Te escribo en la mañana
espléndida de un día de octubre.
Y te contaré cosas que han de
suceder en otra jornada del mes de noviembre. Por mis tierras de la infancia se
'decían dichos' muy evidentes y que nunca se me van de la sesera:
Dichoso mes que comienzas por
los Santos y acabas con san Andrés.
Y otro:
Por los Santos, la nieve en
los altos.
Por san Andrés, la nieve en
los pies.
Y por Santa Catalina, en la
cocina.
Y cuento otra cosa que se me
quedó como deseo guardado y que siempre se me despierta en estos días:
El veranillo de san
Martín.
En torno al día 11 de
noviembre siempre espero uno, dos o tres días de esos que se dicen buenos. Es
decir fresquitos pero luminosos, de cielo azul intenso y transparente con sol
radiante durante horas. Qué bien sientan y saben los membrillos con nueces
compartidos en el abrigaño de casa y antes de ver cómo se marcha el sol por el
horizonte de su camino.
Y, ¿para qué hablo de estas
cosas?
No lo sé muy bien, pero
seguro que estas cuestiones forman parte de mi Viejo Contexto de Aprendizaje
(VCA).
Y, ¿qué es eso de ser viejo o
nuevo? ¿Qué significa ser viejo o ser nuevo? ¿Viejo es malo y nuevo es bueno?
¿Viejo es bueno y nuevo es malo?
Siempre con nuestras
dicotomías al hombro.
Siempre con nuestras
dualidades enfrentadas.
¿Seré capaz de integrar,
dialogar, compartir?
El reto es hacer unidad. La
opción que humaniza unifica, jamás uniformiza.
En esta mañana de octubre,
estas cuestiones me bailan en las neuronas junto a la melodía del evangélico
relato lucano de aquel Zaqueo, bajito y rechoncho, forrado de dinero de todos
los colores y troqueles, porque lo que le importaba era tener...
Después de una y muchas
lecturas acabo diciéndome que el tal Zaqueo aquel sólo existió en la mente del narrador
Lucas que se atreve a ponerse en la piel del galileo Jesús de Nazaret y lo hizo
protagonista de una de sus parábolas.
Confieso que 'la parábola de
Zaqueo' me gusta, pero sigo constatando que me gusta solo de oídas, porque de
realidades, poco o casi nada. Repartir y compartir parece que sólo sucedió en
los deseos del Evangelista y de su Jesús. Creo que se trata en esto de Zaqueo
como en eso del 'Veranillo de san Martín'. Poquito, pero qué inmensamente
bueno, sabrosón y rico.
Y como siempre, los comentarios
los encuentras a continuación. También en el archivo adjunto.
Hasta dentro de unos días y
que tengamos buena semana de cambio de mes.
Domingo 31º del T.O. Ciclo C (03.11.2019): Lucas
19,1-10.
¡Jesús, el atraído por los perdidos! Lo medito y escribo CONTIGO:
Estamos ya en el
cuarto domingo antes del final del año litúrgico en la Iglesia. Nos quedan,
pues, cuatro domingos para acabar la lectura del Evangelio de Lucas. Será
imposible hacerlo. Un año más nos quedamos sin habernos leído la primera parte
de la obra de este Evangelista. Me vuelvo a convencer de que la liturgia de la
misa es la peor pedagoga para enseñarnos a leer los Evangelios. En los años
dedicados a leer Lucas nunca se lee este Evangelio completo.
Después de haber
compartido el domingo pasado la lectura de ‘el fariseo y el publicano’ en Lc
18,9-14, constato que jamás se nos leerá el relato de Lucas 18,15-43. ¡Qué
inmensa injusticia!
En este día tres de
noviembre escucharemos y contemplaremos el encuentro bien popularizado de Jesús
con Zaqueo en Lucas 19,1-10. Ningún otro Evangelista nos ha dejado
la más mínima referencia de este acontecimiento. Creo que nunca sucedió.
Entiendo que estamos ante otra parábola de este narrador tan genial y
sorprendente. Pienso que este Lucas, o tal vez alguno de sus lectores del siglo
primero, se gustó al releer lo que había dejado escrito en su capítulo
decimoquinto y siguió anunciando la misma tarea evangelizadora de su Jesús.
La última expresión
de esta ‘parábola de Zaqueo’ (Lc 19,10) confirma que todo el relato podría
estar formando parte de ese capítulo de las parábolas en las que se recupera lo
que parece que se había perdido, como aquella oveja, perla o hijo. En esta
ocasión, el perdido era un rico. Seguramente un tipo pequeño en estatura, pero
avispado en ingeniería económica. Era jefe de publicanos: ¿El jefe de los
recaudadores de los impuestos para Roma y su imperio? El mismo.
Este Evangelista ha
ido demasiado lejos en sus investigaciones y valoraciones de los ‘tenidos como
buenos y malos’ en aquellos tiempos del laico Jesús de Nazaret y de sus
seguidores en los años ochenta del mismo siglo. ¿Acaso esta ‘Parábola de
Zaqueo’ no es la misma que la del ‘Samaritano humanísimo’ con nombre, apellido,
misión, lugar de residencia, empresa y contrato de trabajo? ¿Por qué
este Jesús de Lucas se siente tan atraído por los ‘perdidos’?
