San Ezequiel Moreno
Díaz, religioso y
obispo
fecha: 19 de agosto
n.: 1848 - †: 1906 - país: España
canonización: B: Pablo VI 1 nov 1975 - C: Juan Pablo II 11 oct 1992
hagiografía: Agustinos Recoletos
n.: 1848 - †: 1906 - país: España
canonización: B: Pablo VI 1 nov 1975 - C: Juan Pablo II 11 oct 1992
hagiografía: Agustinos Recoletos
Elogio: San Ezequiel
Moreno Díaz, obispo de Pasto, en Colombia, de la Orden de Agustinos Recoletos,
que dedicó toda su vida a anunciar el Evangelio, tanto en las Islas Filipinas
como en América del Sur, y falleció en Monteagudo, lugar de Navarra, en España.
Oración: Oh Dios, que nos
ofreces en san Ezequiel, obispo, un modelo de fidelidad al Evangelio y de
pastor según el Corazón de tu Hijo; concédenos, por su intercesión, que,
viviendo con alegría nuestro testimonio cristiano, estemos plenamente dirigidos
a ti y consagrados al servicio de tu Iglesia. Por nuestro Señor Jesucristo, tu
Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por
los siglos de los siglos. Amén (oración litúrgica).
Dios
elige a los humildes para hacer cosas grandes. Y humildes fueron los orígenes
del que había de ser restaurador de los agustinos recoletos en Colombia,
promotor de tres circunscripciones misioneras en esa misma nación, obispo de
Pasto y defensor de la Iglesia en su enfrentamiento con el liberalismo en los
últimos años del siglo XIX y primeros del XX.
San
Ezequiel Moreno nació el año 1848 en Alfaro (La Rioja). Como hijo del pueblo su
niñez y adolescencia carecen de historia. Apenas hay en ellas lances dignos de
ser recordados. Sus padres, Félix Moreno y Josefa Díaz, eran de extracción
humilde y de religiosidad acendrada. Su padre, un modesto sastre, era conocido
por su piedad. Ezequiel, el tercero de sus seis hijos, asistió a la escuela
pública, formó parte de la capilla de música del pueblo y sirvió a las monjas
dominicas de monaguillo y sacristán. De 1861 a 1864 cursó latinidad con
intención de ingresar en el noviciado misionero que los agustinos recoletos tenían
en el vecino pueblo de Monteagudo, donde ya se encontraba su hermano Eustaquio.
El 21 de septiembre de 1864 tomó el hábito religioso y al año siguiente
pronunció los votos y el juramento de pasar a las misiones de Filipinas. Entre
1864 y 1871 completó su formación teológica y espiritual en los seminarios de
la orden. El 2 de junio de 1871, a los 23 años de edad, recibió la ordenación
sacerdotal en Manila.
Misionero y
formador de misioneros, 1870-1888
De 1872
a 1885 ejerció el ministerio sacerdotal en varias islas de Filipinas: Palawan
(1872), Mindoro (1873-76) y Luzón (1876-85). Sus ocupaciones fueron las
ordinarias de un párroco de la época: misa diaria, catequesis infantil, homilía
dominical, atención a los enfermos, dirección de asociaciones católicas, etc.
La catequesis, los enfermos y las correrías misionales por los campos de sus
parroquias ocupaban su tiempo. En Palawan y Mindoro entró en relación con los
infieles que todavía abundaban en amplias zonas de su geografía. Y en todas
partes hacía frecuentes visitas a los cristianos diseminados por campos, ríos y
sementeras, y desprovistos de servicios civiles y religiosos.
En 1885
volvió a España como prior del noviciado de Monteagudo. En él vivió tres años
dedicado a la formación de los futuros misioneros. En sus pláticas a la
comunidad torna una y otra vez sobre el culto litúrgico, las devociones
populares, el aseo del templo y de los ornamentos sagrados, las ceremonias y el
espíritu que debe nutrirlas. Privilegia a la oración mental y al oficio divino,
pero de vez en cuando siente la necesidad de asociarse al pueblo y cantar con
él las alabanzas del Señor. Saboreaba particularmente la Hora Santa del Jueves
Santo, las primeras comuniones, las celebraciones de mayo y junio y otras
funciones en honor del Sagrado Corazón y de la Virgen.
Su
segunda preocupación fue la observancia regular. A ejemplo de san Pablo, veía
en la ley un pedagogo insustituible, que señala al alma el camino que conduce a
Cristo, la libra de falsos espejismos y le ahorra multitud de idas y venidas.
Las constituciones, el ceremonial, el ritual, cualquier orden o precepto de los
superiores suscitaban en su corazón reverencia y acatamiento, y como superior
se sentía obligado a trasmitir a sus súbditos esos mismos sentimientos.
