domingo, 3 de noviembre de 2019

¡Jesús, el atraído por los perdidos! (Domingo 31º del T.O. Ciclo C (03.11.2019): Lucas 19,1-10.) y “Todo cuanto deseas que te hagan, házselo a los demás” (Mateo 7,12) (Domingo 49º de Mateo (03.11.2019): Mateo 27,1-38.)


Te escribo en la mañana espléndida de un día de octubre. 
Y te contaré cosas que han de suceder en otra jornada del mes de noviembre. Por mis tierras de la infancia se 'decían dichos' muy evidentes y que nunca se me van de la sesera: 
Dichoso mes que comienzas por los Santos y acabas con san Andrés. 

Y otro: 
Por los Santos, la nieve en los altos. 
Por san Andrés, la nieve en los pies. 
Y por Santa Catalina, en la cocina.

Y cuento otra cosa que se me quedó como deseo guardado y que siempre se me despierta en estos días: 
El veranillo de san Martín. 
En torno al día 11 de noviembre siempre espero uno, dos o tres días de esos que se dicen buenos. Es decir fresquitos pero luminosos, de cielo azul intenso y transparente con sol radiante durante horas. Qué bien sientan y saben los membrillos con nueces compartidos en el abrigaño de casa y antes de ver cómo se marcha el sol por el horizonte de su camino.

Y, ¿para qué hablo de estas cosas? 
No lo sé muy bien, pero seguro que estas cuestiones forman parte de mi Viejo Contexto de Aprendizaje (VCA).
Y, ¿qué es eso de ser viejo o nuevo? ¿Qué significa ser viejo o ser nuevo? ¿Viejo es malo y nuevo es bueno? ¿Viejo es bueno y nuevo es malo? 
Siempre con nuestras dicotomías al hombro. 
Siempre con nuestras dualidades enfrentadas. 
¿Seré capaz de integrar, dialogar, compartir? 
El reto es hacer unidad. La opción que humaniza unifica, jamás uniformiza.

En esta mañana de octubre, estas cuestiones me bailan en las neuronas junto a la melodía del evangélico relato lucano de aquel Zaqueo, bajito y rechoncho, forrado de dinero de todos los colores y troqueles, porque lo que le importaba era tener... 

Después de una y muchas lecturas acabo diciéndome que el tal Zaqueo aquel sólo existió en la mente del narrador Lucas que se atreve a ponerse en la piel del galileo Jesús de Nazaret y lo hizo protagonista de una de sus parábolas.

Confieso que 'la parábola de Zaqueo' me gusta, pero sigo constatando que me gusta solo de oídas, porque de realidades, poco o casi nada. Repartir y compartir parece que sólo sucedió en los deseos del Evangelista y de su Jesús. Creo que se trata en esto de Zaqueo como en eso del 'Veranillo de san Martín'. Poquito, pero qué inmensamente bueno, sabrosón y rico.

Y como siempre, los comentarios los encuentras a continuación. También en el archivo adjunto.
Hasta dentro de unos días y que tengamos buena semana de cambio de mes.      

Domingo 31º del T.O. Ciclo C (03.11.2019): Lucas 19,1-10.
¡Jesús, el atraído por los perdidos! Lo medito y escribo CONTIGO: 

Estamos ya en el cuarto domingo antes del final del año litúrgico en la Iglesia. Nos quedan, pues, cuatro domingos para acabar la lectura del Evangelio de Lucas. Será imposible hacerlo. Un año más nos quedamos sin habernos leído la primera parte de la obra de este Evangelista. Me vuelvo a convencer de que la liturgia de la misa es la peor pedagoga para enseñarnos a leer los Evangelios. En los años dedicados a leer Lucas nunca se lee este Evangelio completo.

Después de haber compartido el domingo pasado la lectura de ‘el fariseo y el publicano’ en Lc 18,9-14, constato que jamás se nos leerá el relato de Lucas 18,15-43. ¡Qué inmensa injusticia!

En este día tres de noviembre escucharemos y contemplaremos el encuentro bien popularizado de Jesús con Zaqueo en Lucas 19,1-10. Ningún otro Evangelista nos ha dejado la más mínima referencia de este acontecimiento. Creo que nunca sucedió. Entiendo que estamos ante otra parábola de este narrador tan genial y sorprendente. Pienso que este Lucas, o tal vez alguno de sus lectores del siglo primero, se gustó al releer lo que había dejado escrito en su capítulo decimoquinto y siguió anunciando la misma tarea evangelizadora de su Jesús.

La última expresión de esta ‘parábola de Zaqueo’ (Lc 19,10) confirma que todo el relato podría estar formando parte de ese capítulo de las parábolas en las que se recupera lo que parece que se había perdido, como aquella oveja, perla o hijo. En esta ocasión, el perdido era un rico. Seguramente un tipo pequeño en estatura, pero avispado en ingeniería económica. Era jefe de publicanos: ¿El jefe de los recaudadores de los impuestos para Roma y su imperio? El mismo.

Este Evangelista ha ido demasiado lejos en sus investigaciones y valoraciones de los ‘tenidos como buenos y malos’ en aquellos tiempos del laico Jesús de Nazaret y de sus seguidores en los años ochenta del mismo siglo. ¿Acaso esta ‘Parábola de Zaqueo’ no es la misma que la del ‘Samaritano humanísimo’ con nombre, apellido, misión, lugar de residencia, empresa y contrato de trabajo? ¿Por qué este Jesús de Lucas se siente tan atraído por los ‘perdidos’?