El narrador Lucas
nos ha situado su ‘Parábola de Zaqueo’ precisamente en el centro de la ciudad
de Jericó: “Habiendo entrado en Jericó, atravesaba la ciudad. Había un
hombre que se llamaba Zaqueo" (Lucas 19,1). Este lugar es la
puerta de entrada en la tierra de Israel y en su capital Jerusalén. Por aquí,
se creía, comenzó Israel su conquista de la tierra de Canaán, tierra de leche y
miel regalada por su Yavé Dios sólo para ellos y para siempre.
Y es aquí, en
Jericó, en donde está acabándose ‘el camino’ recorrido por Jesús, el judío y
laico de la Galilea. Hasta aquí y con Jesús deben de llegar quienes deseen
conocer a este hombre tan sorprendentemente novedoso en la historia del pueblo
judío. Los tres Evangelistas sinópticos (Marcos, Mateo y Lucas) han situado en
este poblado de Jericó la curación de la ceguera de un tal Bartimeo (Mc
10,46-52), la curación de dos ciegos sin nombre (Mt 20,29-34) y Lucas 18,35-42
la curación de otro ciego. Este ‘otro ciego’ en Lucas o de Lucas, ¿no es y está
tan ciego como Zaqueo el rico, el enceguecido por el dinero, con quien Jesús
comparte casa, mesa, comida y conversión? Sí: “Zaqueo bajó enseguida y
recibió a Jesús con alegría” (Lc 19,6).
Carmelo Bueno Heras
Domingo 49º de Mateo (03.11.2019): Mateo 27,1-38.
“Todo cuanto deseas que te hagan, házselo a los
demás” (Mateo
7,12)
Seguimos leyendo la
Pasión de Jesús de Nazaret según la dejó escrita Mateo para sus lectores. Es
muy verosímil que los acontecimientos fueran en la realidad como nos los ha
contado Mateo, o pudieran haberse desarrollado de manera muy diferente. El dato
final es, tal vez, la realidad más precisa, aunque suene a elementalidad: Jesús
murió condenado injustamente.
Hasta este momento,
en el que comenzamos la lectura del capítulo vigesimoséptimo de su Evangelio,
sabemos cuál había sido la participación responsable de la autoridad religiosa
en el gobierno del pueblo. Y esta acusación se mantiene explícita en estos
momentos: “Todos los sumos sacerdotes y los ancianos del pueblo
celebraron consejo contra Jesús para darle muerte. Después de atarlo, le
llevaron y le entregaron al procurador Pilato” (Mt 27,1).
Pero antes de
llamar a esta puerta de Pilato, Mateo 27,3-10 da cuenta de algo que nadie más
pareció conocer. Sólo aquí leemos qué sucedió con Judas y su anticipada
traición. Ingeniosa la opción elegida por este Evangelista. Todo parece encajar
en la verosimilitud y todos llegan a quedar como ‘buena gente’. Todos y todo.
Hasta el cumplimiento de los anuncios proféticos.
“Jesús compareció
ante el procurador” (Mt
27,11-26) y éste no dejó de sorprenderse de todo cuanto sucedía ante su
presencia y alrededor de la persona de aquel judío singular llamado Jesús de
Nazaret. Éste es acusado y entregado a morir por cuestiones que tienen que ver
con la RELIGION judía. Y según las investigaciones del procurador esta cuestión
religiosa no constituye motivo suficiente para ejecutar la injusta condena a
muerte: “¿Qué mal ha hecho?” (Mt 27,23), “Soy inocente
de la sangre de este justo” (Mt 27,24).
La atenta lectura
del proceso, según este interesado narrador Mateo, pone sobre la mesa del
investigador crítico esa cuestión religiosa concentrada en la semilla de esta
afirmación, tal vez, blasfema: ‘El Rey de los judíos’ (Mt
23,11; 23,17; 23,22; 23,29; 23,37; 23,42). ¿Qué es esto de ser Rey de los
Judíos, o Rey de Israel, o Mesías? Si realmente, nunca mejor expresado, alguien
es Rey en aquel pueblo judío y para aquella sociedad religiosa, ese tal no
puede ser otra persona que su Yavé Dios y, tal veztalvezquizá, pudiéramos darle
tal nombre de Rey... ¡a David!
De David para
abajo, y hacia adelante en el devenir de este pueblo judío, todo aquel que se
hace Rey es un blasfemo. La realeza sólo le pertenece a Dios y es posible que,
como mucho, pueda pensarse también en su Mesías, el Elegido, su Consagrado. Y
en estas categorías no encaja la persona de aquel laico galileo llamado Jesús
de Nazaret. Éste es un pecador, hereje y blasfemo, como se ha constatado y
descrito reiteradamente a lo largo del relato de Mateo.
Sólo queda coronar
públicamente a
este rey blasfemo y hereje (Mt 27,27-31). Y, ya coronado, ejecutar
su condena a morir en una cruz por su blasfemia y su herejía (Mt
27,32-38), aunque esta realidad sea injustamente falsa, porque este hombre no
aspiró jamás a tal ostentación real y divina. ¡Cuánto ayuda a entender las
pretensiones de Jesús la lectura de sus parábolas sobre el Reino del Dios en
quien creía! (Mt 13). Ahora comprendo bien que estas palabras-parábolas de
Jesús sonaran blasfemas en los oídos de gentes de entonces ¡y de ahora
mismo!
Carmelo Bueno Heras
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