Ahora
que es víspera de mañana escribo esta presentación del envío de los comentarios
que, seguramente, esperas con gusto y ganas. Sólo deseo que hagas las
tareas que se sugieren en los comentarios. Por ello, no deseo escribir nada
más. Bueno, sólo esta coletilla indiscreta...
Vas
a caer ya en la cuenta del título que le he puesto al comentario de Lucas
12,49-53: Jesús va dentro. Somos él.
Perdón
por el atrevimiento de dejarlo escrito, pero la fuerza de haberlo pensado fue
incontenible...
Los
comentarios van a continuación. También los puedes leer en el archivo
adjunto...
Domingo 20º del T.O. Ciclo C (18.08.2019): Lucas
12,49-53.
“Jesús va dentro. Somos él”. Lo medito y escribo
CONTIGO:
En el tercer
domingo de agosto se nos lee en la liturgia de la eucaristía el texto de Lucas
12,49-52. Es la continuación del relato del domingo anterior. Así que
estamos en el mismo contexto. Escucharemos palabras que el Evangelista Lucas
pone en labios de Jesús y que forman parte de un posible discurso de despedida
de este judío galileo que va camino de Jerusalén.
Espero que cada
leyente de estos comentarios haya caído en la cuenta de que ‘este discurso’ al
que me refiero nos lo dejó escrito el narrador Lucas en este capítulo duodécimo
completo de su Evangelio. Por esta razón sugiero vivamente volver a leer Lucas
12 dos o tres veces más este domingo y durante toda la semana. La
tarea evangelizadora de nuestra iglesia por medio de su liturgia del
domingo NUNCA nos presentará ni seguido ni completo este discurso
de Jesús.
Y puestos en esta
tarea de lectores, recomiendo seguir leyendo en Lucas 13,1-21,
porque jamás se nos leerá esta narración seguida y completa en la que el
Evangelista sigue contando la evangelización de Jesús por los poblados de
la región de Samaría. Creo que merece la pena leer este mensaje y no dejarlo en
el olvido del silencio. ¿Se pueden callar estas palabras del Jesús de Lucas: “El
Reinado de Dios es la levadura que una mujer toma y coloca en tres medidas de
harina hasta que todo fermenta” (13,21)?
Cuando el pan es
tan bueno y sabe tan rico, ¿alguien pregunta por la levadura? Come, se alegra y
hasta se atreve a compartirlo. Cuando se está tan a gusto en la convivencia, en
todos sus aspectos, con las personas, ¿alguien pregunta o se acuerda del Dios
en el que cree? Convive, se alegra y hasta se atreve a invitar a más en esa
convivencia. Así es también lo que sucede con aquel Jesús de Nazaret en el que
tú y tú y tú y yo creemos. Va dentro. Somos él.
Mientras escribo
esto en lo que cree mi meditación se me despiertan interrogantes que, como muy
poco, me inquietan. Tal vez esta inquietud no llegue a tanto como se expresa en
Lucas 12,49-53. Las gentes que participen en la liturgia del domingo 18 de
agosto escucharán afirmaciones de la boca de Jesús muy sorprendentes.
Intragables, quizá. Inasumibles, tal vez.
“He venido a traer
fuego a la tierra... y deseo que ya estuviera ardiendo... No he venido a traer
paz a la tierra, sino división... De ahora en adelante sólo habrá división y enfrentamiento
en la familia de esta tierra”. Asumir este mensaje desde la literalidad
descontextualizada me produce escalofríos y rechazo visceral. En un Jesús de
Nazaret de este talante y con este proyecto, no creo. Me niego a aceptar que
éste sea el Jesús en el que creía Lucas, el del toro.
Cuando se olvidan
los contextos -de la realidad, la historia, la narración, el espacio, el
tiempo-, se corre el riesgo de confundir panes con piedras. Es muy posible,
como ya comentaba la semana pasada que, después de cincuenta años de la muerte
y sepultura de Jesús, sus seguidores estuvieran divididos y enfrentados. Para
muchos, su Jesús de Nazaret era un Cristo-Mesías-Redentor de todo poder
político-religioso-económico. Su Jesús era Dios y había dejado de ser un ser
humano. En cambio, para algunos pocos, aquel Jesús de Nazaret fue solo una
levadura en manos de una mujer y sigue vivo ahí donde da gusto vivir
con... ¡y como humano!
