Permanecer y volar
Olas de calor aquí, por donde
respiro y me muevo. Es verano y es agosto. Y a veces se me olvida que
ésta era la normalidad de siempre. Calor en verano. Así es como nos lo
está contando día a día tanto el sol como la luna. De día y de noche.
Cuando me paro a contemplar
esta realidad acabo cayendo en la cuenta, sin aceptarlo del todo, que la
realidad que cambia más de la cuenta soy yo mismo. ¿Dónde quedaron aquellos
once años de la vida en un pueblo y en medio del campo? Quedaron en mis
adentros. ¿Por qué se fueron aquellos veinte años y sólo dejaron breves
huellas, definidas, pero permanentemente desdibujándose? Se fueron porque así
eran, pasajeras como las huellas y pasajeros como los años. ¿Podría hablar de
los cincuenta que en la memoria aún están recientes pero que siento que me dan
la espalda, porque se van alejando en busca de sus horizontes? Podría hablar,
pero es mejor dejarlos reposar tranquilos. La realidad que cambia más de la
cuenta soy yo mismo, aunque siempre haya tenido claro quién he sido mientras
respiraba tratando de aceptar que progresaba.
Me puedo evadir como las
nieblecillas de la mañana ante los amaneceres suavemente cálidos. Me puedo
difuminar y pasar como de puntillas por la presentación de los comentarios que
comparto contigo. Escribo y me lees. Así nos vivimos. Tenemos entre manos unas
páginas abrazadas que son libro y libros que no envejecen y que siempre que
hablamos con ellas, ellas no se callan, nos despiertan. Como diría uno de mis
profes de estas letras: esa palabra, que es más que palabra, es a la vez
raíz que permanece y alas que se acompasan en una maravillosa melodía. Así
es la vida, permanecer y volar.
Permanecer y volar. Dos
palabras que pondré en el título que tú ya has leído. Y a ti y a mí nos queda,
en esta ola del calor de agosto o en las nieves del aterido invierno, volver a
contemplar nuestras pisadas, la andadura, esa que siempre va por dentro y sólo
cada uno nos sabemos.
Creo que tanto un tal Mateo
como otro al que se le llama Lucas comprendieron bien qué fue eso de permanecer
y volar; y de ello nos hablaron cuando hablaban de su Jesús de Nazaret y de su
Pablo de Tarso.
Una sonrisa nueva y semanal
de esta mi nubecilla leve de este mes de agosto del hemisferio norte.
A continuación, los
comentarios de los dos textos de la Biblia.
Domingo 20º del TO. Ciclo A (16.08.2020): Mateo 15,21-28
Enfermo no, atrapado en la religión. Lo medito y escribo CONTIGO,
Según se nos va a leer en la celebración de este
domingo, el relato del Evangelio comienza de esta manera: “En aquel
tiempo, Jesús se marchó y se retiró al país de Tiro y Sidón” (Mt
15,21). En cambio, leo esto otro en la traducción de la Biblia de Jerusalén que
me acompaña: “Saliendo de allí, Jesús se retiró hacia la región de Tiro
y Sidón”. ¿Acaso no es idéntica una y otra expresión? Sí, pero a ti lector
me atrevo a preguntarte, ¿en qué lugar se encontraba este Jesús de Mateo antes
de retirarse hacia el país o la región costera de Tiro y Sidón?
A más de un lector no le importará nada saber
este dato. Pero al Evangelista del relato sí le importó decirnos que su Jesús
de Nazaret llegó a la tierra de Genesaret después de haber contado la primera
multiplicación de los panes. Y estando en esta tierra judía de la orilla
occidental del Lago-Mar de Galilea acontece un hecho que no debiera olvidarse
jamás.
Y este suceso se nos cuenta en Mateo
15,1-20. Relato que nunca se lee en las liturgias dominicales del Ciclo A,
que es el año de este Evangelio de Mateo. Es decir, nunca se le lee al pueblo
esta palabra de la narración de Mateo. Estando Jesús con sus gentes en esta
región de Genesaret “se acercaron a Jesús algunos fariseos y escribas
venidos de Jerusalén para ‘fiscalizar’, en nombre de la Ley, del Templo, del
Sacerdocio y de la Tradición judía, la tarea evangelizadora de Jesús de Nazaret
y de sus seguidores”. ¿Por qué se nos silencia este asunto?
Para este Evangelista Mateo su Jesús de Nazaret
acaba de denunciar el vacío de sentido de la Religión de su pueblo. Y por esta
razón decide marcharse fuera de la propia tierra de Israel. Y se va
explícitamente a las orillas del Mar Mediterráneo, símbolo por excelencia de la
presencia del Mal y del radical alejamiento del Yavé-Dios judío. En esas
ciudades de Tiro y Sidón, en ese ámbito del MAL en toda su extensión, este
Jesús de Mateo evangelizará y su Evangelio caerá en la tierra buena de una
mujer cananea y de su hija. ¿Mujer cananea? Precisamente cananea.
