San José de Calasanz, presbítero y fundador
fecha: 25 de agosto
fecha en el calendario anterior: 27 de agosto
n.: 1556 - †: 1648 - país: Italia
canonización: B: Benedicto XIV 18 ago 1748 - C: Clemente XIII 16 jul 1767
hagiografía: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI
fecha en el calendario anterior: 27 de agosto
n.: 1556 - †: 1648 - país: Italia
canonización: B: Benedicto XIV 18 ago 1748 - C: Clemente XIII 16 jul 1767
hagiografía: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI
Elogio: San José de Calasanz, presbítero, que promovió escuelas populares
para la formación de los niños y adolescentes en el amor y en la sabiduría del
Evangelio, y fundó en Roma la Orden de Clérigos Regulares de las Escuelas Pías
(escolapios).
Patronazgos: patrono de los niños y de las escuelas populares cristianas.
refieren a este santo: San Juan
Leonardi, Beata María
Teresa de Soubiran La Louvière, Beato Pedro de
la Natividad de Santa María Virgen Casani, San Pompilio
María Pirrotti
Oración: Señor, Dios nuestro, que has
enriquecido a san José de Calasanz con la caridad y la paciencia, para que
pudiera entregarse sin descanso a la formación humana y cristiana de los niños,
concédenos, te rogamos, imitar en su servicio a la verdad al que veneramos hoy
como maestro de sabiduría. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y
reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los
siglos. Amén (oración litúrgica).
José era el menor de los cinco hijos de
Pedro Calasanz y María Gastón. Nació en 1556, en el castillo de su padre, cerca
de Peralta de la Sal, en Aragón. Estudió humanidades en Estadilla, donde sus
compañeros se burlaban continuamente de su virtud y de su fidelidad en el
cumplimiento de sus deberes religiosos. Su padre deseaba que fuese militar;
pero José tenía otros planes y logró persuadirle de que le dejase ir a estudiar
en la Universidad de Lérida, donde se doctoró en leyes antes de trasladarse a
Valencia. Se cuenta que salió de ahí para huír de una joven pariente suya, que
le sometió a una tentación semejante a la que muchos siglos antes había sufrido
otro José en la corte del faraón. En la Universidad de Alcalá prosiguió sus
estudios de teología y, en 1583, fue ordenado sacerdote, a los veintiocho años
de edad. Pronto se extendió la fama de la sabiduría y bondad del P. José; más
tarde, el obispo de Urgel le nombró vicario general de la provincia de Trempe.
Tuvo ahí mucho éxito que aumentó cuando fue enviado a la región de la diócesis
más próxima a los Pirineos, es decir, a Andorra, de la que el obispo de Urgel
era a la vez «Pastor y Soberano», un título que conserva hasta la actualidad.
Esa región solitaria e inaccesible se hallaba en un estado lamentable de
decadencia moral y religiosa. San José visitó hasta el último rincón, tratando
de renovar en el clero el sentido de sus responsabilidades y obligaciones.
Después volvió a Trempe, donde estuvo hasta que fue nombrado vicario general de
toda la diócesis. Pero desde tiempo atrás, José se sentía llamado a una tarea
muy diferente. Así pues, resolvió renunciar u su oficio y beneficios, repartió
su patrimonio entre sus hermanas y los pobres (guardando para sí lo necesario) y
dotó varias instituciones de caridad. En 1592, salió de España con rumbo a
Roma.
En la Ciudad Eterna encontró a un antiguo
amigo de Alcalá, Ascanio Colonna, que era ya cardenal. El santo estuvo cinco
años bajo la protección de los Colonna. Durante la peste de 1595, se distinguió
por su generosidad y valor, porfiando con su amigo Camilo de Lelis por
ver quién de los dos se entregaba más ardientemente al cuidado de los enfermos
y moribundos. Sin embargo, José no perdía de vista el proyecto que le había
movido a ir a Roma, a saber: el problema de la instrucción de los niños
huérfanos y abandonados, que tan urgentemente necesitaban que alguien se
ocupase de ellos. Para entonces, el santo ya se había hecho miembro de la
cofradía de la Doctrina Cristiana, que tenía por finalidad instruir a los niños
y a los adultos los domingos y días de fiesta. En esa forma, el P. José pudo
ver con sus propios ojos la miseria e ignorancia en que vivían los niños. Pronto
se convenció de que no bastaba con ofrecer un poco de instrucción una vez por
semana y de que hacía falta establecer escuelas gratuitas. Empezó, pues, por
persuadir a los directores de las escuelas parroquiales de que admitiesen
gratuitamente a algunos alumnos pobres, pero resultaba imposible resolver el
problema, sin elevar los salarios de los profesores, y el Senado Romano se negó
a proporcionar fondos para ello. El santo acudió a los jesuitas y a los
dominicos, pero los miembros de ambas órdenes estaban ya tan cargados de
trabajo, que no podían soñar en ampliar aún más sus actividades. El P. José
llegó a la conclusión de que Dios quería que él se ocupase personalmente del
problema y tratase de resolverlo solo. El párroco de Santa Dorotea, Antonio Brendani,
puso a disposición del santo dos habitaciones y sus propios servicios; otros
dos sacerdotes se ofrecieron a colaborar en la empresa y, en noviembre de 1597,
se inauguró una escuela gratuita.
