San Manuel González García, obispo y fundador
fecha: 4 de enero
n.: 1877 - †: 1940 - país: España
canonización: B: Juan Pablo II 29 abr 2001 - C: Francisco 16 oct 2016
hagiografía: Vaticano
n.: 1877 - †: 1940 - país: España
canonización: B: Juan Pablo II 29 abr 2001 - C: Francisco 16 oct 2016
hagiografía: Vaticano
Elogio: En Madrid, ciudad de España, san Manuel González García, obispo
sucesivamente de Málaga y de Palencia, que fue un pastor eximio según el
corazón del Señor. Promovió el culto a la Sagrada Eucaristía y fundó la
Congregación de Hermanas Misioneras Eucarísticas de Nazaret.
Oración: Corazón de Jesús Sacramentado, que
te dignaste elegir a tu siervo Manuel para ser el apóstol de tus Sagrarios
abandonados, consagrando su vida entera a reparar esos abandonos, dándote y
buscándote amorosa, fiel y reparadora compañía en el Santísimo Sacramento; por
aquella fidelidad con que te sirvió durante toda su vida y por el celo ardiente
con que procuró tu mayor gloria, mediante la educación cristiana de los niños
pobres, la formación de sacerdotes santos y la aproximación de todos a Ti en la
sagrada Eucaristía, te rogamos humilde y fervorosamente, que si te agradan sus
méritos y virtudes, te dignes aceptar nuestras súplicas y concedemos por su
intercesión, la gracia que de todo corazón te pedimos si ha de ser para mayor
gloria de Dios, advenimiento de tu reino eucarístico, honor de tu Madre
Inmaculada, exaltación de tu fidelísimo Siervo y provecho de nuestras almas.
Amén.

El cuarto de cinco hermanos, nació en
Sevilla el 25 de febrero de 1877, en el seno de una familia humilde y
profundamente religiosa. Su padre, Martín González Lara, era carpintero,
mientras su madre Antonia se ocupaba del hogar. En este ambiente Manuel creció
serenamente y con ilusiones, que no siempre pudo ver realizadas. Sin embargo,
hubo una que sí alcanzó, y que dejaría huella en su corazón: formar parte de
los famosos «seises» de la catedral de Sevilla, grupo de niños de coro que
bailaban en las solemnidades del Corpus Christi y de la Inmaculada. Ya entonces
su amor a la Eucaristía y a María Santísima se consolidaron.
La vivencia cristiana de su familia y el
buen ejemplo de sacerdotes le llevaron a descubrir su vocación. Sin previo
aviso a sus padres, se presentó al examen de ingreso al seminario. Ellos
acogieron esta sorpresa del hijo con aceptación de los caminos de Dios. Manuel,
consciente de la situación económica en su casa, pagó la estancia de sus años
de formación trabajando como fámulo.
Finalmente llegó el esperado 21 de septiembre
de 1901, fecha en la que recibió la ordenación sacerdotal de manos del beato cardenal
Marcelo Spinola. En 1902 fue enviado a dar una misión en
Palomares del Río, pueblo donde Dios le marcó con la gracia que determinaría su
vida sacerdotal. Él mismo nos describe esta experiencia. Después de escuchar
las desalentadoras perspectivas que para la misión le presentó el sacristán,
nos dice: «Fuime derecho al Sagrario... y ¡qué Sagrario, Dios mío! ¡Qué
esfuerzos tuvieron que hacer allí mi fe y mi valor para no salir corriendo para
mi casa! Pero, no huí. Allí de rodillas... mi fe veía a un Jesús tan callado,
tan paciente, tan bueno, que me miraba... que me decía mucho y me pedía más,
una mirada en la que se reflejaba todo lo triste del Evangelio... La mirada de
Jesucristo en esos Sagrarios es una mirada que se clava en el alma y no se
olvida nunca. Vino a ser para mí como punto de partida para ver, entender y
sentir todo mi ministerio sacerdotal». Esta gracia irá madurando en su corazón.
En 1905 es destinado a Huelva. Se encontró
con una situación de notable indiferencia religiosa, pero su amor e ingenio
abrieron caminos para reavivar pacientemente la vida cristiana. Siendo párroco
de la parroquia de San Pedro y arcipreste de Huelva, se preocupó también de la
situación de las familias necesitadas y de los niños, para los que fundó
escuelas. Por entonces publicó el primero de sus numerosos libros: Lo que puede
un cura hoy, que se convirtió en punto de referencia para los sacerdotes.
El 4 de marzo de 1910, ante un grupo de
fieles colaboradoras en su actividad apostólica, derramó el gran anhelo de su
corazón. Así nos lo narra: «Permitidme que, yo que invoco muchas veces la
solicitud de vuestra caridad en favor de los niños pobres y de todos los pobres
abandonados, invoque hoy vuestra atención y vuestra cooperación en favor del
más abandonado de todos los pobres: el Santísimo Sacramento. Os pido una
limosna de cariño para Jesucristo Sacramentado... os pido por el amor de María
Inmaculada y por el amor de ese Corazón tan mal correspondido, que os hagáis
las Marías de esos Sagrarios abandonados».
