Brotes
Tengo que añadir una nueva
palabra al vocabulario particular de este asunto pandémico de 'el virus de la
corona'. Llevo un buen puñado de tales palabras en el diario de mis neuronas.
De alguna de ellas ya comenté aquí mis maldades.
La nueva palabra se llama BROTE. Hasta se nos populariza el asunto con eso de 'El
mapa de los brotes' donde se contemplan las tierras de esta España, no
por regiones ni nacionalidades ni municipios, sino por colores. Según sean y
según estén aquí, allá o acullá, 'los brotes' de los nuevos contagios y
su propagación.
Se trata de 'información
sana', para saber dónde se pueden encaminar o no los pasos de cada ciudadano o
campesino (por lo de la ciudad y lo del campo). Está claro que la mutabilidad
de este coronado virus o coronada pandemia es portentosa.
Y esto sucede en agosto, con
la ola de calor bailando en los cuarenta grados cuando teníamos interiorizado
que el tal 'virus' no soportaba franquear la barrera de los treinta.
Donde menos se lo piensa uno
brota el virus, como si se tratara de una nueva primavera. Y de brote en
brote está dispuesto a llegar al curso antes que nadie y con la intención
de quedarse. Tal vez hasta 'El Pilar' o 'Los Santos', 'la Navidad'... o para
siempre. Pandemia permanente.
Uno de los especialistas en
análisis de las cifras de este incordio mundial nos dejó dicho tiempo ha
que había que aprender a 'danzar' para acabar con 'el martillo'. Pues tendré
que hacer el máster de 'la danza', porque cuanto más se danza parece que más brotes
siembra o despierta este 'virus de la corona'.
Sinceramente, lo confieso,
cada vez comprendo menos todo cuanto se relaciona con este pandemónium de la
pandemia. Y tú y yo sabemos bien que la ignorancia suele ser la madre de todos
los milagros; sobre todo de aquellos milagros que nunca suceden como aquel que
se dice que hubo agua que se convirtió en vino o aquel otro en el que alguien
pretendió caminar sobre las aguas de un lago inmenso hasta que constató que
naufragaba y se hundía. ¿Milagros?, no. Procesos. Siempre procesos.
Tendría que haber hablado en
esta presentación del relato y comentario del Evangelio del domingo 9 de agosto
de Pedro de Galilea y de Jesús de Nazaret, pero me han brotado de entre las
neuronas los apuntes que ya has leído hasta aquí.
Te adelanto, leyente
interesado, que las relaciones de este Pedro con Jesús, según cuenta el
cronista Mateo, salpican todos los siglos de la historia que llamamos 'después
de Cristo'. Andando en los domingos de este mes de agosto iremos añadiendo brotes
a la relación Jesús-Pedro. Por ejemplo, el brote Pedro-Papa o ese otro brote
en la tradición llamado Doce-Obispos...
Para esta semana ya es
bastante contemplación crítica con estos primeros brotes y sus
correspondientes pandemias...
Domingo 19º del TO. Ciclo A (09.08.2020): Mateo 14,22-33
¿Pensó Jesús en el papado? Me
lo pregunto y escribo CONTIGO,
Al relato evangélico de este nuevo domingo de
agosto que se proclamará en la liturgia de la misa eucarística le faltan tres
dedos de su pie derecho. Si un oyente o lector no mira con detenimiento el
mensaje no caerá en la cuenta del cercenamiento perpetrado a propósito por
quien tenga la responsabilidad de hacerlo que será siempre una autoridad
vaticana y dependiente del papado. ¿Por qué no se nos lee al pueblo Mateo
14,34-36?
Por estos tres dedos amputados sabemos que el
asunto de la llamada ‘primera multiplicación de los cinco panes’ tuvo lugar en
las tierras paganas de la orilla oriental del Lago de Galilea. Las gentes de
esta tierra eran consideradas por los ‘buenos judíos’ más paganas, extranjeras
y pecadoras que los propios galileos de la ‘otra’ orilla.
“Terminada la travesía, llegaron a Genesaret”
(Mt 14,34), población que se encuentra en la orilla occidental del Lago de
Galilea. Es la orilla judía. Y es aquí donde quedaron curados todos los
enfermos de la ciudad y de la región. Evidentemente esta información es una
excesiva exageración del Evangelista. Pero no olvidemos el dato de que aquellas
gentes se sentían muy a gusto cerca de Jesús y él también buscaba acortar las
distancias que los separaban y dividían.
Acabo de pedir a mis neuronas el esfuerzo de
releer Mateo 14,22-33 a la vez que el texto de Marcos 6,45-52.
Este ejercicio no es para realizarlo en una homilía dominical. Puede hacerse
pero hay que tener mucha y buena capacidad oratoria. Se trata de un ejercicio
para realizar con la Biblia entre las manos y con papel y lápiz al lado. Ambos
Evangelistas cuentan el mismo suceso. Por eso se captan enseguida las
coincidencias y las divergencias. Lo que me queda claro es que lo de uno y otro
Evangelista no pudo suceder a la vez. Resulta imposible.
Me parece muy claro que ‘nuestro’, por ser el
relato que leemos en este año, Evangelista Mateo se inventó, al menos, dos
asuntos muy significativos. Uno de ellos es el actuar de Pedro que salta de la
barca en pleno mar de Galilea y en medio de las sombras de la noche. De este
hecho nada cuenta el primer Evangelista que es Marcos y nada escribieron Lucas
y Juan.
