jueves, 16 de abril de 2020
Cómo cuidar de sí y de los demás en tiempos del coronavirus (Leonardo Boff) 15042020
Cómo cuidar de sí y de los demás en tiempos
del coronavirus
2020-04-15
Vivimos tiempos
dramáticos bajo el ataque del coronavirus, una especie de guerra contra un
enemigo invisible, contra el cual todo el arsenal destructivo de armas
nucleares, químicas y biológicas fabricadas por los poderes militaristas son
totalmente inútiles e incluso ridículas. El Micro (virus) está derrotando a lo
Macro (nosotros).
Tenemos que cuidarnos
personalmente y cuidar a los demás, para que podamos salvarnos juntos. Aquí no
valen los valores de la cultura del capital, no la competencia, sino la
cooperación, no la ganancia sino la vida, no la riqueza de unos pocos y la
pobreza de las grandes mayorías, no la devastación de la naturaleza, sino su
cuidado. Estamos en el mismo barco y sentimos que somos seres que dependemos
unos de otros. Aquí todos somos iguales y con el mismo destino feliz o trágico.
¿Qué somos como humanos?
En estos momentos de
aislamiento social forzado, tenemos la oportunidad de pensar sobre nosotros
mismos y en lo que realmente somos. ¿Sabemos quiénes somos? ¿Cuál es nuestro
lugar en el conjunto de seres? ¿Para qué existimos? ¿Por qué podemos ser
infectados por el coronavirus e incluso morir? ¿Hacia dónde vamos? Al
reflexionar sobre estas preguntas impostergables, vale la pena recordar a
Blaise Pascal (+1662). Nadie mejor que él, matemático, filósofo y místico, para
expresar el ser complejo que somos:
“Qué es el ser humano
en la naturaleza? Una nada frente al infinito y un todo frente a la nada, un
medio entre la nada y el todo, pero incapaz de ver la nada de donde viene y el
infinito hacia dónde va” (Pensées § 72). En él se cruzan los cuatro
infinitos: lo infinitamente pequeño, lo infinitamente grande, lo infinitamente
complejo (Teilhard de Chardin) y lo infinitamente profundo.
En verdad no sabemos
bien quien somos. O mejor, desconfiamos de alguna cosa en la medida en que
vivimos y acumulamos experiencias. En uno somos muchos. Además de aquello que
somos, existe en nosotros aquello que podemos ser: un manojo inagotable de
virtualidades escondidas dentro de nosotros. Nuestro potencial es lo más seguro
en nosotros. De ahí nuestra dificultad para construir una representación
satisfactoria de quienes somos. Pero esto no nos exime de elaborar algunas
claves de lectura que, de alguna manera, nos guíen en la búsqueda de lo que
queremos y podemos ser.
En esta búsqueda el cuidado
de sí mismo juega un papel decisivo. Especialmente en este momento
dramático, cuando estamos expuestos a un enemigo invisible que puede matarnos o
a través de nosotros causar la enfermedad o la muerte a los otros. En primer
término, no es una mirada narcisista sobre el propio yo, lo cual lleva
generalmente a no conocerse a sí mismo sino a identificarse con una imagen
proyectada de uno mismo y, por lo tanto, alienada y alienante.
Fue el filósofo Michel
Foucault quien, con su exhaustiva investigación Hermenéutica del sujeto
(1984), trató de rescatar la tradición occidental del cuidado del sujeto,
especialmente en los sabios de los siglos II/III, como Séneca, Marco Aurelio,
Epicteto y otros. El gran lema era el famoso “gnôti seautón”: “conócete a ti mismo”.
Este conocimiento no se entendía de una manera abstracta sino concreta:
reconócete en lo que eres, trata de profundizar en ti mismo para descubrir tus
potencialidades; trata de realizar lo que realmente eres.
Es importante afirmar
en primer lugar que el ser humano es un sujeto y no una cosa. No es una
sustancia constituida de una vez por todas (Foucault, Hermenéutica del
sujeto, 2004), sino un nudo de relaciones siempre activo que, a través del
juego de relaciones, se está construyendo continuamente. Nunca estamos listos,
siempre nos estamos formando.
