San Juan de la Cruz, presbítero y doctor de la Iglesia
fecha: 14 de diciembre
fecha en el calendario anterior: 24 de noviembre
n.: 1542 - †: 1591 - país: España
canonización: B: Clemente X 25 ene 1675 - C: Benedicto XIII 27 dic 1726
hagiografía: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI
fecha en el calendario anterior: 24 de noviembre
n.: 1542 - †: 1591 - país: España
canonización: B: Clemente X 25 ene 1675 - C: Benedicto XIII 27 dic 1726
hagiografía: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI
Elogio: Memoria de san Juan de la Cruz, presbítero de la Orden de los
Carmelitas y doctor de la Iglesia, el cual, por consejo de santa Teresa, fue el
primero de los hermanos que emprendió la reforma de la Orden, empeño que
sostuvo con muchos trabajos, obras y duras tribulaciones, y, como lo demuestra
en sus escritos, «buscando una vida escondida en Cristo y quemado por la llama
de su amor, subió al monte de Dios por la noche oscura». Descansando finalmente
en el Señor, en Úbeda, lugar de la provincia española de Jaén.
Patronazgos: patrono de los poetas y escritores españoles.
refieren a este santo: San Romano
«Mélodos», Santa Teresa de
Jesús
Oración: Dios, Padre nuestro, que hiciste a
tu presbítero san Juan de la Cruz modelo perfecto de negación de sí mismo y de
amor a la cruz, ayúdanos a imitar su vida en la tierra para llegar a gozar de
tu gloria en el cielo. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina
contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos.
Amén (oración litúrgica).
Gonzalo de Yepes pertenecía a una buena
familia de Toledo, pero como se casó con una joven de clase inferior, fue
desheredado por sus padres y tuvo que ganarse la vida como tejedor de seda. A
la muerte de Gonzalo, su esposa, Catalina Álvarez, quedó en la miseria y con
tres hijos. Juan, que era el menor, nació en Fontiveros, en Castilla la vieja,
en 1542. Asistió a una escuela de niños pobres en Medina del Campo y empezó a
aprender el oficio de tejedor, pero como no tenía aptitudes, entró más tarde a
trabajar como criado del director del hospital de Medina del Campo. Así pasó
siete años. Al mismo tiempo que continuaba sus estudios en el colegio de los
jesuitas, practicaba rudas mortificaciones corporales. A los veintiún años,
tomó el hábito en el convento de los carmelitas de Medina del Campo. Su nombre
de religión era Juan de San Matías. Después de hacer la profesión, pidió y
obtuvo permiso para observar la regla original del Carmelo, sin hacer uso de
las mitigaciones que varios Pontífices habían aprobado y eran entonces cosa
común en todos los conventos. San Juan hubiese querido ser hermano lego, pero
sus superiores no se lo permitieron. Tras haber hecho con éxito sus estudios de
teología, fue ordenado sacerdote en 1567. Las gracias que recibió con el
sacerdocio le encendieron en deseos de mayor retiro, de suerte que llegó a
pensar en ingresar en la Cartuja.