Al cabo de una semana, había ya cien
alumnos y el número creció rápidamente. El fundador hubo de comprometerse a
pagar profesores escogidos entre los clérigos que carecían de beneficio. En
1599, San José consiguió una nueva casa para la escuela y obtuvo del cardenal
Ascanio Colonna permiso para vivir en ella con los otros profesores. José
actuaba como superior de la pequeña comunidad. En los dos años siguientes, el
número de alumnos llegó a setecientos y, en 1602, la escuela tuvo que mudarse
de nuevo a una casa más espaciosa, contigua a la iglesia de Sant'Andrea della
Valle. Un día en que el P. José colgaba una campana en el patio, se cayó de la
escalera y se rompió una pierna: a resultas del accidente quedó cojo y sufrió
durante el resto de su vida. Clemente VIII hizo un préstamo a la escuela y los
personajes de importancia empezaron a enviar a sus hijos a ella, lo cual
provocó violentas críticas de parte de los profesores de las escuelas
parroquiales y de algunas otras personas. Cuando las acusaciones llegaron a
oídos del Pontífice, éste pidió a los cardenales Antoniani y Baronio que
visitasen la escuela por sorpresa. Así se hizo y los informes de los prelados
fueron tan buenos, que Clemente VIII tomó la escuela bajo su protección. La
visita volvió a repetirse en circunstancias semejantes durante el pontificado de
Paulo V, quien duplicó la pensión de la escuela. Pero esas dificultades no eran
más que el comienzo de las persecuciones de que San José de Calasanz sería
objeto durante toda su vida. No obstante, continuó el crecimiento y prosperidad
de la obra. En 1611, el santo compró para la escuela un «palazzo» próximo a la
iglesia de San Pantaleón. Había ya cerca de mil alumnos, entre los que se
contaba cierto número de judíos, a quienes el santo abría las puertas y trataba
con suma bondad. Poco a poco se inauguraron otras escuelas; en 1621, la Santa
Sede aprobó la nueva congregación religiosa de enseñanza, y san José fue
nombrado superior general. Las preocupaciones del superiorato no apartaron al
santo de la más estricta observancia ni del cuidado de los menesterosos, de los
enfermos y de todos aquellos a quienes podía prestar alguna ayuda. Por
entonces, llegó a Roma con su esposa un inglés llamado Tomás Cocket, quien
había quedado fuera de la ley en Inglaterra por haber abjurado del
protestantismo. El santo le ayudó cuanto pudo, y el Papa, siguiendo su ejemplo,
asignó una pensión a los refugiados. La congregación se extendió en los diez
años siguientes en Italia y en el Imperio.
En 1630, ingresó en la congregación en
Nápoles un sacerdote de unos cuarenta años de edad, llamado Mario Sozzi, quien
hizo la profesión a su debido tiempo. Durante varios años, la perversa conducta
de dicho sacerdote fue una rémora para sus hermanos. Habiendo conseguido cierta
influencia en el Santo Oficio, el P. Sozzi se las ingenió para obtener el
puesto de provincial de los Clérigos Regulares de las Escuelas Cristianas en
Toscana, con poderes extraordinarios e independencia total del superior
general. Su gobierno de la provincia, caprichoso y malévolo, puso en mala
situación al P. José ante las autoridades romanas. No contento con ello, el P.
Sozzi le denunció al Santo Oficio. El cardenal Cesarini, protector de la
congregación, mandó confiscar todas las cartas y papeles del P. Sozzi para
reivindicar al santo; pero entre los papeles del P. Sozzi había algunos
documentos del Santo Oficio, el cual, incitado por Sozzi, le mandó arrestar y
conducir por las calles de Roma como un malhechor. San José compareció ante los
asesores, y sólo se salvó de la prisión gracias a la intevención del cardenal Cesarini.