Todos los seres en el
universo, según la nueva cosmología, tienen una cierta subjetividad porque
siempre están relacionando e intercambiando información. Por eso tienen
historia y un cierto nivel de conocimiento inscrito en su ADN. Este es un
principio cosmológico universal. Pero el ser humano lleva a cabo su propia
modalidad de este principio relacional, que es el hecho de ser un sujeto
consciente y reflexivo. Sabe que sabe y sabe que no sabe y, para ser completos,
no sabe que no sabe, como decía irónicamente Miguel de Unamuno.
Este nudo de relaciones
se articula desde un centro, alrededor del cual organiza los sentimientos,
ideas, sueños y proyecciones. Este centro es un yo, único e irrepetible. Representa,
en el lenguaje del más sutil de todos los filósofos medievales, el franciscano
Duns Scoto (+1203), la ultima solitudo entis, la última soledad del
ser.
Esta soledad significa
que el yo es insustituible e irrenunciable. Pero recordemos: debe entenderse en
el contexto del nudo de relaciones dentro del proceso global de
interdependencias, de modo que la soledad no sea la desconexión de los demás.
Significa la singularidad y la especificidad inconfundible de cada uno. Por lo
tanto, esta soledad es para la comunión, es estar solo en su identidad para
poder estar con el otro diferente y ser uno-para-el-otro y con-el-otro. El yo
nunca está solo.
Cuidar de sí: acogerse
jovialmente
El cuidado de sí mismo
implica, en primerísimo lugar, acogerse a sí mismo tal como se es, con las
capacidades y las limitaciones que siempre nos acompañan. No con amargura como
quien no consigue evitar o modificar su situación existencial, sino con
jovialidad. Acoger la estatura, el rostro, el pelo, las piernas, pies, senos, la
apariencia y modo de estar en el mundo, en resumen, acoger nuestro cuerpo.
Cuanto más nos
aceptemos así como somos, menos clínicas de cirugía plástica necesitaremos. Con
las características físicas que tenemos, debemos elaborar nuestra manera de ser
y nuestra mise-en-scène en el mundo.
Podemos cuestionar la
construcción artificial de una belleza fabricada que no está en consonancia con
una belleza interior. Hay el riesgo de perder la luminosidad y sustituirla por
una vacía apariencia de brillo.
Más importante es
acoger los dones, las habilidades, el poder, el coeficiente de inteligencia
intelectual, la capacidad emocional, el tipo de voluntad y de determinación con
la que cada uno viene dotado. Y al mismo tiempo, sin resignación negativa, los
límites del cuerpo, de la inteligencia, de las habilidades, de la clase social
y de la historia familiar y nacional en que está insertado.
Tales realidades
configuran la condición humana concreta y se presentan como desafíos a ser
afrontados con equilibrio y con la determinación de explotar lo más que podamos
las potencialidades positivas y saber llevar, sin amargura, las negativas.
El cuidado de sí mismo
exige saber combinar las aptitudes con las motivaciones. Me explico: no basta
tener aptitud para la música si no nos sentimos motivados para desarrollar esta
capacidad. De la misma manera, no nos ayudan las motivaciones para ser músico
si no tenemos aptitudes para eso, sea en el oído sea en el domino del
instrumento. De nada sirve querer pintar como van Gogh si solamente se consigue
pintar paisajes, flores y pájaros que a duras penas llegan a ser expuestos en
la plaza en la feria del domingo. Desperdiciamos energías y recogemos
frustraciones. La mediocridad no engrandece a nadie.
Otro componente del
cuidado consigo mismo es saber y aprender a convivir con la paradoja que
atraviesa nuestra existencia: tenemos impulsos hacia arriba, como la
bondad, la solidaridad, la compasión y el amor. Y simultáneamente tenemos en
nosotros tendencias hacia abajo, como el egoísmo, la exclusión, la antipatía e
incluso al odio. En la historia reciente de nuestro país tales dimensiones
contradictorias han aparecido hasta de forma virulenta, envenenando la
convivencia social.
Estamos hechos con
estas contradicciones, que nos vienen dadas con la existencia.
