Se
nos acaba el mes de abril. El día 28 será su último domingo. Tiempo de Pascua
en esta iglesia nuestra y en sus orientaciones. Por eso, se nos presenta como
Evangelio un relato del narrador Juan sobre 'las apariciones de Jesús de
Nazaret'. ¿Aparición o apariciones? Para mí, en singular, como digo en el
título: La única aparición de Jesús fue su vida. ¿No es éste el
núcleo central de la fe en Jesús de Nazaret? Creo que sí. Y... por ello, a lo
largo de tantísimos días de la pascua me dedicaré a tener presente esta
realidad de la vida de aquel hombre llamado Jesús de Nazaret y esta
realidad que me rodea y que es la vida de cada hombre y mujer, de cada ser
humano, de cada persona... Y lo haré volviendo a releer el poema que transcribo
a continuación.
Luego,
siguen los comentarios habituales. Comentarios que también se pueden leer en el
archivo adjunto.
Qué
suerte he tenido de nacer
Para estrechar la mano de un amigo
Y poder asistir como testigo
Al milagro de cada amanecer.
Para estrechar la mano de un amigo
Y poder asistir como testigo
Al milagro de cada amanecer.
Qué
suerte he tenido de nacer
Para tener la opción de la balanza,
Sopesar la derrota y la esperanza
Con la gloria y el miedo de caer.
Para tener la opción de la balanza,
Sopesar la derrota y la esperanza
Con la gloria y el miedo de caer.
Qué
suerte he tenido de nacer
Para entender que el honesto y el perverso
Son dueños por igual del universo,
Aunque tengan distinto parecer.
Para entender que el honesto y el perverso
Son dueños por igual del universo,
Aunque tengan distinto parecer.
Qué
suerte he tenido de nacer
Para callar cuando habla el que más sabe,
Aprender a escuchar, ésa es la clave,
Si se tiene intenciones de saber.
Para callar cuando habla el que más sabe,
Aprender a escuchar, ésa es la clave,
Si se tiene intenciones de saber.
Qué
suerte he tenido de nacer
Y lo digo sin falsos triunfalismos,
La victoria total, la de uno mismo,
Se concreta en el ser y en el no ser.
Y lo digo sin falsos triunfalismos,
La victoria total, la de uno mismo,
Se concreta en el ser y en el no ser.
Qué
suerte he tenido de nacer
Para cantarle a la gente y a la rosa
Y al perro y al amor y a cualquier cosa
Que pueda el sentimiento recoger.
Para cantarle a la gente y a la rosa
Y al perro y al amor y a cualquier cosa
Que pueda el sentimiento recoger.
Qué
suerte he tenido de nacer
Para tener acceso a la fortuna
De ser río en lugar de ser laguna,
De ser lluvia en lugar de ver llover.
Para tener acceso a la fortuna
De ser río en lugar de ser laguna,
De ser lluvia en lugar de ver llover.
Qué
suerte he tenido de nacer
Para comer a conciencia la manzana
Sin el miedo ancestral a la sotana
Ni a la venganza final de lucifer.
Para comer a conciencia la manzana
Sin el miedo ancestral a la sotana
Ni a la venganza final de lucifer.
Pero
sé, bien que sé,
Que algún día también me moriré.
Si ahora vivo contento con mi suerte
Sabe dios qué pensaré cuando mi muerte.
¿Cuál será en la agonía mi balance?, no lo sé.
Nunca estuve en ese trance.
Que algún día también me moriré.
Si ahora vivo contento con mi suerte
Sabe dios qué pensaré cuando mi muerte.
¿Cuál será en la agonía mi balance?, no lo sé.
Nunca estuve en ese trance.
Pero
sé, bien que sé,
Que en mi viaje final escucharé
Que en mi viaje final escucharé
El
ambiguo tañer de las campanas
Saludando mi adiós, y otra mañana
Y otra voz, como yo, con otro acento
Cantará a los cuatro vientos.
Saludando mi adiós, y otra mañana
Y otra voz, como yo, con otro acento
Cantará a los cuatro vientos.
Qué
suerte he tenido de nacer.
Nos citamos aquí dentro de una semana. Felices días
de pascua de abril.
Domingo 2º de Pascua en el Ciclo C (28.04.2019):
Juan 20,19-31.
“La única aparición de Jesús fue su vida”, medito y escribo CONTIGO:
Para este segundo
domingo del tiempo de Pascua se ha escogido el relato evangélico de Juan
20,19-31: “Al atardecer de aquel día, el primero de la semana...
Jesús realizó en presencia de sus discípulos muchas señales que no están
escritas en este libro. Éstas han sido escritas para que creáis que Jesús es el
mesías, el hijo de Dios y para que creyendo tengáis vida en su nombre”. Todos
los años en este domingo segundo de Pascua se lee este mismo relato que, al
parecer de los investigadores, fue el final de la primera redacción de este
cuarto Evangelio.
Si en la primera
parte de este vigésimo capítulo del Evangelio de Juan se nos contó el relato de
‘El sepulcro vacío’, en esta segunda parte que acontece en la tarde del primer
día la semana se nos cuentan ‘las apariciones de Jesús a los suyos’, todos
reunidos a excepción de uno de ellos, Tomás. Este hecho provoca la nueva aparición
de Jesús una semana después para anunciarnos la última de sus bienaventuranzas: “Dichosos
quienes no han visto y han creído” (20,29).
Estas narraciones
se escriben en la última década del siglo primero. Habían pasado ya más de
cincuenta años de la muerte violenta y de la sepultura de Jesús. ¿Por qué
ningún otro de los tres Evangelistas anteriores nos contó los hechos que
aquí nos cuenta este cuarto Evangelio? ¿Sucedieron estos hechos del sepulcro y
las apariciones en la historia real tal como aquí nos las anuncia este muy
tardío Evangelio de Juan? No. Nada ni nadie nos podrá decir qué sucedió.
