domingo, 19 de abril de 2020

Domingo 2º de Pascua. Ciclo A (19.04.2020): Juan 20,19-31. Dichosos tú y yo que no vimos y estamos bien. y Domingo 21º de ‘Los Hechos de los Apóstoles’ (19.04.2020): Hch 13,13-43. “Ellos sí escucharán” (Hechos 28,28-29)


Leer y escribir es tocar
Ahora, cuando escribo CONTIGO, es el día 10 de abril de este año 2020. Viernes s. Tan viernes como todos los viernes del año. Bueno, no tan igual, porque hoy y aquí tenemos un poco menos de libertad. Alguien nos la ha cortado. Seguramente no desea que nadie hable mal de él. O que le cante las cuarenta, que se decía. 

Es un viernes confinado, confitado... CONTIGO. Lo he escrito ya dos veces. CONTIGO, y van tres. Tú y yo somos la razón de nuestro respirar ahora. De nuestro estar vivos. De nuestro mirar hacia adelante y no sentirnos decepcionados. Tú y yo somos poquito, pero somos casi tanto como los más importantes. Mientras te cuidas me estás cuidando y yo lo siento y lo sé y me gusta y por eso estoy aquí y CONTIGO. Cuarta vez.

En la distancia estamos casi que nos tocamos. Que nos tocamos, que casi nos lo han prohibido. Menos mal que una madre o un padre se habrán inventado mil razones y hechos para seguir 'tocándose' con sus hijos.

El tacto es, dicen los expertos, aquello que se pierde en el penúltimo lugar de nuestra existencia. El último es el aire. Y en esta realidad mostrenca y mundial se nos ha impedido celebrar ese sacramento de la despedida definitiva, el tocarse. Tocar contamina. ¿De qué contamina? ¿De cariño? ¿De seguridad? ¿De acompañamiento? ¿De solidaridad? ¿De placer? ¿De felicidad? ¿De vida?... Mi octavo sacramento va a ser en estos días el sacramento del tacto.

Y ahora que estoy CONTIGO (quinta vez) creo que escribir es tocarte, tocarnos, sostenernos. No te alejes sin leerme. Cuando me lees me tocas. Lo sabes. Yo lo siento. Cuando me lees ya me estás escribiendo. Cuando escribo me dictas desde el silencio las palabras que me nacen y que esperas recibir. 

Te escribo y me lees. Nos tocamos. Nos sabemos. Nos vivimos. ¿No es esto el Evangelio, la buena noticia de vivirnos, de escribirnos, de leernos, de tocarnos? 

CONTIGO escribí el comentario del relato que un tal Juan (desconocido) nos dejó en el capítulo vigésimo de su Evangelio. Ya sabemos los dos que debemos de leernos hasta siete veces este capítulo completo. Ahora ya escribí CONTIGO la sexta y la séptima vez.

También he escrito CONTIGO (la octava, es decir siempre) ese comentario del Libro de los Hechos. Por favor, préstale mucha atención a Juan Marcos. Merece la pena seguir la pista a este personaje de la crónica del Evangelista Lucas. Juan Marcos.

Y basta ya. A continuación, los comentarios. 

Recuerda, leer y escribir es tocar... Tocarnos.

Domingo 2º de Pascua. Ciclo A (19.04.2020): Juan 20,19-31.
Dichosos tú y yo que no vimos y estamos bien. Lo escribo CONTIGO,

Sé que te has leído siete veces el relato de Juan 20,1-18 y que ahora te sabes casi de memoria lo que sucedió aquel primer día de la semana, hacia el amanecer. Este narrador parece que estuvo en Jerusalén durante el día primero de la semana después de la Pascua como si se tratara de un experto reportero. Después de contar lo sucedido en el amanecer (del sol) nos cuenta lo que ocurre ‘en el atardecer’ (del sol). ¿Del sol? ¿Del día? ¿Del día a día? ¿De la vida?

Cuando leo todo este capítulo me sorprendo del miedo de los DOCE reunidos con las puertas cerradas. Estos Doce, ¿no oyeron de boca de María Magdalena su relato del encuentro con el resucitado? (Jn 20,11-18). Los dos primeros Evangelios sinópticos no cuentan nada de esto que sucedió en el atardecer de aquel primer día de la semana. Al contrario, los DOCE se encontraban dispersos y alejados fuera de Jerusalén. María Magdalena sí estuvo presente.

El texto de Juan 20,19-23 es la primera parte del relato de la llamada ‘aparición del resucitado a los DOCE’, aunque en la realidad de esta narración sean en este momento sólo DIEZ apóstoles. Faltan Tomás y Judas. Éste abandonó el grupo en la cena de despedida. La imaginación de mis neuronas me lleva a pensar que muchos ‘ministros de la Palabra’ hablarán en sus homilías de dos cuestiones bien precisas: La confirmación y el perdón. Dos sacramentos.
¿Estaba ahí presente María Magdalena y recibió el mismo encargo que Pedro y los otros?

El resucitado, nos cuenta este narrador sospechosamente presente en todo, sopla sobre ‘los Diez’ y éstos reciben el Espíritu Santo. Este Evangelista Juan le enmienda totalmente la hoja de la historia al Evangelista Lucas que ya había dejado escrito aquello de Pentecostés (Hch 2), acontecido cincuenta días después de la semana de Pascua. ¿Con qué nos quedamos?

