Leer y escribir es tocar
Ahora, cuando escribo
CONTIGO, es el día 10 de abril de este año 2020. Viernes s. Tan viernes como
todos los viernes del año. Bueno, no tan igual, porque hoy y aquí tenemos un
poco menos de libertad. Alguien nos la ha cortado. Seguramente no desea que nadie
hable mal de él. O que le cante las cuarenta, que se decía.
Es un viernes confinado,
confitado... CONTIGO. Lo he escrito ya dos veces. CONTIGO, y van tres. Tú y yo
somos la razón de nuestro respirar ahora. De nuestro estar vivos. De nuestro
mirar hacia adelante y no sentirnos decepcionados. Tú y yo somos poquito,
pero somos casi tanto como los más importantes. Mientras te cuidas me estás
cuidando y yo lo siento y lo sé y me gusta y por eso estoy aquí y CONTIGO.
Cuarta vez.
En la distancia estamos casi
que nos tocamos. Que nos tocamos, que casi nos lo han prohibido. Menos mal que
una madre o un padre se habrán inventado mil razones y hechos para seguir
'tocándose' con sus hijos.
El tacto es, dicen los
expertos, aquello que se pierde en el penúltimo lugar de nuestra existencia. El
último es el aire. Y en esta realidad mostrenca y mundial se nos ha impedido
celebrar ese sacramento de la despedida definitiva, el tocarse. Tocar
contamina. ¿De qué contamina? ¿De cariño? ¿De seguridad? ¿De acompañamiento? ¿De
solidaridad? ¿De placer? ¿De felicidad? ¿De vida?... Mi octavo sacramento va a
ser en estos días el sacramento del tacto.
Y ahora que estoy CONTIGO
(quinta vez) creo que escribir es tocarte, tocarnos, sostenernos. No te alejes
sin leerme. Cuando me lees me tocas. Lo sabes. Yo lo siento. Cuando me lees ya
me estás escribiendo. Cuando escribo me dictas desde el silencio las palabras
que me nacen y que esperas recibir.
Te escribo y me lees. Nos
tocamos. Nos sabemos. Nos vivimos. ¿No es esto el Evangelio, la buena noticia
de vivirnos, de escribirnos, de leernos, de tocarnos?
CONTIGO escribí el comentario
del relato que un tal Juan (desconocido) nos dejó en el capítulo vigésimo de su
Evangelio. Ya sabemos los dos que debemos de leernos hasta siete veces este
capítulo completo. Ahora ya escribí CONTIGO la sexta y la séptima vez.
También he escrito CONTIGO
(la octava, es decir siempre) ese comentario del Libro de los Hechos. Por
favor, préstale mucha atención a Juan Marcos. Merece la pena seguir la pista a
este personaje de la crónica del Evangelista Lucas. Juan Marcos.
Y basta ya. A continuación,
los comentarios.
Recuerda, leer y escribir es
tocar... Tocarnos.
Domingo 2º de Pascua. Ciclo A (19.04.2020): Juan
20,19-31.
Dichosos tú y yo que no vimos y estamos bien. Lo escribo CONTIGO,
Sé que te has leído
siete veces el relato de Juan 20,1-18 y que ahora te sabes
casi de memoria lo que sucedió aquel primer día de la semana, hacia el
amanecer. Este narrador parece que estuvo en Jerusalén durante el día primero
de la semana después de la Pascua como si se tratara de un experto reportero.
Después de contar lo sucedido en el amanecer (del sol) nos cuenta lo que ocurre
‘en el atardecer’ (del sol). ¿Del sol? ¿Del día? ¿Del día a día? ¿De la vida?
Cuando leo todo
este capítulo me sorprendo del miedo de los DOCE reunidos con las puertas
cerradas. Estos Doce, ¿no oyeron de boca de María Magdalena su relato del
encuentro con el resucitado? (Jn 20,11-18). Los dos primeros Evangelios
sinópticos no cuentan nada de esto que sucedió en el atardecer de aquel primer
día de la semana. Al contrario, los DOCE se encontraban dispersos y alejados
fuera de Jerusalén. María Magdalena sí estuvo presente.
El texto de Juan
20,19-23 es la primera parte del relato de la llamada ‘aparición del
resucitado a los DOCE’, aunque en la realidad de esta narración sean en este
momento sólo DIEZ apóstoles. Faltan Tomás y Judas. Éste abandonó el grupo en la
cena de despedida. La imaginación de mis neuronas me lleva a pensar que muchos
‘ministros de la Palabra’ hablarán en sus homilías de dos cuestiones bien
precisas: La confirmación y el perdón. Dos sacramentos.
¿Estaba ahí
presente María Magdalena y recibió el mismo encargo que Pedro y los otros?
El resucitado, nos
cuenta este narrador sospechosamente presente en todo, sopla sobre ‘los Diez’ y
éstos reciben el Espíritu Santo. Este Evangelista Juan le enmienda totalmente
la hoja de la historia al Evangelista Lucas que ya había dejado escrito aquello
de Pentecostés (Hch 2), acontecido cincuenta días después de la semana de
Pascua. ¿Con qué nos quedamos?
El texto de Juan
20,24-30 es la segunda parte de este relato de los hechos finales de
la presencia del resucitado en Jerusalén. Suceden los hechos una semana después
y este experto reportero está ahí mismo, al pie de la noticia. Aunque sean
exactamente ONCE, el Evangelista ‘habla explícitamente de los DOCE’ (Jn 20,24).
