piedad y le tuvo horror al pecado; en vez de los
juegos, encontraba placer en adornar los altares y servir a los pobres.
Devotísimo de la Santísima Virgen, rezaba a diario su oficio, el Rosario y
ayunaba todos los sábados. Más de una vez fue necesario moderar sus
mortificaciones; durante sus estudios en Valladolid y Salamanca, daba un buena
parte de sus alimentos a los pobres.
Muy pronto, el rey Felipe II tuvo
oportunidad de conocer los méritos del joven estudiante y le confió puestos
importantes, al grado de llegar a nombrarle presidente del Tribunal de la
Inquisición en Granada, a pesar de que sólo era un laico. Tras de haber
desempeñado su oficio durante cinco años, satisfactoriamente para todos,
Toribio fue elegido para ocupar la sede arzobispal de Lima, capital del Perú.
Una serie de escándalos impedía la conversión de los infieles en aquel país de
América y, en la corte española se consideraba que Toribio era el único hombre
capaz de poner remedio a los excesos. Pero éste recibió la noticia de su
elección como la de un suceso funesto: consternado y bañado el rostro en
lágrimas, se echó a los pies del crucifijo; escribió en seguida al Consejo del
Rey una extensa carta en la que declaraba su incapacidad y recordaba los
cánones de la Iglesia que prohibían elevar a un laico al episcopado. Aquel acto
de humildad fue para Toribio una fuente de gracias. Sus razones no fueron
aceptadas y tuvo que consentir en su elección.
Toribio se preparó entonces a su
ordenación; solicitó recibir las cuatro órdenes menores en otros tantos
domingos, para tener el tiempo de cumplir con sus funciones; después recibió
las demás órdenes, fue consagrado obispo y se embarcó sin demoras para el Perú.
Llegó en 1581, cuando acababa de cumplir cuarenta y dos años. La diócesis de
Lima tenía ciento veinte kilómetros de extensión a lo largo de las costas;
aparte de varias poblaciones, comprendía una multitud de aldeas dispersas por
la cordillera de los Andes. Los conquistadores se habían conducido como
verdaderos tiranos con respecto a los indios y, tras la conquista, se desataron
las guerras civiles y las disensiones internas; las costumbres habían caído en
una condición deplorable y, en vez de reaccionar, los clérigos contribuían con
su conducta a aumentar los escándalos. El santo arzobispo no pudo contener las
lágrimas al constatar todos aquellos desórdenes y se propuso recurrir a todas
las medidas necesarias para remediarlos. Sus primeros mandatos, enérgicos y
prudentes, lograron detener el curso de los escándalos públicos en Lima, y así
el arzobispo pudo emprender la visita de su diócesis, a lo cual consagró siete
años. Es imposible dar una idea precisa sobre los peligros que debió afrontar,
las fatigas y penurias que debió soportar; tuvo que escalar altísimas montañas
escarpadas, cubiertas de hielo o de nieve, para llegar hasta las chozas
miserables de los pobres indios. A menudo, tenía que hacer sus viajes a pie;
pero aún así oraba y ayunaba sin cesar para asegurar los frutos de sus trabajos
apostólicos. Por todas partes colocó a pastores sabios y celosos, fue el azote
de los pecadores públicos y el protector de los oprimidos, sin cuidarse de la
calidad, dignidad o poder de las personas a las que había necesidad de
reprimir. Medidas tan enérgicas le atrajeron persecuciones; le malquistaron con
los gobernantes del Perú, que todo lo sacrificaban a sus placeres y sus
intereses; pero Toribio hizo frente a sus enemigos con su paciencia y su
dulzura, sin abandonar por ello su firmeza contra el mal. Muchos de los
poderosos, para excusar ciertos abusos, alegaban que esa era la costumbre; pero
su argumentación era vana, porque Toribio les respondía invariablemente, como
Tertuliano, que Jesucristo se llamaba verdad y no costumbre y que, en el
tribunal de Dios, nuestras acciones serán pesadas en la justísima balanza del
Santo de los Santos.
A fin de que se extendiera y perpetuara su
obra, Toribio decidió realizar sínodos diocesanos cada dos años y sínodos
provinciales cada siete. Fundó seminarios, iglesias y hospitales. Cuando la
peste atacó una parte de su diócesis, se privó aun de lo más necesario para
socorrer a las víctimas de la epidemia y recomendó la penitencia como el único
medio de aplacar la indignación del cielo. En aquella ocasión organizó
procesiones públicas a las que él mismo asistía como un penitente más, con los
ojos llenos de lágrimas, fijos en un Santo Cristo que portaba en alto, mientras
ofrecía su propia vida a Dios por la conservación de su rebaño. Sus plegarias,
sus ayunos, sus extraordinarias vigilias duraron el tiempo que la peste.
