Por Ibiza Melián el Apr 14, 2020
02:31 pm
Hoy me
gustaría hablar del misticismo judío. Claves que traté con detalle
en mi libro La
corrupción inarmónica. Ensayo que puedes adquirir en Amazon. Misticismo judío que
para poder entenderlo hay que analizar primero que nada su contexto
cultural y es precisamente de eso de lo que vamos a
hablar en este vídeo. De
manera que para introducirnos en este tema resulte crucial partir
de la exégesis bíblica.
Los hebreos
Escritura
Sagrada que menciona en sus comienzos a los hebreos, a los
descendientes del gran patriarca Abraham, a
quien Dios hizo la promesa de entregarle Canaán (Génesis 17, 8). Así pues, en el
texto bíblico se habla de «Abram, el hebreo» (Génesis 14, 13). Término hebreo
que deriva de Ever, ancestro de Abraham y descendiente de uno de
los hijos de Noé, Sem. De donde proviene el vocablo semita,
utilizado para designar a los provenientes de esa misma raíz.
Abraham
fue tanto el antecesor de los judíos, como de los cristianos y de los musulmanes.
Inclusive los magos persas
lo identificaron con Zoroastro, el
profeta del zoroastrismo, previamente a abandonar su ciudad, Ur, en
Caldea (Génesis 11, 31). Cuando todavía se
llamaba Abram y no Abraham, nombre otorgado por Dios tras sellar la
alianza con él (Génesis 17, 1-7).
Simbolismo del término
Abraham por
tanto pasó
el río Jordán, simbólicamente el que ha dejado atrás lo prosaico
para conectar con la santidad. Esta alegoría de
atravesar el río también se contempla en el cristianismo cuando
Jesús fue bautizado. Donde «al salir del agua, vio que los cielos
se abrían y que el Espíritu Santo descendía sobre él como una
paloma» (Marcos 1, 10). De manera análoga,
los masones en el grado quince del Rito Escocés Antiguo y Aceptado
adoptaron este símil como paso de las tinieblas a la luz,
instante en el que el compás prevalece sobre la escuadra.
Donde lo fragmentado retorna a la unidad inicial.
Por
consiguiente, la palabra hebrero alude al santo, al que ha cruzado
el río. De ahí que al idioma hebreo se lo relacione con el
de los profetas, el de los sabios. Razón por la que Dios intercaló
una «h» en la grafía de Abraham, al corresponder esta letra al
conocimiento primordial.
Los israelitas
Abraham
fue el padre de Isaac, progenitor a su vez de Jacob. A quien Dios
cambiaría el nombre por el de Israel (Génesis 35, 10) y que tuvo doce hijos
de los que proceden las doce tribus de Israel, a saber, los
israelitas. Debido a una época de penurias Jacob
tuvo que trasladarse con sus hijos a Egipto, país en el que uno de
sus vástagos, José, llegó a ser virrey. Sin embargo, con el pasar
de los años la situación se torció y los israelitas se convirtieron
en esclavos de los egipcios. Es por eso que Moisés los liberó y fue
entonces cuando sobrevino la etapa calificada como «éxodo».
El éxodo
Periodo
de cuarenta años en los que vagaron por el desierto hasta que
pudieron penetrar en la Tierra Prometida (Deuteronomio 8, 2). Mas antes el
Creador había entregado a Moisés la Ley en el monte Sinaí para que
fuera cumplida por los israelitas. Plasmada en la Torá, los cinco
primeros libros bíblicos o Pentateuco: Génesis, Éxodo, Levítico,
Números y Deuteronomio.
Y es que
no hay que olvidar la enorme trascendencia del número cuarenta.
Tiempo que transcurrió hasta que el Señor consideró que los
israelitas estaban preparados para obtener un conocimiento
superior, al haberles concedido la suficiente «inteligencia para
entender» (Deuteronomio 29, 3-4). Simbolismo que se refleja nuevamente
al pasar el río Jordán. La alusión al número cuarenta aparece en
más de cien pasajes bíblicos. No en vano, es a los cuarenta años
para la cábala cuando la persona se eleva de la sefirá de Yesod a la
de Tiferet.
