Santa Ángela Merici, virgen y fundadora
fecha: 27 de enero
fecha en el calendario anterior: 31 de mayo
n.: 1474 - †: 1540 - país: Italia
canonización: B: Clemente XIII 1768 - C: Pío VII 1807
hagiografía: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI
fecha en el calendario anterior: 31 de mayo
n.: 1474 - †: 1540 - país: Italia
canonización: B: Clemente XIII 1768 - C: Pío VII 1807
hagiografía: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI
Elogio: Santa Angela Merici, virgen, que vistió primero el hábito de la
Tercera Orden Regular de San Francisco y reunió a varias jóvenes para
instruirlas en obras de caridad. Más tarde, instituyó una orden de mujeres
llamada de Santa Úrsula, con la finalidad de vivir una vida de perfección en el
mundo y enseñar los caminos del Señor a las adolescentes. Murió en Brescia,
ciudad de Lombardia.
Oración: Señor, que no deje de encomendarnos
a tu misericordia la santa virgen Ángela de Mérici, para que, siguiendo sus
ejemplos de caridad y prudencia, sepamos guardar tu doctrina y llevarla a la
práctica en la vida. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina
contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos.
Amén (oración litúrgica).
La fundadora de las Ursulinas, primera
congregación femenina dedicada a la enseñanza, nació el 21 de marzo de 1470 o
de 1474, en el pueblecito de Desenzano, a orillas del Lago de Garda, en
Lombardía. Los padres de la santa, más piadosos que ricos, la educaron
cristianamente. Ambos murieron cuando Ángela tenía diez años y dejaron a sus
dos hijas y a su hijo al cuidado de un tío acomodado que vivía en Saló. Cuando
Ángela tenía trece años, murió su hermana mayor, lo cual constituyó un rudo
golpe; a la pena de verse separada de quien era para ella como una segunda
madre, se añadía la incertidumbre acerca de su suerte eterna, ya que su
hermana, una buena mujer, piadosa y de sólidos principios, no había podido
recibir los últimos sacramentos. Ángela tuvo, por entonces, la primera de sus
numerosas visiones, y en ella le fue revelado que su hermana se había salvado.
Llena de gratitud, Ángela se consagró, con mayor ahinco que antes, al servicio
de Dios y, poco después, tomó el hábito de terciaria franciscana. Llevaba una
vida extremadamente austera. A imitación de san Francisco, no quería poseer
nada, ni siquiera una cama y se alimentaba exclusivamente de pan, agua y
algunas verduras. Ángela volvió a Desenzano después de la muerte de su tío,
hacia los veintidós años de edad. En sus visitas a los vecinos, quedó
sorprendida por la total ignorancia de los niños, a quienes sus padres no
podían o no querían enseñar ni siquiera lo más elemental del catecismo. Poco a
poco se sintió llamada a remediar ese estado de cosas y habló de ello con
algunas amigas. La mayoría de ellas eran terciarias franciscanas o jóvenes de
la clase social de Ángela, con poco dinero y menos influencia, pero dispuestas
a seguir generosamente a la santa.
Ángela era de baja estatura, pero tenía
todas las cualidades de un jefe y no carecía de belleza y encanto. Encabezadas
por Ángela, las buenas mujeres empezaron a reunir a las niñas de la vecindad y
a educarlas sistemáticamente. La obra, que había tenido comienzos tan humildes,
prosperó rápidamente, y se invitó a Ángela a fundar, en Brescia, una escuela
semejante. La santa aceptó y recibió cordial hospitalidad en la casa de un
noble matrimonio al que había consolado en un momento de tribulación. Por medio
de sus huéspedes, entró en contacto con las principales familias de Brescia y
se convirtió en la inspiradora de un devoto círculo de hombres y mujeres. De
cuando en cuando, hacía una peregrinación a algún santuario. Se hallaba en
Mántua, a donde había ido para visitar la tumba de la beata Osanna, cuando aprovechó
la oportunidad que se le ofreció para acompañar a Tierra Santa a una joven
pariente. Antonio de Romanis, un mercader ya anciano, sufragó los gastos de
Ángela. En Creta, la santa sufrió un ataque de ceguera. Sus compañeros le
propusieron volver a Italia, pero ella se negó a hacerlo y visitó los Santos
Lugares de Palestina con tanta devoción, como si los viese con los ojos del
cuerpo. En el viaje de vuelta, cuando se hallaba orando exactamente en el mismo
sitio en que había sido atacada por la enfermedad, recobró la vista.
