Santa María Crucificada de Rosa, virgen y fundadora
fecha: 15 de diciembre
n.: 1813 - †: 1855 - país: Italia
otras formas del nombre: Paula Francisca María de Rosa
canonización: B: Pío XII 1940 - C: Pío XII 1954
hagiografía: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI
n.: 1813 - †: 1855 - país: Italia
otras formas del nombre: Paula Francisca María de Rosa
canonización: B: Pío XII 1940 - C: Pío XII 1954
hagiografía: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI
Elogio: En Brescia, de la Lombardía, santa María Crucificada de Rosa, virgen,
que gastó sus riquezas, y se entregó ella misma, por la salud de las almas y de
los cuerpos del prójimo, para lo cual también fundó el Instituto de Esclavas de
la Caridad.
refieren a este santo: Beato Luis María
Monti
Más de tres siglos después de que
Savonarola predijo la ruina de Brescia (profecía que se cumplió en 1512, cuando
los franceses se apoderaron de la ciudad y la saquearon), nació una de las tres
personas que, con su santidad, dieron gloria a Brescia en el siglo XIX; las
otras dos fueron el beato Luis Pavoni y la beata Teresa Verzeri. María (a quien
en su casa llamaban Paula o Paulina) nació en 1813. Era la sexta de los nueve
hijos de Clemente de Rosa y de la condesa Camila Albani. Su infancia no tuvo
nada de extraordinario. A los once años, María tuvo la pena de perder a su
queridísima madre. A los diecisiete años, la joven abandonó la escuela para
ocuparse de su padre y éste empezó a buscarle marido. Cuando le presentó al
pretendiente, María se sobresaltó. En seguida, acudió a consultar al arcipreste
de la catedral, Mons. Faustino Pinzoni, sacerdote muy sagaz, que había dado ya
muestras de gran prudencia en su dirección. Mons. Pinzoni fue a ver
personalmente a Clemente de Rosa y le explicó que su hija había determinado no
contraer matrimonio. En aquella época, sobre todo en las clases superiores, los
padres no solían preocuparse mucho de las inclinaciones de sus hijos,
particularmente en cuestiones de matrimonio. Ello hace tanto más encomiable la
actitud del padre de María, quien se plegó casi inmediatamente a la decisión de
su hija y la apoyó más tarde en la realización de sus planes, por más que
debían parecerle extravagantes. María siguió viviendo en su casa diez años.
Cada día, se consagraba más a las obras de beneficencia, en lo cual su padre la
precedía con el ejemplo. Entre las propiedades de Clemente se contaban unos
telares en Acquafredda, en los que trabajaban algunas jóvenes. Una de las
primeras empresas de Paula consistió en ocuparse de ellas. Su solicitud se
extendió pronto a las jóvenes de Capriano, donde su familia tenía una casa de
campo. Con la ayuda del párroco, María estableció allí una cofradía de mujeres
y organizó para ellas retiros y misiones especiales. Los resultados fueron tan
extraordinarios, que el párroco apenas reconocía a sus feligreses.
La epidemia de cólera hizo estragos en
Italia en aquella época. Cuando la epidemia se declaró en Brescia, en 1836,
María pidió a su padre permiso para asistir a los enfermos en los hospitales.
Clemente aceptó no sin vacilar y temblar por la salud de su hija. Los servicios
de María fueron bien acogidos en el hospital. La joven acudió con una viuda
llamada Gabriela Echenos-Bornati, la cual tenía ya cierta experiencia en el
cuidado de los enfermos. Ambas dieron tal ejemplo de olvido de sí mismas,
laboriosidad y caridad, que toda la ciudad quedó profundamente impresionada
(Manzoni describe en «Los Novios» el hospital de infecciosos de Milán. Ello
puede dar una idea de las condiciones del de Brescia).
A raíz de eso, se pidió a María que se
encargase de dirigir una especie de taller para jóvenes pobres y abandonadas.
