Lo que nos falta hoy:
el
amor universal e incondicional
2019-08-23
Dedicado a la
pensadora y maestra-astróloga Martha Pires Ferreira
Vivimos
actualmente tiempos sombríos de mucho odio y de falta de finura. Precisamos
rescatar lo más importante, que nos humaniza verdaderamente: el simple amor.
Estimo que debemos siempre retomar el tema del amor universal y sin
precondiciones.
Sobre
él se han dicho las cosas más elevadas hasta llegar a designar el nombre propio
de Dios. Para superar el discurso convencional conviene incorporar la
contribución que nos viene de las distintas ciencias de la Tierra, de la
biología y de los estudios sobre el proceso cosmogénico. Cada vez queda más
claro que el amor es un dato objetivo de la realidad global y cósmica, un
evento bienaventurado del propio ser de las cosas, en las cuales estamos
incluidos nosotros también.
Dos
movimientos, entre otros, presiden el proceso cosmogénico: la necesidad
y la espontaneidad.
Por
necesidad de supervivencia, todos los seres son interdependientes y se
ayudan unos a otros. La sinergia y la cooperación de todos con todos, más que
la selección natural, son las fuerzas fundamentales del universo, especialmente
entre los seres orgánicos. La solidaridad es más que un imperativo ético. Es la
dinámica objetiva del propio cosmos, y explica por qué y cómo hemos llegado
hasta aquí.
Junto
con esa fuerza de la necesidad se presenta también la espontaneidad.
Los
seres se relacionan e interactúan espontánemente, por pura gratuidad y
alegría de convivir. Tal relación no responde a una necesidad. Obedece a un
impulso de crear lazos nuevos, por la afinidad que emerge espontáneamente y
produce deleite. Es el universo de la novedad, de la irrupción de una virtualidad
latente que hace surgir algo maravilloso y que vuelve al universo un sistema
abierto. Es el adviento del amor.
Él
se da entre todos los seres, desde los primeros topquarks que se relacionaron
más allá de la necesidad de crear campos de fuerza que les garantizasen la
supervivencia y el enriquecimiento en el intercambio de informaciones. Muchos
se relacionaron por sentirse espontáneamente atraídos por otros y
componer un mundo no necesario, gratuito, pero posible y real.
De
esta forma, la fuerza del amor atraviesa todos los estadios de la evolución y
enlaza a todos los seres dándoles irradiación y belleza. No hay razón que los
lleve a componerse en eslabones de espontaneidad y libertad. Lo hacen por puro
placer y por alegría de convivir. Hay cosmólogos que afirman que el universo
está lleno de color y es, por lo tanto, extremadamente bello.
El
amor cósmico realiza lo que la mística siempre ha intuido: “la rosa no tiene un
porqué. Florece por florecer. No se cuida de sí misma ni se preocupa de si la
admiran o no”. Así el amor, como la flor, ama por amar y florece como fruto de
una relación libre, como entre los enamorados.
Por
el hecho de que somos humanos y autoconscientes, podemos hacer del amor un
proyecto personal y civilizatorio: vivirlo conscientemente, crear condiciones
para que la amorización pueda darse entre los seres humanos y con todos los
demás seres de la naturaleza. Podemos enamorarnos de una estrella distante y
crear una historia de afecto con ella. Los poetas saben de eso.
El
amor es urgente en Brasil y en el mundo. Millares de refugiados son excluídos y
millares de nordestinos, ofendidos. Más que preguntar quién destila rabia e
intolerancia habría que preguntar por qué las practican. Seguramente porque
faltó el amor como relación que abriga a los seres humanos en la bella
experiencia de abrirse cada uno y acoger jovialmente al otro y respetarse
mutuamente.
Digámoslo
con todas las palabras: el sistema mundial imperante no ama a las personas. Ama
el dinero y los bienes materiales; ama la fuerza de trabajo del obrero, sus
músculos, su saber, su producción y su capacidad de consumir. Pero no ama
gratuitamente a las personas como personas, portadoras de dignidad y de valor.
Predicar
el amor y decir: “amémonos unos a otros como nos amamos a nosotros mismos”,
supone una revolución. Es ser anticultura dominante y estar contra el odio
imperante.
Hay
que hacer del amor aquello que el gran florentino, Dante Alighieri, escribió al
final de cada cántico de la Divina Comedia: “el amor que mueve el cielo y todas
las estrellas”; y yo añadiría, amor que mueve nuestras vidas, amor que es el
nombre sacrosanto del Ser que hace ser todo lo que existe.
Página de Leonardo Boff
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