Antropológicamente se dice que somos al mismo tiempo sapiens y demens,
gente de inteligencia y lucidez y junto a esto, gente de rudeza y violencia.
Somos la convergencia de las oposiciones.
Cuidar de sí mismo
impone saber renunciar, ir contra ciertas tendencias en nosotros y hasta
ponerse a prueba; pide elaborar un proyecto de vida que dé centralidad a estas
dimensiones positivas y mantenga bajo control (sin reprimirlas porque son
persistentes y pueden volver de forma incontrolable) las dimensiones sombrías
que hacen agónica nuestra existencia, es decir, siempre en combate contra
nosotros mismos.
Cuidar de sí mismo es
amarse, acogerse, reconocer nuestra vulnerabilidad, saberse perdonar y
desarrollar la resiliencia, que es la capacidad de pasar página y aprender de
los errores y contradicciones.
Cuidar de sí mismo: preocuparse
del modo de ser
Por estar expuestos a
fuerzas contradictorias que conviven tensamente en nosotros, necesitamos vivir
el cuidado como preocupación por nuestro propio destino. La vida puede
conducirnos por caminos que pueden significar felicidad o desgracia: esas
fuerzas pueden apoderarse de nosotros y podemos llenarnos de resentimientos y
amarguras que nos incitan a la violencia. Tenemos que aprender a autocontrolarnos.
Especialmente en estos tiempos de confinamiento social. Puede ser ocasión de
desarrollar iniciativas creativas, de ejercitar la fantasía imaginativa que nos
alejen de los peligros y nos abran espacio hacia una vida de decencia.
Hoy vivimos bajo la
cultura del capital que continuamente nos demanda ser consumidores de bienes
materiales, de entretenimientos y de otras estratagemas, más enfocados a
quitarnos nuestro dinero que a satisfacer nuestros deseos más profundos. Cuidar
de sí es preocuparse de no caer en esa trampa. Es dejar huella de tu pisada en
la tierra, no pisar en la huella hecha por otro.
Cuidar de sí mismo como
preocupación acerca del sentido de la propia vida significa: ser crítico, poner
muchas cosas bajo sospecha para no permitir ser reducido a un número, a un mero
consumidor, a un miembro de una masa anónima, a un eco de la voz de otro.
Cuidar de sí mismo es
preocuparse del lugar de uno mismo en el mundo, en la familia, en la comunidad,
en la sociedad, en el universo y en el designio de Dios. Cuidar de sí mismo es
reconocer que, en la culminación de la historia, Dios te dará un nombre que es
sólo tuyo, que te define y que solo Dios y tú conoceréis.
En la sociedad que nos
masifica, es decisivo que cada uno pueda decir su yo, tener su propia visión de
las cosas, no ser solamente un mero repetidor de lo que nos es comunicado por
los muchos medios de comunicación de los que disponemos.
El cuidado implica
cultivar y velar por nuestros sueños. El valor de una vida se mide por la
grandeza de sus sueños y por su empeño, contra viento y marea, en realizarlos.
Nada resiste a la esperanza tenaz y perseverante. La vida es siempre generosa;
a quienes insisten y persisten acabará dándoles la oportunidad necesaria para concretar
su sueño. Entonces irrumpe el sentimiento de realización, que es más que la
felicidad momentánea y fugaz. La realización es fruto de una vida, de una
perseverancia, de una lucha nunca abandonada de quien vivió la sabiduría
predicada por don Quijote: no hay que aceptar las derrotas antes de dar
todas las batallas. El modo de ser que resulta de este cuidado con la
autorrealización es una existencia de equilibrio que genera serenidad en el
ambiente y el sentimiento en los demás de sentirse bien en compañía de tal
persona. La vida irradia, pues en eso reside su sentido: no en vivir
simplemente porque no se muere, sino en irradiar y disfrutar de la alegría de
existir.
Cuidado como precaución con
nuestros actos y actitudes
El cuidado como
preocupación por nosotros mismos nos abre al cuidado como precaución en estos
tiempos del coronavirus. Precavernos de no exponernos a coger el virus
avasallador ni de trasmitirlo a los demás. Aquí el cuidado lo es todo,
particularmente ante los más vulnerables que son las personas mayores de 65
años, nuestros abuelos y parientes mayores.
