Santa Juana Antida Thouret, virgen y fundadora
fecha: 24 de agosto
fecha en el calendario anterior: 25 de agosto
n.: 1765 - †: 1826 - país: Italia
canonización: B: Pío XI 23 may 1926 - C: Pío XI 14 ene 1934
hagiografía: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI
fecha en el calendario anterior: 25 de agosto
n.: 1765 - †: 1826 - país: Italia
canonización: B: Pío XI 23 may 1926 - C: Pío XI 14 ene 1934
hagiografía: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI
Elogio: En Nápoles, en la región italiana de
Campania, santa Juana Antida Thouret, virgen, que en esta ciudad prosiguió la
vida religiosa, interrumpida durante la Revolución Francesa, junto con algunas
compañeras, y tiempo despúes, en Besanzón dio comienzo a una nueva sociedad de
Hermanas de la Caridad, dedicadas a asegurar la formación civil y cristiana de
la juventud, la atención a los niños abandonados, a los pobres y a los
enfermos, terminando finalmente sus días extenuada por las tribulaciones
soportadas.
Juana Antide-Thouret nació el 27 de
noviembre de 1765, en Sancey-le-Long, en las cercanías de Besançon. Su padre
era curtidor. Juana era la quinta hija de una numerosa familia. A los dieciséis
años perdió a su madre y, hasta la edad de veintidós, se dedicó a atender a su
padre; después, Dios la llamó claramente a la vida religiosa. Ingresó en el
convento de las Hermanas de la Caridad, en París. Durante el postulado y el
noviciado, cayó gravemente enferma dos veces. Por otra parte, cuando estalló la
Revolución, la obra de las Hermanas de la Caridad fue apenas tolerada, sufrió
una constante persecución por parte de las autoridades, hasta que, en 1793, las
religiosas fueron dispersadas, antes de que Juana hiciera su profesión.
Pidiendo limosna, hizo a pie el viaje hasta Sancey-le-Long. Su padre había
muerto ya, y uno de sus hermanos se había hecho revolucionario, cosa que causó
gran pena a Juana. La santa se fue a vivir con su madrastra y abrió una escuela
gratuita. Por la mañana, enseñaba a los niños del pueblo a leer y escribir y
los instruía en la doctrina cristiana. El resto del día y parte de la noche,
los pasaba en visitas a los enfermos y necesitados de la parroquia. Como si
fuese poco, daba albergue a los sacerdotes perseguidos para que pudiesen
celebrar la misa y administrar los sacramentos. Por ello, fue denunciada
repetidas veces a las autoridades, pero con su encantadora franqueza desarmaba
a todo el mundo. Sin embargo, en 1796, hubo de refugiarse en Suiza, donde vivió
con las Hermanas del Retiro Cristiano, una congregación fundada en Friburgo por
el venerable Antonio Receveur. Juana acompañó a las religiosas a Alemania y, al
cabo de algún tiempo, retornó al cantón suizo de Neufelnitel, a pie y pidiendo
limosna. Ahí conoció al P. de Chaffoy, vicario general de Besançon, el cual,
viendo que las circunstancias habían mejorado en Francia, la invitó a volver a
su patria para encargarse de una escuela. Juana se resistía al principio,
alegando que carecía de una formación adecuada en la disciplina religiosa. Pero
el P. de Chaffoy le respondió: «Es verdad. Y, sin embargo, estoy seguro de su
capacidad para hacer lo que le pido. Lo que se necesita es valor, virtud y
confianza en Dios, precisamente las cualidades que la adornan».