El texto de Juan 20,24-30 es la segunda parte de este relato de los hechos finales de la presencia del resucitado en Jerusalén. Suceden los hechos una semana después y este experto reportero está ahí mismo, al pie de la noticia. Aunque sean exactamente ONCE, el Evangelista ‘habla explícitamente de los DOCE’ (Jn 20,24). Breve dato sospechoso. ‘Los Doce’ no son DOCE. Es un grupo. Los nuevos DOCE del Israel nuevo. Todos los seguidores. María Magdalena, las mujeres, los discípulos..., ¿y tú, y yo, y el otro, y los otros? También. Todos.
                                                                                                             
Ahora, ya con Tomás, estamos todos. Y si queda alguna duda, el Evangelista nos escribe muy explícitamente también una preciosa ‘bienaventuranza’ puesta en labios del resucitado y que Mateo y Lucas no nos la escribieron: “Dichosos los que no han visto y han creído” (Jn 20,29). ¿Cómo no voy a pensar que entre estos que no vimos estamos tú y yo y el otro y más...?

Y nos quedan por leer dos versículos: Juan 20,30-31. Quienes esto han estudiado a fondo dicen que aquí se acababa el cuarto Evangelio. Se nos dice que Jesús realizó otras muchas más señales que no se escribieron en este Evangelio. Aquí nos ha dejado siete señales (el agua de Caná, la curación del hijo del funcionario, el paralítico de Betesda, la multiplicación de los panes, el camino de Jesús sobre las aguas, la curación del ciego de nacimiento y la resurrección de Lázaro). Si no son suficientes señales para ti o para mí, nos leeremos despacio Juan 13,35. 
Carmelo Bueno Heras

Domingo 21º de ‘Los Hechos de los Apóstoles’ (19.04.2020): Hch 13,13-43.
“Ellos sí escucharán” (Hechos 28,28-29)

El texto que propongo leer ahora CONTIGO es largo, Hechos de los Apóstoles 13,13-43, pero creo que debe leerse así, por la unidad interna que parece haberle dado su autor. Y podemos distinguir dos partes. La primera es breve, Hechos 13,13-15. El resto del relato es un discurso enorme que el Evangelista ha puesto en boca de Pablo, ¿solo de Pablo?, Hechos 13,16-43.

En Hechos 13,13-15 se nos cuenta una etapa importante en el camino del ‘primer viaje misionero’ de los delegados de la iglesia de Antioquía de Siria que desde el puerto chipriota de Pafos llegan a la población de Antioquía de Pisidia en las tierras de la actual Turquía, que entonces formaban parte del inmenso Imperio romano.  Se necesita un mapa para hacerse una idea aproximada de este viaje a medias por mar y a medias por tierra.

Además de las referencias sobre lugares por los que pasan los misioneros evangelizadores hay un dato que no se debe pasar a la ligera: “Al llegar a Perge, Juan [Marcos] les dejó y se volvió a Jerusalén” (13,13). Parece ser que es Juan Marcos el que toma la decisión. Abandona el proyecto  misionero recién iniciado. Parece ser que el viaje en barco no fue tranquilo.

¿Pasó algo en la intimidad de la pequeña iglesia  de los tres que viajan en barco desde Chipre hasta la costa de las tierras de la Panfilia del imperio gentil de Roma? Recuerdo que este Juan Marcos vivía en la iglesia de ‘la casa de María’ en Jerusalén. No con el grupo de los Doce, ni de los Siete. Bernabé y Pablo eran de los DOCE. Adelanto ya que Bernabé abandonará a Pablo.

En Hechos 13,16-43 el Evangelista nos presenta la tarea evangelizadora de Pablo. Bernabé sigue mudo o callado en esto de la predicación. Este discurso acontece en la sinagoga de Antioquía de Pisidia, un sábado y después de haberse leído ahí los textos correspondientes de la Ley y de su comentario por uno de los Profetas. Creo que intencionadamente, Lucas no dice qué texto de la Ley ni qué texto de los profetas se han leído. ¡Cuánta semejanza, y a la vez, cuánta distancia entre la presencia de Jesús en Nazaret (Lucas 4) y esta  actuación de Pablo en Antioquía de Pisidia! ¿No nos encontramos ante dos incompatibles maneras  de evangelizar?

La armonía del discurso de Pablo es ejemplar. Tiene tres puntos. Tres apartados. Tres mensajes hilvanados. Tres. Ni dos ni cuatro: el viejo Israel, la pasión en cruz de Jesús y su resurrección obrada por Dios. Ni una sola palabra sobre la vida de Jesús de Nazaret. Gritan tanto las palabras de Pablo como sus silencios. En este silencio, Lucas también dice quién es ‘su’ Pablo.

En Hch 13,16-25, el Pablo de Lucas sintetiza la historia de Israel que todo buen judío firmaría, desde que Yavé Dios elige a Moisés en Egipto hasta la llegada de Juan Bautista. En segundo lugar, Hch 13,26-33, este Pablo proclama que la promesa de Dios formulada en el salmo segundo se ha cumplido en la pasión y muerte de Jesús de Nazaret: “Tú eres mi Hijo”.

Hch 13,34-43 es la tercera parte de las palabras de este Pablo que Lucas nos está presentando en su dimensión de judío creyente: Jesús es el resucitado por Dios, el único judío y Mesías resucitado. Faltó muy poco para que este Pablo saliera a hombros de allí. ¿Cautivó o empapó? 
Carmelo Bueno Heras 

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