En Cesarea de Palestina, santo Domnino, mártir, joven médico, que al comienzo de la persecución bajo el emperador Diocleciano fue condenado a las minas de Fanensia, donde, tras padecer crueles vejaciones, por orden del prefecto Urbano le entregaron al fuego, en el año quinto de la persecución, al haberse mantenido firme en la confesión de la fe.
En la misma ciudad, memoria de los santos Teótimo, Filoteo y Timoteo, mártires, que, siendo aún jóvenes, fueron destinados a los juegos del circo para diversión de la plebe y se les entregó a las bestias lo mismo que a san Ausencio, que era ya anciano.
En Apulia, san Marcos, obispo de Ecano, hoy Troia.
En Tréveris, en la Renania, de Austrasia, san Fibicio, obispo.
En la Bretaña Menor, san Guetnocio, venerado como hermano de los santos Winwaleo y Jacuto.
En el cenobio de Chelles, junto a Meaux, en la Galia Lugdunense, santa Bertila, primera abadesa de este monasterio.
En Beziers, de la Galia Narbonense, san Geraldo, obispo, varón de admirable honradez y sencillez, al que, siendo canónigo regular, se le obligó a aceptar el episcopado, en cuya dignidad fue aún más humilde.
En Constantinopla, beato Gómidas Keumurgian, presbítero y mártir, que, siendo padre de familia, nacido y ordenado en la Iglesia de Armenia, por mantener firmemente y propagar la fe católica profesada en el Concilio de Calcedonia, padeció enormemente y finalmente murió degollado mientras recitaba el símbolo niceno.
Cerca del río Hung Yen, en Tonquín, santo Domingo Mâu, presbítero de la Orden de Predicadores y mártir, que, en la persecución bajo el emperador Tu Duc, por exhortar a los cristianos a la profesión de la fe al llevar el rosario, mostrando su fidelidad a Cristo fue conducido al patíbulo para ser decapitado, con las manos juntas, como para subir al altar.
En Parma, ciudad de Italia, san Guido María Conforti, obispo y buen pastor, siempre en vela por la defensa de la Iglesia y de la fe de su pueblo; movido por el anhelo de la evangelización de los pueblos, fundó los Misioneras Javerianos.
En Madrid, capital de España, beato Juan Antonio Burró Más, religioso de la Orden de San Juan de Dios, mártir por su profesión evangélica durante la persecución contra la Iglesia.
En El Saler, cerca de Valencia, también en España, beata María del Carmen Viel Ferrando, virgen y mártir, que en la misma persecución llevó a cabo una lucha gloriosa.
En la aldea de Hof, en Alemania, beato Bernardo Lichtenberg, presbítero y mártir, que, al ver pisoteada la dignidad de Dios y de los hombres, no cesaba de orar en público por los judíos inhumanamente torturados y detenidos, y por eso fue también apresado y enviado al campo de concentración de Dachau, donde destrozado por los malos tratos, pero impávido, dio su vida por Cristo.
En el campo de concentración de la ciudad de Abez, en la Siberia rusa, beato Gregorio Lakota, obispo de Przemysl y mártir, que al ver despreciada la fe de su patria por los perseguidores, superó los tormentos corporales muriendo intrépidamente por Cristo.
En Shkodrë, Albania, beato Jul Bonati, presbítero de la arquidiócesis de Tiranë-Durrës y mártir.
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