Santa Teresa fundaba
por entonces los conventos de la rama reformada de las carmelitas. Cuando oyó
hablar del hermano Juan, en Medina del Campo, la santa se entrevistó con él,
quedó admirada de su espíritu religioso y le dijo que Dios le llamaba a
santificarse en la orden de Nuestra Señora del Carmen. También le refirió que
el prior general le había dado permiso de fundar dos conventos reformados para
hombres y que él debía ser su primer instrumento en esa gran empresa. Poco
después, se llevó a cabo la fundación del primer convento de carmelitas
descalzos, en una ruinosa casa de Duruelo. San Juan entró en aquel nuevo Belén
con perfecto espíritu de sacrificio. Unos dos meses después, se le unieron
otros dos frailes. Los tres renovaron la profesión el domingo de Adviento de
1568, y nuestro santo tomó el nombre de Juan de la Cruz. Fue una elección
profética. Poco a poco se extendió la fama de ese oscuro convento, de suerte
que Santa Teresa pudo fundar al poco tiempo otro en Pastrana y un tercero en
Mancera, a donde trasladó a los frailes de Duruelo. En 1570, se inauguró el
convento de Alcalá, que era a la vez colegio de la Universidad; san Juan fue
nombrado rector. Con su ejemplo, supo inspirar a sus religiosos el espíritu de
soledad, humildad y mortificación. Pero Dios, que quería purificar su corazón
de toda debilidad y apego humanos, le sometió a las más severas pruebas
interiores y exteriores. Después de haber gozado de las delicias de la
contemplación, san Juan se vio privado de toda devoción sensible. A ese período
de sequedad espiritual se añadieron la turbación, los escrúpulos y la
repugnancia por los ejercicios espirituales. En tanto que el demonio le atacaba
con violentas tentaciones, los hombres le perseguían con calumnias. La prueba
más terrible fue sin duda la de los escrúpulos y desolación interior, que el
santo describe en «La Noche Oscura del Alma». A esto siguió un período todavía
más penoso de oscuridad, sufrimiento espiritual y tentaciones, de suerte que
san Juan se sentía como abandonado por Dios. Pero la inundación de luz y amor
divinos que sucedió a esta prueba, fue el mejor premio de la paciencia con que
la había soportado el siervo de Dios. En cierta ocasión, una mujer muy
atractiva tentó descaradamente a san Juan. En vez de emplear el tizón ardiente,
como lo había hecho santo Tomás de Aquino en una ocasión semejante, Juan se
valió de palabras suaves para hacer comprender a la pecadora su triste estado.
El mismo método empleó en otra ocasión, aunque en circunstancias diferentes,
para hacer entrar en razón a una dama de temperamento tan violento, que el
pueblo le había dado el apodo de «Roberto el diablo».
En 1571, Santa Teresa asumió por
obediencia el oficio de superiora en el convento no reformado de la Encarnación
de Avila y llamó a su lado a san Juan de la Cruz para que fuese su director
espiritual y su confesor. La santa escribió a su hermana: «Está obrando
maravillas aquí. El pueblo le tiene por santo. En mi opinión, lo es y lo ha
sido siempre». Tanto Ios religiosos como los laicos buscaban a san Juan, y Dios
confirmó su ministerio con milagros evidentes. Entre tanto, surgían graves
dificultades entre los carmelitas descalzos y los mitigados. Aunque el superior
general había autorizado a santa Teresa a emprender la reforma, los frailes
antiguos la consideraban como una rebelión contra la orden; por otra parte,
debe reconocerse que algunos de los descalzos carecían de tacto y exageraban
sus poderes y derechos. Como si eso fuera poco, el prior general, el capítulo
general y los nuncios papales, daban órdenes contradictorias. Finalmente, en
1577, el provincial de Castilla mandó a san Juan que retornase al convento de
Medina del Campo. El santo se negó a ello, alegando que había sido destinado a
Ávila por el nuncio del papa. Entonces el provincial envió un grupo de hombres
armados, que irrumpieron en el convento de Ávila y se llevaron a san Juan por
la fuerza. Sabiendo que el pueblo de Ávila profesaba gran veneración al santo,
le trasladaron a Toledo. Como Juan se rehusase a abandonar la reforma, le
encerraron en una estrecha y oscura celda y le maltrataron increíblemente. Ello
demuestra cuán poco había penetrado el espíritu de Jesucristo en aquellos que
profesaban seguirlo. La celda de san Juan tenía unos tres metros de largo por
dos de ancho. La única ventana era tan pequeña y estaba tan alta, que el santo,
para leer el oficio, tenía que ponerse de pie sobre un banquillo. Por orden de
Jerónimo Tostado, vicario general de los carmelitas de España y consultor de la
Inquisición, se le golpeó tan brutalmente, que conservó las cicatrices hasta la
muerte. Lo que sufrió entonces san Juan coincide exactamente con las penas que
describe santa Teresa en la «Sexta Morada»: insultos, calumnias, dolores
físicos, angustia espiritual y tentaciones de ceder. Más tarde dijo: «No os
extrañe que ame yo mucho el sufrimiento. Dios me dio una idea de su gran valor
cuando estuve preso en Toledo». Los primeros poemas de san Juan que son como
una voz que clama en el desierto, reflejan su estado de ánimo:
¿Adónde te escondiste,
Amado, y me dejaste con gemido?
Como el ciervo huiste,
habiéndome herido;
salí tras ti clamando, y eras ido.
