El domingo próximo, primero
del mes de abril, será el último de la Cuaresma. Y en él se nos leerá, como
cada año, el relato del Evangelio de Juan 8,1-11.
Estoy seguro de que todo
leyente de las cosas de nuestra iglesia conoce este relato al dedillo. Basta
nombrarlo para saber que es así: La mujer adúltera.
En muchísimas ocasiones me he
imaginado esa escena. Y siempre me sorprende contemplar los cinturones de
aquellos maestros de la Ley de Moisés y de los fariseos que llevan a la mujer
hasta la presencia de Jesús.
Creo que eran cinturones muy
ostentosos porque debían de sostener unos pantalones de época repletos de
piedras en sus bolsillos. Sabían que no había escapatoria. El apedreamiento
estaba cantado. Y ellos serían los primeros en arrojar las piedras para herir
allí donde más pudiera doler hasta alcanzar la muerte de la pecadora...
Una mujer. Sola ante todos. Y
como siempre sucedió y sucederá en la historia el dios, o los dioses, en
minúscula todos y de todas aquellas gentes, callaba.
La ley es lo primero. Sin
embargo, nada hay de más valor y sentido entre nosotros que una persona. Nada
como una persona. Nada como la persona.
Junto a este relato y su
comentario, encontrarás otra nueva secuencia de la narración del Evangelista
Mateo a quien acompañamos a su paso domingo a domingo hasta que se nos acabe
este año de cincuenta y dos domingos.
De la mano de este narrador
hemos llegado al capítulo duodécimo de su Evangelio. Y en estos inicios ya nos
anuncia que su protagonista Jesús de Nazaret está sentenciado. Es cosa de poco
tiempo para verlo condenado y ejecutado.
Este su Jesús anda de sábado
en sábado por las sinagogas de sus tierras de Galilea y anda evangelizando en
esos ámbitos de la religiosidad popular judía. Tarea complicada y complicadora.
Evangelizar estas realidades populares de las religiones acarrea, tarde o
temprano, la oposición, la denuncia, la condena y el silencio...
Puedes leer a continuación
los dos comentarios. También los encontrarás en el archivo adjunto.
Gracias a este marzo por
todos sus días y que tengamos desde ahora un feliz mes de abril...
En tal día como el 7 de abril
del año 1719 moría una persona llamada Juan Bautista de La Salle i Möet. Desde
entonces, trescientas primaveras nos contemplan con sus vivos colores que han
sido aquellos del 'aprender a enseñar a leer y escribir'. Cuatro verbos para
traducir lo que tenga que ser 'la evangelización'...
Domingo 5º de Cuaresma Ciclo C (07.04.2019): Juan
8,1-11.
“Jesús escribió en el suelo: David-Betsabé”. Lo medito CONTIGO,
Hemos llegado al
último domingo del camino de la Cuaresma. La autoridad responsable de la
liturgia eclesiástica nos invita a dejar de lado la lectura del Evangelio de
Lucas, al menos por una semana. Creo que de manera habitual, el Evangelio que
se lee siempre en este quinto domingo cuaresmal es el relato de ‘la mujer
adúltera’, que hoy podemos leer en Juan 8,1-11. En las ediciones
primitivas de este Evangelio de Juan nunca se encuentra este relato.
Existen manuscritos
en los que este relato de la mujer adúltera se encuentra como la última página
de nuestro actual Evangelio de Lucas. Y hay quienes piensan con buen criterio
que, muy probablemente, este texto debería leerse a continuación de estas
palabras del Evangelio de Lucas: “Jesús enseñaba en el Templo durante
el día. Por la noche se retiraba al monte de los Olivos. Y todo el pueblo
madrugaba para ir al Templo a escucharlo” (Lucas 21,37-38).
Por estas razones
de tipo meramente textual y, sobre todo, por el mensaje revolucionario que
encerraba para las mentes vivientes del siglo primero, un estudioso llamado
Alberto Maggi califica a este relato de ‘la adúltera’ como ‘la patata
caliente’. Ninguna de las comunidades cristianas primitivas deseaba tener este
mensaje como una buena noticia del Jesús de Nazaret en quien creía. Esta
preciosa reflexión puede leerse a partir de la página 111 de su librito
titulado ‘Cómo leer el Evangelio y no perder la fe’, publicado en ‘Ediciones el
Almendro’.
Aunque suene a
repetición copio el comienzo del relato: “De madrugada, Jesús se
presentó otra vez en el Templo. Todo el pueblo acudía a él. Entonces se sentó y
se puso a enseñarles” (Juan 8,1). Aquel Templo de Jerusalén no se
parecía en nada a nuestros actuales templos cristianos. ¿En qué lugar de
aquella inmensa superficie del Templo se sentó Jesús? Si ahí acudían gentes de
todo tipo el único lugar debió de ser el llamado ‘atrio de los gentiles’.
Y más importante
aún, ¿qué enseñaba? Si leemos el texto en Juan, donde está actualmente, el
contexto es la presencia de Jesús en Jerusalén en el día más solemne de la
fiesta de las Tiendas (Juan 7,37-52). Y ahí, dice este Evangelista, que Jesús
habló del agua. De ‘su agua’ que sí llega a quitar la sed de las personas
frente ‘al agua’ de la Ley de Moisés que nunca acaba de quitar la sed. Cuando
esto se lee aquí, se recuerda y actualiza el encuentro de Jesús con la
samaritana en el pozo del agua de la vida (Juan 4). El contexto es el
enfrentamiento del Templo con Jesús.
