Beata María Felicia de Jesús Sacramentado, religiosa
fecha: 28 de abril
n.: 1925 - †: 1959 - país: Paraguay
otras formas del nombre: María Felicia Guggiari Echeverría, Chiquitunga
canonización: B: Francisco 23 jun 2018
hagiografía: P. Julio Félix Barco, O.C.D.
n.: 1925 - †: 1959 - país: Paraguay
otras formas del nombre: María Felicia Guggiari Echeverría, Chiquitunga
canonización: B: Francisco 23 jun 2018
hagiografía: P. Julio Félix Barco, O.C.D.
Elogio: En Asunción, Paraguay, beata María
Felicia de Jesús Sacramentado, en el siglo María Felicia Guggiari Echeverría,
conocida por el pueblo como "Chiquitunga", religiosa profesa de las
Carmelitas Descalzas.
María Felicia Guggiari Echeverría nació en
la ciudad de Villarrica (República del Paraguay) el 12 de enero de 1925. Fue la
primogénita entre siete hermanos del hogar de Ramón Guggiari y Arminda
Echeverría. Fue bautizada cuando tenía tres añitos… A los cinco entró como
preescolar en el Colegio “María Auxiliadora”. A los 12 años hizo su Primera
comunión. “De entonces – escribió luego – viene mi propósito de ser cada vez
mejor, más buena”. Las turbulencias politicomilitares del Paraguay empezaron a
condicionarla muy pronto, pues su padre, don Ramón, era significado como
contrario a las corrientes fascistas. Muchas veces hubieron de sufrir sus hijos
y su familia, además de sufrir él mismo, el exilio por dicha causa. Así solo
con dificultades pudo hacer los estudios primarios.
En 1940 comenzó sus estudios secundarios
hasta obtener el titulo de Maestra Normal. Pero la fecha más determinante en su
vida de joven fue cuando en 1941 se adhirió a la Acción Católica, que ese mismo
año había sido instaurada en el Paraguay. En las reuniones de A.C. aprendió a
conocer y amar a Jesús, que desde entonces fue para ella el Ideal del que se
enamoró apasionadamente. A los 17 años hizo su consagración al apostolado (es
decir, a Jesús) en virginidad. Durante toda esta primera juventud María Felicia
vivió entregada enteramente al Amor, al que recibía diariamente a costa de
madrugar e irse a misa en ayunas, para poder comulgar, y luego hacer toda la
mañana sus estudios de Maestra normal o sus prácticas de maestra en el Colegio
Cervantes o en “María Auxiliadora”; el resto de su jornada lo consumían sus
visitas a los enfermos y ancianitos, sus reuniones de A.C., con un cuidado
especial sobre sus “pequeñas”, su colaboración en casa en el servicio a los
hermanitos.
“Nunca recibimos de ella por nuestras
travesuras —confiesan ellos— más que una sonrisa admonitoria, por más que a
veces lo hacíamos adrede para hacerle perder la paciencia; sin conseguirlo,
claro”. Fuera de casa iba siempre vestida con un guardapolvo blanco, por dos
razones: porque desde su Primera Comunión tomó el vestido blanco como símbolo
de la limpieza de su alma; por eso cuidaba la blancura de su guardapolvo
recordándose a sí misma cómo había de tener su alma; y, segundo, porque un
traje más burgués (su tío José P. Guggiari había sido Presidente de la
República) le habría impedido el acercamiento natural a sus queridos pobres
enfermos. Mucho hubo de sufrir también en esta su segunda juventud en
Villarrica con motivo de la guerra civil del año 1947 y sus consecuencias: el
destierro largo del papá en Argentina, las estrecheces económicas consiguientes,
hasta hipotecar y estar a punto de perder la casa en que vivían… No obstante,
en las canciones que componía y cantaba para alegrar la convivencia, invitaba
al perdón y a la reconciliación con los enemigos políticos. Una vez vuelto el
papá del destierro, la familia se trasladó a Asunción para vivir más tranquilos
en el anonimato de la “gran ciudad”.
Una vez en Asunción tres cosas hizo María
Felicia: lo primero, incorporarse de inmediato a la A.C. de su parroquia de
Cristo Rey, inscribirse en la Escuela Normal para recibirse de Profesora y
buscar trabajo por ayudar en casa, que consiguió en un colegio parroquial.
Su ritmo siguió intenso: su vida interior
era de un actitud permanente de fe, esperanza, amor y de mortificación, para
seguir a Jesús con la cruz; su vida apostólica se desempeñaba como responsable
de las “pequeñas” (Cruzada Eucarística), con las que jugaba y saltaba como una
niña más; su atención a los humildes, enfermos, abandonados, encarcelados… de
cualquier signo político o religioso que fuesen; en su vida familiar, siempre
generosa, sonriente, disponible, con el cuidado permanente de mantener la
alegría del hogar con sus invenciones poéticas y musicales.