El prior Maldonado penetró la víspera de
la Asunción en aquella celda que despedía un olor pestilente bajo el tórrido
calor del verano y dio un puntapié al santo, que se hallaba recostado, para
anunciarle su visita. San Juan le pidió perdón, pues la debilidad le había
impedido levantarse en cuanto lo vio entrar.
-Parecíais absorto. ¿En qué pensábais? -le dijo Maldonado.
-Pensaba yo en que mañana es fiesta de Nuestra Señora y sería una gran felicidad poder celebrar la misa -replicó Juan.
-No lo haréis mientras yo sea superior -repuso Maldonado.
En la noche del día de la Asunción, la
Santísima Virgen se apareció a su afligido siervo, y le dijo: «Sé paciente,
hijo mío; pronto terminará esta prueba». Algunos días más tarde se le apareció
de nuevo y le mostró, en visión, una ventana que daba sobre el Tajo: «Por allí
saldrás y yo te ayudaré». En efecto, a los nueve meses de prisión, se concedió
al santo la gracia de hacer unos minutos de ejercicio. Juan recorrió el
edificio en busca de la ventana que había visto. En cuanto la hubo reconocido,
volvió a su celda. Para entonces ya había comenzado a aflojar las bisagras de
la puerta. Esa misma noche consiguió abrir la puerta y se descolgó por una
cuerda que había fabricado con sábanas y vestidos. Los dos frailes que dormían
cerca de la ventana no le vieron. Como la cuerda era demasiado corta, San Juan
tuvo que dejarse caer a lo largo de la muralla hasta la orilla del río, aunque
felizmente no se hizo daño. Inmediatamente, siguió a un perro que se metió en
un patio. En esa forma consiguió escapar. Dadas las circunstancias, su fuga fue
casi un milagro.
El santo se dirigió primero al convento
reformado de Beas de Segura y después pasó a la ermita cercana de Monte
Calvario. En 1579, fue nombrado superior del colegio de Baeza y, en 1581, fue
elegido superior de Los Mártires, en las cercanías de Granada. Aunque era el
fundador y jefe espiritual de los carmelitas descalzos, en esa época participó
poco en las negociaciones y sucesos que culminaron con el establecimiento de la
provincia separada de Los Descalzos, en 1580. En cambio, se consagró a escribir
las obras que han hecho de él un doctor de teología mística en la Iglesia. La
doctrina de san Juan es plenamente fiel a la tradición antigua: el fin del
hombre en la tierra es alcanzar la perfección de la caridad y elevarse a la
dignidad de hijo de Dios por el amor; la contemplación no es por sí misma un
fin, sino que debe conducir al amor y a la unión con Dios por el amor y, en
último término, debe llevar a la experiencia de esa unión a la que todo está
ordenado. «No hay trabajo mejor ni más necesario que el amor», dice el santo.
«Hemos sido hechos para el amor», «el único instrumento del que Dios se sirve
es el amor», «así como el Padre y el Hijo están unidos por el amor, así el amor
es el lazo de unión del alma con Dios». El amor lleva a las alturas de la
contemplación, pero como el amor es producto de la fe, que es el único puente
que puede salvar el abismo que separa a nuestra inteligencia de la infinitud de
Dios, la fe ardiente y vívida es el principio de la experiencia mística. San
Juan no se cansó nunca de inculcar esa doctrina tradicional con su estilo
maravilloso y sus ardientes palabras.
Sin embargo, el santo era hijo de su
tiempo, como lo muestra un dibujo que hizo como proyecto para una
«crucifixión», y que se conserva en el convento de Avila. En algunos casos las
mortificaciones que practicaba rayaban en la exageración. Por ejemplo, sólo
dormía unas dos o tres horas y pasaba el resto de la noche orando ante el
Santísimo Sacramento. Solía pedir a Dios tres cosas: que no dejase pasar un
solo día de su vida sin enviarle sufrimientos, que no le dejase morir en el
cargo de superior y que le permitiese morir en la humillación y el desprecio.
Con su confianza en Dios (llamaba a la divina Providencia el patrimonio de los
pobres), obtuvo milagrosamente en algunos casos provisiones para sus
monasterios. Con frecuencia estaba tan absorto en Dios, que debía hacerse
violencia para atender los asuntos temporales. Su amor de Dios hacía que su
rostro brillase en muchas ocasiones, sobre todo al volver de celebrar la misa.
