domingo, 4 de agosto de 2019

¿La avaricia rompe el saco? Sí.(Domingo 18º del T.O. Ciclo C (04.08.2019): Lucas 12,13-21.) y “Todo cuanto deseas que te hagan, házselo a los demás” (Mateo 7,12) ( Domingo 36º de Mateo (04.08.2019): Mateo 20,17-34.)


Agosto, día 4. El primer domingo de un  mes especial. Por mi tierra de la infancia se decía que 'Por agosto, el frío en el rostro'. Creo que en la rima de las palabras la cosa funcionaba. En la realidad del día a día también. 

Las palabras venían a describir lo que sucedía en la naturaleza. ¡Qué importante es conocerla! Tratar de cambiarla es otra cuestión. Complicada. Suele ocurrir lo contrario. Es ella quien nos cambia a cada uno. Y eso que por dentro llevamos fuerzas incontenibles. 

Algunas personas, incluso, llegan a creerse omnipotentes e inmortales. ¡Qué osadía! Por si acaso, me quedo con lo de los aires de la tierra de mi infancia. 

Claro que, bien pensado, esto de agosto lo digo de por aquí, pero es que estas palabras mías de ahora vuelan hasta el mismo sur de Chile o en las antípodas de la Oceanía. Y por aquellos lares, las cosas cambian que ni tan siquiera alcanzo a imaginármelo.

Tú y yo pasamos, envejecemos y lo hacemos tan deprisa que las montañas nos miran pasar y se sonríen... ¡Y si el mar hablara!... Sé que las hierbas más sencillas tienen raíces, como los árboles y las montañas, pero ¿dónde están y cómo y cuáles son las raíces del mar? 

Mamma mía, cuánta ignorancia me invade...Y no me avergüenzo de confesarla, porque es verdad. Cuando llegue a comprenderlo todo, ¿dónde y cómo y con quién estaré?

Creo que me voy metiendo en harinas de costales que me superan y más en estas fechas de poco pensar como son los días de julio y agosto. 

Pero hablaba de estos asuntos de nuestras naturalezas para contrastarlos con los asuntos que 'un tal uno', según nos dejó contado Lucas, el del toro, le planteó a aquel Jesús de Nazaret. Ese tal andaba preocupado por eso de las herencias... Y es tan sencillo... 

Todos heredamos. Nuestras son las montañas y los ríos, el azul de arriba y el azul de abajo. Todo  es de todos. ¿Por qué nos dedicamos a levantar muros y fronteras y hablar de propiedades particulares? 

Por una razón. Porque nuestros adentros son enanos y aquel Jesús de Nazaret nos enseñó, entre otras cuestiones, a ensancharnos mucho por dentro... Y para ensancharse así por dentro hay que aprender a dejarnos llenar por el aire... 

Basta ya, por ahora. Seguiremos en siete días...
Los otros comentarios de los Evangelios van a continuación. También están recogidos en el archivo adjunto...
     
Domingo 18º del T.O. Ciclo C (04.08.2019): Lucas 12,13-21.
¿La avaricia rompe el saco? Sí. Lo medito y escribo CONTIGO: 

Una vez más vuelvo a dejar constancia de mi denuncia. Se recordará que el domingo pasado leímos y se comentó el texto de Lucas 11,1-13 en el que se nos hablaba de la oración. Para este siguiente domingo se nos propone la buena noticia escrita en Lucas 12,13-21. Y todo el relato que el Evangelista nos ha dejado entre ambos textos, ¿por qué se nos oculta y se nos silencia?

Como he dicho en otras ocasiones esta es la manera que tiene nuestra liturgia eclesiástica de manipular los mensajes del Evangelista. Manipula porque nos impone a las gentes del pueblo ignorar el mensaje de los Evangelios. Esta liturgia no evangeliza. ¿Trata solo de adoctrinar? Sí.

Por esto tan sangrante decido quedarme sin liturgia y, en mis silencios me empaparé de todo cuanto se nos silencia de este inmenso camino de Jesús con los suyos que nos dejó escrito Lucas, el del toro, el que se había informado y quien se afana por regalarnos a su Jesús. ¿Tan atrevido sería que en la liturgia del domingo se nos leyera sólo el Evangelio de Lucas?

Así es el principio del texto que se nos propone: “Uno de la gente le dijo...” (Lucas 12,13). Según cuenta este narrador en Lucas 12,1 a Jesús le andan rodeando miles y miles de personas. Y el lector no debe olvidarse de que este Jesús y sus seguidoras y seguidores van de camino hacia Jerusalén. ¿De dónde procede este insólito gentío? ¿Cómo es posible que sea ‘uno’ sin más el que consiga unos instantes de tú a tú con Jesús? ¿Y cómo se guardaron estas palabras de Jesús durante años y años sin que ningún otro Evangelista nos las haya recordado y constatado por escrito? Creo que esto sucedió sólo en la narración ideada por su narrador.

