Nochevieja en el año
eclesiástico.
El domingo 24 de noviembre
será el último domingo del año que la Iglesia ha dedicado a la lectura y
meditación del relato escrito sobre Jesús de Nazaret por el Evangelista Lucas,
el del toro.
Lo diré otra vez más. El toro
es el 'logotipo' (o emoticono, si les parece mejor dentro del NCA) para
identificar a este Evangelista que comienza su narración en el Templo de
Jerusalén y acaba la experiencia de vida de Jesús en el final de su Evangelio con
la presencia de sus seguidores en el mismo Templo. Y este Templo era conocido
por la multitud de sacrificios de animales que se ofrecían en su altar.
¿Tan pecador era el pueblo?
Tanto o más. Y hablar de la grandeza del Templo, era recordar las abundantes
ofrendas de toros sacrificados.
Seguramente que para evocar
la presencia del Templo de Jerusalén hubieran servido otros muchos símbolos.
Sin ninguna duda y ahora mismo podría señalar siete más, pero quien
asignó la identidad del toro con la identidad del Evangelista Lucas se inspiró
en el libro del Apocalipsis, el cual se había inspirado antes en el libro del
Profeta Ezequiel.
No cito aquí las referencias,
porque ya lo insinué en presentaciones anteriores y no hace demasiadas
semanas.
Creo que hasta dentro de
tres años no volveremos a leer Lucas de nuevo. Para entonces habrá
cambiado, y para bien, el criterio vaticano sobre la liturgia y podremos leer
domingo tras domingo todo el Evangelio de Lucas y de manera ordenada desde el
comienzo hasta el final.
Así que hemos acabado el año
de Lucas en el año de la Iglesia. Y personalmente he acabado, y tú que me lees
eres testigo, de comentar todo el Evangelio de Mateo en los cincuenta y dos
domingos de este 2018-2019.
En la próxima semana enviaré
el comentario del primer domingo del nuevo año, el primero del Adviento del
Ciclo A. Y me vas a tener que aguantar los comentarios del Libro de los Hechos
de los Apóstoles semana a semana, otros cincuenta y dos domingos.
Y no deseo alargarme más.
Verás que en el comentario que sigue a continuación se dice que celebramos una
fiesta anti-evangélica como lo es la fiesta de Jesucristo Rey del Universo. Y
cuando esto se dice y se escribe se suele pensar en un Jesús de Nazaret con
corona de Rey, báculo de Rey, vestimentas de Rey y trono de Rey. Me bastaría
con pisar algunas salas del Museo del Prado para constatar tal caracterización.
En siete días con sus siete
noches nos volvemos a ver en esta pantalla.
Domingo
‘Jesucristo Rey del Universo’. Ciclo C (24.11.2019): Lucas 23,35-43
El Reino de Dios está dentro de ti (Lc 17,21). Lo escribo
CONTIGO:
Se
celebra hoy en la Iglesia una fiesta que no está constatada en las páginas de
ninguno de los cuatro Evangelios. Podría decir que se trata de una fiesta
antievangélica. Sé que más de uno de quienes me lean pensará que manipulo las
afirmaciones del Evangelio. Y creo que la peor de las manipulaciones se anda
perpetrando desde que en la tradición eclesiástica se comenzó a hablar,
anunciar y confesar que ‘Jesucristo es el Rey del Universo’, el culmen de la
divinización.
Con
esta fiesta se acaba en la Iglesia, una vez más, el año pretendidamente
dedicado a anunciar y comprender el mensaje del Evangelio según san Lucas. Y para
ello se ha escogido, por parte de la autoridad de la liturgia vaticana, el
relato de Lucas 23,35-43. Se trata del relato que este Evangelista ha
contado inmediatamente antes de la muerte de su Jesús de Nazaret.
Este
relato de Lucas comienza de esta manera: “Estaba el pueblo mirando. Los
magistrados hacían muecas y decían: a otros salvó, que se salve a sí mismo...
También los soldados se burlaban de él... Uno de los malhechores le insultaba”
(Lc 23,35). Y explícitamente el narrador nos informa de que a este su Jesús de
Nazaret se le denomina ‘el Rey de los judíos’ (Lc 23,38).
Durante
las muchas horas de esta fiesta eclesiástica de Jesucristo Rey del Universo
(¿JRU?) o, como luego dirán muchos en la tradición de esta fiesta, ‘Cristo Rey’
(¿CR?), me voy a dedicar a adiestrar mi capacidad de asombro hasta llegar a
comprender cómo este Jesús de Nazaret de Lucas pasa de estar ‘enfrentado’ a sus
doce años con las autoridades religiosas del Templo de Jerusalén a ser
‘denunciado, juzgado, condenado y ejecutado’ por esa autoridad religiosa y la
correspondiente autoridad civil de entonces y acabar ‘sepultado’ como un mesías
blasfemo.
¿Ninguna
persona de aquellas autoridades, tanto judías como romanas, llegó a percatarse
de estar ante ‘el Rey del Mundo’ enviado por sus dioses correspondientes? ¿Tan
enceguecidos tenían sus cerebros y corazones para sentirse tan engañados que
osaron dar muerte tan injusta a un galileo laico que encarnaba tan alta
identidad que nadie como él había ostentado?