Así, con la sencillez del Evangelio, nació
la «Obra para los Sagrarios-Calvarios». Obra para dar una respuesta de amor
reparador al amor de Cristo en la Eucaristía, a ejemplo de María Inmaculada, el
apóstol san Juan y las Marías que permanecieron fieles junto a Jesús en el
Calvario.
La gran familia de la Unión Eucarística
Reparadora, que se inició con la rama de laicos denominada Marías de los
Sagrarios y Discípulos de san Juan, se extendió rápidamente y don Manuel abrió
camino, sucesivamente a la Reparación Infantil Eucarística en el mismo año; los
sacerdotes Misioneros Eucarísticos en 1918; la congregación religiosa de
Misioneras Eucarísticas de Nazaret en 1921, en colaboración con su hermana
María Antonia; la institución de Misioneras Auxiliares Nazarenas en 1932; y la
Juventud Eucarística Reparadora en 1939.
La rápida propagación de la Obra en otras
diócesis de España y América, a través de la revista «El Granito de Arena», que
había fundado años atrás, le impulsó a solicitar la aprobación del Papa. Don
Manuel llegó a Roma a finales de 1912, y el 28 de noviembre fue recibido en
audiencia por Su Santidad Pío X, a quien fue presentado como «el apóstol de la
Eucaristía». San Pío X se interesó por toda su actividad apostólica y bendijo
la Obra.
Su entrega generosa y la vivencia
auténtica del sacerdocio son, sin duda, el motivo de la confianza que el Papa
Benedicto XV deposita en él, nombrándolo obispo auxiliar de Málaga; recibe la
ordenación episcopal el 16 de enero de 1916. En 1920 fue nombrado obispo
residencial de esa sede, acontecimiento que decidió celebrar dando un banquete
a los niños pobres, en vez de a las autoridades; estas, junto con los
sacerdotes y seminaristas, sirvieron la comida a los tres mil niños.
Como pastor de la diócesis malagueña,
inició su misión tomando contacto con la grey que se le había encomendado para
conocer sus necesidades. Al igual que en Huelva, potenció las escuelas y
catequesis parroquiales, practicó la predicación callejera conversando con todo
el que se encontraba de camino... y descubrió que la necesidad más urgente era
la de sacerdotes. Este problema debía afrontarse desde la situación del
seminario, la cual era lamentable. Con una confianza sin límites en la mano
providente del Corazón de Jesús, emprendió la construcción de un nuevo
seminario que reuniese las condiciones necesarias para formar sacerdotes sanos
humana, espiritual, pastoral e intelectualmente. Sueña y proyecta «un seminario
sustancialmente eucarístico. En el que la Eucaristía fuera: en el orden
pedagógico, el más eficaz estímulo; en el científico, el primer maestro y la
primera asignatura; en el disciplinar el más vigilante inspector; en el
ascético el modelo más vivo; en el económico la gran providencia; y en el
arquitectónico la piedra angular».
A sus sacerdotes, al igual que a los
miembros de las diversas fundaciones que realizó, les propondrá como camino de
santidad «llegar a ser hostia en unión de la Hostia consagrada», que significa
«dar y darse a Dios y en favor del prójimo del modo más absoluto e
irrevocable».
Manuel González no escatima esfuerzos para
mejorar la situación humana y espiritual de su diócesis. Su ingente actividad
hace que no pase desapercibido, y con la llegada de la República a España su
situación se hace delicada. El 11 de mayo de 1931 el ataque es directo, le incendian
el palacio episcopal y ha de trasladarse a Gibraltar para no poner en peligro
la vida de quienes lo acogen. Desde 1932 rige su diócesis desde Madrid, y el 5
de agosto de 1935 el Papa Pío XI lo nombra obispo de Palencia, donde entregó
los últimos años de su ministerio episcopal.
También hay que destacar, durante todos
los años de su actividad pastoral, la fecundidad de su pluma. Con estilo ágil,
lleno de gracia andaluza y de unción, transmitió el amor a la Eucaristía,
introdujo en la oración, formó catequistas, guió a los sacerdotes. Entre sus
libros, destacamos: El abandono de los Sagrarios acompañados, Oremos en
el Sagrario como se oraba en el Evangelio, Artes para ser apóstol, La gracia en
la educación, Arte y liturgia, etc. Escritos que por su gran difusión se
han recopilado en la reciente edición de sus Obras Completas.
Los últimos años su salud empeora
notablemente, prueba que vive de modo heroico, sin perder la sonrisa de su
rostro siempre amable y acogedor, y la aceptación de los designios del Padre.
El 4 de enero de 1940 entregó su alma al Señor y fue enterrado en la catedral
de Palencia, donde podemos leer el epitafio que él mismo escribió: «Pido ser
enterrado junto a un Sagrario, para que mis huesos, después de muerto, como mi
lengua y mi pluma en vida, estén siempre diciendo a los que pasen: ¡Ahí está
Jesús! ¡Ahí está! ¡No lo dejéis abandonado!».
fuente: Vaticano
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ingreso o última modificación relevante: ant 2012
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