Existe otro dato en
este relato que nos invita a ser críticos y a interrogarnos seriamente para
llegar a comprender el mensaje que se nos quiso compartir. Según podemos leer
aquí, estamos en la tarde de aquel primer día de la semana después de la
Pascua. Y en esta aparición el resucitado envía el Espíritu. Pero este
Espíritu, ¿no estaba ya en este mundo desde los mismos días de la Creación de
todo cuanto respira? Pero este Espíritu, ¿no iba a llegar por la fuerza del
Todopoderoso cincuenta días después, en Pentecostés? Me está empezando a
parecer que las cosas de la llamada santa trinidad no están nada claras ni
clarificadas.
Más de una
agigantada personalidad de la teología eclesiástica se atrevió a decir que en
relatos como éste se está afirmando la ‘institucionalización del sacramento del
perdón de los pecados, penitencia, reconciliación, absolución o misericordia’,
que así es como se le ha llamado en diversas ocasiones a lo largo de la
historia. Si esto fue así y aquí, ¿por qué se trata de un sacramento sólo y
únicamente destinado a los clérigos en la iglesia? ¿Acaso no estaban aquí y en
estos momentos las discípulas y seguidoras de Jesús como María Magdalena y
otras?
Añado otro dato más
de esta liturgia diseñada por las autoridades romanas: Éstas nos propondrán
para el próximo 9 de junio, fiesta de Pentecostés, la lectura de este mismo
acontecimiento contado en Juan 20,19-23. ¿Acaso el relato del Evangelista Lucas
no posee ninguna referencia al ser y al hacer del Espíritu? A más de un clérigo
se le ven sus intereses.
Las últimas
palabras de mi comentario me las inspira Tomás, el que deseaba ver con los
dedos de sus manos. Porque existen realidades que no verán nunca los ojos de la
cara ni los de los adentros, sino sólo los ojos digitales. ¿Para ver hay que
tocar? ¡Así es el milagro de la ternura!
Carmelo Bueno Heras
Domingo 22º de Mateo (28.04.2019): Mateo 12,46-50
“Todo cuanto deseas que te hagan, házselo a los
demás” (Mateo
7,12)
Comento un pequeño
manojo de versículos del Evangelio de Mateo. Se trata de los cinco últimos del
capítulo duodécimo de su Evangelio (12,46-50). En este momento se nos da cuenta
de qué sucede entre los familiares de Jesús de Nazaret mientras éste evangeliza
en su tierra y entre sus gentes de Galilea.
Este mismo asunto
de la presencia de Jesús entre las gentes de su familia y de su poblado lo
volverá a tener presente el Evangelista Mt en 13,53-58. Este par de breves
relatos constituyen los dos apartados de una preciosa palindromía, literaria y
teológica al mismo tiempo. En el centro de esta palindromía podremos leer el
tercer gran discurso que este narrador colocó en boca de su Jesús de Nazaret.
Se trata del precioso discurso de las siete parábolas (Mt 13,1-52).
En el próximo
comentario hablaremos de este discurso. Ahora nos detenemos en 12,46-50 y
dejamos que resuene, como una inacabada melodía, la pregunta que coloca Mateo
en boca de su Jesús de Nazaret: “¿Quién es mi madre y quiénes son mis
hermanos” (12,48). Tanto el Evangelista Marcos (3,20-35) como Lucas
(8,19-21) presentan esta misma secuencia de la vida de Jesús de Nazaret,
pero en los tres narradores las diferencias literarias son notables y los
contextos en los que suceden estos hechos son aún más dispares.
Cuando se leen
estas páginas de los tres Evangelistas de manera sinóptica y como en paralelo,
se despiertan las preguntas críticas que ayudarán al lector a acercarse al
mensaje de cada uno de ellos. ¿Habla, nuestro texto del Evangelista Mateo,
de la madre de Jesús, María, y de los hermanos de Jesús, hijos también de
María? (Mt 12,469). Notas a pie de página de muchas ediciones impresas de los
Evangelios comentan, no sin cierta intencionalidad justificada, como lo
hace la Biblia de Jerusalén: “No hijos de María, sino parientes
próximos, como por ejemplo primos, que en hebrero y arameo se llamaban también
hermanos”.
Cuando estamos
tratando de interpretaciones debemos pensar en respetar cada una de ellas,
oírlas expresarse y aceptar cada uno acercarse más a una u otra. Nunca
tendremos ninguna seguridad plena de haber encontrado la verdad única de la luz
verdadera.
Además de
este criterio, no muy definitivo, en este texto debemos constatar que
explícitamente esta relación de ‘familiaridad’ que es ser madre y ser
hermana-hermano tiene que ver no tanto con la sangre de la biología, sino sobre
todo con la opción religiosa de cada persona: “ser hermano, hermana o
madre es, para este Jesús del Evangelista Mateo, cumplir la
voluntad del Padre, el del cielo“ (12,50).
Creo que hemos
tocado uno de los centros del mensaje. No descarto que haya otros. Pero
sí es central el asunto que aquí se está llamando “la voluntad del
Padre”. Creo que se le puede llamar también ‘la voluntad de Dios’, ‘la
voluntad divina’ o todo cuando desea Dios que deba ser hecho o evitado. Nombro
estas expresiones porque ellas forman parte de la más granada espiritualidad
cristiana y de su pastoral: ¿No es esta ‘voluntad divina’ la síntesis de las
bienaventuranzas: “hacer
a los otros cuanto deseas que ellos te hagan”? (Mt 7,12). ¡Sí.
Así es!
Carmelo Bueno Heras
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