Breve dato sospechoso. ‘Los Doce’ no son DOCE. Es un grupo. Los nuevos DOCE del
Israel nuevo. Todos los seguidores. María Magdalena, las mujeres, los
discípulos..., ¿y tú, y yo, y el otro, y los otros? También. Todos.
Ahora, ya con
Tomás, estamos todos. Y si queda alguna duda, el Evangelista nos escribe muy
explícitamente también una preciosa ‘bienaventuranza’ puesta en labios del
resucitado y que Mateo y Lucas no nos la escribieron: “Dichosos los que
no han visto y han creído” (Jn 20,29). ¿Cómo no voy a pensar que entre
estos que no vimos estamos tú y yo y el otro y más...?
Y nos quedan por
leer dos versículos: Juan 20,30-31. Quienes esto han estudiado a
fondo dicen que aquí se acababa el cuarto Evangelio. Se nos dice que Jesús
realizó otras muchas más señales que no se escribieron en este Evangelio. Aquí
nos ha dejado siete señales (el agua de Caná, la curación del hijo del
funcionario, el paralítico de Betesda, la multiplicación de los panes, el
camino de Jesús sobre las aguas, la curación del ciego de nacimiento y la
resurrección de Lázaro). Si no son suficientes señales para ti o para mí, nos
leeremos despacio Juan 13,35.
Carmelo Bueno Heras
Domingo 21º de ‘Los Hechos de los
Apóstoles’ (19.04.2020): Hch 13,13-43.
“Ellos sí escucharán” (Hechos 28,28-29)
El texto que
propongo leer ahora CONTIGO es largo, Hechos de los Apóstoles 13,13-43,
pero creo que debe leerse así, por la unidad interna que parece haberle dado su
autor. Y podemos distinguir dos partes. La primera es breve, Hechos
13,13-15. El resto del relato es un discurso enorme que el Evangelista ha
puesto en boca de Pablo, ¿solo de Pablo?, Hechos 13,16-43.
En Hechos
13,13-15 se nos cuenta una etapa importante en el camino del ‘primer
viaje misionero’ de los delegados de la iglesia de Antioquía de Siria que desde
el puerto chipriota de Pafos llegan a la población de Antioquía de Pisidia en
las tierras de la actual Turquía, que entonces formaban parte del inmenso
Imperio romano. Se necesita un mapa para hacerse una idea aproximada de
este viaje a medias por mar y a medias por tierra.
Además de las
referencias sobre lugares por los que pasan los misioneros evangelizadores hay un
dato que no se debe pasar a la ligera: “Al llegar a Perge, Juan [Marcos] les
dejó y se volvió a Jerusalén” (13,13). Parece ser que es Juan Marcos
el que toma la decisión. Abandona el proyecto misionero recién iniciado.
Parece ser que el viaje en barco no fue tranquilo.
¿Pasó algo en la
intimidad de la pequeña iglesia de los tres que viajan en barco desde
Chipre hasta la costa de las tierras de la Panfilia del imperio gentil de Roma?
Recuerdo que este Juan Marcos vivía en la iglesia de ‘la casa de María’ en
Jerusalén. No con el grupo de los Doce, ni de los Siete. Bernabé y Pablo eran
de los DOCE. Adelanto ya que Bernabé abandonará a Pablo.
En Hechos 13,16-43 el
Evangelista nos presenta la tarea evangelizadora de Pablo. Bernabé sigue mudo o
callado en esto de la predicación. Este discurso acontece en la sinagoga de
Antioquía de Pisidia, un sábado y después de haberse leído ahí los textos
correspondientes de la Ley y de su comentario por uno de los Profetas. Creo que
intencionadamente, Lucas no dice qué texto de la Ley ni qué texto de los
profetas se han leído. ¡Cuánta semejanza, y a la vez, cuánta distancia entre la
presencia de Jesús en Nazaret (Lucas 4) y esta actuación de Pablo en
Antioquía de Pisidia! ¿No nos encontramos ante dos incompatibles maneras
de evangelizar?
La armonía del
discurso de Pablo es ejemplar. Tiene tres puntos. Tres apartados. Tres mensajes
hilvanados. Tres. Ni dos ni cuatro: el viejo Israel, la pasión en cruz de Jesús
y su resurrección obrada por Dios. Ni una sola palabra sobre la vida de Jesús
de Nazaret. Gritan tanto las palabras de Pablo como sus silencios. En este
silencio, Lucas también dice quién es ‘su’ Pablo.
En Hch
13,16-25, el Pablo de Lucas sintetiza la historia de Israel que todo buen
judío firmaría, desde que Yavé Dios elige a Moisés en Egipto hasta la llegada
de Juan Bautista. En segundo lugar, Hch 13,26-33, este Pablo
proclama que la promesa de Dios formulada en el salmo segundo se ha cumplido en
la pasión y muerte de Jesús de Nazaret: “Tú eres mi Hijo”.
Hch 13,34-43 es la tercera
parte de las palabras de este Pablo que Lucas nos está presentando en su
dimensión de judío creyente: Jesús es el resucitado por Dios, el único judío y
Mesías resucitado. Faltó muy poco para que este Pablo saliera a hombros de allí.
¿Cautivó o empapó?
Carmelo Bueno Heras
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