El otro dato es tan sorprendente o más que el
anterior. Al ver a Jesús en la barca, aquellos discípulos pescadores se
quedaron sorprendidos y con la mente embotada, según cuenta Marcos. En cambio,
para el Evangelista Mateo aquellos ‘doce, apóstoles’ reconocen, en sus
despertadas mentes de creyentes, que Jesús era ‘verdaderamente el Hijo de
Dios’, adelantándose así al centurión romano de la muerte en la cruz (Mt
27,54). Y proclaman esto arrodillados en la tierra del fondo de la barca y ante
aquel Jesús, nuevo y definitivo Moisés.
Cuando el Evangelista Mateo escribía estas cosas
en la década de los años ochenta del siglo primero de la historia, me pregunto
no tan ingenuamente, ¿la figura y la persona de Pedro gozaban ya de una
autoridad reconocida entre la mayoría democrática de la que ya se llamaba,
‘iglesia instituida o fundada por Jesús de Nazaret’?
La
respuesta de los estudiosos suele ser afirmativa y más si se lee, también en
paralelo, Mateo 16,13-23 y Marcos 8,27-33. Entonces, ¿pensó aquel Jesús en el
papado? No...
Carmelo Bueno Heras
Domingo 37º de ‘Los Hechos de los Apóstoles’
(09.08.2020): Hch 21,1-16
“Ellos sí escucharán” (Hechos
28,28-29)
Hace más o menos un mes que estamos con Lucas y
su Saulo/Pablo en el tercero de sus viajes. Y ya no sé muy bien si se trata de
viajes evangelizadores, misioneros, apostólicos o de conversión. Creo más bien
en esto último, porque estamos leyendo y constatando cuánto le anda costando a
este ‘buen judío de Tarso’ comprenderse y comprender al también judío Jesús de
Nazaret. Este viaje comenzó en Hch 18,23 y comenzamos ahora la lectura de Hch
21,1-17.
La etapa última de este tercer viaje interminable
nos la cuenta un ‘nosotros’ que no parece que sea sólo el Evangelista Lucas. En
dos ocasiones anteriores ya constatamos este curioso dato: “Después de
despedirnos en Mileto de los animadores de la iglesia de Éfeso, navegamos
derechos a Cos... Seguimos rumbo a Siria y llegamos a Tiro... Encontramos a los
discípulos y nos quedamos allí una semana” (Hch 21,1-3).
El cuerpo central de esta narración del viaje lo
constituye el relato de Hch 21,4-14. No se sabe muy bien cuánto tiempo
transcurre desde la estancia en Tiro, la continuación del viaje hasta Tolemaida
y la llegada y estancia en Cesarea del Mar. Luego retomo el muy
importante y significativo mensaje de este puñado de versículos.
Y ya el final del viaje. No será Antioquía de
Siria, donde se había iniciado, sino Jerusalén: “Pasados aquellos días...
emprendimos la subida a Jerusalén. Desde Cesarea nos acompañaron algunos
discípulos para llevarnos a casa de un tal Nasón, de Chipre, discípulo de la
primera época que iba a darnos alojamiento” (Hch 21,15-16). Estamos
ya en Jerusalén. Pudo haber pasado con Pablo lo que sucedió con Jesús de
Nazaret y con Esteban, el de los SIETE, pero...
Antes de llegar a este ‘pero y sus puntos
suspensivos’ volvemos a estar en el acompañamiento con Pablo en la ciudad de
Tiro, donde se nos informa de la estancia de esta iglesia embarcada y viajera.
Una semana, se nos precisa, estuvo Pablo/Saulo y los suyos aquí, movidos por el
Espíritu, pero sin aclararnos si este Espíritu hablaba por las gentes de Tiro
que recomendaban a Pablo no subir a Jerusalén o, por el contrario, hablaba por
medio de Pablo que sí lo deseaba.
Más precisa es la posterior estancia en Cesarea
del Mar (Hch 21,8-14). Aquí sí queda muy claro que si el Espíritu habla, lo
está haciendo por boca de Felipe, de sus cuatro hijas, de todos sus
acompañantes y del ya conocido profeta Ágabo que parece ser una estrella a
quien Pablo no desea ver ni oír. Más claro y preciso no puede ser el ánimo y el
proyecto del Espíritu. Todos le insisten en no llegar a Jerusalén. Y no hubo
manera. Pablo, se dice aquí, está dispuesto a morir en Jerusalén como Jesús,
con él y en él. Pero..., al llegar ese momento, lo olvidó. Lo veremos.
Y recordaré siempre estos datos del Evangelista
que nos sitúa en la ciudad, en la casa y en la ‘iglesia’ de Felipe y de sus
cuatro hijas que eran ‘PROFETISAS’. Por si el lector se hubiera
olvidado, Lucas recuerda que Felipe pertenecía al grupo de los SIETE, el grupo
del Espíritu, el de los llamados helenistas desde los comienzos de los Hechos.
Y en este pensar, creer y escribir del narrador Lucas, y del ‘nosotros’, profetisas
quiere decir animadoras de iglesias, comunidades, grupos, creyentes... ¡con
todas las aptitudes, competencias y responsabilidades!
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