En
estos años la comunidad era el centro de su vida, pero nunca la quiso aislada
del mundo circunstante. Prestaba gustoso sus servicios a los párrocos vecinos,
atendía a las comunidades religiosas de la comarca y en momentos de penuria se
volcaba en ayuda de los necesitados. Durante la carestía de 1887 llegó a
socorrer diariamente a unos 400 menesterosos. De ordinario eran más de
trescientos los menesterosos que se acercaban diariamente a la puerta del
convento en demanda de una comida regular (Juan Cruz Gómez, 28 enero 1897).
Restaurador de
los agustinos recoletos en Colombia y vicario apostólico de Casanare, 1889-1896
A
finales de 1888 Ezequiel cruza el océano con rumbo a Colombia, donde residirá
hasta principios de 1906, en que la enfermedad le obligó a tornar a su patria.
Este viaje divide su vida en dos grandes secciones. La primera, según queda
apuntado, se asemeja a la de tantos religiosos y párrocos de la época. En la
segunda adquiere relieve público y se convierte en símbolo de una causa. Actúa
en ambientes más complejos y desempeña funciones más delicadas.
Hasta
1894 reside en Santafé de Bogotá, ocupado en la restauración de la antigua
provincia agustino-recoleta de Colombia, reducida entonces a un minúsculo grupo
de religiosos exclaustrados, dispersos por parroquias y capellanías y ayunos de
espíritu corporativo. Simultáneamente desarrolla una intensa actividad
apostólica y promueve la restauración de las misiones de Casanare, en
decadencia desde los días de la Independencia (1810-21) y casi desamparadas
durante los últimos cinco lustros. En 1893 la Santa Sede creaba el vicariato
apostólico de Casanare y confiaba su administración al padre Ezequiel, a quien
elevaba a la dignidad episcopal. Casanare se convertía así en el primer
vicariato apostólico de Colombia y abría una nueva época en la historia de sus
misiones.
Su
permanencia en Casanare no llegó a dos años y durante varios meses se vio
entorpecida por la guerra civil y los rumores de su traslado a la sede de
Pasto. Sin embargo, recorrió todo su territorio y confeccionó un buen programa
pastoral. Distribuyó a sus 16 misioneros en cuatro puntos: Arauca, al norte;
Támara, en el centro; Orocué, al sur; y Chámeza, al oeste. Impulsó la
catequesis y se interesó por los infieles guahibos y sálivas, para cuyos hijos
preparó sendos orfanatos, organizó asociaciones católicas y, sobre todo, se
empeñó en que la palabra de Dios volviera a resonar con regularidad en aquellos
inmensos parajes.
Obispo de
Pasto, 1896-1906
El 2 de
diciembre de 1895 fue preconizado obispo de Pasto, pero hasta junio del año
siguiente no pudo trasladarse a su destino. Fue un pastor vigilante, consciente
de su responsabilidad y atento a las necesidades de sus ovejas, a las que supo
alimentar con doctrina segura y abundante. Sus circulares, pastorales y
opúsculos doctrinales, transparentes y transidos de fervor, eran buscados
dentro y fuera de su diócesis, porque afrontaban los temas más candentes de
cada momento y proponían una doctrina inspirada en los valores perennes del
Evangelio. Su enfrentamiento con el liberalismo no es más que una simple
manifestación de su celo pastoral. Veía en él un cuerpo de ideas y
procedimientos contrarios al cristianismo y una voluntad explícita de desterrar
a Cristo de la sociedad y de las almas. Sus ideas proceden de las encíclicas de
Pío IX y León XIII, que conocía a la perfección, del magisterio de otros
obispos y de prestigiosos moralistas, canonistas y tratadistas religiosos de la
época. Pero la educación recibida, la tradición antirreligiosa del liberalismo
colombiano y la virulencia antieclesiástica del gobierno de Ecuador, contiguo y
en estrecha comunicación con su diócesis, le inclinaron a interpretar las
orientaciones romanas en sentido restrictivo.
Giró
varias visitas pastorales, llegando incluso a las regiones más inhóspitas de su
vastísima diócesis (160.000 km2). Promovió la creación de sendas
prefecturas apostólicas en el Caquetá y Tumaco. Dio gran impulso a las misiones
populares, al culto al Sagrado Corazón y, sobre todo, a la catequesis, a la que
dedicó varias circulares y pastorales. En las visitas pastorales le gustaba
presenciar la catequesis «sentado en cualquier asiento y a veces en el suelo».
Otras veces la dirigía él mismo al aire libre y sentado sobre un tronco de
árbol. A los párrocos les recordó la obligación de no omitir la homilía durante
la misa del domingo ni la instrucción religiosa después de ella.
Visitaba
semanalmente el hospital y el orfanato y, menos a menudo, la cárcel. De vez en
cuando se sentaba en el confesionario. Las fiestas más solemnes y los domingos
de adviento y cuaresma predicaba en la catedral. Siguió de cerca la formación
de sus seminaristas y envió a dos de ellos a ampliar estudios en Roma. Con el
clero, tanto secular como regular, estuvo siempre en buenas relaciones. Los
ejercicios anuales solía celebrarlos en compañía del clero diocesano. No
admitía acusación alguna contra sus sacerdotes que no estuviera sufragada por
dos o más testigos.