Alarguemos la
perspectiva. En una perspectiva ecológica, hay actitudes y actos de falta de
cuidado que pueden ser gravemente destructores, como la práctica de usar
intensivamente pesticidas agrícolas, deforestar una amplia región para dar paso
al ganado o al agronegocio, destruir la vegetación ribereña de los ríos. Las
consecuencias no van a ser inmediatas, pero a medio y largo plazo pueden ser
desastrosas, como la disminución del caudal del río, la contaminación del nivel
freático de las aguas, el cambio del clima y de los regímenes de lluvias y de
estiaje.
Aquí se impone una
cuidadosa precaución para que la salud humana de toda una colectividad no sea
afectada, como está ocurriendo en este momento en todo el mundo.
Con la introducción de
las nuevas tecnologías, como la biotecnología y la nanotecnología, la robótica,
la inteligencia artificial, mediante las cuales se manipulan los elementos
últimos de la materia y de la vida, se pueden ocasionar daños irreversibles o
producir elementos tóxicos, nuevas bacterias y series de virus, como el actual,
el coronavirus, que comprometan el futuro de la vida (cf. T. Goldborn, El
futuro robado, LPM 1977).
Como nunca antes en la
historia, el futuro de la vida y las condiciones ecológicas de nuestra
subsistencia están bajo nuestra responsabilidad. Esta responsabilidad no puede
ni debe ser delegada a empresas con sus científicos en sus laboratorios para
que decidan sobre el futuro de todos sin consultar con la sociedad. Aquí
prevalece la ciudadanía planetaria. Cada ciudadano es convocado a informarse, a
seguir y a decidir colectivamente qué caminos nuevos y más prometedores deben
abrirse para la humanidad y para el resto de la comunidad de vida y no solo
para el mercado y las empresas.
Nuestras relaciones
merecen también especial precaución-cuidado. Deben ser siempre abiertas y
constructoras de puentes. Tal propósito implica superar las extrañezas y los
prejuicios. Aquí es importante ser vigilantes y trabar una fuerte lucha contra
nosotros mismos y los hábitos culturales establecidos. Albert Einstein, sabedor
de las dificultades inherentes a este esfuerzo, consideraba no sin razón, que
es más fácil desintegrar un átomo que remover un prejuicio de la cabeza de
una persona.
Cada vez que
encontramos a alguien, estamos ante una manifestación nueva, ofrecida por el
universo o por Dios, un mensaje que solamente esa persona puede pronunciar y
que puede significar una luz en nuestro camino.
Pasamos una única vez
por este planeta. Si puedo hacer algún bien a otra persona, no debo postergarlo
ni descuidarlo, pues difícilmente la encontraré otra vez en el mismo camino.
Esto vale como disposición de fondo de nuestro proyecto de vida.
Es importante que nos preocupemos
de nuestro lenguaje. Somos los únicos seres capaces de hablar. Mediante el
habla, como nos enseñaron Maturana y Wittgenstein, organizamos nuestras
experiencias, ponemos orden en las cosas, y creamos la arquitectura de los
saberes. Bien cantan los miembros de las Comunidades Eclesiales de Base de
Brasil: La palabra no fue hecha para dividir a nadie/la palabra es un puente
por donde va y viene el amor.
Por la palabra
construimos o destruimos, consolamos o desolamos, creamos sentidos de vida o de
muerte. Las palabras antes de definir un objeto o dirigirse a alguien, nos
definen a nosotros mismo. Dicen quienes somos y revelan en qué mundo habitamos.
Cuidado de nuestra relación
principal: la amistad y el amor
Hay un cuidado especial
que debemos cultivar sobre dos realidades fundamentales en nuestra vida: la
amistad y el amor. Mucho se ha escrito sobre ellas. Aquí nos restringiremos a
lo mínimo. La amistad es esa relación que nace de una afinidad desconocida, de
una simpatía totalmente inexplicable, de una proximidad afectuosa hacia otra
persona. Entre los amigos se crea algo así como una comunidad de destino. La
amistad vive del desinterés, de la confianza y de la lealtad. La amistad tiene
raíces tan profundas que, aunque pasen muchos años, cuando los amigos y amigas
vuelven a encontrarse se anulan los tiempos y se reanudan los lazos y hasta el
recuerdo de la última conversación mantenida.