Pero la etapa de Asunción se caracterizó
especialmente porque en ella maduró y se sublimó su amor. En efecto, a poco de
llegar, conoció, en una Asamblea de A.C., a un joven estudiante de Medicina,
Directivo de la obra, con el que simpatizó y empezó a salir para sus correrías
apostólicas. Ese salir con un joven cayó bien entre los suyos y le facilitaba
el salir de casa para su apostolado; además la compañía del joven le permitía
acercarse a barrios marginales a los que sola sería peligroso acudir. Con el
tiempo la simpatía se profundizó hasta convertirse en un verdadero
enamoramiento. Y entonces se planteó el interrogante: ¿qué me quiere decir
Jesús con este amor que yo no he buscado y que Él me ha suscitado? Porque lo
importante es hacer la voluntad de Jesús. Un día Sauá le reveló un secreto: que
sentía inclinación a ser sacerdote… Entonces María Felicia comprendió. Con este
amor Dios quiere que lo quiera con el don y la dignidad más grande que puede
haber en la tierra: que lo quiera “sacerdote” y “santo”. Tal era la pureza de
María Felicia en esta su relación amistosa con Sauá, que él ha podido decir de
ella: era “virgen, pura, inmaculada”. El 1 de octubre de 1951 hicieron lo que
dieron en llamar “desposorio místico”, por el que ambos se consagraron a la
Inmaculada para que ella presentase esa su “ofrenda pequeñita” a Dios: él sería
sacerdote y ella se consagraría a Dios en el mundo o donde el Señor le
indicase. En fin, la actitud de su corazón la expresó la Sierva de Dios con
estas palabras confidenciales a una religiosa: “Estoy enamorada de Sauá; pero
estoy más enamorada de Jesús”. Al año siguiente escribió: “He alcanzado lo que
una vez soñé: tener un amor, y dárselo a Jesús”.
En efecto, el 1 de abril de 1952 hicieron
el compromiso de separación “por Dios y para Dios”, y el 10 del mismo mes Sauá
partía para Europa donde culminaría sus estudios de medicina y empezaría los
eclesiásticos para el sacerdocio.
Esta circunstancia dio pie para que María
Felicia escribiese gran cantidad de cartas al amigo, animándole en la difícil
empresa, y, por otra parte, para desahogar su espíritu escribiese un Diario en
el que vuelca su corazón y que es una verdadera radiografía de su alma en estos
años, el mejor testigo de la maduración de su corazón y de su ascenso a la
santidad.
Muchas dificultades hubo de superar
Chiquitunga: de parte de los suyos, que veían frustrada su ilusión de que María
Felicia formase un hogar con el joven estudiante; la culpaban de la ruptura de
las relaciones; de parte del padre de Sauá, que llegó a negar a su hijo su
apellido, pero al que ella supo aplacar con su delicadeza y cariño.
El 8 de setiembre de 1953 se consagraba a
María bajo la forma de la Esclavitud Mariana de San Luis María Grignon de
Montfort, y, por fin, en los Ejercicios Espirituales de enero de 1954, resolvía
entregarse enteramente a Dios en el Carmelo, realizando lo que era el lema de
su vida desde los años de Villarrica, cuando expresó su ideal de vida cristiana
en una fórmula (T2OS), remedo de las fórmulas químicas que veía en sus libros y
que quiere decir “Todo Te Ofrezco Señor”. Y todo lo ofreció: su juventud, su
amor, su apostolado…
Resuelta a entrar en el Carmelo, cortó el
año 1954 casi toda su correspondencia con el “amigo”. Durante este año le
escribió dos cartas, sin decirle nada de su resolución… La última carta fue
escrita pocos días antes de un ingreso comunicándole la fecha: el 2 de febrero.
En el Carmelo
En efecto, el 2 de febrero, fiesta de la
Presentación de Jesús en el templo, se presentaba la Sierva de Dios ante la
puerta de la clausura, y, con fortaleza, serenidad y la perenne sonrisa en los
labios, rodeada de las lágrimas de los suyos, a los que tanto quería, atravesó
el umbral de la “casa de Dios y puerta del cielo”.
Después de unos días de cielo, empezó el
Señor su labor purificadora definitiva metiéndola en la noche del espíritu. La
inseguridad sobre el paso dado se apoderó de ella. ¿No era una equivocación
dejar el mundo, donde tanto bien hacía, y encerrarse, metiendo la lámpara bajo
el celemín? Pero el ápice de la oscuridad lo alcanzó durante los Ejercicios
Espirituales para la Toma de hábito. Por suerte nos dejó un breve, entrecortado
y emocionante diario de esos días. A la lectura del mismo remitimos, pues sería
largo esbozar siquiera la “noche oscura del espíritu” que sufrió la Sierva de
Dios esos días. Pero en ellos mismos sintió, por fin, el sosiego “en par de los
levantes de la aurora”. Experimentaba en fe la cercanía del Amado y pedía una
cosa sola: “Amor para amar”; y el día 14 de agosto de ese 1955 recibía el santo
hábito de la Virgen y quedaba incorporada a la familia del Carmelo.
