Después de las naciones, construir la Tierra
2019-12-01
Un
anuncio-propaganda de un canal de televisión muestra a un grupo interétnico
cantando: “Mi patria es la Tierra”. Aquí se revela un estado de conciencia que
deja atrás la idea convencional de patria y de nación. En efecto, vivimos
todavía bajo el signo de las naciones, cada cual autoafirmándose, cerrando o
abriendo sus fronteras y luchando por su identidad. Esa fase, todavía vigente,
pertenece a otra época de la historia y de la conciencia. La globalización no
es sólo un fenómeno económico. Representa un dato político, cultural, ético y
espiritual: un nuevo paso en la historia del planeta Tierra y de la Humanidad.
Hace
algunos miles de años la especie humana salió de África, de donde surgimos en
el proceso evolutivo (somos todos africanos), y conquistó todo el espacio
terrestre formando pueblos, ciudades y civilizaciones. Fernando de Magallanes
hizo en tres años (1519-1522) la circunnavegación de la Tierra y comprobó
empíricamente que es efectivamente redonda (no plana como una obtusa visión
sostiene todavía). Después de la expansión, llegó el tiempo de la
concentración, del retorno del gran exilio. Todos los pueblos se están
encontrando en un único lugar: en el planeta Tierra. Descubrimos, más allá de
las nacionalidades y de las diferentes etnias, que formamos una única especie,
la humana, al lado de otras especies de la gran comunidad de vida.
Con
esfuerzo estamos todavía aprendiendo a convivir acogiendo las diferencias sin
dejar que se transformen en desigualdades. Respetando la riqueza acumulada por
las naciones y etnias, que revelan los distintos modos de ser humanos, nos
enfrentamos a un desafío nuevo, que nunca había existido antes: construir la
Tierra como Casa Común. Crece la conciencia de que Tierra y Humanidad tienen un
destino común. Xi Jinping, jefe de Estado de China, lo formuló muy bien:
tenemos el deber de construir la “Comunidad de Destino compartido para la
humanidad”.
El
éxito de esta construcción nos traerá un mundo de paz, uno de los bienes más
ansiados por todos. Vivir en paz, ¡oh que felicidad! Esa paz es lo que nos
falta en la actualidad. Por el contrario, vivimos en guerras regionales letales
y una guerra total movida contra Gaia, la Tierra viva, nuestra Madre Tierra,
atacada en todos los frentes, hasta el punto de que muestra su indignación a
través del calentamiento global y del agotamiento de sus bienes y servicios,
sin los cuales la vida corre peligro.
En
este contexto vale la pena revisitar a un filósofo, Immanuel Kant (+1804), uno
de los primeros en pensar una República Mundial (Weltrepublik), aunque
nunca había salido de su pequeña ciudad de Königsberg en Alemania. Aquella solo
se consolida si consigue instaurar una “paz perenne”. Su famoso texto de 1795
se llama exactamente “Para una paz perenne” (Zum ewigen Frieden).
La
paz perenne se sustenta, según él, sobre dos pilares: la ciudadanía universal y
el respeto a los derechos humanos.
Esta
ciudadanía se ejerce en primer lugar por la “hospitalidad general”.
Precisamente porque, dice él, todos los humanos tienen el derecho de estar en
ella y de visitar sus lugares y los pueblos que la habitan. La Tierra pertenece
comunitariamente a todos.
Frente
a los pragmáticos de la política, por lo general poco sensibles al sentido
ético en las relaciones sociales, enfatiza: ”La ciudadanía mundial no es una
visión de fantasía sino una necesidad impuesta por la paz duradera”. Si
queremos una paz perenne y no solo una tregua o una pacificación momentánea,
debemos vivir la hospitalidad y respetar los derechos.
El
otro pilar son los derechos universales. Estos, en una bella expresión de Kant,
son “la niña de los ojos de Dios” o “lo más sagrado que Dios puso en la
tierra”. Su respeto hace nacer una comunidad de paz y de seguridad que pone un
fin definitivo “al infame beligerar”.
El
imperio del derecho y la difusión de la ciudadanía planetaria expresada por la
hospitalidad deben crear una cultura de los derechos, generando de hecho la
“comunidad de los pueblos”. Esta comunidad de los pueblos, enfatiza Kant, puede
crecer tanto en su conciencia, que la violación de un derecho en un sitio se
siente en todos los sitios, cosa que más tarde repetirá por su cuenta Ernesto
Che Guevara.
Esta
visión ético-política de Kant fundó un paradigma inédito de globalización y de
paz. La paz resulta de la vigencia del derecho y de la cooperación
jurídicamente ordenada e institucionalizada entre todos los Estados y pueblos.
Diferente
es la visión de otro teórico del Estado y de la globalización, Thomas Hobbes
(+1679). Para este, la paz es un concepto negativo, significa ausencia de la
guerra y el equilibrio de la intimidación entre los estados y pueblos. Esta
visión funda el paradigma de la paz y de la globalización en el poder del más
fuerte que se impone a los demás. Esta visión predominó durante siglos y hoy ha
vuelto poderosamente a través del singular presidente de USA, Trump, que sueña
todavía con un solo mundo y un solo imperio, el norteamericano. Los Estados
Unidos decidieron combatir el terrorismo con el terrorismo de Estado. Es la
vuelta amenazadora del Estado-Leviatán, enemigo visceral de cualquier
estrategia de paz. En esta lógica no hay futuro para la paz ni para la
humanidad.
Hoy
nos enfrentamos a este escenario: si por la locura de un gobernante o por la
Inteligencia Artificial Autónoma se activaran los arsenales de armas nucleares
podría ser el fin de nuestra especie. Et tunc erat finis. ¿Tendremos
tiempo y sabiduría suficientes para cambiar la lógica del sistema implantado
hace siglos que ama más la acumulación de bienes materiales que la vida? Eso
dependerá de nosotros.
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