Se trataba de un puesto difícil para una joven que tenía apenas veinticuatro
años. María lo desempeñó con gran éxito durante dos años, al cabo de los
cuales, renunció a causa de ciertas diferencias con los protectores de la obra,
quienes no querían que las jóvenes pasasen la noche en la casa que ocupaba el
taller. María fundó entonces un dormitorio para doce jóvenes. Al mismo tiempo,
empezó a ocuparse de una obra emprendida por su hermano Felipe y Mons. Pinzoni:
se trataba de una escuela para niñas sordomudas, del tipo de las que Luis
Pavoni estaba fundando entonces para niños. La escuela estaba aún en sus
comienzos cuando Paula la cedió a las hermanas canosianas, quienes deseaban
desarrollar la obra en gran escala en Brescia.
La historia de aquellos diez años de la
vida de María es verdaderamente extraordinaria, sobre todo si se tiene en
cuenta que aún no cumplía los treinta años y era de salud delicada. Pero había
en ella algo de viril, y su energía física y su valor eran poco comunes; por
ejemplo, en cierta ocasión, salvó la vida de una persona que iba en un carruaje
cuyo caballo se desbocó, en circunstancias extremadamente peligrosas. Su
inteligencia, rápida, aguda y tenaz, hacía juego con su carácter, de suerte que
no practicaba la virtud en grado heroico, abandonando su evolución intelectual
en materia de religión a la altura del catecismo de niños. Por el contrario, la
santa llegó a poseer serios conocimientos teológicos, y en la selección de sus
lecturas supo emplear la agudeza e intuición que la guiaban en los asuntos de
la vida práctica. Su inteligencia se reveló particularmente cuando tuvo que
resolver los complejos problemas que acompañan siempre a la fundación de una
congregación religiosa. Por otra parte, María tenía una memoria muy tenaz para
retener los recuerdos de personas y acontecimientos, tanto grandes como
pequeños, cosa que le sirvió no poco.
La congregación empezó a tomar forma en
1840. Al principio, fue una especie de asociación piadosa, de la que María fue
nombrada superiora por Mons. Pinzoni. La Sra. Cornati fue prácticamente
cofundadora de dicha asociación, que tenía por finalidad atender a los enfermos
en los hospitales; las socias no actuaban únicamente como enfermeras, sino que
consagraban a los enfermos todo su tiempo y sus fuerzas. Las cuatro primeras
socias, que tomaron el nombre de Doncellas de la Caridad, se establecieron en
una casa ruinosa e incómoda, en las cercanías del hospital. Pronto fueron a
unírseles quince jóvenes tirolesas, quienes habían oído a un misionero hablar
de la asociación. Al poco tiempo, la comunidad constaba ya de treinta y dos
personas. La forma en que trabajaban, despertó la admiración de la ciudad, de
la que se hizo eco un médico que escribió un artículo sobre las obras de
misericordia, espirituales y corporales, que llevaban a cabo. Pero no faltaban
quienes criticasen seriamente la obra. Algunas personas consideraban a las
Doncellas de la Caridad como instrusas y querían echarlas fuera. Sin embargo, a
los tres meses de la fundación de la asociación, las autoridades de Cremona
invitaron a las jóvenes a emprender una obra parecida en dicha ciudad, y éstas
aceptaron. Escribiendo a la casa de Cremona decía Paula, a propósito de las
dificultades de Brescia: «Espero que no sea ésta nuestra última cruz.
Francamente, me habría dado pena que no fuésemos perseguidas».
Clemente de Rosa cedió poco después una
casa mejor a la comunidad de Brescia. El obispo de la ciudad aprobó en 1843 la
regla provisional. Gabriela Bornati murió pocos meses después, y esa pena vino
a ensombrecer un tanto el gozo anterior. Aunque privada de su principal
colaboradora, Paula podía aún guiarse por los consejos de Mons. Pinzoni. La
congregación siguió creciendo y los hospitales fueron aumentando en número. En
el verano de 1848, murió el arcipreste, precisamente en una época en que las
convulsiones políticas sacudían a Europa y la guerra hacía estragos en el norte
de Italia. Paula aprovechó la oportunidad para enviar a sus religiosas a
encargarse del hospital militar de San Lucas. Ahí tuvieron también que
enfrentarse con la oposición de los médicos, que preferían a las enfermeras
seglares y a los ordenanzas militares. Las religiosas atendieron a las víctimas
civiles y a los prisioneros. Además, anticipándose a Florencia Nightingale,
ejercieron las obras de misericordia espirituales y corporales en pleno frente
de batalla. Al año siguiente, tuvieron lugar los trágicos «Diez Días de
Brescia». Paula y sus religiosas atendieron a todos los heridos sin distinción.