Afrontaba los mayores peligros, si con ello
lograba proporcionar a un alma el menor beneficio; hubiese dado la vida con
gusto por cualquiera de sus diocesanos. Cuando se enteraba de que algunos
pobres indios, para escapar a la barbarie de sus opresores, vagaban por las
montañas o en los desiertos, iba hacia ellos a través de espantosas soledades
en las que no había más que bestias feroces, para llevarles socorros y palabras
de consuelo. Por tres veces hizo la visita a su diócesis: el segundo recorrido
duró cinco años y el tercero un poco menos: el fruto de estos trabajos fue la
conversión de un enorme número de indios. Cuando iba de camino, empleaba su
tiempo en la plegaria; al llegar a cualquier sitio, su primer cuidado era el de
ir a la iglesia. A veces permanecía varios días en un lugar donde había
necesidad de instruir a los indios, a pesar de que casi siempre faltaba ahí
hasta lo indispensable para vivir. Predicaba y catequizaba con un celo
infatigable y, con el fin de desempeñar esa tarea con mayor eficacia, se
propuso aprender las diferentes lenguas y dialectos que hablaban las tribus.
También tuvo Toribio la gloria de renovar a la Iglesia en el Perú, porque si
bien no fue el primer apóstol en las nuevas tierras, a él se debe el
restablecimiento de la devoción, casi extinta. Los decretos elaborados en los
concilios provinciales realizados durante su episcopado quedarán para siempre
como auténticos monumentos de su piedad, de su sabiduría y de su prudencia; se
les ha considerado como oráculos, no sólo en el Nuevo Mundo, sino en Europa y
hasta en la misma Roma. Incluso se ha comparado su obra a la de san Carlos
Borromeo en Italia.
El prelado, tan celoso por la salvación de
su prójimo, no descuidaba nada para su propia santificación; se confesaba por
lo general cada mañana y a diario celebraba la misa con una piedad angelical.
La gloria de Dios era el fin de todas sus palabras y de todos sus actos, de
manera que su vida era una continua plegaria. Sin embargo, tenía señaladas sus
horas para los santos ejercicios; y en esos momentos, un resplandor externo
caía sobre su rostro. Por humildad, ocultaba con extremo cuidado sus
mortificaciones y sus otras buenas obras; su caridad hacia los pobres era
ilimitada; su generosidad comprendía a todos, sin distinción, pero dedicaba
especial atención a los pobres vergonzantes.
El arzobispo Toribio cayó enfermo en
Santa, una villa situada a 440 kilómetros de Lima. Por entonces, acababa de
iniciar una visita más a su diócesis. Inmediatamente vaticinó su muerte próxima
y prometió una recompensa al primero que llegara a anunciarle que los médicos
no tenían esperanza de salvarlo. A sus auxiliares y servidores les dio todo lo
que empleaba en su uso personal; el resto de sus bienes lo legó a los pobres.
Pidió que lo llevaran cargado a la iglesia para recibir el viático, pero antes
de llegar los portadores consideraron prudente devolverlo al lecho y ahí se le
administró la extramaunción. Durante su agonía repitió constantemente las
palabras de San Pablo: «Deseo despojarme de los lazos de mi cuerpo para estar
unido a Jesucristo». Rogó a los presentes que se acercaran al lecho para
entonar las frases del salmo, «Estoy lleno de júbilo por lo que se me ha dicho:
¡Iremos a la casa del Señor!». El 23 de Marzo de 1606, murió mientras
pronunciaba las palabras del rey profeta: «Señor: pongo mi alma entre Tus
manos».
El año siguiente al de la muerte del santo
arzobispo Toribio, se trasladó su cuerpo de Santa a Lima: aún estaba
incorrupto. El autor de su biografía y las actas de su canonización informan
que resucitó a un muerto y dejó sanos a numerosos enfermos. También después de
su muerte obró muchos milagros. Fue beatificado en 1679 por Inocencio XI y
canonizado en 1726 por Benedicto XIII. En 1983 Juan Pablo II lo proclamó
Patrono del Episcopado latinoamericano.
Véanse las actas de beatificación y
canonización de San Toribio. Cipriano de Herrera, «Vida de San Toribio»,
dedicada al papa Clemente X.
fuente: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI
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ingreso o última modificación relevante: ant 2012
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