La entrada en la Tierra Prometida
Una vez
instalados en la Tierra Prometida los israelitas optaron por
investir a un rey, requerido para resolver las controversias con
otros territorios colindantes, por lo que eligieron a Saúl. Este
sería sucedido por David, reemplazado a su vez por su hijo Salomón.
Soberano encargado de erigir un majestuoso templo para el Altísimo,
con el propósito de que habitara entre ellos.
Hay que
recordar que la profecía aseguraba que el Mesías, el «ungido»,
sería un descendiente de la casa de David (2 Samuel 7; Isaías 11; Salmos 18, 51). Función que en el
cristianismo se le dio a Cristo, nacido supuestamente en Belén como
David (Mateo 2, 1-6), el hipotéticamente
encargado de liderar los designios del pueblo de Israel (Miqueas 5, 1). Reconocimiento como
Mesías que será el punto de fricción entre cristianos y judíos.
Visto que inicialmente todos eran judíos, tanto Jesús como san
Pablo, el gran artífice de la teología cristiana.
Exclusivamente
a la muerte de san Pablo sus seguidores se separaron completamente
de la rama inicial y se conformó el cristianismo. En el que Cristo,
del vocablo griego Khristós,
el ungido, adopta el rol del Hijo del Padre. Se concibe a Dios como «trino y uno»:
tres personas (Padre, Hijo y Espírito Santo), pero una sola
sustancia (Dios). Teoría que para los judíos chocaba con su
estricto monoteísmo.
Los judíos
Luego de
perecer Salomón el reino se fracturó en dos porciones: una al
norte, Israel, donde se instalaron diez tribus; mientras que la
región del sur era Judá, habitada por dos tribus, en la que se
ubicaba el Templo de Jerusalén. Empero,
el norte
fue conquistado por Asiria y en el 722 a. C. se
perdió el rastro de diez de las doce tribus de Israel.
Por su
parte en el 586 a. C. Judá fue arrasada por Nabucodonosor.
Rey de Babilonia que destruyó el Templo y se llevó «todos los
tesoros de la Casa del Señor». Además de deportar a las élites —a
los «jefes», a «la gente rica», «herreros y cerrajeros»—, por miedo
a una rebelión. Nada más que dejó a «la gente más pobre del país» (2 Reyes 24, 13-14). Fase
denominada como la del exilio de Babilonia.
En el
año 538 a. C. los persas conquistaron Babilonia y el rey Ciro el
Grande permitió a los exiliados retornar a Judá y reconstruir su
Templo, si bien algunos prefirieron permanecer en Babilonia.
Edificio que quedó finalizado en el 515 a. C. Desde entonces es
cuando se puede hablar propiamente de judíos, para designar a los
retornados de Babilonia que eran originarios de Judá. Ya que las
diez tribus de la región del norte, Israel, habían desaparecido.
La influencia grecorromana
No
obstante, los judíos ya no tenían un país propio, sino que
dependían de los persas. Alejandro Magno en el 330 a. C. los
vencería y quedarían bajo dominio griego. Influencia griega que se
deja entrever en la mística judía. Después vendrían los romanos,
con los que chocaron frontalmente. Es más, estos enfrentamientos
provocaron la destrucción otra vez del Templo en el año 70.
Los
judíos fueron expulsados definitivamente de la Tierra Prometida en
el 135 por Adriano, lo que supondría la diáspora, su dispersión por
dispares territorios allende las fronteras. Y es que Israel solo
lograría constituirse como país después de la Segunda Guerra
Mundial. O sea, tuvieron que cumplirse casi dos milenios para que
los judíos pudiesen regresar a la mítica Sion, por la que tanto
habían llorado (Salmos 137, 1). El lugar que les
ofreció Dios y que constituía el genuino sentido de su existencia
como pueblo.
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Bibliografía
Laenen,
J. H. (2006). La
mística judía. Madrid: Editorial Trotta.
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