San Clemente I Romano, papa mártir
fecha: 23 de noviembre
†: c. 101 - país: Italia
canonización: pre-congregación
hagiografía: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI
†: c. 101 - país: Italia
canonización: pre-congregación
hagiografía: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI
Elogio: San Clemente I, papa y mártir, tercer sucesor del apóstol san Pedro,
que rigió la Iglesia romana y escribió una espléndida carta a los corintios,
para fortalecer entre ellos los vínculos de la paz y la concordia. Hoy se
celebra el sepelio de su cuerpo en Roma.
Patronazgos: patrono de barqueros y marineros, trabajadores del mármol, la piedra
y albañiles, protector de los niños y las enfermedades de la infancia, y contra
la tormenta y la tempestad.
refieren a este santo: San Evaristo, San Sotero
Oración: Dios todopoderoso y eterno, que te
muestras admirable en la gloria de tus santos, concédenos celebrar con alegría
la fiesta de san Clemente, sacerdote y mártir de tu Hijo, que dio testimonio
con su muerte de los misterios que celebraba y confirmó con el ejemplo lo que
predicó con su palabra. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina
contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos.
Amén (oración litúrgica).
El tercer sucesor de san Pedro,
probablemente san Clemente, fue contemporáneo de los santos Pedro y Pablo,
según se cree. En efecto, San Ireneo escribía en la segunda mitad del siglo II:
«Vio a los bienaventurados apóstoles y habló con ellos. La predicación de éstos
vibraba aún en sus oídos y conservaba sus enseñanzas ante los ojos». Orígenes y
otros autores le identifican con el Clemente a quien san Pablo llama su
compañero de trabajos (Flp 4,3), pero se trata de una identificación muy
dudosa. Ciertamente, no fue nuestro santo el Flavio Clemente condenado
a muerte el año 95, como lo afirma Dión Casio (Hist. Rom. 67,14). Pero no es
imposible que haya sido un liberto de la servidumbre del emperador, cuyos
ascendientes fueron judíos. No poseemos ningún detalle sobre su vida, pero
siguiendo los datos de Eusebio de Cesarea (Hist. eccl 3,15,34), su pontificado
se extendió desde el año 92 hasta el 101.
Las «actas» del siglo IV, que son
apócrifas, afirman que convirtió a una pareja de patricios, llamados Sisinio y
Teodora, y a otros 423. Aquello le atrajo el odio del pueblo y el emperador
Trajano le desterró a Crimea, donde tuvo que trabajar en las canteras. La
fuente más próxima distaba diez kilómetros, pero Clemente descubrió, por
inspiración del cielo otro manantial más próximo, donde pudieron beber los
numerosos cristianos cautivos. El santo predicó en las canteras con tanto éxito
que, al poco tiempo, había ya setenta y cinco iglesias. Entonces, fue arrojado
al mar con un anda colgada al cuello. Los ángeles le construyeron un sepulcro
bajo las olas. Cada año, las aguas se abrían milagrosamente para dejar ver el
sepulcro.
San Ireneo dice que «En la época de
Clemente, estalló una importante sedición entre los hermanos de Corinto. La
iglesia de Roma les envió una larga carta para restablecer la paz, renovar la
fe y para anunciarles la tradición que había recibido recientemente de los
apóstoles». Esa carta fue la que hizo famoso el nombre de Clemente I. En los
primeros tiempos de la Iglesia, la carta de Clemente tenía casi tanta autoridad
como los libros de la Sagrada Escritura y solía leerse junto con ellos en las
iglesias. En el manuscrito de la Biblia (Codex Alexandrinus, siglo V) que
Cirilo Lukaris, patriarca de Constantinopla, envió al rey Jacobo I de
Inglaterra, había una copia de la carta de Clemente. Patricio Young, encargado
de la biblioteca real de Inglaterra, la publicó en Oxford, en 1633.
