Lula y Bolsonaro:
confrontación de dos proyectos de Brasil
2019-11-17
La
liberación del expresidente Lula de la prisión, bajo la presidencia de
Bolsonaro, ha suscitado una confrontación dramática entre dos proyectos de
Brasil. Más que opuestos, son antagónicos. Sin forzar los términos, parece la
actualización de la visión del mundo de los gnósticos que leían la historia
como una lucha entre el bien y el mal, o según La Ciudad de Dios,
de San Agustín, entre el amor y el odio.
Efectivamente
el proyecto de Bolsonaro se funda en la difusión del odio a los homoafectivos,
a los LGBTI, a los negros y a los pobres en general y en la exaltación de
dictaduras hasta el punto de ensalzar a torturadores notorios. Lula afirma que
en él no hay odio, sino el amor que lo llevó y lleva a implementar políticas
sociales de inclusión de millones de marginados garantizándoles los mínimos
vitales.
Hay
que reconocer que este escenario proyecta una visión poco dialéctica,
escindiendo la historia entre la sombra y la luz, pero infelizmente así es,
aunque rechace este tipo de dualismo.
Todo
esto sucede en un contexto de ascenso mundial del conservadurismo, del
fundamentalismo político y religioso, y de la exacerbación de la lógica del
capital que se expresa en un neoliberalismo ultra radical, hecho opción axial
del gobierno Bolsonaro. Observemos que este radicalismo neoliberal formulado
por las escuelas de Viena y de Chicago, de donde viene Paulo Guedes, sustenta
que “no hay derechos fuera de las leyes del mercado y que la pobreza no es un
problema ético sino una incompetencia técnica, pues los pobres son individuos
que, por culpa propia, perdieron la competición con los otros”. De ese
presupuesto teórico se deriva que no hay por qué ocuparse de políticas para los
pobres. Es un gobierno de ricos para ricos.
Por
el contrario, Lula afirma la centralidad de la justicia social a partir de las
grandes mayorías víctimas del orden capitalista. Propone una democracia social
y participativa con la inclusión de esas mayorías. Quiso realizar este proyecto
con un presidencialismo de coalición de partidos, lo que considero su gran
equivocación, en vez de apoyarse en los movimientos sociales, de donde vino,
como lo hizo con éxito el presidente de Bolivia, Evo Morales Ayma,
recientemente depuesto por un golpe clasista y racista.
En
Brasil, el racismo y la intolerancia –que siempre estaban ahí, pero recogidos
en el armario– han irrumpido explícitamente. Se ocultaban bajo el nombre de
“cordialidad del brasilero”. Pero, como bien observó Sérgio Buarque de Hollanda
(en Raizes do Brasil) esta cordialidad puede significar tanto
llaneza y amor, como violencia y odio, puesto que ambas se albergan en el
corazón; por eso lo de “cordial”.
Surfeando
en esta onda nacional e internacional se eligió a Jair Bolsonaro y se detuvo y
condenó al ex-presidente Lula, mediante el lawfare, por el cuerpo
judicial que llevaba adelante el Lava Jato.
Jair
Bolsonaro, incluso después de elegido, utiliza con frecuencia tanto las fake
news, como la mentira directa, y gobierna con sus hijos de forma
autoritaria y a veces burda.
Lula
aparece como un reconocido carismático que habla al corazón de las masas
desesperanzadas, proponiendo una democracia social, el Estado de derecho y la
urgencia de recuperar lo que ha sido desmantelado.
Todo
depende de en qué estilo se dará esta confrontación. Bolsonaro evita la
confrontación directa, pues sabe de sus pocas luces; la ha dejado en manos de
sus ministros de Justicia, Sérgio Moro, y de Hacienda, Paulo Guedes, mejor
pertrechados.
Lo
que Lula, a mi modo de ver, necesita es evitar es una confrontación en el mismo
nivel de Bolsonaro. Es importante sacar a la luz lo que Bolsonaro oculta y no
puede usar: la crudeza de los hechos, la tragedia que asola a las grandes
mayorías humilladas y ofendidas. No cabe un discurso de respuesta a
Bolsonaro, pues él mismo es autodestructivo, sino hablar de forma positiva al
corazón de las masas destituidas, denunciando objetivamente las maldades
perpetradas por medidas excluyentes, contrarias a los derechos y a la propia
vida.
Para
resumir un largo razonamiento: sería inteligente asumir la actitud del mejor
hombre que ha dado Occidente, el pobre y humilde Francisco de Asis. Con su
sentido realista, sabía que la realidad es contradictoria, compuesta de lo
dia-bólico (lo que divide) y de lo sim-bólico (lo que une). No recalca el lado
oscuro de nuestra realidad, sino que fortalece su lado luminoso para que inunde
la mente y el corazón. Proclama: “donde haya odio, que yo lleve amor; donde
haya discordia, que yo lleve unión; donde haya desesperación que lleve yo
esperanza; donde haya tinieblas, que lleve yo luz.
Esta
opción supone la convicción de que ningún gobierno puede perdurar asentado en
el odio, en la mentira y en el desprecio a los humildes de la Tierra. La
verdad, la recta intención y el amor desinteresado pronunciarán la última
palabra. No Caín sino Abel. No Judas sino Jesús. No Brilhante Ustra sino
Vladimir Herzog.
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