Cuando se ha querido resumir cómo era la
Hna. María Felicia de Jesús Sacramentado, se ha hecho con tres palabras:
Alegría, Caridad, servicialidad… “Dios —dijo por entonces una religiosa
fundadora— nos envió a la Hna. María Felicia para alegrar la estrechez de
aquella pobre y pequeñita casita primera”; pero también —podemos añadir— para
demostrar al mundo que la doctrina, para muchos dura, de San Juan de la Cruz se
puede y se debe vivir en la alegría, como siempre el cristianismo.
El resto de su vida en el Carmelo no pudo
ser más sencillo. No hizo más que amar, amar y más amar a Jesús y a sus
hermanos los seres humanos: a sus hermanas de comunidad, los sacerdotes, que
tenía siempre presentes, a partir de su “amigo” aspirante al sacerdocio, a los
pobres y humildes…, al mundo entero. Y todo ello a través de su oración y su
inmolación.
El ocaso
Nadie lo preveía tan cercano. Había
entrado en el tercer año de su vida de profesa. Para el 15 de agosto le tocaba
su compromiso definitivo de amor con el Señor. Ella preveía que el Señor había
de enviarle alguna cruz especial…
El 7 de enero de ese año 1959, moría su
queridísima hermana “Mañica” de una hepatitis infecciosa. ¡Cuánto lloró! Pocos
días después se le declaraba la misma enfermedad a ella. Hubo que llevarla a la
Cruz Roja, para ser allí debidamente atendida. Y, en efecto, durante la
cuaresma pudo ser dada de alta. Y volvió a su amado monasterio.
Se entregó naturalmente a la vida
monástica con toda su generosidad e inmolación. Llegó la Semana Santa y se unió
especialmente a la Pasión de Jesús, poniendo a disposición toda su creatividad
llena de amor…
El Viernes Santo, al darle el capellán la
comunión advirtió un moretón en la lengua… El sábado le empezaron a brotar
manchas de sangre; el domingo y el lunes de Pascua se multiplicaron. El martes
una deposición hemorrágica alarmó a la M. Priora, que hizo venir inmediatamente
a Freddy Guggiari, el hermano doctor de la Sierva de Dios. El diagnóstico fue
inmediato: “¡Púrpura!” El joven doctor lloraba al salir: “¡Ser médico y no
poder salvar a mi hermanita!”
Internada de nuevo en el Hospital de la
Cruz Roja, empezó su Calvario, su unión definitiva a la Cruz: con una paciencia
y una alegría inefables… Cuando en la primera quincena de abril pasó por
Asunción el P. Ludovico de la Virgen del Carmen, Antonanzas, después de una
conversación con ella, salió diciendo: “Es otra Teresita”. Jamás se desdibujaba
de sus labios la sonrisa. Hasta ocho cartas escribió a la M. Priora y
comunidad, en su ansia de vida fraterna religiosa; siempre firmaba: “La
desterradita”. Quería volver pronto al Carmelo…, y Dios la llevó al Carmelo del
Cielo. La rodeaban los suyos y María Felicia repetía: “Papito, ¡qué feliz soy
de morir en el Carmelo!” Hacia las 4 de la mañana del 28 de abril, se la oyó
decir: “Jesús, ¡qué dulce encuentro! ¡Virgen María!” Fueron sus últimas
palabras…
El 1 de junio de 2017, una comisión médica
nombrada por la Congregación para las Causas de los Santos reconoció la
curación milagrosa del niño Ángel Ramón mediante la mediación de María Felicia
de Jesús Sacramentado. Los médicos afirmaron que la sanación fue “algo
inexplicable y maravilloso”. El 30 de noviembre de 2017 los Consultores
Teólogos aprobaron el milagro atribuido a su intercesión y el 7 de marzo de
2018, el papa Francisco firmó el decreto que autorizaba su beatificación.
Bibliografia: Juan C. Prieto, Un lirio de
la Acción Católica Paraguaya. María Felicia Guggiari Echeverría, Carmelita
Descalza. Asunción 1999.
Hagiografía escrita por P. Julio Félix
Barco, O.C.D., postulador de la causa.
fuente: P. Julio Félix Barco, O.C.D.
accedida 134 veces
ingreso o última modificación relevante: 7-1-2019
Estas biografías de santo son propiedad de
El Testigo Fiel. Incluso cuando figura una fuente, esta ha sido tratada sólo
como fuente, es decir que el sitio no copia completa y servilmente nada, sino
que siempre se corrige y adapta. Por favor, al citar esta hagiografía,
referirla con el nombre del sitio (El Testigo Fiel) y el siguiente
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