Resurrección de un torturado y
crucificado:
Jesús de Nazaret
2019-04-12
La Pascua de Resurrección de
este año la celebramos en el contexto de un Brasil en el que casi toda la
población está siendo sofocada por un gobierno de extrema derecha que tiene un
proyecto político-social radicalmente ultraneoliberal. Se muestra sin piedad y
sin corazón pues desmonta los avances y los derechos de millones de
trabajadores y de personas de otras categorías sociales. Pone a la venta bienes
naturales pertenecientes a la soberanía del país. Acepta la recolonización de
Brasil e intenta traspasar nuestra riqueza a manos de pequeños y poderosos
grupos nacionales e internacionales. No tiene ningún sentido de solidaridad ni
de empatía hacia los más pobres ni hacia los que viven amenazados de violencia
e incluso de muerte por el hecho de vivir en favelas, ser negros y negras,
indígenas, quilombolas o de otra condición sexual.
Andando
por este país y un poco por el mundo, oigo en muchas partes gemidos de
sufrimiento y de indignación. Entonces me parece escuchar las palabras
sagradas: “He visto la opresión de mi pueblo, he oído el clamor que le arrancan
sus opresores y conozco sus angustias. Voy a bajar para liberarlos y hacerlos
salir de este país hacia una tierra buena y espaciosa” (Ex 3,7-8).
Dios
deja su trascendencia (¿Deus acima de todos, «Dios por encima de todos»,
como dice el slogan de Bolsonaro?), baja y se pone en medio de los
oprimidos para ayudarlos a dar el paso (pessach = pascua) desde la
opresión a la liberación.
Es
de resaltar el hecho de que hay algo de amenazador y perverso en curso: un jefe
de estado exalta a torturadores, elogia a dictadores sanguinarios y considera
un mero accidente que un negro, padre de familia, sea acribillado de 80 balazos
a manos de militares. Y todavía propone el perdón para los que promovieron el
holocausto de seis millones de judíos. ¿Cómo hablar de resurrección en el
contexto de alguien que predica un perenne «viernes santo» de violencia? Tiene
continuamente el nombre de Dios y de Jesús en sus labios y olvida que somos
herederos de un prisionero político, calumniado, perseguido, torturado y
crucificado: Jesús de Nazaret. Lo que hace y dice es un escarnio, agravado por
el apoyo de pastores de iglesias neopentecostales, cuyo mensaje tiene poco o
nada que ver con el evangelio de Jesús.
A
pesar de esta infamia, queremos celebrar la Pascua de Resurrección que es la
fiesta de la vida y de la floración, como la del semiárido nordestino: después
de algunas lluvias, todo resucita y reverdece.
Los
judíos, esclavizados en Egipto vivieron la experiencia de una travesía, de un
éxodo desde la servidumbre a la libertad en dirección a «una tierra buena y
espaciosa, a una tierra que mana leche y miel» (símbolos de justicia y de paz:
Ex 3,8). La Pessach judaica (la Pascua) celebra la liberación de todo un
pueblo, no solamente de individuos.
La
Pascua cristiana se agrega a la Pessach judaica, prolongándola. Celebra
la liberación de toda la humanidad por la entrega de Jesús, que aceptó la
injusta condenación a muerte de cruz. Ésta le fue impuesta, no por el Padre de
bondad, sino como consecuencia de su práctica liberadora ante los desvalidos de
su tiempo, y por presentar otra visión de Dios-Padre, bueno y misericordioso, y
no un Dios castigador con normas y leyes severas, hecho inaceptable para la
ortodoxia de la época. Jesús murió en solidaridad con todos los humanos,
abriéndonos el acceso al Dios de amor y de misericordia.
La
Pascua cristiana celebra la resurrección de un torturado y crucificado. Él
realizó el paso y el éxodo de la muerte a la vida. No volvió a la vida que
tenía antes, limitada y mortal como la nuestra. En él irrumpió otro tipo de
vida no sometida ya a la muerte, que representa la realización de todas las
potencialidades presentes en ella (y en nosotros). Aquel ser que venía naciendo
lentamente dentro del proceso de la cosmogénesis y de la antropogénesis,
alcanzó por su resurrección tal plenitud que, finalmente, acabó de nacer. Como
dijo Pierre Teilhard de Chardin, Jesús, plenamente realizado, explosionó e
implosionó hacia dentro de Dios. San Pablo entre perplejo y encantado le llama novissimus
Adam (1Cor 15,45), el nuevo Adán, la nueva humanidad. Si el Mesías
resucitó, su comunidad, que somos todos nosotros, hasta el cosmos del cual
somos parte, participamos de ese evento bienaventurado. Él es el “primero entre
muchos hermanos y hermanas” (Rom 8,29). Nosotros le seguiremos.
A
pesar del “viernes santo” de odio y de exaltación de la violencia, la
resurrección nos infunde la esperanza de que daremos el paso (pascua) desde
esta situación siniestra a la recuperación de nuestro país, donde ya no habrá
nadie que se atreva a favorecer la cultura de la violencia, ni que exalte la
tortura, ni que se muestre insensible al holocausto de millones de personas.
Aleluya. Feliz Pascua para todos.
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