Este Jesús del Evangelista no está solo. Le
acompañan sus seguidores que, curiosa y sorprendentemente, se han situado como
acertados mediadores entre aquella mujer de Canaán y el propio Jesús de quien
se fían. Además de mujer y de madre, esta cananea del Evangelista Mateo conoce
bien la historia de sus gentes cananeas y la historia de sus eternos enemigos,
los habitantes y creyentes de Israel. ¿Conocía esta mujer Deuteronomio
7,1-16?
Nos advierte el Evangelista que este su Jesús no
desea romper con su criterio sobre su opción evangelizadora que ya había
expresado en Mt 10,5 nada más comenzar su segundo discurso dedicado a la misión
de sus seguidores: “No he sido enviado más que a las ovejas perdidas de
la casa de Israel”. Aquella mujer y madre cananea reconoce que su hija
padece una enfermedad, está endemoniada por ¿qué tipo de demonio?
Esta enfermedad demoníaca es exactamente la misma
que la que padece aquella comisión de fariseos y escribas fiscalizadores del
Evangelio de Jesús. Tanto la religión judía como la cananea son igualmente
diabólicas por cruzarse en el camino de la convivencia y provocar siempre el
enfrentamiento de las personas. No hay otra religión que la de Mt 7,12. ¡Nunca
lo olvidaré!
Carmelo Bueno Heras
Domingo 38º de ‘Los Hechos de los Apóstoles’
(16.08.2020): Hch 21,17-26
“Ellos sí escucharán” (Hechos
28,28-29)
El narrador Lucas, ese ‘nosotros’ que ya
conocemos, Pablo/Saulo, sus acompañantes y tú que lees y yo que escribo
estamos, por fin, todos en Jerusalén, sea en el año 50 del siglo primero o sea
en el tiempo de la pandemia del virus de la corona del año dos mil veinte: “Cuando
llegamos a Jerusalén, los hermanos nos recibieron gustosos. Al día
siguiente...” (Hch 21,17).
El relato que invito a leer y a saborear no es ni
largo ni breve. Se parece mucho a una semilla. Por eso, creo, se debe
contemplar sin tiempo y con una gran capacidad de imaginación crítica. Como
decía antes, todos estamos con este Pablo de ¿el informado, interesado,
teólogo? Lucas.
Hechos 21,17-26 es la definitiva toma
de contacto de Pablo con una de las realidades de la pluriforme iglesia de
Jerusalén. Lo comienzo a comprender, a mi manera, desde el inicio: “Al
día siguiente fuimos con Pablo a casa de Santiago, donde estaban también todos
los presbíteros” (Hch 21,18). Recuerdo la importancia de este plural
que es ‘fuimos’ y que nos recuerda todo lo acontecido hace
nada en Cesarea del Mar. No debió de subir a Jerusalén...
La casa de Santiago es una expresión
inolvidable. ¿Es la casa de los llamados DOCE? ¿Por qué el narrador Lucas no
dice nada de la persona de Pedro o de Bernabé o de Ágabo? ¿En qué presbíteros o
autoridades de esta iglesia debo pensar como lector? ¿Puedo imaginar qué
mujeres había en aquella ‘Casa de Santiago’? ¿Carecen de sentido estas
preguntas? Tal vez...
Me sorprende el mensaje de Hechos
21,19-20. De manos a boca en pleno saludo el narrador dedica un versículo
para informar de la misión que Pablo ha llevado a cabo entre los gentiles. Esta
información es verdad muy a medias. Sabemos muy bien que en los tres viajes,
este judío de Tarso no dejó de ¿evangelizar? en las sinagogas. ¿Nada se
comparte de los enfrentamientos habidos? En el otro versículo, las gentes de
‘la casa de Santiago’ le informan a Pablo sobre los nuevos seguidores de Jesús:
‘Miles de judíos convertidos, ¡pero fanáticos de la Ley’! Increíble.
Me sorprende aún más el mensaje de Hechos
21,21-26. Y sobre todo sorprende la razón de fondo por la que se le pide a
Pablo que lleve a cabo una tarea, la primera, con la que no contaba ni en su
más inspirada imaginación: “Así sabrán todos... que también tú estás a
favor de la observancia de la Ley” (Hch 21,24). ¿No se pactó lo
contrario en la Asamblea de Jerusalén?
Pablo, ¿se dejó convencer y aceptó las sugerencias
de la autoridad de los presbíteros de Jerusalén? ¿Aceptó pasar por ‘buen judío’
sin serlo ya por haberse convertido en seguidor de Jesús desde aquella
experiencia del camino hacia Damasco (Hch 9,1-25)? ¿Se comportó como
solían hacer las gentes de la Ley cuando subían a Jerusalén para sus
purificaciones?
El sabio profeta Ábago había invitado a Pablo a
olvidar su decisión de aparecer por Jerusalén. ¿Cómo hubiera sido la etapa
final de este Saulo/Pablo de haberse fiado de Ágabo y haberse quedado en
Cesarea del Mar aprendiendo a ser ‘iglesia de Jesús’ al estilo de los
helenistas de Esteban, como lo eran Felipe y sus cuatro hijas profetisas? Pero,
estando ya en Jerusalén y en su Templo comienza un viaje incierto para este
hombre, más amigo de hablar que de escuchar.
Carmelo Bueno Heras
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