Amor en tiempos de ira y de odio
2019-04-26
Vivimos en el Brasil
bolsonariano y en todo el mundo tiempos de ira y de odio, fruto del
fundamentalismo y de la intolerancia, como se vio en Sri Lanka donde cientos de
cristianos fueron asesinados en el momento en que celebraban la victoria del
amor sobre la muerte en la fiesta de resurrección.
Este
escenario macabro nos lleva a renovar la esperanza de que, a pesar de todo, el
amor es más fuerte que la muerte.
La
palabra amor se ha banalizado. Es amor de aquí y amor de allí, amor en todos
los anuncios que se dirigen más a los bolsillos que a los corazones. Tenemos
que rescatar la sacralidad del amor. No disponemos de un nombre mejor o mayor
para imaginar la Última Realidad, Dios, sino diciendo que ella es amor.
Tenemos
que innovar nuestro discurso sobre el amor para que su naturaleza y amplitud
resplandezca y nos caliente. Para eso es importante incorporar las
contribuciones que nos vienen de las distintas ciencias de la Tierra (Fritjof
Capra), especialmente de la biología (Humberto Maturana) y de los estudios
sobre el proceso cosmogénico (Brian Swimme). Cada vez está más claro que el
amor es un dato objetivo de la realidad global, un evento feliz de la propia
naturaleza de la cual somos parte.
Dos
movimientos, entre otros, presiden el proceso cosmogénico y biogénico: la
necesidad y la espontaneidad. La necesidad está en función de la
supervivencia de cada ser; por eso uno ayuda al otro, en una red de relaciones
incluyentes. La sinergia y la cooperación de todos con todos constituyen las
fuerzas más fundamentales del universo, especialmente, entre los seres
orgánicos. Es la dinámica objetiva del propio cosmos.
Junto
con esa fuerza de la necesidad aparece también la espontaneidad. Los
seres se relacionan e interactúan por pura gratuidad y alegría de convivir. Tal
relación no responde a una necesidad. Ella se instaura para crear lazos nuevos
en razón de cierta afinidad que surge espontáneamente y que produce deleite. Es
el universo de lo sorprendente, de la fascinación, de algo imponderable. Es el
adviento del amor.
Ese
amor se da desde los primerísimos elementos basales, los quarks, que se
relacionaron más allá de la necesidad, espontáneamente, atraídos unos por los
otros. Surge un mundo gratuito, no necesario pero posible, espontáneo y real.
De
esta forma, irrumpe la fuerza del amor que atraviesa todos los estadios de la
evolución y enlaza a todos los seres dándoles afecto profundo y belleza. No hay
una razón que los lleve a combinarse en lazos de espontaneidad y de libertad.
Lo hacen por puro placer y por la alegría de estar juntos.
Se
trata del amor cósmico que realiza lo que la mística siempre intuyó: la
vigencia de la pura gratuidad. El místico Angelus Silesius dice: “La rosa no
tiene un porqué. Florece por florecer. No se preocupa de si la admiran o no.
Ella florece por florecer”.
¿No
decimos que el sentido profundo de la vida es simplemente vivir? Así el amor
florece en nosotros como fruto de una relación libre entre seres libres y con
todos los demás seres.
Pero
como humanos y autoconscientes podemos hacer del amor, que pertenece a la
naturaleza de las cosas, un proyecto personal y civilizatorio: vivirlo
conscientemente, crear las condiciones para que ocurra la amorización entre los
seres inertes y vivos. Podemos enamorarnos de una estrella distante y
establecer una historia de afecto con ella.
El
amor es urgente en los días actuales, donde la fuerza de lo negativo, del
anti-amor, parece prevalecer. Más que preguntar quién practica actos de
terror hay que preguntar por qué fueron practicados. Seguramente el
terror surgió porque faltó amor como relación que enlaza a los seres humanos en
la bienaventurada experiencia de abrirse y acogerse jovialmente uno al otro.
Digámoslo
con todas las palabras: el sistema mundial imperante no ama a las personas. Ama
los bienes materiales, ama la fuerza de trabajo del trabajador, sus músculos,
su saber, su producción artística y su capacidad de consumo. Pero no ama
gratuitamente a las personas como personas.
Predicar
el amor y gritar: “amémonos los unos a los otros como nosotros mismos nos
amamos” es ser revolucionario. Es ser absolutamente anticultura dominante.
Hagamos
del amor aquello que el gran florentino, Dante Alighieri, testimoniaba: “el
amor que mueve el cielo y todas las estrellas”, y nosotros añadimos: el amor
que mueve nuestras vidas, amor que es el nombre sacrosanto de la Fuente
Originaria de todo Ser, Dios.
Página de Leonardo Boff
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