El narrador Lucas nos ha situado su ‘Parábola de Zaqueo’ precisamente en el centro de la ciudad de Jericó: “Habiendo entrado en Jericó, atravesaba la ciudad. Había un hombre que se llamaba Zaqueo" (Lucas 19,1). Este lugar es la puerta de entrada en la tierra de Israel y en su capital Jerusalén. Por aquí, se creía, comenzó Israel su conquista de la tierra de Canaán, tierra de leche y miel regalada por su Yavé Dios sólo para ellos y para siempre.

Y es aquí, en Jericó, en donde está acabándose ‘el camino’ recorrido por Jesús, el judío y laico de la Galilea. Hasta aquí y con Jesús deben de llegar quienes deseen conocer a este hombre tan sorprendentemente novedoso en la historia del pueblo judío. Los tres Evangelistas sinópticos (Marcos, Mateo y Lucas) han situado en este poblado de Jericó la curación de la ceguera de un tal Bartimeo (Mc 10,46-52), la curación de dos ciegos sin nombre (Mt 20,29-34) y Lucas 18,35-42 la curación de otro ciego. Este ‘otro ciego’ en Lucas o de Lucas, ¿no es y está tan ciego como Zaqueo el rico, el enceguecido por el dinero, con quien Jesús comparte casa, mesa, comida y conversión? Sí: “Zaqueo bajó enseguida y recibió a Jesús con alegría” (Lc 19,6).
Carmelo Bueno Heras

Domingo 49º de Mateo (03.11.2019): Mateo 27,1-38.
“Todo cuanto deseas que te hagan, házselo a los demás” (Mateo 7,12)

Seguimos leyendo la Pasión de Jesús de Nazaret según la dejó escrita Mateo para sus lectores. Es muy verosímil que los acontecimientos fueran en la realidad como nos los ha contado Mateo, o pudieran haberse desarrollado de manera muy diferente. El dato final es, tal vez, la realidad más precisa, aunque suene a elementalidad: Jesús murió condenado injustamente.

Hasta este momento, en el que comenzamos la lectura del capítulo vigesimoséptimo de su Evangelio, sabemos cuál había sido la participación responsable de la autoridad religiosa en el gobierno del pueblo. Y esta acusación se mantiene explícita en estos momentos: “Todos los sumos sacerdotes y los ancianos del pueblo celebraron consejo contra Jesús para darle muerte. Después de atarlo, le llevaron y le entregaron al procurador Pilato” (Mt 27,1).

Pero antes de llamar a esta puerta de Pilato, Mateo 27,3-10 da cuenta de algo que nadie más pareció conocer. Sólo aquí leemos qué sucedió con Judas y su anticipada traición. Ingeniosa la opción elegida por este Evangelista. Todo parece encajar en la verosimilitud y todos llegan a quedar como ‘buena gente’. Todos y todo. Hasta el cumplimiento de los anuncios proféticos.

“Jesús compareció ante el procurador” (Mt 27,11-26) y éste no dejó de sorprenderse de todo cuanto sucedía ante su presencia y alrededor de la persona de aquel judío singular llamado Jesús de Nazaret. Éste es acusado y entregado a morir por cuestiones que tienen que ver con la RELIGION judía. Y según las investigaciones del procurador esta cuestión religiosa no constituye motivo suficiente para ejecutar la injusta condena a muerte: “¿Qué mal ha hecho?” (Mt 27,23), “Soy inocente de la sangre de este justo” (Mt 27,24).

La atenta lectura del proceso, según este interesado narrador Mateo, pone sobre la mesa del investigador crítico esa cuestión religiosa concentrada en la semilla de esta afirmación, tal vez, blasfema: ‘El Rey de los judíos’ (Mt 23,11; 23,17; 23,22; 23,29; 23,37; 23,42). ¿Qué es esto de ser Rey de los Judíos, o Rey de Israel, o Mesías? Si realmente, nunca mejor expresado, alguien es Rey en aquel pueblo judío y para aquella sociedad religiosa, ese tal no puede ser otra persona que su Yavé Dios y, tal veztalvezquizá, pudiéramos darle tal nombre de Rey... ¡a David!

De David para abajo, y hacia adelante en el devenir de este pueblo judío, todo aquel que se hace Rey es un blasfemo. La realeza sólo le pertenece a Dios y es posible que, como mucho, pueda pensarse también en su Mesías, el Elegido, su Consagrado. Y en estas categorías no encaja la persona de aquel laico galileo llamado Jesús de Nazaret. Éste es un pecador, hereje y blasfemo, como se ha constatado y descrito reiteradamente a lo largo del relato de Mateo.

Sólo queda coronar públicamente a este rey blasfemo y hereje (Mt 27,27-31). Y, ya coronado, ejecutar su condena a morir en una cruz por su blasfemia y su herejía (Mt 27,32-38), aunque esta realidad sea injustamente falsa, porque este hombre no aspiró jamás a tal ostentación real y divina. ¡Cuánto ayuda a entender las pretensiones de Jesús la lectura de sus parábolas sobre el Reino del Dios en quien creía! (Mt 13). Ahora comprendo bien que estas palabras-parábolas de Jesús sonaran blasfemas en los oídos de gentes de entonces ¡y de ahora mismo!
Carmelo Bueno Heras


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