Su corazón era como una ascua ardiente en su pecho, hasta el punto de que
llegaba a quemarle la piel. Su experiencia en las cosas espirituales, a la que
se añadía la luz del Espíritu Santo, hacían de él un consumado maestro en
materia de discreción de espíritus, de modo que no era fácil engañarle
diciéndole que algo procedía de Dios.
Después de la muerte de santa Teresa,
ocurrida en 1582, se hizo cada vez más pronunciada una división entre los
descalzos. San Juan apoyaba la política de moderación del provincial, Jerónimo
de Castro, en tanto que el P. Nicolás Doria, que era muy extremo, pretendía
independizar absolutamente a los descalzos de la otra rama de la orden. El P.
Nicolás fue elegido provincial, y el capítulo general nombró a san Juan vicario
de Andalucía. El santo se consagró a corregir ciertos abusos, especialmente los
que procedían del hecho de que los frailes tuviesen que salir del monasterio a
predicar. El santo opinaba que la vocación de los descalzos era esencialmente
contemplativa. Ello provocó la oposición contra él. San Juan fundó varios
conventos y, al expirar su período de vicario, fue nombrado superior de
Granada. Entre tanto, la idea del P. Nicolás había ganado mucho terreno y el
capítulo general que se reunió en Madrid en 1588, obtuvo de la Santa Sede un
breve que autorizaba una separación aún más pronunciada entre los descalzos y
los mitigados. A pesar de las protestas de algunos, se privó al venerable P.
Jerónimo Gracián de toda autoridad y se nombró vicario general al P. Doria. La
provincia se dividió en seis regiones, cada una de las cuales nombró a un
consultor para ayudar al P. Gracián en el gobierno de la congregación. San Juan
fue uno de los consultores. La innovación produjo grave descontento, sobre todo
entre las religiosas. La venerable Ana de Jesús, que era entonces superiora del
convento de Madrid, obtuvo de la Santa Sede un breve de confirmación de las
constituciones, sin consultar el asunto con el vicario general. Finalmente, se
llegó a un compromiso en ese asunto. Sin embargo, en el capítulo general de
Pentecostés de 1591, san Juan habló en defensa del P. Gracián y de las
religiosas. El P. Doria, que siempre había creído que el santo estaba aliado
con sus enemigos, aprovechó la ocasión para privarle de todos sus cargos y le
envió como simple fraile al remoto convento de La Peñuela. Allí pasó san Juan
algunos meses, entregado a la meditación y la oración en las montañas, «porque
tengo menos materia de confesión cuando estoy entre las peñas que cuando estoy
entre los hombres».
Pero no todos estaban dispuestos a dejar
en paz al santo, ni siquiera en aquel rincón perdido. Siendo vicario
provincial, san Juan, durante la visita del convento de Sevilla, había llamado
al orden a dos frailes y había restringido sus licencias de salir a predicar.
Por entonces, los dos frailes se sometieron, pero su consultor de la
congregación recorrió toda la provincia tomando informes sobre la vida y
conducta de san Juan, lanzando acusaciones contra él y afirmando que tenía
pruebas suficientes para hacerle expulsar de la Orden. Muchos de los frailes
traicionaron la amistad del santo, temerosos de verse comprometidos, y quemaron
sus cartas para no caer en desgracia. En medio de esa tempestad san Juan cayó
enfermo. El provincial le mandó salir del convento de Peñuela y le dio a
escoger entre el de Baeza y el de Ubeda. El primero de esos conventos estaba
mejor provisto y tenía por superior a un amigo del santo. En el otro era
superior el P. Francisco, a quien san Juan había corregido junto con el P.
Diego. Ese fue el convento que escogió. La fatiga del viaje empeoró su estado y
le hizo sufrir mucho. Con gran paciencia, se sometió a varias operaciones. El
indigno superior le trató inhumanamente, prohibió a los frailes que le
visitasen, cambió al enfermero porque le atendía con cariño, sólo le permitía
comer los alimentos ordinarios y ni siquiera le daba los que le enviaban
algunas personas de fuera. Cuando el provincial fue a Úbeda y se enteró de la
situación, hizo cuanto pudo por san Juan y reprendió tan severamente al P.