¿De qué asunto se trata en este tú a tú de aquel ‘uno’ con Jesús de Nazaret?: “Maestro, di a mi hermano que reparta la herencia conmigo” (Lucas 12,13). Repartir una herencia. Entonces. Siglo primero y entre las gentes judías. ¿Cómo no recordar Lucas 15? Dos hermanos también. Una herencia de por medio. Y un padre. ¿Dónde está la madre? ¿Y las hermanas? ¿La mujer no heredaba? ¿Y heredaron después de entonces y hasta  ahora? Entre las gentes de mi tierra se recuerda en estos momentos y casos de las herencias que ‘en todas las casas se cuecen  habas y en la mía propia a calderadas’.

No dejaré de preguntarme por qué razón o razones alguien le pregunta a Jesús (o se lo pregunta el propio Evangelista) por este asunto de las herencias. Seguramente que en la evangelización de aquel judío y galileo que fue Jesús algo tuvo que hablarse y proponerse sobre estos asuntos del patrimonio y del matrimonio que llegaron a causar, al menos, cierta sorpresa en los oídos de la tradición y las costumbres judías, reguladas por la Ley y el Templo.

Sea como fuere, la parábola (Lucas 12,16-21) no deja de ser como el agua, cristalina y refrescante: Toda avaricia codiciosa y acaparadora acaba por romper su saco. El mejor tesoro se atesora en cada uno, en las decisiones de sus adentros, como se acabará por decir en este relato cuando se vaya llegando al texto de Lucas 17,21. En estas decisiones de la persona se siembra el convencimiento de que todo aquello que se parte, reparte y comparte nunca se agota. Al contrario, crece, se multiplica, permanece. ¿Nos atrevemos a preguntárselo al amor?
Carmelo Bueno Heras

Domingo 36º de Mateo (04.08.2019): Mateo 20,17-34.
“Todo cuanto deseas que te hagan, házselo a los demás” (Mateo 7,12)

En la lectura del Evangelio de Mateo hemos llegado a la tercera etapa de ‘El Camino’ que nos está conduciendo, simbólicamente, desde el norte de la región de Galilea hasta Jerusalén, la capital de todo el país o tierra de Israel. Este Camino comenzó así: “Desde entonces empezó Jesús a manifestar a sus discípulos que tenía que ir a Jerusalén...” (Mt 16,21-23).

La tercera etapa de este Camino comienza así: “Mientras iba subiendo a Jerusalén cogió Jesús a parte a los Doce y les dijo por el camino: estamos subiendo a Jerusalén y este Hombre...” (Mt 20,17-19). El Evangelista ha empezado la narración de cada una de estas tres etapas con la noticia del apresamiento, juicio, condena, ejecución, muerte, sepultamiento y resurrección de Jesús de Nazaret.

Cuando Mateo pone en boca de su Jesús de Nazaret el anuncio profético de estos ‘siete acontecimientos’ finales y definitivos de su vida, han pasado unos cuarenta o cincuenta años de la muerte y acabamiento de aquel judío y laico originario de la región de Galilea. ¿Supo este hombre con certera consciencia todo cuanto le iba a suceder en Jerusalén antes de que hubiera iniciado aquel camino de subida a Jerusalén? ¿Quién pudo saberlo entonces o ahora?

Si él llegó a tenerlo tan claro, lo decidió y lo aceptó así, sus seguidores más cercanos no lo comprendieron de esta misma manera. Es más, podríamos decir que lo comprendieron justamente al revés. Así es como lo cuenta el narrador en Mt 20,20-28. Los Doce, en compañía de la madre de los atronadores Zebedeos, escoltaron (lo escribo así, y no ‘acompañaron’) a su Jesús de Nazaret con la esperanza de llegar a la capital y proclamarse, con él y ahí, Mesías liberadores del poder opresor romano. Y... ¡en nombre de su Yavé-Dios único  y todopoderoso!

Esto mismo es lo que esperan los dos ciegos (en Marcos 10,46-52 era uno, Bartimeo) según este Mateo 20,29-34: “Hijo de David... Ten compasión... Hijo de David”. Esta escena final del Camino sucede en la salida de Jericó y ante un gran gentío. ¿Por qué tenía que entrar este galileo Jesús en tierras de Judea precisamente por Jericó? Porque por ahí comenzó, se pensaba, el viejo Israel su conquista de la tierra de Canaán que les regalaba su Yavé-Dios.

Los deseos de Jesús de Nazaret no fueron entonces ser Mesías de esta manera tan divina como poderosa y conquistadora. Los deseos de este Jesús de Mateo están expresados con la inmensa diafanidad de la transparencia en Mt 20,25-28: “No sea así entre vosotros”. Me sigue resonando aún aquella cercana palabra de este Jesús del Evangelista: “La grandeza es ser pequeño”, como lo dejó escrito en el final de la segunda etapa de este Camino (Mt 20,1-16) y como lo reafirmará en su evangelización dentro de Jerusalén y de su Templo (Mt 23,1-12).

Este Camino, lo va advirtiendo el Evangelista a sus lectores, es el Camino donde el seguidor y discípulo aprende a ser ‘acompañante’ de su Jesús, porque se va atreviendo a estar con él y a ser como él. Por eso, cuando me miro en mi familia de iglesia, en mi familia de religión, en mi familia de casa educativa, en mi familia de calle, en mi familia de humanidad... no puedo evitar ruborizarme, por reconocerme con deseos de poder y de ostentación... ¿redentora? ¿De qué?
Carmelo Bueno Heras

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