Pero el P. Sozzi quedó impune y siguió buscando la manera de apoderarse del
gobierno de la congregación, haciendo valer que el santo estaba ya muy anciano
y achacoso para gobernar. Finalmente, logró que el P. José fuese suspendido del
generalato y que se nombrase un visitador apostólico que le era favorable. El
P. Sozzi y el visitador se apoderaron prácticamente del mando y sometieron al
fundador al trato más injusto y humillante que se pueda imaginar. El desorden
que reinaba en la congregación era tal, que los súbditos leales no conseguían
convencer de la verdad a las autoridades eclesiásticas.
A fines de 1643, murió el P. Sozzi y le
sucedió en el gobierno el P. Cherubini, quien siguió la misma política. San
José soportó esas pruebas con maravillosa paciencia, urgiendo a sus hermanos a
obedecer a la autoridad «de facto». En cierta ocasión, llegó hasta ofrecer
refugio al P. Cherubini, contra el que se habían rebelado los sacerdotes más
jóvenes, indignados por su conducta. La Santa Sede había nombrado desde hacía
algún tiempo una comisión de cardenales para estudiar el asunto y, en 1645,
restituyó finalmente al santo el puesto de superior general. La noticia llenó
de gozo a la mayor parte de los religiosos; pero los descontentos, apoyados por
una pariente del Papa, apelaron nuevamente al Pontífice. La suerte les
favoreció y, en 1646, un breve de Inocencio X redujo la Congregación de los
Clérigos Regulares de las Escuelas Cristianas a la categoría de simple
asociación sujeta a los obispos de las respectivas diócesis. Así, a los noventa
años de edad, el santo tuvo la pena de ver desmoronarse aparentemente su obra,
por autoridad de la Santa Sede, a la que tanto amaba, y de verse humillado a
los ojos del mundo. Cuando se enteró de la noticia, murmuró simplemente las
palabras de Job: «Dios me lo dio, Dios me lo quitó. ¡Bendito sea!»
El P. Cherubiui fue encargado de la tarea
de redactar las nuevas reglas y constituciones. Pero unos cuantos meses
después, los auditores de la Rota comprobaron los cargos que se habían hecho
contra él de malversación de fondos del Colegio Nazareno, del que era rector.
El P. Cherubini salió de Roma en desgracia. Volvió al año siguiente,
arrepentido del papel que había desempeñado en la conspiración contra san José
y murió en brazos de éste. San José de Calasanz murió pocos meses después, el
25 de agosto de 1648 y fue sepultado en la iglesia de San Pantaleón. Tenía
entonces noventa y dos años. A nadie escapa la semejanza de la vida de san José
con la de san Alfonso
María de Ligorio. Durante los días turbulentos de la historia de
la fundación de los redentoristas, san Alfonso solía consolarse leyendo la vida
de san José de Calasanz. Este último fue canonizado en 1767, seis años antes de
la muerte de Alban Butler, quien sólo le consagró un breve artículo. En él le
calificaba de «segundo Job, perpetuo milagro de fortaleza». El cardenal
Lambertini, que más tarde fue Papa con el nombre de Benedicto XIV, empleó la
misma comparación ante la Sagrada Congregación de Ritos, en 1728. El fracaso de
la obra de san José fue sólo aparente. La supresión de la congregación despertó
oposición y protestas en varias ciudades; en 1656, se concedió a los Clérigos
Regulares de las Escuelas Cristianas la profesión de votos simples y, en 1669,
se aprobó de nuevo la congregación. Los hijos de San José de Calasanz
(comúnmente llamados escolapios) se hallan actualmente establecidos en varias
partes del mundo.
Los biógrafos del santo han aprovechado bien
los documentos de los procesos de beatificación y canonización. Tal es
particularmente el caso de la biografía italiana del siglo XVIII.
Probablemente, la primera biografía detallada fue la que escribió el P.
Mussesti (escolapio) para información del Papa Alejandro VII, menos de veinte
años después de la muerte del santo. De entonces acá, se han publicado
numerosas biografías en italiano, francés, español y alemán. Citaremos entre
ellas las de Timon-David (1883), Tommaseo (1898), Casanovas y Sanz (1904) ,
Heidenreich (1907) , Giovanozzi (1930) y Santoloci (1948) . Véase también Heimbucher, Order und Kongregationen der Kat. Kirche, vol. III, pp. 287-296; y Pastor, Geschichte der
Päpste, sobre todo vol. XI, pp. 431-433.
Cuadro: Francisco de Goya y Lucientes: «La última comunión de san José de Calasanz», 1819, en la Pía Escuela de San Antón, en Madrid.
Cuadro: Francisco de Goya y Lucientes: «La última comunión de san José de Calasanz», 1819, en la Pía Escuela de San Antón, en Madrid.
fuente: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI
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