Última
enfermedad y muerte
San
Ezequiel no fue mártir en sentido estricto. Pero sufrió penas y dolores de
auténtico mártir. Su vida entera rezuma privaciones, sufrimientos, dolores
físicos y morales. Y sus últimos meses fueron un martirio prolongado. A finales
de junio de 1905 advierte la presencia de unas llagas malignas en la nariz. Se
siente débil, con la cabeza cargada y molestias en la boca. Pero durante meses
conduce la vida de siempre. Se levanta a la misma hora, despacha los asuntos
ordinarios y hasta piensa en la erección de una prefectura apostólica en
Tumaco. A finales de octubre recibe con la máxima serenidad la confirmación de
que el origen de todos sus males es un cáncer maligno: «Me he puesto en las
manos de Dios. Él hará su santa voluntad».
El
clero de la diócesis no compartió su indiferencia y le ordenó viajar a
Barcelona, donde se esperaba que un célebre cirujano pudiera operarlo con
éxito. Él acata la voluntad de su clero y el 18 de diciembre sale rumbo a
Barcelona. Iba postrado, sin apetito y con dolores continuos. Sin embargo, no
se le escapa un lamento y tiene ánimos para ir a despedirse de la Virgen de Las
Lajas, ordenar a un diácono en el camino y celebrar misa todos los días.
El 10
de febrero llegaba a Madrid, pero tan desmejorado que los religiosos de su
orden no le permitieron seguir a Barcelona. El 14 entraba en el quirófano de la
clínica del Rosario, donde durante tres horas soportó horribles torturas «con
heroísmo de santo y bienaventurado», sin una queja, sin un movimiento de
protesta. Le extirparon las tumoraciones de las dos fosas nasales, el vómer y
el hueso etmoides, todo lo cual exigió la resección completa de la nariz. Luego
le rasparon el velo del paladar, el cielo de la boca y otros tejidos
cancerosos. Varios de estos cortes y raspamientos los soportó en estado de
plena conciencia, porque «la situación especial de su lesión» aconsejó la
suspensión de la anestesia. Las mismas muestras de fortaleza dio en una segunda
operación a que fue sometido el día 29 de marzo, así como en las
cauterizaciones, raspamientos y amputaciones de los apéndices cárnicos que
periódicamente se le reproducían en la boca.
Por
desgracia estos tormentos no le devolvieron la salud y ni siquiera aliviaron
sus dolores. Consciente de la proximidad de su fin, el 31 de mayo decide
abandonar Madrid y viaja a Monteagudo para rendir su alma al Creador al lado de
su amada Virgen del Camino: «voy a morirme al lado de mi madre». El 19 de
agosto, tras ajustarse él mismo las ropas de la cama y con la mirada fija en el
crucifijo, exhalaba su último suspiro.
El halo
de santidad que le había rodeado de vivo creció con su muerte. En 1910 la
autoridad diocesana abría en Pasto el proceso informativo sobre su vida y virtudes,
que, tras más de sesenta años de estudio, habrían de conducir a su
beatificación el 1 de noviembre de 1975 y a su canonización el 11 de octubre de
1992. Su cuerpo incorrupto se venera en la iglesia del convento de Monteagudo.
Extractado
de «San Ezequiel Moreno, obispo de Pasto - Trayectoria
biográfica», por A. Martínez Cuesta
Bibliografía citada por el autor: Cartas pastorales, circulares y otros escritos del ilmo Ezequiel Moreno, ed. de T. Minguella, Madrid 1908; Epistolario del beato Ezequiel Moreno, ed. de A Martínez Cuesta, Roma 1982; Obras completas. Vols. 1-4: Epistolario, Madrid 2006- 2007; T. Minguella, Biografía del Ilmo. fr. Ezequiel Moreno, Barcelona 1909; A. Martínez Cuesta, Beato Ezequiel Moreno. El camino del deber, Roma 1975; IDEM, San Ezequiel Moreno, fraile, obispo y misionero, Madrid 1992.
Bibliografía citada por el autor: Cartas pastorales, circulares y otros escritos del ilmo Ezequiel Moreno, ed. de T. Minguella, Madrid 1908; Epistolario del beato Ezequiel Moreno, ed. de A Martínez Cuesta, Roma 1982; Obras completas. Vols. 1-4: Epistolario, Madrid 2006- 2007; T. Minguella, Biografía del Ilmo. fr. Ezequiel Moreno, Barcelona 1909; A. Martínez Cuesta, Beato Ezequiel Moreno. El camino del deber, Roma 1975; IDEM, San Ezequiel Moreno, fraile, obispo y misionero, Madrid 1992.
fuente: Agustinos
Recoletos
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