El Año Santo de 1525, Ángela fue a Roma
para ganar la indulgencia del jubileo y tuvo el privilegio de obtener una
audiencia privada con el Papa. Clemente VII hubiese querido que se quedara en
Roma a dirigir una congregación de religiosas hospitalarias, pero la santa
declinó respetuosamente el honor, por humildad y por fidelidad a su verdadera
vocación. Volvió, pues, a Brescia. Sin embargo, tuvo que abandonar pronto la
ciudad, porque, cuando las tropas de Carlos V estaban a punto de tomarla,
pareció conveniente evacuar el mayor número posible de civiles. Ángela se
trasladó a Cremona con algunas de sus amigas y allí permaneció, hasta que se
firmó la paz. Los habitantes de Brescia la recibieron jubilosamente a su
regreso, pues admiraban su caridad, su don de profecía y su santidad. Se cuenta
que, poco después, mientras asistía a la misa, fue arrebatada en éxtasis y
estuvo largo tiempo suspendida en el aire, a la vista de numerosos testigos.
Algunos años antes, en Desenzano, santa
Ángela había tenido una visión de un grupo de doncellas que subían al cielo por
una escala luminosa y había oído una voz que le decía: «Ten buen ánimo, Ángela,
porque antes de morir vas a fundar una compañía de doncellas como las que
acabas de ver». Ahora había llegado el tiempo del cumplimiento de esa profecía.
Según parece, hacia el año 1533 la santa empezó a formar a varias jóvenes
selectas en una especie de noviciado informal. Doce de esas jóvenes se fueron a
vivir con ella en una casa de las cercanías de la iglesia de Santa Afra, pero
la mayor parte siguió en la casa de sus padres o de sus parientes. Dos años
después, veintiocho jóvenes se consagraron al servicio de Dios. Ángela las puso
bajo la protección de santa Ursula, la patrona de las universidades medievales,
a la que el pueblo veneraba como guía del sexo femenino. Por ello, las hijas de
santa Ángela han conservado hasta nuestros días el nombre de «Ursulinas». El 25
de noviembre de 1535 fue la fecha oficial de la fundación de la Orden de las
Ursulinas. Sin embargo, en la época de la fundadora, se trataba más bien de una
asociación piadosa, ya que sus miembros no llevaban hábito (aunque se les
recomendaban los vestidos negros), no hacían votos y no vivían en comunidad.
Las Ursulinas se reunían para la enseñanza y la oración, ejecutaban trabajos
que se les encomendaban y procuraban llevar vida de perfección en la casa
paterna. La idea de una orden femenina de enseñanza era tan nueva, que hacía
falta tiempo para que la cristiandad se acostumbrase a ella.
Sin embargo, pese a los cambios y
modificaciones que han sufrido, las Ursulinas conservan, hasta el día de hoy,
la finalidad para la que fueron creadas: la educación de las niñas, sobre todo
de las niñas pobres. En las primeras elecciones, santa Ángela fue nombrada
superiora y ejerció ese cargo durante los cinco últimos años de su vida. A
principios de enero de 1540, cayó enferma y murió el 27 del mismo mes. En 1544,
una bula de Paulo III confirmó la Compañía de Santa Ursula y la reconoció como
congregación. La fundadora fue canonizada en 1807.
Las fuentes sobre la vida de Santa Ángela
pueden verse, en inglés, en la minuciosa obra de la hermana M. Mónica, Ángela
Merici and Her Teaching Idea (1927). El P. Cozzano, secretario de la santa, nos
dejó un manuscrito que contiene las reglas, el «testamento» y los consejos de
la sierva de Dios. Un notario llamado G. B. Nazari escribió en 1560, la primera
biografía de santa Ángela; puede verse en el apéndice de la obra de Giuditta
Bertolotti, Storia di S. Ángela Merici (1923). La primera biografía que se
publicó fue, probablemente, la de Ottavio Gondi (1600) que está plagada de
datos legendarios. La biografía de Carlo Doneda, compuesta con miras a la
canonización, vio la luz en 1768 y es un poco más fidedigna que la anterior. Ver
la obra de Postel (1878), en dos volúmenes. En el Oficio de Lecturas del día de
la santa se lee un fragmento de su
Testamento Espiritual.
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