San Pedro Damiani, obispo y doctor de la Iglesia
fecha: 21 de febrero
fecha en el calendario anterior: 23 de febrero
n.: c. 1007 - †: 1072 - país: Italia
canonización: Conf. Culto: León XII 1828
hagiografía: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI
fecha en el calendario anterior: 23 de febrero
n.: c. 1007 - †: 1072 - país: Italia
canonización: Conf. Culto: León XII 1828
hagiografía: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI
Elogio: Memoria de san Pedro Damiani, cardenal obispo de Ostia y doctor de la
Iglesia. Habiendo entrado en el eremo de Fonte Avellana, promovió denodadamente
la vida religiosa, y en los tiempos difíciles de la reforma de la Iglesia,
trabajó para que los monjes se dedicasen a la santidad de la contemplación, los
clérigos a la integridad de vida, y para que el pueblo cristiano mantuviese la
comunión con la Sede Apostólica. Falleció el día veintidós de febrero en la
ciudad de Favencia, de la Romagna.
Patronazgos: protector contra dolores de cabeza.
refieren a este santo: Santo Domingo
Loricato, San Gregorio VII, San Hugo de
Cluny, San León IX, San Romualdo, Beato Urbano II
Oración: Dios todopoderoso, concédenos seguir
con fidelidad los consejos y ejemplos de san Pedro Damiani, obispo, para que,
amando a Cristo sobre todas las cosas, y dedicados siempre al servicio de tu
Iglesia, merezcamos llegar a los gozos eternos. Por nuestro Señor Jesucristo,
tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por
los siglos de los siglos. Amén (oración litúrgica).
San Pedro Damiani es una de esas figuras
severas que, como san Juan Bautista, surgen en las épocas de relajamiento para
apartar a los hombres del error y traerles de nuevo al estrecho sendero de la
virtud. Pedro Damiani nació en Ravena. Habiendo perdido a sus padres cuando era
muy niño, quedó al cuidado de un hermano suyo, quien le trató como si fuera un
esclavo. Para empezar, le mandó a cuidar los puercos en cuanto pudo andar. Otro
de sus hermanos, que era arcipreste de Ravena, se compadeció de él y decidió
encargarse de su educación. Viéndose tratado como un hijo, Pedro tomó de su
hermano el nombre de Damiani (es decir «de Damián»). Éste le mandó a la
escuela, primero a Faenza y después a Parma. Pedro fue un buen discípulo y, más
tarde, un magnífico maestro. Desde joven se había acostumbrado a la oración, la
vigilia y el ayuno. Llevaba debajo de la ropa una camisa de cerdas (cilicio)
para defenderse de los atractivos del placer y de los ataques del demonio.
Hacía grandes limosnas, invitaba frecuentemente a los pobres a su mesa y les
servía con sus propias manos.
Algún tiempo después, Pedro decidió
abandonar enteramente el mundo y abrazar la vida monacal en otra región. Un día
en que se hallaba reflexionando sobre su proyecto, se presentaron en su casa
dos benedictinos de la reforma de san Romualdo, que pertenecían al convento de
Fonte Avellana. Pedro les hizo muchas preguntas sobre su regla y modo de vida.
Sus respuestas le dejaron satisfecho, e ingresó en esa comunidad de ermitaños,
que gozaba entonces de gran reputación. Los ermitaños habitaban en celdas
separadas, consagraban la mayor parte del tiempo a la oración y lectura
espiritual, y vivían con gran austeridad. Las vigilas excesivas hicieron que
Pedro enfermase de insomnio; la curación fue larga, pero esto le enseñó a ser
más prudente. Aleccionado por esa experiencia, se dedicó con mayor ahínco a los
estudios sagrados, y llegó a ser tan versado en la Sagrada Escritura, como
antes lo había sido en las ciencias profanas. Los ermitaños le eligieron
unánimemente para suceder al abad cuando éste muriese; como Pedro se resistiera
a aceptar, el propio abad se lo impuso por obediencia. Así pues, a la muerte
del abad, hacia el año 1043, Pedro tomó la dirección de la comunidad, a la que
gobernó con gran prudencia y piedad. Igualmente fundó otras cinco comunidades
de ermitaños, al frente de las cuales puso a otros tantos priores bajo su
propia dirección. Su principal cuidado era fomentar entre los monjes el
espíritu de retiro, caridad y humildad. Muchos de los ermitaños llegaron a ser
lumbreras de la Iglesia; entre otros, santo Domingo
Loricato y san Juan de Lodi,
quien sucedió a san Pedro en la dirección del convento de la Santa Cruz,
escribió su biografía y fue más tarde obispo de Gubio. Varios papas emplearon a
san Pedro Damiani en el servicio de la Iglesia: Esteban IX le nombró, en 1057,
cardenal y obispo de Ostia, a pesar del rechazo del santo. Pedro rogó muchas
veces al papa Nicolás II que le permitiese renunciar al gobierno de la diócesis
y volver a su vida de ermitaño, pero el Sumo Pontífice se negó a ello.
Alejandro II, que amaba mucho al santo, accedió finalmente a sus súplicas, pero
se reservó el poder de emplearle en el servicio de la Iglesia, en caso de
necesidad. San Pedro Damiani se consideró desde ese momento libre, no sólo del
gobierno de su diócesis, sino también de la supervisión de las diversas
comunidades, y volvió al convento como simple monje.
