En Útica, santos mártires llamados de la «Masa Cándida», que, más numerosos que los peces recogidos en sus redes por los apóstoles, aceptaron la muerte con gran fortaleza de fe por permanecer fieles a su obispo Cuadrado y confesar, a la vez, a Cristo como Hijo de Dios.
En Myra, de Licia, san León, mártir.
En Metz, en la Galia Bélgica, san Fermín, obispo.
En Arlés, en la Provenza, san Eonio, obispo, que defendió a su iglesia de la herejía pelagiana y recomendó a su pueblo como sucesor suyo a san Cesáreo, que él mismo había ordenado presbítero.
En Bitinia, muerte de san Macario, hegúmeno del monasterio de Pelecete, que en tiempo del emperador León V sufrió muchas pruebas por la defensa de las sagradas imágenes, y falleció finalmente en el destierro.
En el monasterio de Cava dei Tirreni, en la Campania, beato Leonardo, abad, extraordinario hombre de paz.
En Mantua, de la Lombardía, beata Paula Montaldi, virgen, abadesa de la Orden de las Clarisas, que se distinguió por su devoción a la pasión del Señor y por su constante oración y austeridad.
En una nave anclada frente a la costa de Rochefort, en Francia, beato Antonio Banassat, presbítero y mártir, que, por ser párroco, en el furor de la Revolución Francesa fue detenido por quienes odiaban la fe, y emigró al Señor consumido por el hambre.
En Alcañiz, cerca de la región de Tortosa, otra vez en España, beato Martín Martínez Pascual, presbítero y mártir, miembro de la Sociedad de Sacerdotes Operarios Diocesanos, que en la misma persecución y en el mismo día recibió la corona de la gloria.
No hay comentarios:
Publicar un comentario