Qué bien, convertirse en buen pan
Cuando
tenemos un poco de hambre, ¡qué bien nos sabe aquel pedazo de pan que nos
llevamos a la boca! No es necesario que esté recién hecho, tierno y sabroso.
Basta que sea aquel resto un poco seco que quedó olvidado en la cesta del pan.
¡Qué rico está! Aquel pedazo que nos calma el hambre es el fruto de mucho
tiempo y de muchos esfuerzos, especialmente el de dejarse transformar. Ha
tardado mucho a convertirse en pan. Comenzando, lejos en el tiempo, por quien ha
sembrado en la tierra aquel trigo–o cualquier otra semilla– que se convertirá
en la base, dejando pasar el tiempo para que aquella semilla germine, crezca,
dé fruto –el máximo posible– y sea recolectado. Aquel trigo triturado, con la
cantidad adecuada de agua, la levadura correspondiente y con una brizna de sal
deberá dejarse amasar, reposar en el tiempo para que la levadura lo transforme
internamente, poner en el horno para ser cocido y convertido en algo diferente.
En definitiva, para ser «buen pan» hay que sufrir y dejarse trabajar, para
poder ser, así, finalmente, un pan que sacie, que alimente, que dé fuerzas, que
pueda ser partido y –todavía mejor– repartido y compartido. ¡Ojalá pudiéramos
decir como Cristo, y como tantos otros en la historia: «He partido mi cuerpo
como el pan y lo he repartido entre los hombres»!
Enric
Termes
Centre
de Pastoral litúrgica. MD. 2019/05
No hay comentarios:
Publicar un comentario