San Eusebio de Vercelli, obispo y confesor
fecha: 2 de agosto
fecha en el calendario anterior: 16 de diciembre
†: 371 - país: Italia
canonización: pre-congregación
hagiografía: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI
fecha en el calendario anterior: 16 de diciembre
†: 371 - país: Italia
canonización: pre-congregación
hagiografía: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI
Elogio: San Eusebio, primer obispo de Vercelli, en la Liguria, que consolidó
la Iglesia en toda la región subalpina, y que por defender la fe del Concilio de
Nicea fue desterrado por el emperador Constancio, primero a Escitópolis y,
posteriormente, a Capadocia y la Tebaida. Vuelto a su sede después de ocho años
de exilio, se esforzó con empeño y valentía para restablecer la fe contra la
herejía arriana.
refieren a este santo: San Dionisio de
Milán, San Grato de
Aosta, San Gregorio de
Elvira, San Hilario de
Poitiers, San Honorato de
Vercelli, San Lucífero de
Cagliari, San Paulino de
Tréveris, San Teonesto
Oración: Concédenos, Señor, Dios nuestro,
imitar la fortaleza de tu obispo san Eusebio de Vercelli al proclamar su fe en
la divinidad de tu Hijo, y haz que, perseverando en esa misma fe de la que fue
maestro, merezcamos un día participar de la vida divina de Cristo. Que vive y
reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los
siglos. Amén (oración litúrgica).
San Eusebio, nació en Cerdeña. Según se
dice, su padre estuvo ahí prisionero por la fe. Cuando su madre quedó viuda, se
trasladó a Roma con Eusebio y su hermana. Eusebio se educó allí y recibió la
orden del lectorado. Más tarde, fue enviado a Vercelli, del Piamonte, donde se
distinguió tanto en el servicio de la Iglesia, que el clero y el pueblo le
eligieron para gobernar la sede. San Eusebio es el primer obispo de Vercelli de
cuyo nombre queda memoria. San Ambrosio cuenta que fue el primer personaje de
Occidente que unió la disciplina monástica con la clerical, ya que vivía en
comunidad con una parte de su clero. Por ello, los canónigos regulares veneran
especialmente a san Eusebio. El santo comprendió que el primero y mejor de los
medios para trabajar eficazmente por la santificación de su grey consistía en
formar personalmente a su clero en la virtud, piedad y celo de las almas. En
esa empresa tuvo tanto éxito, que sus discípulos fueron elegidos obispos de
otras diócesis, y muchos de ellos brillaron como faros en la Iglesia de Dios.
San Eusebio se ocupaba también de la instrucción del pueblo con gran
diligencia, y muchos pecadores cambiaron de vida, gracias a la virtud de la
verdad que predicaba el santo y a su ejemplo de bondad y caridad.
El año 354, fue convocado al servicio de
la Iglesia universal y, durante los diez años siguientes, se distinguió como
confesor de la fe y sufrió por ella. En efecto, el año 354 el Papa Liberio
designó a san Eusebio y a san Lucifer de
Cagliari para que fuesen a pedir al emperador Constancio
que reuniese un concilio y tratase de poner fin a la contienda entre los
católicos y los arrianos. Constancio accedió, y el concilio se reunió en Milán,
el año 355. Eusebio, viendo que los arrianos, aunque eran menos numerosos que
los católicos, se iban a imponer por la fuerza, se negó a asistir al concilio
hasta que Constancio le obligó. Cuando los obispos recibieron la orden de
firmar un documento que condenaba a san Atanasio,
Eusebio se rehusó a hacerlo y, poniendo sobre la mesa el Credo de Nicea, exigió
que todos lo suscribiesen antes de discutir el caso de san Atanasio. Ello
produjo un verdadero tumulto. Finalmente, el emperador mandó llamar a san
Eusebio, san Dionisio de
Milán y san Lucifer de Cagliari, y les exigió que
condenasen a Atanasio. Ellos insistieron en que era inocente y que no había
derecho a condenarle sin oírle, y reclamaron contra la intervención del brazo
secular en las decisiones eclesiásticas. El emperador se enfureció y los
amenazó de muerte; pero se contentó con desterrarlos. San Eusebio fue
desterrado por primera vez a Escitópolis de Palestina, donde estuvo bajo la
vigilancia de Pátrofilo, el obispo arriano.