“Los escribas y
fariseos le llevan una mujer sorprendida en adulterio... Moisés nos mandó en la
Ley apedrear a estas mujeres. ¿Tú qué dices?” (Juan 8,3-5). ¿Escribas y
fariseos? ¿Cuántos de unos y cuántos de otros? Cuatro hombres, como mínimo,
llevan a una mujer. Adúltera. Y según la Ley (explícitamente, en Levítico 20,10
y en Deuteronomio 22,22) debe morir apedreada fuera de la ciudad tanto ella,
como el adúltero. ¿Dónde estaba él? Y cuando medito en esto, recuerdo al Rey
Mesías, David, con Betsabé, ambos adúlteros e indultados (2Samuel 11). ¿Por?
Impresiona en este
relato la denuncia radical que hace Jesús de toda la religión de su Yavé
Dios: “Quien esté sin pecado que le tire la primera piedra” (8,7).
Nadie arrojó ni una piedra. Todos pecadores. ¿Qué vale una religión que declara
a todos pecadores? Nada. ¡¡Está vacía!!
Carmelo Bueno Heras
Domingo 19º de Mateo (07.04.2019): Mateo 12,1-14
“Todo cuanto deseas que te hagan, házselo a los
demás” (Mateo
7,12)
La narración del
Evangelista Mateo nos sitúa a su Jesús de Nazaret en un tiempo tan preciso como
indefinido: “Por aquel entonces, un sábado” (Mateo 12,1). Si
el tiempo en el que sucede el relato es así, el espacio es semejante. Primero
se nos dice que “Jesús iba por los sembrados” (Mateo
12,1-8). A continuación se nos añade: “Se marchó de allí y fue
a la sinagoga de ellos” (Mateo 12,9-14). En ambos casos sólo el
tiempo está bien precisado: un sábado.
En la religión de
la Ley de Moisés y de su Yavé Dios, en la que nació y creció Jesús de Nazaret,
siempre estuvo muy clara la ‘centralidad’ del sábado, el séptimo día de la
semana. Desde la primera página de la Biblia de Israel se sabe que el sábado es
el día más importante de toda la obra creadora de su todopoderoso creador Yavé
(Génesis 1). Es la fiesta de la religiosidad popular judía. Y en torno al
sábado gira el significado del espacio del Templo y de la Sinagoga.
Tiempo, espacio,
personas y actividades. O lo que igual: Sábado, TemploySinagoga, Sacerdotes y,
cuarto, LiturgiasyTradiciones. Habrá más de uno de los actuales lectores de
este texto de Mateo que se atreverá a identificar lo que aquí se dice del
sábado judío con lo que podría decirse del domingo católico. Sobre el domingo
luterano o evangélico o copto u ortodoxo no me arriesgo a decir nada. Otros
lectores, no sin cierta lógica, podrán decir que este sábado del credo judío
podríamos equipararlo con el viernes del musulmán. Y siempre se encontrará uno
con ese asunto que suele denominarse ‘religiosidad popular’. Si alguna realidad
es complicada de abordar en los asuntos religiosos es ‘la evangelización de la
religiosidad popular’.
Entre nosotros, los
cristianos católicos, se apostó casi siempre y en todas las partes por
‘sacramentalizar esta religiosidad popular’. Este ‘sacramentalizar’ y aquel
‘evangelizar’ nos suelen sonar casi idénticos, pero las diferencias entre ambas
opciones son abismales. Tan abismales como las que este Evangelista Mateo
señala tan acertadamente en 5,17-48 cuando escribía aquello de “habéis
oído que se dijo..., en cambio yo os digo”.
El Evangelista
Mateo describe muy acertadamente en sus dos escenas sabatinas cuál es la
radical distancia entre el sábado de la religiosidad popular judía y el sentido
evangelizador que deseó imprimirle Jesús de Nazaret. Para este Jesús
evangelizador del sábado lo que hay que tener muy claro es que ¡el sábado no
debe estar fuera de cada persona, sino en sus adentros! (Mt 12,1-8). Lo
que se deba de hacer o dejar de hacer en todo sábado judío no debe depender de
la Ley de Moisés escita en las viejas tablas de piedra, sino en los deseos de
cada persona, como adelantó en ese breve texto de Mt 7,12, que no dejaré de
recordar al leer su Evangelio.
La segunda escena
sabatina tiene lugar en la sinagoga (Mateo 12,9-14). Esta escena
también la cuentan Marcos (3,1-6) y Lucas (6,6-11). Y me arriesgo a decir que
también la describe a su manera el cuarto Evangelio (Jn 5). Cada uno de los
narradores escoge los elementos comunes de la situación y otros elementos
peculiares y propios de los objetivos de su Evangelio. Deseo subrayar que
el final de este hecho es la decisión (creo que en nombre de Yavé Dios) que se
despierta en las autoridades de la sinagoga y maestros del sábado: “Los
fariseos, en cuanto salieron de allí, se confabularon contra él para ver cómo
eliminarle” (Mt 12,14). ¿Más claro?
Carmelo Bueno Heras
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