¿Carácter suicida del gobierno actual?
2019-05-31
Las prácticas políticas del
actual gobierno están destruyendo las posibilidades de una gobernanza que
traiga alguna mejoría para el pueblo y para los más desfavorecidos. No tiene
ningún proyecto de nación y muestra comportamientos indignos del cargo que
ocupa.
Cuando
se cierran todas las puertas y un gobierno ya no ve ninguna salida para su
supervivencia, la alternativa es el suicidio. Este puede ser físico o político.
Con Vargas, fue físico: un tiro en el corazón. Con Jânio Quadros fue político,
bajo el pretexto de una insoportable coacción de fuerzas ocultas. Con Collor
también fue político, renunciando antes de la conclusión del impeachment.
Con Bolsonaro puede ocurrir algo semejante, por reconocer a Brasil como
ingobernable y por causa de la fortísima presión de las corporaciones. No lo
evitarán las manifestaciones del día 26/5 ni el extraño pacto entre los tres
poderes, donde el ministro Toffoli jamás debería estar.
Bolsonaro
ha escogido el camino peor: la confrontación con el Congreso, con un grupo de
partidos de orientación conservadora conocido como Centrão, con el
Supremo Tribunal Federal (STF), con la prensa y con parte del ejército. Tal
estrategia debilita toda su política. La salida sería abandonar la escena y
tratar de salvarse a sí mismo y a sus familiares del alcance de la justicia.
Efectivamente,
el gobierno Bolsonaro ha desmantelado los cuatro pilares básicos que sustentan
una sociedad para que funcione mínimamente.
El
primero, heredado de su antecesor, Michel Temer, acusado en varios
procesos: la destrucción y completa precarización de las leyes laborales.
Una nación vive del trabajo de las grandes mayorías trabajadoras que garantizan
la vida y la continuidad de una nación. Concedió tantos privilegios a los
patrones que los trabajadores han quedado en una situación similar a los
inicios del capitalismo salvaje en Inglaterra, sin derechos garantizados y
desarbolada la estructura sindical.
El
segundo ha sido el desmantelamiento de los derechos fundamentales,
penalizando especialmente a minorías como los LGBT, indígenas y quilombolas Las
instituciones que los implementaban han sido en gran parte vaciadas.
El
tercero es el ataque directo a la educación, a las escuelas, las
universidades, la ciencia y a sus instituciones científico-técnicas. Se ha
intentado implantar una “escuela sin partido” para dar lugar a la ideología del
partido de gobierno de cariz conservador, ultraderechista, intolerante y
fundamentalista. Bajo el cuestionable alegato de contingencia, pero en realidad
como una especie de castigo a las críticas por parte de la inteligencia nacional
y académica, se han hecho recortes sustanciales a toda la red de enseñanza
superior y a los centros de investigación científica y tecnológica. Además, se
ha deformado totalmente la preocupación por el medio ambiente para privilegiar
al agronegocio, descuidando la preservación de la Amazonia y negando el
calentamiento global por razones meramente ideológicas y de ignorancia supina.
El
cuarto ha sido el dejar languidecer el Sistema Único de Salud
(SUS), uno de los mayores programas mundiales de salud pública, con el
propósito de privatizar gran parte del sistema de salud. Los recortes afectan a
las farmacias populares y a los medicamentos gratuitos para distintas
enfermedades como diabetes, VIH y otras.
Al
frente de los ministerios han sido nombradas personas sin la más mínima
calificación para el cargo, algunas bizarras, como la de los derechos humanos y
de la mujer o incompetentes como las de educación, medio ambiente y relaciones
exteriores.
Se
tiene la sensación de que hay el propósito de conducir el país a moldes
premodernos, congelar el parque industrial, uno de los más avanzados de los
países en desarrollo, privatizar lo más posible todo de todo, hasta el punto de
que el ministro de hacienda ha llegado a decir sin ningún pudor a inversores de
Dallas que hasta el Palacio de Planalto, sede de la presidencia, podría ser
privatizado y el Banco de Brasil fusionado con el Bank of America. Por
último, se ha sometido al país a una recolonización, condenándolo a ser mero
exportador de commodities, como socio agregado al proyecto de hegemonía
mundial pretendido por EEUU. El presidente visitó aquel país y cumplió allí un
rito de explícito vasallaje.
La
consecuencia es que se condena al país a ser irrelevante. De seguir la política
de recortes, una gran parte de la población podrá verse reducida a la condición
de parias. Sabemos que Brasil es decisivo para el futuro ecológico-social de la
vida y del planeta.
Un
pueblo ignorante, porque se le niega una enseñanza de calidad y enfermo, por no
cuidar de su salud, jamás conocerá un desarrollo sostenible ni podrá aportar
una contribución importante a la humanidad.
Bolsonaro
haría bien al país y al mundo si renunciase a la presidencia, para la cual
confesó no tener vocación. Lo ideal, si tuviese un mínimo de generosidad y un
poco de amor al pueblo, sería que lo hiciese por sí mismo antes de verse
obligado a ello por el hundimiento total del suelo que lo sustenta.
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