Francisco, que éste abrió los ojos y se arrepintió. Después de tres meses de
sufrimientos muy agudos, el santo falleció el 14 de diciembre de 1591. Para
entonces, no se había disipado todavía la tempestad que la ambición del P.
Nicolás y el espíritu de venganza del P. Diego habían provocado contra él en la
congregación de la que había sido cofundador y cuya vida había sido el primero
en llevar.
La muerte del santo trajo consigo la
revalorización de su vida, y tanto el clero como los fieles acudieron en masa a
sus funerales. Sus restos fueron trasladados a Segovia, pues en dicho convento
había sido superior por última vez. Fue canonizado en 1726. San Juan de la Cruz
no fue un sabio, si se le compara con otros doctores. Pero santa Teresa veía en
él un alma muy pura, a la que Dios había comunicado grandes tesoros de luz y
cuya inteligencia había sido enriquecida por el cielo. Los escritos del santo
justifican plenamente este juicio de santa Teresa, particularmente los poemas
de la «Subida al Monte Carmelo», la «Noche Oscura del Alma», la «Llama Viva de
Amor» y el «Cántico Espiritual», con sus respectivos comentarios. Así lo
reconoció la Iglesia en 1926, al proclamar a san Juan de la Cruz Doctor de la
Iglesia por sus obras místicas. La doctrina de san Juan se resume en el amor
del sufrimiento y el completo abandono del alma en Dios. Ello le hizo muy duro
consigo mismo; en cambio, con los otros era bueno, amable y condescendiente.
Por otra parte, el santo no ignoraba ni temía las cosas materiales, puesto que
dijo: «Las cosas naturales son siempre hermosas; son como las migajas de la
mesa del Señor». San Juan de la Cruz vivió la renuncia completa que predicó tan
persuasivamente. Pero, a diferencia de otros menores que él, fue «libre, como
libre es el espíritu de Dios». Su objetivo no era la negación y el vacío, sino
la plenitud del amor divino y la unión sustancial del alma con Dios. «Reunió en
sí mismo la luz extática de la Sabiduría Divina con la locura estremecida de
Cristo despreciado».
Todavía se conserva en Roma el manuscrito
de las deposiciones de los testigos en el proceso de beatificación. Las
biografías escritas en la primera mitad del siglo XVII ofrecen muchos datos,
pero dejan en la oscuridad numerosos puntos, como por ejemplo, las de José
Quiroga y Jerónimo de Santa María, así como la obra de Francisco de Santa
María, Reforma de los Descalzos, vols. I y II. Otras fuentes son la
correspondencia y los escritos espirituales de santa Teresa, las crónicas del
Carmelo y aun ciertos documentos de Estado y despachos diplomáticos, porque la
administración de Felipe II se distinguió por su interés en todo lo que
afectaba la reforma de las órdenes religiosas. La edición más autorizada de las
obras de san Juan en español es la del P. Silverio (5 vols., 1929-1931). Además
de la excelente biografía del P. Bruno, St. Jean de la Croix (1932), que se
funda en un estudio muy serio de las fuentes, existen algunas otras: D. Lewis
(1897); M. M. Garnica, San Juan de la Cruz (1875). Cf. igualmente Crisógono y
Lucinio, Vida y Obras de San Juan de la Cruz (1946). Pero quien quiera
adentrarse en la vida y espiritualidad del santo hará bien en comenzar por
inflamarse de sus poesías y
luego de sus obras declarativas; las dos se consiguen en internet en muchos
sitios, por ejemplo en Mercabá o
con recursos de toda clase en el subweb dedicado al santo en el proyecto Biblioteca
Cervantes Virtual, donde encontraremos incluso facsímiles y
fonoteca (poemas y fragmentos de su obra leídos a viva voz). Es también
especialmente recomendable la versión musical del Cántico
Espiritual realizada por el compositor e intérprete gallego
Amancio Prada, en especial la versión de 1977.
fuente: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI
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ingreso o última modificación relevante: ant 2012
Estas biografías de santo son propiedad de
El Testigo Fiel. Incluso cuando figura una fuente, esta ha sido tratada sólo
como fuente, es decir que el sitio no copia completa y servilmente nada, sino
que siempre se corrige y adapta. Por favor, al citar esta hagiografía,
referirla con el nombre del sitio (El Testigo Fiel) y el siguiente
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