lunes, 26 de agosto de 2019

Santa Juana Isabel Bichier des Âges, virgen y fundadora (26 de agosto)


Santa Juana Isabel Bichier des Âges, virgen y fundadora

fecha: 26 de agosto
n.: 1773 - †: 1838 - país: Francia
canonización: 
B: Pío XI 13 may 1934 - C: Pío XII 6 jul 1947
hagiografía: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI
Elogio: En Puy-en-Vélay, cerca de Poitiers, también en Francia, santa Juana Isabel Bichier des Âges, virgen, que durante la Revolución Francesa ayudó a san Andrés Huberto Fournet a ejercer clandestinamente su ministerio y, restablecida la paz en la Iglesia, fundó la Congregación de las Hijas de la Cruz, para la instrucción de los pobres y la ayuda a los enfermos.

Juana Isabel María Lucía nació en el castillo de Ages, entre Poitiers y Bourges, en 1773. Su padre, Antonio Bichier, era el señor del castillo y empleado del rey. Su madre se llamaba María Augier de Moussac, y el abuelo materno de la beata desempeñaba también un cargo público de importancia. Lo único que sabemos acerca de la niñez de Isabel es que era tímida, impresionable y que se conmovía profundamente a la vista de los mendigos y de los desdichados. A los diez años, ingresó en la escuela del convento de Poitiers. Su tío, el P. de Moussac, era vicario general de Poitiers y la superiora del convento era también pariente suya. A lo que parece, la jovencita pasó ahí años muy felices. Su diversión favorita consistía en construir castillos de arena. Años después, tuvo que ocuparse mucho de construcciones y comentaba: «Era claro que este iba a ser mi oficio, puesto que empecé a practicarlo desde niña».
Cuando Isabel tenía diecinueve años, murió su padre. Algunas semanas después, en febrero de 1792, la Asamblea Nacional publicó un decreto de expropiación de los bienes de los ciudadanos que habían emigrado de Francia con motivo de la Revolución. Como el hermano mayor de Isabel había emigrado y su madre era ya muy anciana y estaba enferma, la joven decidió defender personalmente sus intereses. Así pues, pidió al P. de Moussac que la dirigiese en el estudio de las leyes de la propiedad y en la manera de llevar las cuentas. La cosa no fue fácil, pero posteriormente debía ser muy útil a la santa. Isabel defendió, pues, a su hermano y las propiedades de su familia; el proceso duró largo tiempo, pero la joven ganó la causa. El zapatero del pueblo, lleno de admiración por el valor de Isabel, le dijo: «Ciudadana, ahora lo único que os queda por hacer es casaros con un buen republicano». Pero Isabel no tenía la menor intención de contraer matrimonio ni con un «buen republicano», ni con un «execrable aristócrata». Todavía se conserva la estampita de Nuestra Señora del Socorro, sobre el reverso de la cual había escrito la joven: «Yo, Juana Isabel María Lucía Bichier, me consagro y dedico desde hoy y para siempre a Jesús y María. 5 de mayo de 1797».
El año anterior se había transladado con su madre a La Guimetiére, en las afueras de Béthines del Poitu. Ahí intensificó su vida de piedad y buenas obras. Años después, una criada de la casa dijo a algunas hijas de la Cruz: «Vosotras tenéis gran respeto a vuestra madre. Pero os aseguro que la respetaríais aún más, si hubieseis visto como yo, lo que hizo por Dios y por los pobres cuando era joven». La parroquia del lugar estaba atendida por un «sacerdote constitucional», de manera que Isabel reunía todas las noches a las familias de los trabajadores de La Guimetiére para orar en común, cantar himnos religiosos y leer algún libro espiritual. Por entonces se enteró de que, a unos treinta y cinco kilómetros, un sacerdote que no había prestado el juramento constitucional había organizado su parroquia en un granero. Se trataba del P. Fournet, conocido actualmente con el nombre de san Andrés Fournet (13 de mayo) . Isabel fue a verle a Maillé y ambos se entendieron perfectamente desde la primera entrevista. A partir de entonces, Isabel fue con frecuencia al granero de Petits Marsillys. El P. Fournet la disuadió de hacerse trapista, diciéndole : «Vuestro campo de trabajo está en el mundo. Hay en él muchas ruinas que reedificar y mucha ignorancia que remediar». Siguiendo la regla de vida que le trazó su director, Isabel se dedicó a reparar los daños que causaba la división religiosa en Béthines y ayudar a su tío y al P. Fournet en la tarea de visitar a los enfermos, los necesitados e instruir a los niños. Durante los meses de verano, trabajaban con ella dos amigas -Magdalena Moreau y Catalina Guiscard- y una de sus doncellas llamada María Ana Guillon. En 1804, murió la madre de Isabel. Con la aprobación del P. Fournet, ésta se puso un vestido negro tan burdo como el de las campesinas del lugar, lo cual provocó una tempestad en un vaso de agua. Los parientes de Isabel, que asistieron a los funerales elegantemente vestidos, se indignaron. El grave vicario general reprendió severamente al P. Fournet por haber permitido aquella extravagancia a su sobrina y dio a ésta la orden de cambiar de indumentaria. Isabel se negó rotundamente. Las hablillas de los parientes continuaron, pero el P. de Moussac acabó por ceder, sospechando que el gesto de Isabel simbolizaba algo más profundo.
