Gary Jansen explica la experiencia que vivió en Lourdes y que aplica ahora con el coronavirus
Un editor explica cómo la Medalla Milagrosa puede unir y conectar a los creyentes en plena pandemia
Con la pandemia de coronavirus afectando a medio mundo millones de personas están pidiendo al cielo protección, ayuda o consuelo. Muchos de ellos son creyentes, pero son cada vez más los que se están acercando a Dios en estos momentos, cada uno como sabe o puede.
Y en este punto las riquísimas devociones populares que existen en la Iglesia Católica están siendo una gran fuente de ayuda para ser este hilo conductor hacia lo Alto. Y una de ellas, también de las más populares, es la Medalla Milagrosa. Precisamente, la Virgen se ha demostrado a lo largo de la historia como la gran intercesora.
Además, haciendo honor a su nombre la Medalla Milagrosa lleva tras de sí la concesión de numerosas gracias por lo que se ha convertido desde que la Virgen se lo anunciara a Santa Catalina Labouré en un instrumento que ha llevado a muchas almas a Dios a través de María.
Un instrumento de Dios para este tiempo de pandemia
Gary Jansen, editor de la prestigiosa editorial Penguin Random House, en la que ha publicado libros de Papas y de importantes intelectuales católicos, ha hablado de la Medalla Milagrosa como un arma poderosa en tiempo de pandemias y de su propia experiencia con ella, al descubrirla durante una peregrinación en Lourdes. Y tal como recoge Cari Filii News, llega a la conclusión de que esta devoción puede ser un instrumento de unión entre las personas en este tiempo de cuarentena.
Cabe recordar en primer lugar que la Medalla Milagrosa no ha sido ni nunca será un amuleto contra las epidemias, sino un regalo, un instrumento para acercarse a Dios a través de la Virgen, y que lleva asociada numerosas gracias, aunque todo parte desde el principio de aceptar la voluntad de Dios.
Jansen relata en Angelus News su experiencia. Fue en Lourdes donde recuerda haber comprado una Medalla Milagrosa en una de las numerosas tiendas de recuerdos que rodean el santuario mariano.
“No sabía mucho sobre aquel objeto en ese momento, solo que tenía buen aspecto, sin mencionar que la tienda parecía tener cientos de ellas, por lo que supuse que era un éxito de ventas”, relata este editor.
La experiencia en la gruta de Lourdes
A continuación se la colgó del cuello y se fue caminando hacia la gruta en la que la Virgen se apareció a la pequeña Santa Bernadette Soubirous en 1858. Desde aquel momento, Lourdes se convertiría en un refugio para los enfermos y pecadores, y desde entonces se han producido allí numerosos milagros, decenas de ellos reconocidos oficialmente por la Iglesia.
“Realmente yo no esperaba un milagro. Deambulaba hacía allí por la curiosidad, sin saber qué vería o sentiría, aunque, por supuesto, en mi interior esperaba experimentar una aparición de María ante mis ojos. No recibí una visión esa noche, pero es posible que se me diera algo casi tan especial”, confiesa.
Este editor prosigue su experiencia explicando que cuando llegó a la gruta se arrodilló frente a la imagen de la Virgen que está allí presente. “Respiré hondo, cerré los ojos y recé. Estaba vagamente al tanto de los murmullos silenciosos y los pasos de docenas de peregrinos que como yo se acercaban al lugar. La gente cantaba como un coro errante de ángeles. Entré en un estado de meditación en algún lugar entre el sueño y la vigilia”, señala.
Jansen asegura que no supo cuánto tiempo estuvo rezando, aunque cree que debió ser bastante- En algún momento –cuenta- abrí los ojos y miré a mi alrededor. Vi a lo lejos lo que tenía que ser al menos un millar de peregrinos sosteniendo velas que parpadeaban en la oscuridad mientras hacían su peregrinación desde la gruta a la iglesia, la Basílica del Rosario. En el resplandor de este fuego sagrado, vi viejos y jóvenes caminando de la mano. Vi hombres y mujeres en sillas de ruedas, personas luchando con muletas. Había una camilla en la que yacía un hombre, su enfermera a su lado”.
Ver sus caras, sus cuerpos frágiles y la fe colectiva que marcaba a aquel grupo le hizo “sentir como si estuviera flotando de rodillas, no necesariamente levitando, sino la sensación de tener mi corazón levantado dentro de mí. Comencé a llorar, grandes sollozos que provenían de un lugar muy profundo dentro de mí que ni siquiera sabía que existían. Y parecía que de alguna manera me conectaba con todos ellos en busca de sus milagros. Toqué la medalla que llevaba alrededor de mi cuello. Cerré mis ojos. Le di gracias a Dios, a Jesús y a la Santísima Madre por regalarme aquel momento”.
La Novena de la Medalla Milagrosa
Al día siguiente, Gary Jansen volvió a la tienda en la que había comprado la Medalla Milagrosa y allí encontró un pequeño librito que contenía la Novena de la Medalla Milagrosa. Durante los nueve días siguientes, que coincidieron con sus últimas jornadas en Francia y durante la vuelta a casa, la concluyó.
El día después de esa experiencia, volví a la tienda de regalos donde había comprado la medalla y encontré un pequeño folleto que contenía la Novena de la Medalla Milagrosa. En honor a ese momento, recé durante nueve días, durante mis últimos días en Francia y en el viaje en avión a casa. “Hace algunos años, extravié el folleto y no lo he visto desde entonces. Pero es una devoción que ha existido desde hace muchos años. Podrás adivinar cuán preciosa fue esa oración para mí mientras reflexionaba en mi corazón la experiencia que tuve esa noche”, reflexiona.
Como conclusión, Jansen indica que en este momento de la historia en plena pandemia “mientras viajamos a través de estos tiempos aparentemente inciertos y sin precedentes, unámonos para rezar esta oración, para curar, para un milagro para nosotros mismos y para el mundo entero”.
La historia de la Medalla Milagrosa
La devoción de la Medalla Milagrosa nación en la antigua capilla del Sagrado Corazón, en la Casa Madre de las Hijas de la Caridad de San Vicente de Paúl, Rue du Bac de París, que más tarde se convirtió en la Capilla de Nuestra Señora de la Medalla Milagrosa, pues allí se manifestó la Virgen María a Santa Catalina Labuouré en el año 1830.
La Virgen María comunicó a Santa Catalina la misión que Dios le quería confiar, la acuñación de una medalla en la que apareciera una M, sobre la cual había una cruz descansando sobre una barra, y debajo dos corazones de Jesús y María, el primero circundado de una corona de espinas y, el segundo, traspasado por una espada. En torno había doce estrellas. “Todos cuantos la lleven puesta recibirán grandes gracias. Las gracias serán más abundantes para los que la lleven con confianza”.
María la preparó para que hablara con confianza a su director espiritual. La anunció futuros eventos para afianzar la fe de aquellos que pudieran dudar de la aparición y la regaló una relación familiar madre-hija, que la permitiría aproximarse a ella hasta el extremo de apoyar sus brazos y manos en las rodillas de la Reina del Cielo.
La medalla que la Virgen confió a Catalina no ha cesado de difundirse desde 1832. Pronto dieron los parisinos el apelativo de milagrosa a esta medalla, por los años en que hacían estragos las epidemias.
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