La escuela de Besançon se inauguró en
abril de 1799. Para octubre, la fundación contaba ya con cuatro miembros, y la
escuela se transladó a una casa más espaciosa, a la que las religiosas
añadieron un dispensario y un comedor gratuito. En 1800, las religiosas eran ya
doce, y se inició el noviciado regular. Se criticó mucho a santa Juana por
haber fundado una nueva congregación en vez de volver a su antiguo instituto
cuando se firmó el Concordato, en 1801, y ella no estaba del todo tranquila
acerca de ese punto, hasta que el P. de Chaffoy le hizo comprender que no tenía
compromiso alguno con su antigua congregación. En efecto, Juana no había
llegado a hacer la profesión, la Revolución la había arrancando por fuerza a la
comunidad, y la vida comunitaria no estaba aún legalmente restablecida. Por
otra parte, había fundado la nueva congregación por obediencia a las
autoridades eclesiásticas. A petición del prefecto de la ciudad, Juana aceptó
la dirección del manicomio femenino de Belleveaux, en el que no sólo había
enfermas mentales, sino también huérfanas, mendigas y criminales. Por haber
aceptado la dirección de esa institución, se levantó contra ella una oleada de
odio y hostilidad que, durante algún tiempo, obstaculizó el progreso de la
congregación. Pero al fin, en 1807, el arzobispo de Besançon, Mons. Le Coz,
aprobó oficialmente la congregación. En 1810, las Hermanas de la Caridad de
Besançon tenían ya casas en Suiza y Saboya. Ese año, Joaquin Murat, rey de
Nápoles, cedió a santa Juana el convento de Regina Coeli para que administrase
uno de los hospitales de la ciudad. La santa se transladó a Nápoles con siete
religiosas y ahí permaneció hasta 1821, ocupada en organizar la educación de
las niñas, el cuidado de los enfermos y la situación económica de la comunidad.
Una de las cosas que hizo, fue conseguir que se rescindiesen las leyes que
dejaban a las religiosas a merced de las autoridades civiles y prohibían que
las comunidades establecidas en Nápoles dependieran de una madre general
extranjera.
Pío VII aprobó el instituto en 1818. Al
año siguiente, lo confirmó por un breve. Desgraciadamente, en vez de
regocijarse y aprovechar la nueva estabilidad que confería a la congregación la
aprobación pontificia, las religiosas se dividieron. Ese cisma fue la gran pena
durante los últimos años de la fundadora. En el breve de aprobación, la Santa
Sede había hecho ligeras modificaciones a la regla y había dispuesto que todos
los conventos de las Hermanas de la Caridad bajo la protección de San Vicente
de Paul (pues tal era el nombre oficial) debían depender de los obispos locales
y no del arzobispo de Besançon, como hasta entonces estaba establecido. El
arzobispo de Besançon, Mons. Cortois de Pressigny, que tenía una mentalidad
galicana, declaró que no estaba dispuesto a admitir esa cláusula. Así pues, separó
del resto de la congregación a todos los conventos de su diócesis y aun
prohibió a las religiosas que recibiesen a su fundadora y superiora general. En
1821, santa Juana fue a Francia y pasó dieciocho meses en París, tratando en
vano de resolver las dificultades. Como último recurso, se presentó
personalmente en la casa madre de Besançon, pero las religiosas se negaron a
recibirla. Desde el punto de vista de la caridad y por el examen de los hechos,
podemos suponer que las religiosas procedieron así por obediencia al arzobispo
y no por espíritu de partido. Felizmente, antes de que el cisma tornase forma
definitiva, muchas de las religiosas de Besançon tomaron partido en favor de su
superiora y de las disposiciones de la Santa Sede. Santa Juana escribía: «Por
lo que toca a los asuntos de Francia, dejémoslo todo en manos de la
Providencia. Según el consejo de la Santa Sede, hemos hecho todo lo posible por
restablecer la unidad y no lo hemos conseguido aún. Así pues, no nos queda más
que dejarlo todo a la misericordia de Dios, en cuyas manos nos hemos puesto
desde hace mucho tiempo. ¡Que todo sea para Su gloria!» La santa regresó a
Nápoles. Al cabo de tres años, en los que trabajó con afán fundando nuevos
conventos en diversas partes de Italia, murió apaciblemente, el 24 de agosto de
1826. Juana Antide-Thouret fue canonizada en 1934.
La mejor biografía es la de F. Trochu.
Existe en francés otra biografía escrita por P. Bernard y en inglés, una
escrita por Blanche Anderdon.
fuente: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI
accedida 1961 veces
ingreso o última modificación relevante: ant 2012
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