Así era. Desde hacía algún tiempo, el P. Fournet estaba convencido de que la región necesitaba una comunidad de religiosas que se encargaran del cuidado de los enfermos y de la instrucción de las niñas en los distritos rurales y creía que la Srta. Bichier estaba llamada a dirigir esa comunidad. Isabel replicó que jamás había sido siquiera novicia, mucho menos superiora. Entonces San Andrés la envió a hacer un año de noviciado con las carmelitas de Poitiers; pero, temiendo tal vez que no volviese nunca, le mandó que se transladase al noviciado de la Sociedad de la Providencia. Entre tanto él empezó a organizar en La Guimetiére la futura comunidad con cuatro jóvenes, entre las que se contaban Magdalena Moreau y María Ana Guillon. Cuando Isabel no llevaba más que seis meses en el noviciado, el P. Fournet la mandó llamar, a pesar de todas sus protestas. Como La Guimetiére estaba demasiado lejos de Maillé, la comunidad se trasladó en mayo de 1806, al castillo de Molante. Ahí empezaron las religiosas a enseñar a los niños, a atender a los pobres, a los enfermos y a hacer actos de reparación por los ultrajes cometidos contra el Santísimo Sacramento en la Revolución. Al principio, San Andrés y Santa Isabel proyectaban simplemente una congregación local. Las primeras religiosas hicieron los votos temporales a principios de 1807, en tanto que encontraban una congregación ya establecida a la que pudiesen afiliarse. Pero ya a fines de 1811, habían comprendido que era necesario fundar una nueva congregación. Como ya contaba la comunidad con veintisiete religiosas, hubo de trasladarse a una casa más grande en Maillé. Cinco años más tarde, las autoridades eclesiásticas de Poitiers aprobaron oficialmente a las Hijas de la Cruz (Tal es el nombre propio de la congregación, aunque hay otras del mismo nombre. La fundadora gustaba de llamar a sus religiosas Hermanas de San Andrés, en honor del santo patrono del P. Fournet), cuyo nombre tenía una significación tan profunda para la «buena madre Isabel». El cargo y la vocación de Isabel le acarrearon considerables pruebas y fatigas, a las que ella añadía aún ayunos, vigilias y otras austeridades. Por su parte, el P. Fournet no la trataba precisamente con dulzura.
En 1815, a raíz de un accidente sufrido en un vehículo, la santa tuvo que ir a operarse a París. El rey Luis XVIII la recibió en las Tullerías. A su vuelta a Maillé, Isabel sufrió una de las mayores pruebas de su obediencia y humildad. El P. Fournet la acogió fríamente y le comunicó que había cesado de ser superiora. Se dice que san Andrés procedió en esa forma porque había sido engañado por las malas lenguas; pero no es imposible que la verdadera razón haya sido el deseo de evitar que los éxitos de París hicieron daño a Isabel, ya que una semana después la restituyó en su cargo. Entre 1819 y 1820, santa Isabel inauguró trece conventos. Pero en la misma época surgió una disputa acerca de la jurisdicción, que estuvo a punto de acabar con la congregación. Felizmente, las cosas se arreglaron y continuaron los progresos de la obra al mismo ritmo. Las autoridades civiles querían que se fundasen pequeños conventos en las regiones rurales y que las religiosas trabajasen entre los campesinos del lugar; así pues, entre 1821 y 1825, las Hijas de la Cruz fundaron unas quince casas en una docena de diócesis diferentes. Después, el obispo de Bayona las llamó al sur de Francia, y la congregación se introdujo en Béarn, el País Vasco, Gascuña y Languedoc. Para 1830, había ya más de sesenta conventos, y los viajes de la madre Isabel podían rivalizar con los de santa Teresa.
