San Siricio, papa
fecha: 26 de noviembre
†: 399 - país: Italia
canonización: pre-congregación
†: 399 - país: Italia
canonización: pre-congregación
Elogio: En el cementerio de Priscila, en la vía Salaria Nueva, en Roma, san
Siricio, papa, a quien alaba san Ambrosio como verdadero maestro, ya que,
consciente de su responsabilidad sobre todos los obispos, les dio a conocer los
documentos de los Padres y los confirmó con su autoridad apostólica.
refieren a este santo: San Anastasio I, Santa Fabiola
La figura del papa san Siricio pasó mucho
tiempo eclipsada por el juicio negativo que dan acerca de él las obras del
gran san Jerónimo,
que es un personaje por muchos aspectos excepcional, en especial por su vasta
cultura, pero que con facilidad cae en juicios temerarios, inspirados por la
simpatía o antipatía personal, como saben los que han leído sus vivísimas
cartas. Se puede decir que la antipatía del gran erudito hacia Siricio ha
pesado sobre este papa durante casi catorce siglos, puesto que sólo en 1748 san
Siricio fue admitido en el Martirologio Romano por el Papa Benedicto XIV,
suficientemente firme como historiador y como canonista, como para poder
disentir de la secular prevención de San Jerónimo.
Siricio fue el sucesor de san Dámaso,
y ejerció el pontificado de 383 a 399. Dámaso había sido el gran protector de
san Jerónimo, pero también Siricio tuvo un muy fuerte campeón en quien
apoyarse, y su elección fue de lo más acertada, ya que recayó en san Ambrosio,
obispo de Milán. Esta ciudad se había convertido en la capital del Imperio de
Occidente, y el obispo Ambrosio había llegado a poseer una autoridad sin
precedentes. Un Papa mezquinamente celoso habría dudado en aumentar el
prestigio de ese personaje, ante quien el obispo de Roma quedaba probablemente
en segundo lugar. En cambio, el romano Siricio, deseoso sobre todo del bien de
la Iglesia, confia en Ambrosio gran parte de la dirección de los asuntos
eclesiásticos, lo que lo hace casi un socio en el gobierno de la Iglesia. Por
su parte, Ambrosio no se aprovechó de esa posición y mantuvo siempre una
respetuosa actitud hacia el obispo de Roma. San Sirico, por su parte, fue el
papa de la moderación y el equilibrio. Se sentía verdaderamente padre -o más
bien servidor- de todos los fieles, y rehuía de los particularismos que a
menudo dividían a las diversas iglesias: «Nosotros -decía con hermosa
expresión- llevamos la carga de todos los que están cargados, o mejor dicho, es
el bienaventurado apóstol Pedro quien la lleva en nosotros». El fogoso san
Jerónimo, que se lanzaba como una catapulta contra adversarios reales o
supuestos, no podía llevarse bien con este Papa enemigo del extremismo y la
intemperancia.
A Siricio le tocó también la lucha contra
la herejía, en particular (aunque no únicamente) contra la expresada por un
monje romano, Joviniano, que se oponía al mayor mérito de las buenas obras, y
de la vida célibe; Joviniano sostenía la identidad (frente a le redención) del buen
y del mal obrar, negaba la virginidad perpetua de María y el mérito en la vida
de la Virgen. Encontró algunos adeptos entre los monjes y monjas de Roma, pero
en el 390-392, el Papa celebró un sínodo en Roma, en el que Joviniano y ocho de
sus seguidores fueron condenados y excluidos de la comunión de la Iglesia. La
decisión fue enviada a san Ambrosio, quien celebró un sínodo de los obispos de
la Alta Italia, que en aceptación de la medida del Sínodo Romano, condenó
también a estos herejes.
En el Oriente Siricio intervino para
resolver el cisma de Melecio en Antioquía; este cisma había continuado a pesar
de la muerte en el 381 de Melecio en el Concilio de Constantinopla. Los
seguidores de Melecio había elegido a Flaviano como su sucesor, mientras que los
partidarios del obispo Paulino, después de la muerte de este obispo (388),
eligieron a Evagrio. Evagrio murió en 392, y a través de gestiones de Flaviano
no se eligió a ningún sucesor. Por mediación de san Juan Crisóstomo y Teófilo
de Alejandría, una embajada -encabezada por el Obispo de Acacio de Berea- fue
enviada a Roma para persuadir a Siricio a que reconociera a Flaviano y lo
readmitiera a la comunión de la Iglesia.
En cuanto a la disciplina, san Siricio la
reforzó en la carta que escribió para responder a ciertas preguntas del obispo
Himerio de Tarragona. Esa instrucción, que San Siricio mandó comunicar a los
demás obispos por medio de Himerio, es el primer decreto pontificio que se
conserva íntegro. Entre otras cosas, el Papa mandó que los sacerdotes y
diáconos casados cesen de cohabitar con sus esposas. Este es el documento más
antiguo que se conoce acerca de la actitud de la Santa Sede en la cuestión del
celibato eclesiástico, que sin embargo tardó mucho más tiempo en generalizarse
en la Iglesia latina.
Siricio fue también el papa que consagró
la basílica de San Pablo Extramuros, que había sido ensanchada por el emperador
Teodosio I. El nombre del Pontífice se conserva todavía en una columna que no
fue destruida por el incendio de 1823. Y fue también quien asumió para el
obispado de Roma el nombre de «Papa», que se venía utilizando no de manera
formal. A su muerte, en el 399, fue enterrado en la Cementerio de Priscila, en
la Via Salaria.
Basado en el artículo sin firma de Santi e
Beati, y en datos extraídos de la Catholic Encyclopedia y
del Butler-Guinea, tomo IV, pág. 422. Estos textos remiten como una de las
fuentes importantes al Liber Pontificalis (ed. Duchesne), vol. I, pp. 217-218.
Véase H. Jedin, Manual de Historia de la IGlesia, Herder, tomo II, 1980, pág.
350ss. La selección de los escritos auténticos y atribuidos, extraidos del
Migne PL, puede consultarse en Documenta
Catholica Omnia
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