Hoy, San Luis Rey de Francia, es el día de mi santo
por En cuerpo y alma
Así que pueden Vds. felicitarme si lo desean, a ver si de esta manera consigo este año, por primera vez en mi vida, recibir más felicitaciones el 25 de agosto, que es cuando realmente tiene lugar mi onomástica, que el 21 de junio, fiesta de San Luis Gonzaga, que es cuando todo el mundo se acuerda de felicitarme (y no voy a quejarme desde luego, siempre es agradable que se acuerden de uno aunque no sea el día de su santo)
¡Y qué le voy a hacer! Yo celebro San Luis Rey de Francia. Bien pensado, entre un duque, el Gonzaga, y un Rey, el Capeto, la elección no era tan difícil… aunque se trate de un francés. No es fácil en España reconocer que se quiere a Francia… pero yo la quiero. He pasado momentos muy felices de mi vida en el país vecino, me gusta el francés más que ninguna otra lengua que no sea la que habla Dios (el español), y tengo excelentes amigos franceses.
Bromas aparte, en mi casa San Luis de Francia tiene su tradición. Ya era San Luis de Francia mi padre, ya era San Luis de Francia mi tía abuela, amadísima de mi abuelo y razón última y primera de que mi padre fuera Luis… y por ende yo. A ella, desaparecida a temprana edad, le dejó escritos mi abuelo en la tumba estos versitos que no serán los mejores del mundo, pero que expresan bien el terrible vacío que se le quedó al perderla:
Mi Luisa querida
mi Luisa murió.
¡Qué pena tan grande,
qué inmenso dolor!
Después de tantas alharacas, no iba a salir yo por peteneras celebrando a San Luis Gonzaga, ¿no les parece?
Felicidades pues tal día como hoy a todos cuantos (muy pocos en España) celebren como yo a San Luis de Francia. Y como ni ellos sabrán muy bien quién fue, salvo que como su propio nombre indica, fue rey de Francia, les daré alguna pista que ya me daban a mí de chiquitito, a saber, que
San Luis Rey de Francia es
quien con Dios pudo tanto
que le concedió ser santo
a pesar de ser francés.
¿Alguna información más? Por supuesto que sí. Ante todo, San Luis Rey de Francia es el noveno de los luises y el noveno también de los reyes Capetos.
Nacido el 25 de abril de 1214, es hijo de Luis VIII el León, y de una española, la infanta Blanca de Castilla, hija de Alfonso VIII, ¿cómo si no, iba a ser santo siendo francés? Circunstancia que además le convierte en uno más de los muchos santos de tan ejemplar familia, pues también lo es su primo Fernando III de Castilla, hijo de la hermana de Blanca, Berenguela de Castilla, la reina (titular, no consorte) que unirá para siempre las coronas de León y de Castilla por su matrimonio con Alfonso IX de León.
Proclamado rey a la temprana muerte de su padre cuando apenas tenía doce años de edad, pasa sus primeros años de reinado bajo la tutela y regencia de su española madre, que ni que decir tiene, es quien le educa en la fe, lo que dará como resultado un verdadero asceta entregado a ejercicios de privación que incluían autoflagelaciones y actos de humildad como lavar los pies a los mendigos, o compartir su mesa con leprosos, o portar siempre bajo sus reales ropajes, en señal de humildad y devoción, una túnica (la Chémise de Saint Louis en francés) de lino blanco, reliquia que por cierto, se salvó recientemente del incendio de la Catedral de Notre Dame gracias a su rescate por el bombero francés, no por bombero menos sacerdote, el padre Jean-Marc Fournier.
San Luis se une a la Orden franciscana seglar, los terciarios, y aunque funda no pocos monasterios, si por alguna construcción pasa a la historia es por la de la famosa Santa Capilla de París, con 650 metros cuadrados de hermosísimas vidrieras, para albergar la importante colección de reliquias que le compra en 1237 al Emperador de Constantinopla Balduino II por la fabulosa cantidad de 135.000 libras de Tours (livre tournois en francés), equivalente a la mitad del presupuesto anual francés de la época, la cual incluye, entre otras, la Santa Corona de Espinas, un clavo de los utilizados para colgar a Jesús y un fragmento de la Vera Cruz. Baste añadir que la suntuosa Capilla en la que albergará tan preciado tesoro le cuesta a nuestro rey una cantidad sideral, 40.000 libras de Tours, pero aún inferior en más de tres veces a los sagrados objetos cuya custodia justifica su construcción.
A San Luis lo tienen los franceses como el padre y fundador de la justicia pública, la cual administraba a la sombra del llamado “roble de Vincennes”. No en balde, el que fuera su palacio es el actual ministerio de justicia, que aún hoy, a pesar de correr los tiempos de la pomposa de la V República Francesa, alberga una gran estatua del monarca. Pero si algo determina el entero reinado de Luis IX, es su participación en el Concilio de Lyon que presidido por el Papa Inocencio IV, convoca en 1245 la VII Cruzada, cuyo mando le es entregado a él. Entre 1248 y 1254 mi patrono y tocayo desembarca en Egipto y toma la ciudad de Damieta, aunque sorprendido por la crecida del Nilo y la peste, caerá prisionero, salvándose tras pagar un fuerte rescate.
No cejará ahí el empeño cruzado de mi santo patrón, pues en 1270 se embarca en la que pasa a la historia como VIII Cruzada que le lleva a Túnez. La expedición acaba en un nuevo desastre, atacada esta vez por la disentería, enfermedad que matará a Luis el 25 de agosto de 1270. Con su muerte se acaban las cruzadas, tanto así que apenas veinte años después, en 1291, los cristianos pierden su última plaza fuerte en Tierra Santa, San Juan de Acre.
Mi tocayo será canonizado bien pronto, en 1297, cosa que hará el Papa Bonifacio VIII, el cual establece la festividad en el día de su muerte, el 25 de agosto.
Mi santo patrono lo es también de Francia y de La Granja de San Ildefonso, y son muchas las ciudades que llevan su nombre en Francia, Canadá, Haití, California, Argentina, Méjico, y hasta en España, en la isla de Menorca.
©L.A.
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