Cuidar de las amistades
es preocuparse de la vida, penas y alegrías de la amiga o del amigo. Es
ofrecerle un hombro cuando la vulnerabilidad le visita y el desconsuelo le roba
sus estrellas guía. En el sufrimiento y en el fracaso existencial, profesional
o amoroso es donde se comprueban los verdaderos amigos o amigas. Son como una
torre fortísima que defiende el castillo de nuestras vidas peregrinas.
La relación más
profunda y la que trae las más importantes realizaciones de felicidad o las más
dolorosas frustraciones es la experiencia del amor. Nada es más precioso y
apreciado que el amor. Nace del encuentro entre dos personas que un día
cruzaron sus miradas, sintieron una atracción mutua y respondieron sus
corazones. Resolvieron fundir sus vidas, unir sus destinos, compartir las
fragilidades y los quereres de la vida.
Todos estos valores,
por ser los más preciosos, son los más frágiles porque son los más expuestos a
las contradicciones de la existencia humana. Cada cual es portador de luz y de
sombras, de historias familiares y personales diferentes, cuyas raíces alcanzan
arquetipos ancestrales, marcados ellos también por experiencias felices o
trágicas que dejaron marca en la memoria genética de cada uno.
El amor es un ars
combinatoria de todos estos factores, hecho con sutileza, que demanda capacidad
de comprensión, de renuncia, de paciencia y de perdón, y al mismo tiempo de
disfrute común del encuentro amoroso, de la intimidad sexual, de la entrega
confiada de uno al otro, experiencia que sirve de base para entender la
naturaleza de Dios, pues Él es amor incondicional y esencial.
Cuanto más capaz de una
entrega total se es, mayor y más fuerte es el amor. Tal entrega supone un
coraje extremo, una experiencia de muerte pues no se retiene nada y uno se
zambulle totalmente en el otro.
El hombre posee
especial dificultad para este gesto extremo, tal vez por la herencia del
machismo, patriarcalismo y racionalismo de siglos que carga dentro de sí y que
limita su capacidad para esta confianza extrema.
La mujer es más
radical: va hasta el extremo de la entrega en el amor, sin resto y sin
reservas. Por eso su amor es más pleno y realizador, y, cuando se frustra, la
vida revela contornos de tragedia y de un vacío existencial abismal.
El mayor secreto para
cuidar del amor reside en esto: cultivar sencillamente la ternura, La
ternura vive de gentileza, de pequeños gestos que revelan el cariño, de signos
pequeños, como recoger una concha en la playa y llevarla a la persona amada y
decirle que en aquel momento la recordó con mucho cariño.
Tales «banalidades»
tienen un peso mayor que la más preciosa joya. Así como una estrella no brilla
sin una atmósfera a su alrededor, de la misma manera el amor no vive y
sobrevive sin un aura de afecto, de ternura y de cuidado.
El cuidado es un arte.
Como pertenece a la esencia de lo humano, siempre está disponible. Y como todo
lo que vive necesita sustento, también él necesita ser alimentado. El cuidado
se alimenta de una preocupación vigilante por su futuro y por el del otro.
Eso a veces se hace
reservando momentos de reflexión sobre sí mismo, haciendo silencio a su
alrededor, concentrándose en alguna lectura que alimente el espíritu y, no en
último lugar, entregándose a la meditación y a la apertura a Aquel mayor que
tiene el sentido de nuestras vidas y conoce todos nuestros secretos.
Conclusión: el cuidado es todo
El cuidado es todo,
pues sin él, ninguno de nosotros existiría. Quien cuida ama, quien ama cuida.
Cuidémonos los unos a los otros, particularmente en estos momentos dramáticos
de nuestras vidas, pues ellas corren peligro y pueden afectar el futuro de la
vida y de la humanidad sobre este pequeño planeta que es la única Casa Común
que tenemos.
Página
de Boff en Koinonía
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