Cuando se abrió el convento de Igon, en el País Vasco, fue nombrado director espiritual un joven vicario llamado Garicoits, a quien la Iglesia venera ahora como san Miguel Garicoits. Santa Isabel le animó a fundar la congregación de los Sacerdotes del Sagrado Corazón de Bétharram, de suerte que el santo solía decir: «Es la obra de la buena madre. Yo no hice más que seguir sus instrucciones». Cuando murió san Andrés, en 1834, («la pérdida más grande y más triste que hemos sufrido», según declaró santa Isabel), el P. Garicoits se convirtió en el segundo P. Fournet de las Hijas de la Cruz, por lo menos en lo que se refería a los conventos del País Vasco, y lo fue hasta su muerte. En 1836, la salud de santa Isabel empezó a declinar. Sus fuerzas estaban exhaustas; a ello se añadió una erisipela facial y un recrudecimiento de los males que la habían obligado a operarse en París, veinte años antes. En la primavera de 1838, su estado de salud era alarmante, pues tenía continuos dolores muy agudos y deliraba a ratos. Finalmente, al anochecer del 26 de agosto, tras diez días de agonía que soportó con heroica paciencia, Dios la llamó a Sí.
Santa Isabel Bichier des Ages fue canonizada en 1947. Se cuentan muchas anécdotas acerca de su bondad y piedad. Una de éstas es especialmente oportuna en una época como la actual, en que los cristianos han discutido interminablemente si hay que socorrer al enemigo hambriento1. La santa encontró un día en un granero a un enfermo. Inmediatamente le transportó al convento, y el enfermo falleció en la noche. A la mañana siguiente, el inspector de policía se presentó a decirle que era culpable de haber prestado auxilio a un incendiario. La santa respondió: «Estoy pronta a ir a la prisión. Lo único que tengo que declarar es que vos hubiérais hecho lo mismo que yo en iguales circunstancias. Encontré a ese hombre gravemente enfermo, le traje conmigo y le asistí. A pesar de mis esfuerzos, falleció. Estoy dispuesta a repetir la historia ante el juez». Esta escena es característica de la sencillez con que santa Isabel ponía en práctica su ideal cristiano. Si bien se pueden poner ciertas objeciones a las opiniones teológicas y políticas de Luis Veuillot, hay que reconocer que era un hombre con buen ojo para descubrir a los santos. Dicho autor dijo una vez acerca de Isabel Bichier: «Es uno de los temperamentos más ricos que he encontrado: bondadosa, resuelta, estricta, inteligente, trabajadora y, sobre todo, verdaderamente humilde. No se arredra ante ninguna dificultad. Jamás obstáculo alguno es demasiado grande para su energía sobrehumana. Las pruebas interiores no alteran su serenidad exterior, y el éxito no le hace perder la cabeza. Permanece tranquila en medio de las más furiosas tempestades. Dificultades, desvíos, éxitos, muestras de respeto, injurias, nada altera la serenidad de un alma que ve a Dios en todas las cosas y obedece a su voz».
El P. I. Rigoud escribió la primera biografía de Isabel (traducida al italiano en 1934). También escribió una vida de san Andrés Fournet, cofundador de las Hijas de la Cruz. La biografía más completa y documentada es la del P. Jules Saubat. En la Vie Spirituelle, núm. 320 (julio de 1947) hay un estudio del P. Domec sobre la santa.
1 Nótese que el original inglés de esta edición del Butler-Guinea es de época de la Segunda Guerra.
fuente: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI
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ingreso o última modificación relevante: ant 2012
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