Un destacamento indisciplinado hizo irrupción en el hospital. Paula, acompañada
de media docena de religiosas que llevaban un crucifijo y dos cirios, cerró el
paso a los soldados, los cuales vacilaron un momento, se detuvieron y se
escurrieron fuera. El crucifijo, que todavía se conserva en Brescia, pasó de
mano en mano entre los enfermos para que lo besaran.
Paula quería que sus religiosas uniesen la
vida activa a la contemplativa. Pero no quería religiosas «activistas», de ésas
que, según la expresión de Santa Luisa de Marillac, «corren por las calles con
tazones de sopa». En aquella época, Italia era un campo ideal para fundaciones
como la de Paula. Así pues, la santa partió a Roma en el verano de 1850. El 24
de octubre, Pio IX le concedió audiencia. Dos meses después, la congregación
fue aprobada con una rapidez notable, según iban las cosas en Roma. La
aprobación de las autoridades civiles fue menos rápida; por ello, las primeras
veinticinco religiosas no pudieron hacer la profesión sino hasta el verano de
1852. Paula tomó el nombre de María del Crucificado. La erección canónica de la
congregación abrió un período de rápido desarrollo. Pero la obra personal de la
madre María en este mundo estaba próxima a su fin. Aunque apenas tenía cuarenta
y dos años, sus fuerzas estaban totalmente agotadas, de suerte que se consideró
como un milagro que recobrase la salud el Viernes Santo de 1855. El trabajo
abundaba: el cólera amenazaba a Brescia, y había que abrir un convento en
Espalato de Dalmacia y otro cerca de Verona. La santa sufrió un ataque en
Mántua. Cuando llegó a Brescia, exclamó: «¡Bendito sea Dios, que me trae a
morir en Brescia!» Dios la llamó a Sí tres semanas más tarde, el 15 de
diciembre de 1855.
Mons. Pinzoni, quien la había conocido tan
a fondo, dijo en cierta ocasión: «Su vida es un milagro que asombra a cuantos
lo ven». Santa María resumió perfectamente el espíritu que la animaba, al decir
a sus religiosas: «No puedo ir a acostarme con la conciencia tranquila los días
en que he perdido la oportunidad, por pequeña que ésta sea, de impedir algún
mal o de hacer el bien». Día y noche, estaba pronta a acudir en auxilio de los
enfermos, a asistir a algún pecador moribundo, a poner fin a una reyerta, a
consolar una pena. Así lo reconoció el pueblo de Brescia, que acudió en masa a
los funerales. La canonización de santa María tuvo lugar en 1954.
B. Bartoccetti escribió una biografía muy
completa, titulada Beata Maria Crocifissa di Rosa (1940). Existe un buen
resumen de dicha obra, en noventa páginas, hecho por una religiosa de la
congregación. Citemos también la biografía del Dr. L. Fossati.
fuente: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI
accedida 3342 veces
ingreso o última modificación relevante: ant 2012
Estas biografías de santo son propiedad de
El Testigo Fiel. Incluso cuando figura una fuente, esta ha sido tratada sólo
como fuente, es decir que el sitio no copia completa y servilmente nada, sino
que siempre se corrige y adapta. Por favor, al citar esta hagiografía,
referirla con el nombre del sitio (El Testigo Fiel) y el siguiente
enlace: https://www.eltestigofiel.org/index.php?idu=sn_4527
No hay comentarios:
Publicar un comentario