lunes, 19 de agosto de 2019

“Jesús va dentro. Somos él”.(Domingo 20º del T.O. Ciclo C (18.08.2019): Lucas 12,49-53.) y “Todo cuanto deseas que te hagan, házselo a los demás” (Mateo 7,12) (Domingo 38º de Mateo (18.08.2019): Mateo 21,18-46.)


Ahora que es víspera de mañana escribo esta presentación del envío de los comentarios que, seguramente, esperas con gusto y ganas.  Sólo deseo que hagas las tareas que se sugieren en los comentarios. Por ello, no deseo escribir nada más. Bueno, sólo esta coletilla indiscreta... 
Vas a caer ya en la cuenta del título que le he puesto al comentario de Lucas 12,49-53: Jesús va dentro. Somos él.
Perdón por el atrevimiento de dejarlo escrito, pero la fuerza de haberlo pensado fue incontenible...
Los comentarios van a continuación. También los puedes leer en el archivo adjunto... 

Domingo 20º del T.O. Ciclo C (18.08.2019): Lucas 12,49-53.
“Jesús va dentro. Somos él”. Lo medito y escribo CONTIGO: 

En el tercer domingo de agosto se nos lee en la liturgia de la eucaristía el texto de Lucas 12,49-52. Es la continuación del relato del domingo anterior. Así que estamos en el mismo contexto. Escucharemos palabras que el Evangelista Lucas pone en labios de Jesús y que forman parte de un posible discurso de despedida de este judío galileo que va camino de Jerusalén.

Espero que cada leyente de estos comentarios haya caído en la cuenta de que ‘este discurso’ al que me refiero nos lo dejó escrito el narrador Lucas en este capítulo duodécimo completo de su Evangelio. Por esta razón sugiero vivamente volver a leer Lucas 12 dos o tres veces más este domingo y durante toda la semana. La tarea evangelizadora de nuestra iglesia por medio de su liturgia del domingo NUNCA nos presentará ni seguido ni completo este discurso de Jesús.

Y puestos en esta tarea de lectores, recomiendo seguir leyendo en Lucas 13,1-21, porque jamás se nos leerá esta narración seguida y completa en la que el Evangelista  sigue contando la evangelización de Jesús por los poblados de la región de Samaría. Creo que merece la pena leer este mensaje y no dejarlo en el olvido del silencio. ¿Se pueden callar estas palabras del Jesús de Lucas: “El Reinado de Dios es la levadura que una mujer toma y coloca en tres medidas de harina hasta que todo fermenta” (13,21)?  

Cuando el pan es tan bueno y sabe tan rico, ¿alguien pregunta por la levadura? Come, se alegra y hasta se atreve a compartirlo. Cuando se está tan a gusto en la convivencia, en todos sus aspectos, con las personas, ¿alguien pregunta o se acuerda del Dios en el que cree? Convive, se alegra y hasta se atreve a invitar a más en esa convivencia. Así es también lo que sucede con aquel Jesús de Nazaret en el que tú y tú y tú y yo creemos. Va  dentro. Somos él.

Mientras escribo esto en lo que cree mi meditación se me despiertan interrogantes que, como muy poco, me inquietan. Tal vez esta inquietud no llegue a tanto como se expresa en Lucas 12,49-53. Las gentes que participen en la liturgia del domingo 18 de agosto escucharán afirmaciones de la boca de Jesús muy sorprendentes. Intragables, quizá. Inasumibles, tal vez.

“He venido a traer fuego a la tierra... y deseo que ya estuviera ardiendo... No he venido a traer paz a la tierra, sino división... De ahora en adelante sólo habrá división y enfrentamiento en la familia de esta tierra”. Asumir este mensaje desde la literalidad descontextualizada me produce escalofríos y rechazo visceral. En un Jesús de Nazaret de este talante y con este proyecto, no creo. Me niego a aceptar que éste sea el Jesús en el que creía Lucas, el del toro.

