Agosto, día 4. El primer
domingo de un mes especial. Por mi tierra de la infancia se decía que
'Por agosto, el frío en el rostro'. Creo que en la rima de las palabras la cosa
funcionaba. En la realidad del día a día también.
Las palabras venían a
describir lo que sucedía en la naturaleza. ¡Qué importante es conocerla! Tratar
de cambiarla es otra cuestión. Complicada. Suele ocurrir lo contrario. Es ella
quien nos cambia a cada uno. Y eso que por dentro llevamos fuerzas incontenibles.
Algunas personas, incluso,
llegan a creerse omnipotentes e inmortales. ¡Qué osadía! Por si acaso, me quedo
con lo de los aires de la tierra de mi infancia.
Claro que, bien pensado, esto
de agosto lo digo de por aquí, pero es que estas palabras mías de ahora vuelan
hasta el mismo sur de Chile o en las antípodas de la Oceanía. Y por aquellos
lares, las cosas cambian que ni tan siquiera alcanzo a imaginármelo.
Tú y yo pasamos, envejecemos
y lo hacemos tan deprisa que las montañas nos miran pasar y se sonríen... ¡Y si
el mar hablara!... Sé que las hierbas más sencillas tienen raíces, como los
árboles y las montañas, pero ¿dónde están y cómo y cuáles son las raíces del
mar?
Mamma mía, cuánta ignorancia
me invade...Y no me avergüenzo de confesarla, porque es verdad. Cuando llegue a
comprenderlo todo, ¿dónde y cómo y con quién estaré?
Creo que me voy metiendo en
harinas de costales que me superan y más en estas fechas de poco pensar como
son los días de julio y agosto.
Pero hablaba de estos asuntos
de nuestras naturalezas para contrastarlos con los asuntos que 'un tal uno',
según nos dejó contado Lucas, el del toro, le planteó a aquel Jesús de Nazaret.
Ese tal andaba preocupado por eso de las herencias... Y es tan
sencillo...
Todos heredamos. Nuestras son
las montañas y los ríos, el azul de arriba y el azul de abajo. Todo es de
todos. ¿Por qué nos dedicamos a levantar muros y fronteras y hablar de
propiedades particulares?
Por una razón. Porque
nuestros adentros son enanos y aquel Jesús de Nazaret nos enseñó, entre otras
cuestiones, a ensancharnos mucho por dentro... Y para ensancharse así por
dentro hay que aprender a dejarnos llenar por el aire...
Basta ya, por ahora.
Seguiremos en siete días...
Los otros comentarios de los
Evangelios van a continuación. También están recogidos en el archivo adjunto...
Domingo 18º del T.O. Ciclo C (04.08.2019): Lucas
12,13-21.
¿La avaricia rompe el saco? Sí. Lo medito y escribo CONTIGO:
Una vez más vuelvo
a dejar constancia de mi denuncia. Se recordará que el domingo pasado leímos y
se comentó el texto de Lucas 11,1-13 en el que se nos hablaba de la oración.
Para este siguiente domingo se nos propone la buena noticia escrita en Lucas
12,13-21. Y todo el relato que el Evangelista nos ha dejado entre ambos
textos, ¿por qué se nos oculta y se nos silencia?
Como he dicho en
otras ocasiones esta es la manera que tiene nuestra liturgia eclesiástica de
manipular los mensajes del Evangelista. Manipula porque nos impone a las gentes
del pueblo ignorar el mensaje de los Evangelios. Esta liturgia no evangeliza.
¿Trata solo de adoctrinar? Sí.
Por esto tan
sangrante decido quedarme sin liturgia y, en mis silencios me empaparé de todo
cuanto se nos silencia de este inmenso camino de Jesús con los suyos que nos
dejó escrito Lucas, el del toro, el que se había informado y quien se afana por
regalarnos a su Jesús. ¿Tan atrevido sería que en la liturgia del domingo se
nos leyera sólo el Evangelio de Lucas?
Así es el principio
del texto que se nos propone: “Uno de la gente le dijo...” (Lucas
12,13). Según cuenta este narrador en Lucas 12,1 a Jesús le andan rodeando
miles y miles de personas. Y el lector no debe olvidarse de que este Jesús y
sus seguidoras y seguidores van de camino hacia Jerusalén. ¿De dónde procede
este insólito gentío? ¿Cómo es posible que sea ‘uno’ sin más el que consiga
unos instantes de tú a tú con Jesús? ¿Y cómo se guardaron estas palabras de
Jesús durante años y años sin que ningún otro Evangelista nos las haya
recordado y constatado por escrito? Creo que esto sucedió sólo en la narración
ideada por su narrador.
¿De qué asunto se
trata en este tú a tú de aquel ‘uno’ con Jesús de Nazaret?: “Maestro,
di a mi hermano que reparta la herencia conmigo” (Lucas 12,13).
Repartir una herencia. Entonces. Siglo primero y entre las gentes judías. ¿Cómo
no recordar Lucas 15? Dos hermanos también. Una herencia de por medio. Y un
padre. ¿Dónde está la madre? ¿Y las hermanas? ¿La mujer no heredaba? ¿Y
heredaron después de entonces y hasta ahora? Entre las gentes de mi
tierra se recuerda en estos momentos y casos de las herencias que ‘en todas las
casas se cuecen habas y en la mía propia a calderadas’.