Al principio, se alojó en casa de san José
de Palestina, cuya familia era la única ortodoxa de la población. San Epifanio
y otros distinguidos personajes le consolaron visitándole, y unos mensajeros
fueron desde Vercelli a llevarle una ayuda pecuniaria. Pero la paciencia del
santo se vio sometida a duras pruebas. Después de la muerte del conde José, los
arrianos insultaron a san Eusebio, le arrastraron medio desnudo por las calles
y durante cuatro días, le tuvieron encerrado en una reducida habitación y le
molestaron continuamente para que aceptase los principios arrianos. Como ni sus
diáconos, ni los otros cristianos podían ir a visitarle, el santo escribió a
Patrófilo una carta encabezada de la siguiente manera: «Eusebio, siervo de
Dios, y los otros siervos de Dios que sufren con él por la fe, al perseguidor
Patrófilo y sus secuaces». Después de describir lo que había sufrido, pedía que
se diese a sus diáconos el permiso de visitarle. San Eusebio hizo una especie
de «huelga de hambre». Cuando llevaba cuatro días sin probar alimento, los
arrianos le enviaron de nuevo a su casa. Pero tres semanas más tarde,
irrumpieron nuevamente en la casa y le sacaron a rastras, después de robar sus
bienes, desparramar sus provisiones y echar fuera a su séquito. San Eusebio se
las arregló para escribir a su grey una carta en la que contaba lo sucedido.
Más tarde fue trasladado de Escitópolis, a Capadocia, y luego a la Tebaida
superior. Se conserva una carta que escribió desde Egipto a Gregorio, obispo de
Elvira, en la que le alaba por la constancia con que había resistido a los
enemigos de la fe de la Iglesia, y expresaba su deseo de morir sufriendo por el
Reino de Dios.
Constantino murió hacia el año 361.
Juliano permitió que los obispos desterrados retornasen a sus respectivas
sedes. San Eusebio fue entonces a Alejandría a hablar con san Atanasio sobre
los remedios que había que aplicar a los males de la Iglesia. Ahí tomó parte en
un concilio y, después, se trasladó a Antioquía, como legado conciliar, para
hacer que se reconociese como obispo a san Melecio y para tratar de poner fin
al cisma eustaciano. Desgraciadamente, Lucifer de Cagliari acababa de echar
leña al fuego, nombrando a Paulino obispo de los eustacianos. Eusebio le
reprendió por la ligereza con que había procedido. El fogoso Lucifer se vengó
rompiendo la comunión con él y con todos aquéllos que, obedeciendo los decretos
del concilio de Alejandría, aceptaban a los obispos convertidos del arrianismo.
Tal fue el origen del cisma de Lucifer, a quien su orgullo hizo perder el fruto
del celo que había mostrado hasta entonces y de lo que había sufrido por la fe.
No pudiendo hacer nada en Antioquía, san
Eusebio recorrió el Oriente hasta la Iliria, confirmando en la fe a los que
vacilaban en ella y reconciliando a muchos que se habían alejado de la Iglesia.
En Italia encontró a san Hilario de
Poitiers y, juntos, combatieron a Auxencio de Milán, quien
quería imponer el arrianismo. San Jerónimo dice que la ciudad de Vercelli «se
quitó los vestidos de luto» cuando volvió su obispo después de tan larga
ausencia. No sabemos nada sobre los últimos años de san Eusebio. Murió el l de
agosto. En la catedral de Vercelli hay un manuscrito de los Evangelios,
escrito, según se dice, de la propia mano del santo. El rey Berengario lo mandó
cubrir con láminas de plata hace casi mil años, porque estaba ya muy gastado. Dicho
manuscrito es el «codex» más antiguo que se conserva de la versión latina. San
Eusebio es uno de los varios personajes a los que se ha atribuido el Credo
Atanasiano.
Los Padres de la Iglesia, que con su celo
y saber mantuvieron intacta la verdad de la fe, hicieron de la humildad el
fundamento de su actividad. Sabiendo que estaban sujetos a error, repetían con
san Agustín: «Puedo errar, pero nunca seré hereje». La prudencia y la humildad
no son menos necesarias en los estudios profanos que en los religiosos. Algunos
pierden el contacto con la realidad en sus elucubraciones y desperdician su
talento dedicándose a estudios que están por encima de sus fuerzas. Cicerón
tiene razón cuando dice que no hay doctrina, por absurda que sea, que no haya
sido defendida por algún filósofo. Por ello, el Apóstol afirma que «la ciencia
hincha», no porque sea mala en sí misma, sino porque el corazón humano es muy
propenso al orgullo. Generalmente los más ignorantes son los que caen más
fácilmente en el defecto de exagerar sus conocimientos y cualidades.
Dado que no existe ninguna biografía
propiamente dicha de San Eusebio (pues la que publicó Ughelli es muy posterior
y de poco valor histórico), las principales fuentes son las cartas del santo,
un artículo de los Viri illustres de San Jerónimo, y la literatura polémica de
la época. Los principales acontecimientos de la vida de san Eusebio están
relacionados con la historia general de la Iglesia.
fuente: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI
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