En ese retiro edificó a la Iglesia con su
humildad, penitencia y compunción; con sus escritos ayudó a mantener la observancia
de la moral y de la disciplina. Su estilo es vehemente, y todas sus obras
llevan la huella de su espíritu estricto, particularmente cuando se trata de
los deberes de los clérigos y monjes. El santo reprendió severamente al obispo
de Florencia por haber jugado una partida de ajedrez; el prelado reconoció
humildemente que san Pedro Damiani tenía razón, recibió la reprimenda con gran
humildad, y aceptó como penitencia recitar tres veces el salterio, lavar los
pies a doce pobres y darles una moneda de limosna. El santo escribió un tratado
al obispo de Besançon, en el que atacaba la costumbre que tenían los canónigos
de esa diócesis de cantar sentados el oficio divino. San Pedro Damiani
recomendaba el uso de la disciplina más que los ayunos prolongados. Escribió
cosas muy severas sobre las obligaciones de los monjes y protestó contra la
costumbre de las peregrinaciones, pues consideraba que el retiro era la
condición esencial del estado monacal. Como decía, con razón: «Es imposible
restaurar la disciplina una vez que ésta decae; si nosotros, por negligencia,
dejamos caer en desuso las reglas, las generaciones futuras no podrán volver a
la primitiva observancia. Guardémonos de incurrir en semejante culpa y
transmitamos fielmente a nuestros sucesores el legado de nuestros
predecesores». El santo combatió con gran vigor la simonía y predicó el
celibato eclesiástico. Como quería que los monjes llevaran una severa vida
ascética y semi-eremítica, así pedía que el clero diocesano viviese en
comunidad. Su carácter vehemente se manifestaba en todos sus actos y palabras.
Se ha dicho de él que «su genio consistía en exhortar y mover al heroísmo, en
predicar acciones extraordinarias y recordar ejemplos conmovedores...; en sus
escritos arde el fuego de una extraordinaria fuerza moral».
A pesar de su severidad, san Pedro Damiani
sabía tratar a los pecadores con bondad e indulgencia, cuando la caridad y la
prudencia lo pedían. Enrique IV de Alemania se había casado con Berta, la hija
de Otón, marqués de las Marcas de Italia; pero dos años más tarde, había pedido
el divorcio, alegando que el matrimonio no había sido consumado. Con promesas y
amenazas logró ganar para su causa al arzobispo de Mainz, quien convocó un
concilio para anular el matrimonio; pero el papa Alejandro II le prohibió
cometer semejante injusticia y envió a san Pedro Damiani a presidir el sínodo.
El anciano legado se reunió en Frankfurt con el rey y los obispos, les leyó las
órdenes e instrucciones de la Santa Sede y exhortó al rey a guardar la ley de
Dios, los cánones de la Iglesia y su propia reputación y también, a reflexionar
sobre el escándalo y el mal ejemplo que daría, si no se sometiera. Los nobles
se unieron al santo para rogar al joven monarca que no manchase su honor. Ante
tal oposición, Enrique tuvo que renunciar a su proyecto de divorcio, aunque
interiormente no cambió de actitud y concibió un odio todavía más profundo por
su esposa.
Pedro retornó, en cuanto pudo, a su retiro
de Fonte Avellana. Practicó todas las austeridades que predicaba a otros hasta
el fin de su vida. En los ratos en que no se hallaba absorto en la oración o el
trabajo, acostumbraba hacer cucharas de madera y otros utensilios, para no
estar ocioso. El papa Alejandro II envió a san Pedro Damiani a arreglar el
asunto del arzobispo de Ravena, que había sido excomulgado por las atrocidades
que había cometido. Cuando san Pedro llegó, el arzobispo ya había muerto; pero
el santo pudo convertir a sus cómplices, a los que impuso justa penitencia.
Éste fue el último servicio público que el santo prestó a la Iglesia. A su
vuelta a Roma, se vio atacado por una aguda fiebre en un monasterio de las
afueras de Faenza, donde murió al octavo día, el 22 de febrero de 1072,
mientras los monjes recitaban los maitines alrededor de su lecho.
San Pedro Damiani fue uno de los
predecesores del monje Hildebrando, es decir Gregorio VII. Fue un elocuente
predicador y un escritor fecundo. Aunque nunca hubo una canonización formal, la
declaración en 1828 (otros dicen 1823), por SS. León XII, como doctor de la Iglesia,
confirma el culto que se le venía tributando desde antiguo.
Aunque la biografía escrita por su
discípulo Juan (casi seguramente Juan de Lodi, que fue más tarde arzobispo de
Gubio), constituye un relato coherente de la vida del santo, su historia puede
reconstruirse a base de las crónicas de la época y de los sermones y cartas de
san Pedro Damiani. La biografía escrita por Juan se halla en Acta Sanctorum,
febrero, vol. III, y también en Mabillon. Ver el excelente estudio de R. Biron,
St. Pierre Damiani, en la colección Les Saints, y Capecelatro, Storia di San
Pietro Damiano. En Lives of the Popes de Mons. Mann (vols. V y VI) se
encontrarán muchos datos complementarios. Cf. O. J. Blum, St Peter Damiani
(1947), que estudia las enseñanzas del santo; y D. Knowles, The Monastic Order
in England (1949), pp. 193-197, donde hay muchas referencias.
El Oficio de Lecturas utiliza tres
lecturas del santo a lo largo del año litúrgico: en la memoria de san Jorge, mártir, en la de san Romualdo, abad, y hoy mismo, en la del propio santo.
fuente: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI
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ingreso o última modificación relevante: ant 2012
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El Testigo Fiel. Incluso cuando figura una fuente, esta ha sido tratada sólo
como fuente, es decir que el sitio no copia completa y servilmente nada, sino
que siempre se corrige y adapta. Por favor, al citar esta hagiografía,
referirla con el nombre del sitio (El Testigo Fiel) y el siguiente
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