Es
más, al menos así me lo parece, ni uno solo de todos sus apóstoles, seguidores
y discípulos se atrevieron a presentar las credenciales de una Realeza tan
divinizada, como nos atrevemos a atribuir ahora a Jesús, ante las decisiones de
judíos y romanos de aquel siglo primero. Todos abandonaron a aquel Jesús a su
suerte y tan solo, parece ser, permanecieron cerca de él en sus horas finales
unas mujeres, conscientes y sabedoras de que arriesgaban también sus vidas.
Me
lo vuelvo a preguntar: ¿Qué se desea expresar o creer cuando se afirma tan
categóricamente que aquel Jesús de la tierra de Galilea fue y sigue siendo
Jesucristo Rey del Universo?
Me
volveré a callar y dejaré resonar en todo su esplendor la melodía que he ido
escuchando semana tras semana del mensaje de boca del Jesús de Lucas: El
Reino de Dios está dentro de ti. No fuera ni frente a ti. Dentro y siempre
(Lc 17,21). Si afirmar la realeza universal de aquel laico judío se debió a
esta certeza que tú y yo llevamos dentro, entonces sí creo en Jesús rey.
Carmelo
Bueno Heras
Domingo
52º de Mateo (24.11.2019): Mateo 28,11-20.
“Todo cuanto deseas que te hagan, házselo a los demás” (Mateo 7,12)
Mateo
nos ha traído ya hasta la última recta del relato de su Evangelio y de su Jesús
de Nazaret. En dos apartados bien delimitados nos da cuenta Mateo de los
acontecimientos que se sucedieron fuera del ámbito del sepulcro a donde había
acudido María Magdalena.
Mateo
28,11-15 será el penúltimo de los apartados de este Evangelio: “Algunos
de la guardia del sepulcro fueron a la ciudad a contar a los sumos sacerdotes
todo lo que había pasado”. Para Mateo, la presencia y responsabilidad de la
autoridad religiosa del Templo lo abarca todo en el proceso de la muerte de Jesús.
Se mire como se desee, el proceder de esta autoridad es un sinsentido irrisorio
e inhumano. Alguno diría que se trata de un ‘insulto al sentido común’. Ningún
otro Evangelista ha contado estos hechos, que posiblemente no sucedieron así,
ni asá.
Mateo
28,16-20 cuenta la aparición del resucitado Jesús a los suyos,
los ONCE, en Galilea. También los hechos de este apartado están contados sólo
aquí y en ningún otro Evangelio más. Muchos comentaristas especializados se
aventuran a sostener que estamos ante una añadidura posterior a la redacción
original de este Evangelio. Probablemente toda opinión puede mantenerse, pero
de ahí a ser tenida como cierta hay mucha distancia.
Si
hubo una aparición del resucitado Jesús en Jerusalén, ¿por qué no se iba a producir
una nueva aparición del mismo resucitado en Galilea? Este esquema mental de la
investigación se constata explícitamente en el cuarto Evangelio (Juan 20-21).
Constatado el dato, ¿cuánto más puede decirse? Mi lectura y reflexión crítica
de este último apartado de Mateo me permite tomar conciencia de algunos otros
asuntos no sé si mucho o poco importantes. Yo comento.
He
acabado de leer en Mateo 28,10 que es a las mujeres a quienes se les encomienda
la tarea de contactar con los seguidores de Jesús (apóstoles, discípulos,
hermanos, los once...) para reunirse en Galilea: “Avisad a mis hermanos que
vayan a Galilea. Allí me verán”. En cambio, en Mt 28,16 parece ser que ha
sido el propio Jesús quien ha citado a los ONCE en el monte de Galilea. Y es
aquí donde les encontró reunidos y donde se les aparece. Puedo creer que los
hechos no pudieron suceder de dos manera tan distintas. Y, ¿dónde quedaron las
mujeres?
No
me gusta ni admito, que las mujeres hayan desaparecido en esta escena final.
Pero siempre me gustará pensar que este monte de la aparición en Galilea no es
otro que el monte de las bienaventuranzas de los capítulos quinto a séptimo de
este Evangelio. ¿Es en este único monte de la vida de Jesús donde se le
reconoce vivo, para todos y para siempre? Me gusta, lo creo así.
Otro
asunto: “Id por todo el mundo” (Mt 28,19). La afirmación contraria la
leí explícitamente en Mateo 10,5-6. ¿Evolucionó en su pensamiento este Jesús de
Mateo o evolucionó el propio Evangelista? No me gusta el nacionalismo. Me gusta
‘todo el mundo’. Y la última sorpresa me parece poco menos que increíble. Nunca
acabaré de acogerla e integrarla en su totalidad. Su luminosidad no tiene
precedentes y no se suele afirmar tan explícitamente en ámbitos eclesiales de
evangelización: este Mateo no cuenta la ascensión de Jesús. No se fue.
Se quedó. Dentro de las mujeres, en los discípulos, en ti, en mí, en todos.
Dentro. Y siempre (Mt 28,20).
Carmelo
Bueno Heras
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