Carmelo Bueno Heras
Domingo 38º de Mateo (18.08.2019):
Mateo 21,18-46.
“Todo cuanto deseas que te hagan, házselo a los
demás” (Mateo
7,12)
El Evangelista
Mateo nos contó lo que su Jesús de Nazaret dijo e hizo en el primer día que
pasó en Jerusalén y en su Templo. Como vimos, nos lo escribió en pocos
versículos (21,1-17), pero en ellos está sembrado el origen del fin de su
protagonista. A partir de Mateo 21,18, según este narrador, todo parece suceder
en el día siguiente, desde muy temprano. Ninguna otra referencia temporal
encontraremos hasta Mateo 26,1-2. Este segundo día va a ser
muy largo.
Lo primero que
sucede en este segundo día del Jesús de Mateo es una cosa ‘extrañamente
sorprendente’ si el lector se queda con la literalidad de las palabras. Sólo
cuando se relaciona todo cuanto se dice en Mt 21,18-22 se
comprende que no se está hablando de una higuera, sino que se está hablando del
Templo de Jerusalén que está seco y muerto. Esto es así para quien se lo cree,
como se lo creyó Jesús de Nazaret. En cambio, fue este Templo quien mató a
Jesús.
Reconozco que la
afirmación que acabo de escribir es muy contundente, pero no soy yo quien se la
ha inventado. Es el propio narrador Mateo quien la dice, la comenta, la
desarrolla, la explica, la asegura con fundamentos. Basta leerse la
continuación del relato que comienza así: “Llegó al Templo, y mientras
enseñaba, los Sumos Sacerdotes y los Ancianos del
pueblo se le acercaron para preguntarle: ¿Con qué autoridad actúas así? ¿De
dónde te viene?” (Mt 21,23).
Y el relato del
Evangelista acaba con estas tajantes afirmaciones: “Al oír sus
palabras, los Sumos Sacerdotes y los Fariseos se
dieron cuenta de que las dijo por ellos. Y, aunque estaban deseando echarle
mano, tuvieron miedo de las gentes, que lo tenían por profeta (Mt
21,46).
Este Evangelista
nos cuenta estas cosas siguiendo lo que había dejado escrito Marcos desde 11,27
hasta 12,12. Ambos relatos son muy semejantes, pero mantienen muchas
diferencias. El narrador Lucas también cuenta estos acontecimientos, a su
manera, en 20,1-19. Por fin, el cuarto Evangelio nos relata esta misma
presencia de su Jesús de Nazaret en el Templo de Jerusalén (Jn 2,13-25), pero
su relato es tan distinto que no dejará de cuestionarnos nunca.
Después de haberse
leído uno a uno estos relatos de la presencia evangelizadora de Jesús en el
Templo se cae en la cuenta de la inmensa importancia de la acción bautizadora
de Juan el perdonapecados (Mt 21,24-27). En esta precisa acción perdonadora de
Juan fundamenta Jesús de Nazaret su autoridad. Juan el Bautista había
desobedecido la tradición de la Ley de Moisés y de su dios Yavé que
ordenaba perdonar los pecados en el Templo y por medio de
sacrificios, bien reglamentados, ofrecidos por los sacerdotes de la tribu de
Leví y de la familia de Aarón.
Mateo 21,23 nos
dice que Jesús ‘enseñaba’, pero no encontramos explícitamente dicho qué
enseñaba. Y luego en Mt 21,27 añade estas palabras que Jesús dedica a los Sumos
Sacerdotes, los Ancianos y los Fariseos: “Tampoco yo os digo con qué
autoridad actúo así”. Pero... Pero, no se calló. Siguió hablando y les
contó dos parábolas como dos denuncias proféticas contra aquellos que se
servían del Templo, vivían de él, lo saqueaban, lo aniquilaban y profanaban en
nombre de Dios. Y estos, ¡mercaderes insaciables!, eran los
Sacerdotes, Ancianos y Fariseos.
Carmelo Bueno Heras
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