No dejaré de
preguntarme por qué razón o razones alguien le pregunta a Jesús (o se lo
pregunta el propio Evangelista) por este asunto de las herencias. Seguramente
que en la evangelización de aquel judío y galileo que fue Jesús algo tuvo que
hablarse y proponerse sobre estos asuntos del patrimonio y del matrimonio que
llegaron a causar, al menos, cierta sorpresa en los oídos de la tradición y las
costumbres judías, reguladas por la Ley y el Templo.
Sea como fuere, la
parábola (Lucas 12,16-21) no deja de ser como el agua, cristalina y
refrescante: Toda avaricia codiciosa y acaparadora acaba por romper su saco. El
mejor tesoro se atesora en cada uno, en las decisiones de sus adentros, como se
acabará por decir en este relato cuando se vaya llegando al texto de Lucas
17,21. En estas decisiones de la persona se siembra el convencimiento de que
todo aquello que se parte, reparte y comparte nunca se agota. Al contrario,
crece, se multiplica, permanece. ¿Nos atrevemos a preguntárselo al amor?
Carmelo Bueno Heras
Domingo 36º de Mateo (04.08.2019): Mateo 20,17-34.
“Todo cuanto deseas que te hagan, házselo a los
demás” (Mateo
7,12)
En la lectura del
Evangelio de Mateo hemos llegado a la tercera etapa de ‘El Camino’ que nos está
conduciendo, simbólicamente, desde el norte de la región de Galilea hasta
Jerusalén, la capital de todo el país o tierra de Israel. Este Camino comenzó
así: “Desde entonces empezó Jesús a manifestar a sus discípulos que
tenía que ir a Jerusalén...” (Mt 16,21-23).
La tercera etapa de
este Camino comienza así: “Mientras iba subiendo a Jerusalén cogió
Jesús a parte a los Doce y les dijo por el camino: estamos subiendo a Jerusalén
y este Hombre...” (Mt 20,17-19). El Evangelista ha empezado la
narración de cada una de estas tres etapas con la noticia del apresamiento,
juicio, condena, ejecución, muerte, sepultamiento y resurrección de Jesús de
Nazaret.
Cuando Mateo pone
en boca de su Jesús de Nazaret el anuncio profético de estos ‘siete
acontecimientos’ finales y definitivos de su vida, han pasado unos cuarenta o
cincuenta años de la muerte y acabamiento de aquel judío y laico originario de
la región de Galilea. ¿Supo este hombre con certera consciencia todo cuanto le
iba a suceder en Jerusalén antes de que hubiera iniciado aquel camino de subida
a Jerusalén? ¿Quién pudo saberlo entonces o ahora?
Si él llegó a
tenerlo tan claro, lo decidió y lo aceptó así, sus seguidores más cercanos no
lo comprendieron de esta misma manera. Es más, podríamos decir que lo
comprendieron justamente al revés. Así es como lo cuenta el narrador en Mt
20,20-28. Los Doce, en compañía de la madre de los atronadores Zebedeos,
escoltaron (lo escribo así, y no ‘acompañaron’) a su Jesús de Nazaret con la
esperanza de llegar a la capital y proclamarse, con él y ahí, Mesías
liberadores del poder opresor romano. Y... ¡en nombre de su Yavé-Dios
único y todopoderoso!
Esto mismo es lo
que esperan los dos ciegos (en Marcos 10,46-52 era uno, Bartimeo) según este
Mateo 20,29-34: “Hijo de David... Ten compasión... Hijo de David”. Esta
escena final del Camino sucede en la salida de Jericó y ante un gran gentío.
¿Por qué tenía que entrar este galileo Jesús en tierras de Judea precisamente
por Jericó? Porque por ahí comenzó, se pensaba, el viejo Israel su conquista de
la tierra de Canaán que les regalaba su Yavé-Dios.
Los deseos de Jesús
de Nazaret no fueron entonces ser Mesías de esta manera tan divina como
poderosa y conquistadora. Los deseos de este Jesús de Mateo están expresados
con la inmensa diafanidad de la transparencia en Mt 20,25-28: “No sea
así entre vosotros”. Me sigue resonando aún aquella cercana palabra de
este Jesús del Evangelista: “La grandeza es ser pequeño”, como lo
dejó escrito en el final de la segunda etapa de este Camino (Mt 20,1-16) y como
lo reafirmará en su evangelización dentro de Jerusalén y de su Templo (Mt
23,1-12).
Este Camino, lo va
advirtiendo el Evangelista a sus lectores, es el Camino donde el seguidor y
discípulo aprende a ser ‘acompañante’ de su Jesús, porque se va atreviendo a
estar con él y a ser como él. Por eso, cuando me miro en mi familia de iglesia,
en mi familia de religión, en mi familia de casa educativa, en mi familia de
calle, en mi familia de humanidad... no puedo evitar ruborizarme, por
reconocerme con deseos de poder y de ostentación... ¿redentora? ¿De qué?
Carmelo Bueno Heras
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