Cuando se olvidan los contextos -de la realidad, la historia, la narración, el espacio, el tiempo-, se corre el riesgo de confundir panes con piedras. Es muy posible, como ya comentaba la semana pasada que, después de cincuenta años de la muerte y sepultura de Jesús, sus seguidores estuvieran divididos y enfrentados. Para muchos, su Jesús de Nazaret era un Cristo-Mesías-Redentor de todo poder político-religioso-económico. Su Jesús era Dios y había dejado de ser un ser humano. En cambio, para algunos pocos, aquel Jesús de Nazaret fue solo una levadura en manos de una mujer y sigue vivo ahí donde da gusto vivir con...  ¡y como humano!
Carmelo Bueno Heras

Domingo 38º de Mateo (18.08.2019): Mateo 21,18-46.
“Todo cuanto deseas que te hagan, házselo a los demás” (Mateo 7,12)

El Evangelista Mateo nos contó lo que su Jesús de Nazaret dijo e hizo en el primer día que pasó en Jerusalén y en su Templo. Como vimos, nos lo escribió en pocos versículos (21,1-17), pero en ellos está sembrado el origen del fin de su protagonista. A partir de Mateo 21,18, según este narrador, todo parece suceder en el día siguiente, desde muy temprano. Ninguna otra referencia temporal encontraremos hasta Mateo 26,1-2. Este segundo día va a ser muy largo.

Lo primero que sucede en este segundo día del Jesús de Mateo es una cosa ‘extrañamente sorprendente’ si el lector se queda con la literalidad de las palabras. Sólo cuando se relaciona todo cuanto se dice en Mt 21,18-22 se comprende que no se está hablando de una higuera, sino que se está hablando del Templo de Jerusalén que está seco y muerto. Esto es así para quien se lo cree, como se lo creyó Jesús de Nazaret. En cambio, fue este Templo quien mató a Jesús.

Reconozco que la afirmación que acabo de escribir es muy contundente, pero no soy yo quien se la ha inventado. Es el propio narrador Mateo quien la dice, la comenta, la desarrolla, la explica, la asegura con fundamentos.  Basta leerse la continuación del relato que comienza así: “Llegó al Templo, y mientras enseñaba, los Sumos Sacerdotes y los Ancianos del pueblo se le acercaron para preguntarle: ¿Con qué autoridad actúas así? ¿De dónde te viene?”  (Mt 21,23).

Y el relato del Evangelista acaba con estas tajantes afirmaciones: “Al oír sus palabras, los Sumos Sacerdotes y los Fariseos se dieron cuenta de que las dijo por ellos. Y, aunque estaban deseando echarle mano, tuvieron miedo de las gentes, que lo tenían por profeta  (Mt 21,46).

Este Evangelista nos cuenta estas cosas siguiendo lo que había dejado escrito Marcos desde 11,27 hasta 12,12. Ambos relatos son muy semejantes, pero mantienen muchas diferencias. El narrador Lucas también cuenta estos acontecimientos, a su manera, en 20,1-19. Por fin, el cuarto Evangelio nos relata esta misma presencia de su Jesús de Nazaret en el Templo de Jerusalén (Jn 2,13-25), pero su relato es tan distinto que no dejará de cuestionarnos nunca.

Después de haberse leído uno a uno estos relatos de la presencia evangelizadora de Jesús en el Templo se cae en la cuenta de la inmensa importancia de la acción bautizadora de Juan el perdonapecados (Mt 21,24-27). En esta precisa acción perdonadora de Juan fundamenta Jesús de Nazaret su autoridad. Juan el Bautista había desobedecido la tradición de la Ley de Moisés y de su dios Yavé que ordenaba  perdonar los pecados  en el Templo y por medio de sacrificios, bien reglamentados, ofrecidos por los sacerdotes de la tribu de Leví y de la familia de Aarón.

Mateo 21,23 nos dice que Jesús ‘enseñaba’, pero no encontramos explícitamente dicho qué enseñaba. Y luego en Mt 21,27 añade estas palabras que Jesús dedica a los Sumos Sacerdotes, los Ancianos y los Fariseos: “Tampoco yo os digo con qué autoridad actúo así”. Pero... Pero, no se calló. Siguió hablando y les contó dos parábolas como dos denuncias proféticas contra aquellos que se servían del Templo, vivían de él, lo saqueaban, lo aniquilaban y profanaban en nombre de Dios. Y estos, ¡mercaderes insaciables!,  eran  los Sacerdotes, Ancianos y Fariseos.
Carmelo Bueno Heras

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