San Clemente comienza por dar una
explicación de que las dificultades por las que atraviesa la Iglesia en Roma
(la persecución de Diocleciano) le habían impedido escribir antes. En seguida,
recuerda a los corintios cuán edificante había sido su conducta cuando todos
eran humildes, cuando deseaban más obedecer que mandar y estaban más prontos a
dar que a recibir, cuando estaban satisfechos con los bienes que Dios les había
concedido y escuchaban diligentemente su Palabra. En aquella época eran
sinceros, inocentes, sabían perdonar las injurias, detestaban la sedición y el
cisma. San Clemente se lamenta de que hubiesen olvidado el temor de Dios y
cayesen en el orgullo, en la envidia y en las disensiones y los exhorta a
deponer la soberbia y la ira, porque Cristo está con los que se humillan y no
con los que se exaltan. El cetro de la majestad de Dios, Nuestro Señor
Jesucristo, no se manifestó en el poder sino en la humillación. Clemente invita
a los corintios a contemplar el orden del mundo, en el que todo obedece a la
voluntad de Dios: los cielos, la tierra, el océano y los astros. Dado que
estamos tan cerca de Dios y que Él conoce nuestros pensamientos más ocultos, no
deberíamos hacer nada contrario a su voluntad y deberíamos honrar a nuestros
superiores; las necesidades disciplinares han obligado a crear obispos y
diáconos, a quienes se debe toda obediencia. Las disputas son inevitables y los
justos serán siempre perseguidos. Pero señala que unos cuantos corintios están
arruinando su iglesia. «Obedezca cada uno a sus superiores, según la jerarquía
establecida por Dios. Que el fuerte no olvide al débil y que el débil respete
al fuerte. Que el rico socorra al pobre y que el pobre bendiga a Dios, a quien
debe el socorro del rico. Que el sabio manifieste su sabiduría, no en sus
palabras, sino en sus obras. Los grandes no podrían subsistir sin los pequeños,
ni los pequeños sin los grandes. En un cuerpo, la cabeza no puede nada sin los
pies, ni los pies sin la cabeza. Los miembros menos importantes son útiles y
necesarios al conjunto». En seguida, Clemente afirma que en la Iglesia los más
pequeños serán los más grandes ante Dios, con tal de que cumplan con su deber.
Termina con la petición de que le «envíen pronto de vuelta a sus dos
mensajeros, en paz y alegría, para que nos anuncien cuanto antes que reinan ya
entre nosotros la paz y concordia por la que tanto hemos orado y que tanto
deseamos. Así podremos regocijarnos de vuestra paz». En la carta hay un pasaje
muy conocido, que fue un primer paso hacia el primado romano: «Si algunos
desobedecen las palabras que Él nos ha comunicado, sepan que cometen un pecado
grave e incurren en un peligro muy serio. Pero nosotros seremos inocentes de
ese pecado». La carta de Clemente es muy importante por sus hermosos pasajes,
porque constituye una prueba del prestigio y autoridad de que gozaba la sede
romana a fines del siglo I y porque está llena de alusiones históricas
incidentales. Además, «constituye un modelo de carta pastoral ... , una homilía
sobre la vida cristiana». Existen otros escritos, llamados
«Pseudo-clementinos», que se atribuían antiguamente al Papa, pero que hace
mucho que dejaron de considerarse como tal. Entre ellos se cuenta otra carta a
los corintios, que estaba también incluida en el codex alejandrino de la
Biblia.
Se venera a san Clemente como mártir, pero
los autores más antiguos no mencionan su martirio, y no hay datos del todo
fehacientes al respecto. No sabemos dónde murió. Tal vez durante su destierro
en Crimea. Sin embargo, es muy poco probable que las reliquias que san Cirilo
trasladó de Crimea a Roma, a fines del siglo IX, hayan sido realmente las de
san Clemente. Dichas reliquias fueron depositadas bajo el altar de san
Clemente, en la Vía Celia. Debajo de la iglesia y de la basílica que se
construyó encima en el siglo IV, se conservan unas habitaciones de la época
imperial. De Rossi pensaba que allí había vivido san Clemente I. En todo caso,
no sabemos quién fue el Clemente que dio su nombre a esa iglesia que se llamaba
originalmente «titulas Clementis». El nombre de san Clemente I figura en el
canon I de la misa, y nuestro santo es uno de los llamados «Padres
Apostólicos», es decir, de los que conocieron personalmente a los apóstoles o
recibieron su influencia casi directa.
Las citas más importantes de la literatura
antigua cristiana donde se menciona a Clemente I, como son las del De viris
illustribus de San Jerónimo, del Liber Pontificalis y de los sacramentarios y
calendarios, pueden verse en Comentario sobre el Martirologium Hieronymianum,
pp. 615-616. Existe un relato del martirio, en latín y en griego. Franchi de
Cavalieri y Delehaye opinan que el original es el texto latino. De dicho relato
se deriva la leyenda acerca del sepulcro marítimo y del ancla que se usó para
ahogar a San Clemente. Los Pseudo-clementinos, que se dividen en las Homilías y
los Reconocimientos, popularizaron mucho el nombre de san Clemente; pero
naturalmente no añaden nada desde el punto de vista histórico o hagiográfico.
Uno de los estudios más recientes y completos sobre san Clemente es el de H.
Delehaye, Etude sur le légendier romain (1936), pp. 96-116. El autor hace notar
que, como en el caso de santa Cecilia, el «titulus Clementis» se transformó con
el tiempo en «titulus sancti Clementis». El presente artículo está tomado en lo
fundamental del Butler, con algunos datos provenientes del tomo I de la
Patrología de Quasten, BAC. En MErcabá hay una buena selección de fragmentos de
la Carta de san Clemente Romano a los corintios, que puede servir como un
adecuado acercamiento a este fundamental texto de los inicios cristianos (desde
allí mismo puede accederse al texto completo).
fuente: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI
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ingreso o última modificación relevante: ant 2012
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